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Crítica: Un extraño enemigo (serie de Amazon Prime)

FOTOS: Internet.

Kinetoscopio

Por Marco A. Hernández Maciel

Calificación: ****Bien actuada, escrita y dirigida.

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Se han cumplido 50 años de la fatídica noche de Tlatelolco, y aún no tenemos certeza de lo que realmente pasó en el movimiento estudiantil. Hay crónicas, reportajes, testimonios, películas, entrevistas, pero el pesado halo de oscuridad y terror que ha sido cómplice de esta trágica historia no termina por desaparecer. Y es por eso que a 50 años de los hechos, es un tema que sigue revolviendo las mentes y los intestinos de los mexicanos, aún en búsqueda de ser verdaderamente oídos y escuchados, sin una claridad sobre el legado que dejará en la historia mexicana este hecho.

Y es en esas oscuras bifurcaciones que Gabriel Ripstein, director de la serie y que tiene en su historial la multipremiada cinta 600 Millas, aprovecha para sumergirnos de nuevo en el movimiento del 68 pero contada desde la óptica del gobierno. Y lo que logra en los primeros cuatro capítulos de la misma es remarcable, adictivo, con un ritmo que no cesa gracias a un eficiente trabajo de edición, y una magistral actuación de Daniel Giménez Cacho como el comandante Barrientos, director de la Dirección Nacional de Seguridad (antecesora del CISEN).

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Así, Ripstein, no sin antes advertirnos que todo lo que veremos en pantalla es ficción y que si hay cosas que se parezcan a la realidad es mera y fortuita coincidencia, se construye un thriller político —spoiler alert!— donde el movimiento del 68 es una estrategia desestabilizadora potenciada por el comandante Barrientos, para sacar de la jugada a los dos mayores oponentes de su jefe en la lucha por la sucesión presidencial. No será mayor problema para ustedes desentrañar quién gana la carrera por la Silla del Águila, pero la manera en que está construida esta narración y los detalles que nos regala nos obliga a malabarear varias ideas en nuestras ya saturadas neuronas. Y de inmediato queremos googlear algunos nombres y descubrir quién es en realidad el comandante Barrientos, y quienes son todos esos políticos priístas como Corona del Rosal, Martínez Manautou, Echeverría, que ante la indiferencia del presidente Díaz Ordaz —quienstaba más preocupado por la Olimpiada que por su país, fueron capaces en este México histórico-ficticio-fantástico-corrupto-nauseabundo de jugar con la vida y el porvenir de una generación que quería ser escuchada.

Pero, hay un gran pero. Dentro de este thriller político, se resiente la falta de un ingrediente esencial para cualquier evento histórico. La prensa, al menos en la primera mitad de la serie, es presentada solamente como un instrumento más del gobierno, y no tenemos un solo personaje que sirva de contrapeso y nos ayude a balancear un poco el huapango de traiciones que vemos en pantalla. Sabemos, que en gran medida, la prensa fue cooptada para encubrir el hecho y es ampliamente conocida la mítica frase de Hoy fue un día soleado que supuestamente Jacobo Zabludovsky dijo al iniciar su noticiero el día de la masacre. Quizás por ello no se profundiza en su actuar, aunque también me llama la atención que esta serie es una producción de Televisa, y en sus créditos aparece como productor ejecutivo Emilio Azcárraga Jean. Saquen sus conclusiones.

Otro pero que le pongo es la fotografía. Si bien, la ambientación es excelente y nos sentimos inmersos en 1968, se optó por hacer una corrección de color que se parece demasiado a los filtros old fashioned de Instagram, lo que provoca una saturación de nostalgia y hasta cierta sensación de encubrimiento. Como si todo eso hubiera sido un mal sueño que busca difuminarse antes de ser recordado de nuevo. Aunque también puede ser un artilugio para disfrazar un poco los sets y hacer menos costosa la reproducción de lugares históricos. Yo sólo me pregunto, qué hubiera pasado si  hubieran optado por el legendario blanco y negro en esa última escena del primer episodio donde antes de los créditos finales empieza a sonar Paint It Black de los Rolling Stones. Por cierto, el soundtrack es fenomenal, aunque denota un poco de falta de atrevimiento dejar sólo para la última escena y los créditos finales la canción que cierra el episodio. Es grandioso para los dos primeros episodios, pero después se antoja repetitivo.

Finalmente rescato esto como el mayor logro de la serie, revivir hechos históricos con una perspectiva que nos permita analizar, pensar, debatir y cuestionar. Que nos muestre en la cara que seguimos atados por la sucesión presidencial y que este pueblo sabio, aún deja manipularse dócilmente ya que al parecer, nuestra memoria se resetea cada seis años. Y que el extraño enemigo que osara profanar con sus plantas nuestros suelos, no es tan peligroso como el enemigo íntimo que se alimenta de nuestra ignorancia y de nuestros impuestos.

La calificación de Kinetoscopio:

5 Estrellas: Clásico imperdible

4 Estrellas: Bien actuada, escrita y dirigida

3 Estrellas: Entretiene

2 Estrellas: Sólo si no tienes otra opción

1 Estrellas: Exige tu reembolso

0 Estrellas: No debería existir

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Sudcalifornianos y la matanza del 68. Tan lejos y tan cerca

FOTO: Internet.

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Rubén era muy joven cuando estuvo en la Ciudad de México, en 1968, y llegó a aceptar dinero para ser un porro. El ahora catedrático de la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS), por supuesto, lo ve muy distinto. En aquel entonces —relató—, era un muchacho inocente que no hizo daño alguno, y jamás pasó por su mente lo que ocurriría la tarde y noche del 2 de octubre: la matanza del 68; el asesinato y la desaparición forzada de cientos y cientos de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas. Tan sólo unos días antes, él se había regresado a La Paz. Consternado, lleno de rabia, se enteró de todo ante la indiferencia de la sociedad paceña de aquel entonces. A 50 años de la masacre de Tlatelolco, CULCO BCS buscó el testimonio de sudcalifornianos que muy cerca —en el tiempo y en la distancia—, sobrevivieron a ese brutal acontecimiento.

El doctor Rubén Salmerón es profesor de Filosofía en la UABCS. Nació en La Paz en 1942. Con algunas licenciaturas y maestrías a cuestas, no sólo es una enciclopedia andante con datos que le salen a borbotones, si no que realmente tiene una memoria prodigiosa, recreando en esta larga entrevista la ciudad de La Paz de hace medio siglo: una tierra aislada. “Estábamos como en otra dimensión (…) Éramos un pueblo de campanario”, ya que las campanadas de la catedral se escuchaban en todo el poblado en aquel entonces; cuando el estadio “Arturo C. Nahl” quedaba “lejos” del centro; la carrera transpeninsular apenas se estaba construyendo; y la vida comercial de la ciudad empezaba gracias al transbordador, en donde él llegó de vuelta a su ciudad natal desde la Ciudad de México, por casualidades de la vida, unos días antes de la noche de Tlatelolco.

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Doctor Rubén Salmerón. FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

“Me encabroné”

“Yo llegue a la Ciudad de México con huaraches de llanta, tipo ranchero, y con sombrero, y hablando ¡Me puchi! Así éramos todos, era lo que nos caracterizaba. Las regiones de México eran muy plurales —lo sigue siendo, pero ahora no hay muchas diferencias, antes no, ahora se parecen muchos los jóvenes de todo el mundo—. Aquí éramos muy regionalistas”. Había ido a la enorme ciudad a estudiar teatro, tras asistir a clases aquí con el profesor Piñeda Chacón. Aunque iba becado, contó que se le hizo fácil aceptar dinero para andar como porro, es decir, de revoltoso para desprestigiar a los verdaderos activistas. Sin embargo, moralmente empezó a simpatizar con la causa estudiantil, tocándole participar en la Marcha del Silencio realizada el 13 de septiembre de ese año.

El 2 de octubre del 68, ya estaba en La Paz. “Como siempre, Televisa no dijo nada; en los periódicos locales, por ahí alguna notita (…) Sería la radio, la XEW que era la que nos llegaba. Yo me enteré al siguiente día”. Diez días después de aquella masacre empezaban las Olimpíadas del 68, y le tocó saber de ellas al momento: “¡Y le aplauden a Díaz Ordaz! ¡Yo me encabroné! Desde aquí me fui a Todos Santos y bien encabronado, ¡’que no pasaba nada’! ¡No es posible!”. Por su mente cruzó la idea que tras estos asesinatos a manos del gobierno se vendría una guerrilla en México, “desde Sonora, Guerrero, ‘se va a prender la mecha’, pensé, pero no, no pasó nada”. Le sorprendió también ver la falta de reacción de indiferencia en gran parte de la sociedad mexicana. Ni qué decir de La Paz que, al parecer, no le dio la mínima importancia al suceso.

Al preguntarle si tenía conocimiento sobre si hubo algún estudiante sudcaliforniano en aquel evento, dijo que no sabía de ninguno. “Hubo militares nacidos aquí, que los llevaron. Uno de ellos recibió un balazo en la columna y duró mucho tiempo con dificultades (…) Ningún sudcaliforniano figuró como directivo de los comités de huelga”. Pero hubo alguien más por ahí, un joven sudcaliforniano, en el preciso momento de la mascare. Quiso ir, pero de nuevo intervino el azar, colocándolo lejos del sitio de las balas, a unos 4 ó 5 kilómetros.

Aníbal Angulo. FOTO: Modesto Peralta Delgado.

“No me mataron porque se me olvidó”

El artista plástico Aníbal Angulo estuvo en la Ciudad de México el 2 de octubre de 1968. También es nacido en La Paz; y también iba a estudiar arte, creyendo que iba por el teatro, pero encontrándose con la fotografía. “Yo quería hacer teatro, con Juan Melgar, Nacho del Río…”. Ese día se enteró de una manifestación masiva en la Plaza de las Tres Culturas, y aunque no tenía nada qué ver con el conflicto estudiantil, había salido de su casa, con su cámara al hombro para ir a tomar fotos. Un amigo le llamó para pedirle ayuda para revelar unas fotografías y allí, en un laboratorio de revelado, se le fueron las horas, mientras mataban y detenían estudiantes. “No me mataron porque se me olvidó”, dijo.

“Yo iba ir a tomar fotos pero un amigo que tenía un lugar donde llevabas a revelar los rollos, por la colonia Juárez, me pidió ayuda para hacer unos fotos que necesitaba. En esa época había que usar tinas largas, con ácidos; entre dos teníamos que meter el papel, enrollarlo, desenrollarlo, etcétera. Y empezaron a salir las fotos con manchas, y decíamos ‘¿qué pasa si le negativo estaba bien?’ Volvimos a poner el papel, hasta que nos dimos cuenta que éramos nosotros con la grasa de las manos… Tenía un radio y de pronto escuchamos las noticia de lo que estaba pasando en Tlatelolco. Y dije ‘¡Chin, se me olvidó! ¡Yo iba a ir a tomar fotos!’ (…) Empecé a oír la narración, me empezó a entrar un medio, ¡qué bárbaro de la que me salvé!”.

En ese viaje, hizo amistad con el joven actor José Alonso, a quien le pidieron unas fotografías para una obra de teatro; a Aníbal se le ocurrió que él se las podía tomar. Y así inicia en la fotografía, y es en la Ciudad de México de 1968 donde explora ésta y otras disciplinas de la plástica, por lo que lo toma como el punto de partida de su trayectoria artística. Justo este año, Aníbal Angulo celebra 50 años de carrera, siendo uno de los artistas plásticos más prolíficos y reconocidos de Baja California Sur.

2 de octubre, no se olvida

De vuelta al relato de Rubén Salmerón, escribimos aquí un resumen de la matanza del 68, con algunos datos interesantes concedidos en esa larga entrevista. El académico de la UABCS recordó que todo empezó el 1 de julio de 1968 con el Bazucazo en la Escuela de San Ildefonso. “Con un pleito entre dos vocaciones del Poli y una preparatoria de la UNAM, en La Ciudadela. Termina en golpizas. El gobierno propiciaba la rivalidad para tener divididos a los jóvenes; intervienen después los granaderos (…) el rector Barros Sierra junta a 100 mil estudiantes y sale al frente de las calles protestando contra la intervención violenta del gobierno, y se van dado las cosas al grado de que se van concentrando en el Zócalo. Ya para entonces son más de medio millón”.

Se forma el Consejo Nacional de Huelga a fines de julio. Por esas fechas, bajan de la bandera de México del asta del Zócalo y suben la bandera rojinegra de huelga, lo que enciende el coraje del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz y de su secretario de Gobernación: Luis Echeverría Álvarez. “Para entonces está interviniendo la CIA, después se sabe que Díaz Ordaz era agente de la CIA: le paga Estados Unidos para tener aquí controlado al país”, y a pesar de que, aparentemente, el pretexto del ataque era que la manifestación irrumpiría en las Olimpíadas del 68, según el sociólogo, lo que estaba detrás eran las políticas de control del país vecino del norte: “la histeria norteamericana, decían a lo pendejo, sin ninguna prueba que estaban influenciados por cubanos, soviéticos (…) Todo estuvo planeado desde el Pentágono por la CIA”.

De julio a octubre, “los muertos se están viendo en todo el trayecto”, por lo que al pliego petitorio de los manifestantes se suma la indemnización a las familias de los estudiantes que han ido muriendo. “El 13 de septiembre fue la Marcha del Silencio. A mi tocó ir a esa marcha donde todos iban tapados”. El 18 el ejército entró a la UNAM y se llevó más de 600 detenidos que fueron a parar a diferentes cárceles. El día 20, Salmerón regresaba a casa.

En la mañana del 2 de octubre, al saber de la manifestación masiva en la Plaza de las Tres Culturas, Díaz Ordaz y Echeverría planean la represión. “Díaz Ordaz se va a Guadalajara para decir que ‘no tuve qué ver’, ¡una pendejada!, y Echeverría se entrevista con Siqueiros, lo invita a un café a una reunión para taparse de que él tampoco hizo nada. Las acciones empezaron a las 5 de la tarde, y a las 6 empezó el operativo (…) La balacera duraría hasta la madrugada”.

Habría alrededor de 10 mil personas. De pronto, gente disfrazados de estudiantes, pero distinguidos por un guante blanco, tomaron el tercer piso de uno de los edificios y sacaron a representantes de los comités. Eran del batallón Olimpia. “Empezaron a tirarle al ejército, empezaron a matar soldados siendo soldados —para echarle la culpa a los estudiantes—, entonces se armó el merequetengue y todo el mundo a correr (…) Díaz Ordaz dijo que murieron 20 personas, pero periodistas, porque estaba la prensa internacional, dijeron que entre 300 y 400 (..) La gente da testimonio que iban en camiones, como los de Ayotzinapa. Muchos fueron incinerados, otros tirados al mar,y gran parte terminaron en lo que era la prisión de Lecumberri“.




Ecos del 68 (II)

Colaboración Especial

Por Leónidas Alfaro Bedolla

 

San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). Desde que empezó a caer la tarde, por las diversas calles convergentes con la Plaza de las Tres Culturas, los grupos de estudiantes con expresiones festivas empezaron a llegar, entre ellos maestros y los líderes  pronto tomaron posiciones. Más tarde cuando el smog apenas permitía dar cuenta del sol, llegaron contingentes de obreros, muchos empleados, doñitas con su mandil, padres y madres con sus hijos. En el templete, José de Molina cantaba acompañado de su guitarra: Hay soldaditos de plomo y soldados de madera, los que matan a mi pueblo, son soldados de a de veras.

Curioso, pero la gente no aplaudía, algo empezó a enrarecer el ambiente y los comentarios se escuchaban en susurros —Se están acercando los soldados— una tanqueta con un pelotón está a dos cuadras, cerca de Reforma… Varios autos han bajado hombres con tipo de soldados… Llevan la mano derecha cubierta con un guante blanco… No pasa nada, esta es una manifestación tranquila, no traemos piedras, ni nada. S+olo la palabra, el reclamo de nuestras peticiones: libertad a los presos políticos, libertad de expresión, no más represión para nosotros y nuestros obreros, campesinos y empleados… No pasa nada. Cuando la noche cubrió el espacio, un líder alzaba la voz, el motor y las aspas de un helicóptero irrumpieron para lanzar una bengala…

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Elena Poniatowska (París, 1932), mexicana que quiso nacer allá, es nuestra periodista de siempre, se estremeció, igual que millones, por la matanza del 68. Pero lejos de sentarse a llorar, tomó su libreta y fue a buscar la verdad. Caminó por las calles, llegó a los departamentos de Tlatelolco, fue a las aulas del Poli y la UNAM, entrevistó a estudiantes, maestros, líderes, amas de casa, empleados, policías, soldados y hasta empresarios. Y escribió La noche de Tlatelolco, plasmó los testimonios desgarradores, las expresiones lastimosas y también algunos que opinaron que los estudiantes habían sido los culpables. Pero todo el mundo, incluyendo México, sabemos que los culpables estaban en Palacio Nacional, en el Campo Militar Número Uno, en las delegaciones policiales, en la Procuraduría General de la Nación; todos comandados por el que se parecía a los gorilas, dicho con perdón de ellos.

Carlos Monsiváis, al ver aquellas concentraciones convocadas por el México 68, alguna vez comentó: El país vuelve a contar con un espíritu nacional auténtico, no las proclamas y discursitos aunque la vileza, ha venido alimentando la megalomanía, sino el ánimo, el estilo renovadores de la solidaridad, de la creencia en el cambio, el afán nacional entendido como amor a la comunidad, no como amor al respeto ciego que una comunidad debe a sus gobernantes.

Desde México 68 hasta la fecha, son muchas las razones en las que nuestro pueblo ha dado muestras de ser una sociedad valiente, gracias a sus heroicas manifestaciones el país no se ha derrumbado, ha sabido llegar a tiempo, haciendo a un lado a los malos gobernantes que se empecinan en traicionar a la patria. El pasado primero de julio de este año 2018, dio una vez más muestra de esa reciedumbre, de ese heroísmo civil. La frase de AMLO: Sólo el pueblo puede salvar al pueblo, se consolida.

Memorial de Tlatelolco, por Rosario Castellanos

La oscuridad engendra la violencia y la violencia pide oscuridad para cuajar el crimen. Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche. Para que nadie viera la mano que empuñaba el arma, sino sólo su efecto de relámpago. ¿Y esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que mata? ¿Quiénes son los que agonizan, los que mueren? ¿Los que huyen sin zapatos? ¿Los que van a caer al pozo de una cárcel? ¿Los que se pudren en el hospital? ¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto? ¿Quién, quienes? Nadie. Al día siguiente, nadie. La plaza amaneció barrida; los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo. Y en la televisión, en el radio, en el cine no hubo ningún cambio de programa, ningún anuncio intercalado ni un minuto de silencio en el banquete (pues siguió el banquete).

No busques lo que no hay: huellas, cadáveres que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa, a la Devoradora de Excrementos.

No hurgues en los archivos pues nada consta en actos. Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria. Duele, luego es verdad. Sangre con sangre y si la llamo mía traiciono a todos.

Recuerdo, recordamos.

Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca sobre tantas conciencias mancilladas, sobre un texto iracundo sobre una reja abierta, sobre el rostro amparado tras la máscara.

Recuerdo, recordamos hasta que la justicia se sienta entre nosotros.

Y aquí, seguimos esperando que sean aprendidos los que ordenaron la muerte de nuestro amigo y compañero JAVIER VALDÉS CÁRDENAS; nuestro reclamo es: ¡JUSTICIA! ¡JUSTICIA! ¡JUSTICIA!

Leónidas Alfaro Bedolla. Autor de la novela Golpe a golpe.