Caperucita Roja, muy roja: fantasía como realidad o realidad manoseada

 

Modesto Peralta Delgado. Fotos: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Dicen que el teatro es mejor verlo escenificado, no leído. No obstante, con los años uno va comprobando que esta verdad a medias deja mucho que desear, porque sin el texto, ¿qué sería del teatro? Recuerdo que hace muchos años, allá por 1992, fui a ver la puesta en escena de Largo viaje hacia la noche, de Eugene O’Neall (1888-1953), con una querida amiga de quien tengo gratos recuerdos. De los actores sólo me viene a la memoria Daniel Giménez Cacho (1961). La cosa es que yo quedé profundamente impresionado por la historia que me contaban y de cómo los actores encarnaban sus personajes como si fueran sucesos reales. De eso no me cupo duda. La catarsis llevada por la entrega actoral.

Al salir del teatro quise leer la obra para confirmar que lo que había visto era de ese tamaño literario. Y entonces un amigo actor me prestó el libro (a quien por cierto nunca se lo regresé y que todavía me reclama airadamente… Perdón, Enoc). Lo leí dos veces. El resultado de esas lecturas fue que pude comprobar que la obra contenía muchas más cosas que lo que se había puesto en escena, que las lecturas eran múltiples, que la anécdota sólo era la cosa superficial para llegar a algo más dramático y existencial.

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Pues, bien, hace unas semanas entrevisté a Modesto Peralta Delgado en mi programa Letras Vivas (miércoles, 16:00 horas, 1180 de AM) en Radio UABCS, con motivo de la aparición de su más reciente libro Caperucita Roja, muy roja (Una comedia de dos horas que en realidad dura una). Una primera lectura me dio el hilo conductor de lo que Modesto quería hacer. Sin embargo, en una segunda lectura me ofreció nuevos parámetros y nuevas maneras de leer teatro. Uno puede hacerlo como quiera, ya sea haciendo voces, o leyendo en voz alta, o imaginando lo que sucede. Lo leí detenidamente y me sorprendió lo que puede ocurrir cuando tomamos conciencia de un libro, de la historia que nos cuentan.

La obra de Modesto Peralta Delgado es fascinante. Cierto, tiene visos de obras anteriores, de situaciones que ya se habían tocado desde hace décadas o desde hace más de un siglo. Sí, estamos pensando en Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello, o de la novela de Miguel de Unamuno, Niebla, o de la película Más extraño que la ficción, todas ellas hermanadas bajo una sola consigna: la realidad puede ser alterada. Ahora bien, lo que aleja a Caperucita Roja, muy roja de las otras, es que acontecen en un espacio donde todos participan, incluido el público, donde pareciera una amarga representación cotidiana de la vida nacional, tanto política, religiosa, periodística como económicamente, es decir, una realidad sobre otra realidad, sobre otra realidad…, donde al final uno no entiende si aquello es una cortina de humo, o un intento por hacernos saber que nuestra cotidianeidad es frágil y mutable.

Claro, hay un Lobo, una Caperucita, una Abuela y un Cazador. Pero también se incluyen a una Periodista, a una Directora de la obra, una Tía (que puede ser los medios masivos de comunicación, como la TV), y paleros, entre los que se encuentra un sacerdote. En apariencia el caos reina a lo largo de las escenas; lo cierto es que todo está engarzado para que podamos tener las lecturas varias que cada quien interprete desde su realidad, o sea, nos volvemos partícipes y al mismo tiempo espectadores, lo cual nos hace pensar que no podemos ir por la vida sin que nos toque algo de lo que se va transformando o de la que va pasando. Los actores, según la obra, son novatos, lo cual delinea nuestra propia inexperiencia de la vida: todos somos novatos para vivir a cada instante.

De este modo, el personaje deja de serlo y toma conciencia de sí, de su propia humanidad. Hay una lucha entre el bien y el mal, pero no desde el punto de vista maniqueo, sino desde la visión de que sólo los humanos han creado la fantasía de la moral y que es tan superficial y variable como el clima. Dentro del teatro ocurre todo, lo que es decir dentro de su mundo; afuera, la ciudad dejó de existir, como un símbolo de que nada es seguro y de que todo puede cambiar de la noche a la mañana. Luego viene un intento de cambio de historia, Hemingway a la vista, se quiere dar un giro nuevo porque el público fue engañado y se requiere un nuevo relato para que la gente no se vaya y se trague una nueva historia… ¿Les suena? No obstante, bajo la superficie también se adivina una necesidad imperiosa de que las cosas cambien, de que se requiere una transmutación, y que la vuelta del Lobo a veces no hace otra cosa que decirnos que la realidad no puede ser cambiada hasta que tomemos conciencia de que el Lobo debe morir antes de que nos devore. Si el Lobo vive, la realidad continuará ad infinitum, una realidad sobre otra, y otra, y otra… Una realidad matrushka

Caperucita Roja, muy roja es el periplo de varias realidades que se presentan en sí mismas como reales, como las nuestras, como nuestros valores cambiantes, como nuestra moralidad jodida que a veces deseamos imponer a madrazos y toletazos, o a balazos, o base de propaganda política, religiosa y económica a través de los medios coercitivos. Podemos decir que Modesto Peralta Delgado sí acaba con la ñoñería de Caperucita y nos confronta con nosotros mismos para que nos preguntemos: ¿qué significa ser personas? Y agregaría: ¿qué significa estar vivos?

Presentación de «Caperucita Roja, muy roja»; acompañaron al autor los teatreros Raúl Conde Peraza y Juan José López Ochoa.

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*Modesto Peralta Delgado, Caperucita Roja, muy roja, una comedia de dos horas que en realidad dura una, México, Gobierno del Estado de B.C.S., ISC, 2016, 62 páginas.




Una caminata por un ‘Callejón sin salida’, de Keith Ross

Keith Ross. Foto: Víctor Paz en Pericúe Cultural.

Colaboración Especial

Por Alejandra Rubio

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Una de los principales aciertos del cuento Callejón sin salida, del escritor sudcaliforniano Keith Ross, es la manera en que el autor construye a su personaje principal, y este nos presenta la historia narrada. En un primer plano, temporal y anecdótico, aparece un hombre en el mar con una tabla de surf.  Desde esta ubicación, aparentemente entabla un diálogo con un segundo personaje.  Poco a poco se hilvana un fluido monólogo, a través del cual nuestro protagonista se pregunta y responde sin intercalar respuesta alguna de su interlocutor.

En este primer plano narrativo, el motivo principal gira entorno a la actividad del surf. El narrador genera una tensión, pues frente al deseo de tomar una buena ola, privilegia esperar, para dar paso a la compulsión por contar su historia. Realmente no piensa tomar ola alguna, más bien utiliza este pretexto para ir despepitando la historia que realmente le ocupa.

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Sin embargo, el presente desde el cual empieza a contarnos su niñez no es un mero accesorio o un fácil recurso literario. Desde este primer plano se permite hacer reflexiones de carácter moral y filosófico sobre el sentido de la existencia humana, pues nuestro protagonista concibe la vida como una despedida constante, pues, cito: «Había algo dentro de mí que me decía que la vida era eso, una despedida constante, que las cosas y las personas desaparecen y que, probablemente, siempre habría un charco envenenado para echarnos a perder las cosas».

Además, su monólogo va creciendo en intensidad hasta que al final nos muestra la verdadera condición psíquica del protagonista. Conocemos la infancia de Enrique por los recuerdos que él mismo va intercalando en su “monólogo”.

Hay que agradecer a Keith Ross el ritmo y la facilidad con que fluyen las rupturas temporales y espaciales de la historia. El narrador toma aliento y va dosificando la información de una manera “tan natural” que el texto se lee, de cabo a rabo, sin que se precise de pausa alguna para ir asimilando los hechos. Las experiencias de Enrique junto a su padre: sus enseñanzas, la muerte prematura del mismo, y una de las actividades más entrañables con él: ir a contemplar el mar y surfear; además de sus sentimientos de culpa, pues nunca se perdona por su timidez y frustración ante una realidad que lo rebasa.

A continuación comentaré los episodios que me parecen más significativos en mi lectura: «Yo a veces pensaba: si se agarran a golpes, voy a garrar el tubo del porche y le voy a pegar con todas mis fuerzas al otro».

Enrique se da cuenta de que su padre está metido en serios problemas (el lector puede interpretar que el padre no es inocente, aunque su hijo no lo juzgue explícitamente) y desea defenderlo o ayudarlo a remediar la situación. Sin embargo, es sólo un niño que no puede hacer gran cosa, más que acumular rencor e impotencia: «No vi a nadie más: antes de ver la sangre y a mi padre, busqué al otro, con el tubo prendido de mi mano, pero nada. Sólo alcancé a ver el Chevrolet rojo 1980 que se alejó dejando un polvaderón como cortina de humo».

Tenemos aquí el detonante de la segunda parte del cuento, el papá de Enrique es asesinado sin que éste pueda evitarlo ni desquitarse contra el agresor. La violencia se ejerce en contra de toda la familia, aunque sólo uno de sus miembros sucumba directamente ante ella. Aunque la madre se reponga y encuentra más adelante con quién hacerlo, Enrique jamás se sobrepone a lo sucedido. «Traía ganas de recordar a mi padre, verlo nadar a un lado de mí, andar en los mismos lugares que compartimos una y otra vez; además, si algo había aprendido de ese lugar es que era el sitio perfecto para alejar los problemas».

El protagonista evoca con nostalgia la figura paterna, asimismo el cómo padre e hijo habían encontrado una fórmula para convivir y evadirse de la realidad, “el surf”. En otro momento,  el narrador manifiesta, al verse retrospectivamente, un conocimiento más agudo de la condición de aquellos adolescentes que, como él, en su momento tratan de escapar de sus fantasmas y el infierno en que habitan, a través del estudio: «Un buen ambiente familiar les permite mejorar su aprovechamiento escolar, o una serie de problemas familiares puede provocar que se concentren completamente en sus estudios para evadir su realidad. Me concentré en la segunda, dado que la evasión de la realidad es uno de mis pasatiempos favoritos».

De vuelta en el primer nivel de la historia, Enrique nos comparte su visión sobre la manera en que los extranjeros perciben y viven la vida en su comunidad costeña. Tenemos un breve y sencillo, pero revelador comentario de la diferencia entre dos mundos que se superponen en un mismo espacio: «La ventaja que tienen los gringos es que ellos vienen de visita y se quieren comer cada olita buena que ven. En cambio uno, mira a gusto: uno puede darse el lujo de escoger la mejor que le convenga».

Hay que anotar, sin embargo, que el placer que ofrece lo efímero de estas fugas, o breves plenitudes, nos devuelve al vacío: «Cuando tomo una ola se me olvidan todos los problemas, no pienso en nada, lástima que una ola dure tan poco tiempo».

Más adelante, Enrique incorpora una reflexión sobre “la venganza”, que parece lugar común, pero lo supera por la construcción de sus comparaciones, ligadas al motivo recurrente del surf: «Si te das cuenta, la venganza es como las buenas olas. Debe crecer despacio, pero firme. Se debe ir amarrando con lo que encuentra a su paso, levantarse despacio porque si se apresura se puede romper muy fácil: ambas ocupan de cimientos fuertes y un final rápido, pero con sensación de cámara lenta». Aquí tenemos un adelanto dramático de lo que nos espera: ¿tendrá el protagonista la paciencia para consumar su destino o venganza?

El humor no está ausente de este cuento sombrío y pesimista. Siempre se habla de la sabiduría inherente a la profesión de los pescadores. El narrador manda por tierra, en unas frases, lugares de costumbrismo romántico, que exalta la capacidad de filosofar, en los hombres que lidian con el mar: «¿Te has dado cuenta que los lancheros parecer filósofos cuando fuman?, tienen la mirada perdida en el horizonte, como si estuvieran reflexionando sobre algo profundo e importantísimo, pero en cuanto te acercas hablan puras babosadas».

Hacia el final, hay algo que me parece muy revelador. Enrique es un narrador que sabe menos que los personajes que lo rodean y que el lector, que al final se entera de lo que realmente sucede. El protagonista nos relata cómo, finalmente, consuma su venganza a golpes, estimulado (inconscientemente) por los celos que le produce ver a su mamá en los brazos de otro. Por supuesto, la culpa la tiene Pancho, el asesino de su padre, quien abrió la posibilidad para que su madre encontrara con quién rehacer su vida.

Insisto, aparentemente Enrique consuma la venganza: me parece que no se trata de su padre, sino de él. Descargando su ira por la culpa que siente por partida doble: no pudo evitar que el irresponsable de su papá muriera, y que su madre reencontrará un nuevo camino.

Pero todo es una ilusión, porque Enrique recibió un golpe en la cabeza antes de consumar su venganza, que le impidió liquidar a Pancho. No está esperando una ola en el mar con su tabla de surf; está en un parque, tal vez un indigente más perdido, hablando con su sombra… soñando con una ola que lo borre todo: «Aquí todos calculan que desde el golpe no quedé bien, pero no saben que las cuentas me siguen saliendo bien, y sigo surfeando como siempre […] Sabes qué, mejor me voy a ir, porque ahí viene otra vez el barrendero, y no soporto que se burle de mí y me corra de nuevo en este parque que se ha convertido en mi playa…»

Y es aquí donde encuentro lo que me parece una de las grandes lecciones de este relato de Keith Ross: el golpe de frente con la realidad (una realidad de abusos, verdades a medias, violencia e injusticia), te puede lastimar tan fuerte, que sólo te deje de dos sopas: o te haces el loco (como muchos en el pueblo de Enrique) o te vuelves loco, literalmente.




Las palabras revoloteaban como las moscas… de Alejandro Aguirre Riveros

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los jóvenes escritores de Baja California Sur están haciendo cosas importantes y destacan de modo sobresaliente, como es el caso de Alejandro Aguirre Riveros, quien ha creado un libro de cuentos bienarmados, pero sobre todo narrados con destreza e ingenio, y aun con agudo sentido crítico de la realidad, utilizando el sarcasmo como un vehículo de confrontación con el lector, que es al final quien decidirá los vínculos que más le agraden o que le impacten.

Y es que eso es lo que hace un libro con nosotros: nos revela, nos incomoda, nos hace vernos en el espejo del otro, en una especie de identidad momentánea de la que salimos cuestionados o fortalecidos. Tengo el prejuicio de que los libros que me hacen sentir bien son aquellos que están condenados al olvido porque no causan ningún escozor intelectual y difícilmente permanecerán en el estante de nuestra cotidianidad. Un buen libro es un soundtrack de por vida.

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Conocí a Alejandro hace unos años y de entonces a la fecha se observa la evolución literaria que ha permeado en él, pues ahora sus relatos están definidos sobre todo por la unidad al momento de contarnos una historia. Todo ocurre en Las palabras revolotean como las moscas alrededor de la mierda: el zumbido de sus alas era el de la rutina; título por demás extenso pero profundamente llamativo, que trata de hacer hincapié en los detalles de la vida diaria y de lo que sacude y trastoca.

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Eso constatamos en cada unos de los cuentos que nos ofrece el libro, cada uno es capaz de despertar la carcajada, la sonrisa irónica, pero también la repulsión a lo grotesco por asuntos que hoy en día nos trae desolación y miedo, como son el narcotráfico y los secuestros. Sin embargo, en el universo de Alejandro Aguirre Riveros las cosas no transcurren tal y como lo percibimos en los noticiarios o en el Internet, sino desde la visión inteligente y lúdica de un escritor que sabe erigir mundos imposibles que en realidad no lo son, desde pequeñas narraciones, a historias más desarrolladas, como son los de la segunda y tercera parte.

Al leerlo, uno se queda con la sensación de haber presenciado un mundo irreal, pero de pronto nos conectamos en ese acto de traer la fantasía a la realidad que, dicen, es superior a ésta. Cada una de las narraciones parecieran sacadas de la insólita manera en que muchos ven los acontecimientos sociales, e
incluso en aquellas viejas formas del surrealismo, el realismo mágico latinoamericano y o el realismo fantástico de Alejo Carpentier.

También para aquellos que alguna vez disfrutamos la vieja serie estadounidense La dimensión desconocida, podemos identificarnos y hallar lo insólito y desconcertante en este cuentario, pues lindan con universos alternos y metáforas incomodantes. Asimismo, para los ojos avizores de Alejandro no escapan los cuentos infantiles, convertidos en una cruel relación con los secuestros, como es el caso de la historia del hombre de negocios que fue abducido por un grupo criminal para pedir su rescate; y tal como ‘la gallina de los huevos de oro’, aquel hombre comienza a cagar dinero. O en esa otra de las pizzas y la querencia de un hijo.

Al hacer el recorrido completo, nos enfrentaremos a revólveres, adictos, dealers, dinero fácil, dinosaurios y un hombre que se hace gigante, una extraordinaria parábola del ego redimido en una época en que pareciera que más bien hay que ocultarlo.

Con este libro Alejandro Aguirre Riveros se abre calle muy bien armado, con una capacidad narrativa que ha madurado desde que tomara la decisión de aventurarse en las fangosos y nada rentables rutas de la literatura.

Un primer libro de cuentos brillantemente escrito, con la agilidad mental del cineasta que sabe trasladar en palabras las escenas justas, ni más ni menos, poniendo todo en su lugar para que las cosas sucedan ante nuestros ojos expectantes y ávidos por conocer los finales a veces sorpresivos, a veces anunciados. Sin duda que Alejandro Aguirre Riveros nos seguirá atrapando con su escritura, pues ya con Las palabras revolotean como las moscas alrededor de la mierda: el zumbido de sus alas era el de la rutina, se ha establecido como uno de los mejores escritores de su generación.




Consejo Editorial del ISC aprobará publicación de un libro al mes

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Consejo Editorial del ISC. De derecha a izquierda: Edith Villavicencio Garayzar, Olga Freda Cota Gándara, América Pineda García y Christopher Amador Cervantes. Fotos: Facebook.

La Paz, Baja California Sur (BCS). Ya se ha conformado el Consejo Editorial del ISC (Instituto Sudcaliforniano de Cultura), el cual tuvo su primera sesión el pasado viernes 7 abril, y entre los planes está que —a partir del 2018— cada mes se habrá de aprobar al menos un material, de manera que se estima publicar doce libros al año; Christopher Alexter Amador Cervantes, director general del ISC, reveló en entrevista exclusiva para CULCO BCS que lo más probable es que, tras un análisis de las necesidades en la literatura de BCS, se emitan nuevas convocatorias.

Fue a principios de marzo que la creación del Consejo Editorial del ISC quedó avalada por el Consejo Directivo del Instituto —ratificado por la SEP, Contraloría del Gobierno del Estado y por Cultura de los cinco municipios—, explicó Amador Cervantes. Es importante destacar —agregó— que para formar parte tendrían que ser «personajes que no tuvieran conflicto de intereses, que no tuvieran en ruta alguna publicación, que no encontraran una relación de conveniencia»; por ello, al preguntarle si eso significa que sus integrantes no podrían publicar sus propios obras por el ISC, dijo enfáticamente que no, si alguien quisieran hacerlo «tendría que separarse de su participación en el Consejo».

Los integrantes del Consejo Editorial del ISC son el propio Amador Cervantes; América Pineda García, coordinadora de Fomento Editorial del ISC; representado a la sociedad civil, el poeta y promotor cultural independiente, Raúl Cota Álvarez; por los escritores de BCS, Francisco López Gutiérrez, presidente de la Asociación de Escritores Sudcalifornianos; por el sector educativo, la escritora y docente Edith Villavicencio Garyzar; por la literatura infantil, la escritora y maestra Olga Freda Cota Gándara; y representando el rescate del patrimonio intangible, Luis Domínguez Bareño, cronista del Municipio de La Paz. También estan presentes —con voz pero sin voto—, Ernesto Adams Ruiz, de la Red Estatal de Bibliotecas Públicas, y Brenda Sánchez, del Departamento Jurídico.

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De derecha a izquierda, América Pineda García, Christopher Amador Cervantes, Brenda Sánchez, Francisco López Gutiérrez, Raúl Cota Álvarez y Luis Domínguez Bareño.

«Hemos nombrado a este Colegio para demarcar el proyecto de la colección Baja California Sur a través de sus distintas categorías o colecciones: identidad y cultura, culturas populares, vida cotidiana, premios estatales, mirada de niño o pequeños creadores, primeros pasos, etcétera (…) Construir a partir del diagnóstico de la literatura de BCS, de sus atrasos y áreas de oportunidad, hacia dónde debemos dar nosotros el ordenamiento oportuno para que el 2021 estemos entregando una idea de proyecto un poquito más ambicioso y que sepamos diferenciar a dónde llevar estos productos a nivel municipal, regional e internacional», dijo el Director del ISC.

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Este año, básicamente se trata de supervisar el cumplimiento del material pendiente —señaló que, actualmente, en Fomento Editorial están en cola tres libros por publicarse y seis correcciones de estilo—, y crearán el reglamento interno y los mecanismos de publicación, los que probablemente sean a través de convocatorias. Si un material no les parece publicable, orientarán al autor para que aumente la calidad de sus trabajos. También enfatizó que no se puede anunciar nada formal porque aún no saben con cuánto dinero se contará; además, las compras y todo lo relacionado al dinero ya no lo hará el ISC, sino Finanzas de Gobierno del Estado, por lo que al Consejo le tocará observar el proceso y que los libros cumplan con las características.

«El compromiso es estar publicando a partir de la programación presupuestal asignada, un título mensual (…) Los mecanismos los vamos a dar a conocer, entregaremos un ejercicio de derecho comparado para un anteproyecto y la presentación de un proyecto final; vamos a privilegiar los premios pero analizar los géneros que están suspendidos (…) Esa socialización no tendrá que ver sólo con lo que recibo, sino con lo que necesito desde la visión diagnóstico (…) Se tiene que garantizar al menos una publicación mensual, en promedio, habrá veces que se publiquen dos o tres, pero se estima que sean doce al año (…) Las compras y las asignaciones para sus impresiones no van a ser administradas ya por el ISC sino por Finanzas (…) Serán ellos que los que determinen los costos, nosotros vamos a proteger que se imprima con las características que necesitan», dijo.

De manera que a partir del próximo año se publicará a los ganadores de los Premios Estatales y Regionales de Literatura 2017, y otros títulos analizados por el Consejo Editorial del ISC. Por cierto, el Director del ISC reiteró que este año, por problemas de presupuesto, no habrá concursos estatales de dramaturgia, ensayo, crónica y novela, sólo poesía y cuento; sí seguirán los Premios Regionales de Poesía y Cuento.

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¿Por qué no hubo Consejo antes?

A principios de marzo, CULCO BCS entrevistó a Sandino Gámez Vázquez sobre su despido como Coordinador de Fomento Editorial del ISC, quien en su momento era quien determinaba qué se publicaba y qué no; al preguntarle ¿por qué no hubo un Consejo Editorial?, declaró que hubo un reglamento aprobado en 2014, sin embargo, «fue retirado por el Director».

Al cuestionar sobre este asunto a Amador Cervantes, éste dijo que ese proyecto «no fue socializado por las distintas fuerzas que componen la literatura en BCS, era un perspectiva de política cultural vertical, y nos interesaba socializarla, hacerla horizontal, mas bien dicho, al seno del Plan Estatal de Cultura y nuestro plan sectorial que hasta hace unas semanas se entregó (…) No la visión de un funcionario, no la visión del Director General del ISC, ni la de Coordinador del Fomento Editorial, sino el diagnóstico lector, el promedio, el estándar, la estadística, las voces de los que escriben y los que leen (…) No el que se preocupa por vender libros o porque tenga una buena apariencia para ser atractivo el mercado sino centrarnos en el Plan Estatal de Desarrollo, que obviamente no pudo estar en el 2015 sino hasta hoy (…) En ese momento se planteaba un reglamento que sonaba bien, sonaba profesional, como puede ser ‘cortar – pegar’ el proyecto editorial de la UNAM —por ejemplo—, pero ¿cómo lo insertas en la realidad de BCS, en las necesidades específicas, y cuáles son ellas? Esa composición sólo lo puede hacer un colegio de voces».




«Inevitable» que surja la narcoliteratura en BCS: Eduardo Antonio Parra

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Eduardo Antonio Parra dio un taller de novela en La Paz. Fotos: Modesto Peralta Delgado.

La Paz, Baja California Sur (BCS). El novelista Eduardo Antonio Parra —uno de los autores más importantes en la literatura del México actual—, estuvo presente en la pasada Feria del Libro La Paz 2017CULCO BCS consiguió una entrevista exclusiva donde el escritor habló de lo inevitable que podría resultar la irrupción de la narcoliteratura en BCS, los planes de llevar a la pantalla grande su novela Nostalgia de la sombra, y sobre la potencialidad de los escritores sudcalifornianos que le ha tocado conocer y leer, entre otros temas.

Justo el día de la entrevista —el pasado 31 de marzo, cuando Parra daba un taller de novela en La Paz—, recibió un mensaje de un director de cine interesado en llevar a la pantalla grande su novela Nostalgia de la sombra, sin embargo, no quiso revelar su nombre; «durante un año y medio no supe nada, y ahora me acaba de llegar un mensaje telefónico de que se reavivó el interés, y a ver qué pasa, simplemente estaba a la expectativa (…) Fue justo hoy, el que mandó el mensaje es el que la quiere dirigir, pero anda buscando productor», dijo.

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La cultura no es un lujo

Luego de que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) fuera convertido en la Secretaría de Cultura federal, en su presupuesto para este año no dio nada en varios estados, incluyendo a Baja California Sur, que tuvo echar mano de recursos estatales. Le preguntamos a Parra su opinión al respecto, quien está ya poco sorprendido de esta carencia puesto que «estamos viviendo tiempos demasiado tristes en ese sentido con los presupuestos, se disminuyen, y lo primero que sale bailando, que sufre, es la cultura».

«Siempre los políticos piensan que la cultura es un adorno, o que dar dinero a Cultura es como para que la gente tenga con qué divertirse, cuando en realidad olvidan que lo que se está haciendo es una filosofía nacional, una idiosincracia, un conocimiento más profundo de lo que es ser un mexicano y un ser humano universal»; aunque de algún modo —explicó— celebra que los gobiernos de los Estados aporten, pues antes «se hacía patos porque la Federación era la que repartía». Para el escritor, los tres niveles de gobierno deberían tomar conciencia de que «el apoyo a la cultura no es un apoyo a la diversión, tampoco es un lujo, tampoco es algo superfluo».

Se dispara la narcoliteratura

Desde el 2012, Eduardo Antonio Parra ha viajado alrededor de siete veces a La Paz para dar conferencias o talleres. «Desde que la conocí, es una ciudad que hace honor a su nombre. Ahora con lo que me dices y he visto en los periódicos, de que ya hay más violencia, creo que era inevitable, porque también es un estado norteño, está en camino a los Estados Unidos, está dentro de la rutas del narcotráfico, de alguna manera ese había librado un poco, y yo espero que se vuelve a librar,  porque es una ciudad que no merece tal violencia, es una ciudad pacífica, hace honor a su nombre, es una ciudad hermosa, un paraíso; a mí me gusta caminar por el malecón y sentir que puedo caminar con seguridad».

Y en sus visitas a esta capital, al leer a los jóvenes escritores sudcalifornianos ha podido apreciar que en las historias de éstos «está mucho más asimilada la violencia, el lado oscuro de la sociedad». Al charlar con Parra, parecería claro que este tipo de literatura es una tendencia nacional, posiblemente sea una moda y no tarde en aparecer como tal en Baja California Sur.

«Es inevitable. Te voy a decir una cosa, ya se hablaba de narcoliteratura y no había nada, más bien había alusiones a las actividades criminales, ni siquiera la novela negra se metía con la narcoliteratura, pero últimamente sí ha habido bastante literatura dedicada a las actividades del narco y es inevitable, es un contexto nacional, no se puede eludir. Es como cuando la novela de la Revolución Mexicana, era algo muy parecido a lo que estamos viviendo ahorita, claro que ya quedó prestigiada por la historia y porque llegaron ideólogos a decir después que ‘ha sido para alivianar a los pobres’ y ese tipo de cosas, era un ambiente de ‘la bola’; yo creo que estamos viviendo un ambiente ‘de bola’, de lo mismo que en aquella época: no había ley, no había protección de ningún tipo, y eso tiene que quedar registrado de alguna manera. Ahora, de la manera en que lo registre cada escritor, eso depende de él: si quiere hacer historias de sicarios, historias de capos; a mí me parece mucho más interesante de cómo ésto repercute en la gente, en un clima de zozobra, de incertidumbre».

Sin embargo, quizá tendría que pasar un par de décadas para que los literatos hayan asimilado con más calma la violencia del narcotráfico, qué es lo que está pasando, al igual que le ocurrió a la llamada literatura de la Revolución Mexicana. «Yo creo que eso es lo que va a pasar, la mayoría de los libros (sobre el narco) son periodísticos, eso es indiscutible (… ) pero para tener un panorama mucho más amplio tiene que pasar mucho tiempo. En la novela de la Revolución Mexicana, salvo la novela Los de abajo de Mariano Azuela —que sí se escribió en medio de los trancazos—, podemos decir todos los demás tardaron entre 15 y 20 años en escribirlas. Es lo que yo creo que tarda un narrador, un escritor de a de veras, en asimilar lo que esta ocurriendo».

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Por último, al preguntarle a Eduardo Antonio Parra sobre su experiencia en los talleres literarios en La Paz, de qué escriben los escritores sudcalifornianos y cuáles podrían ser una promesa, comentó que «como en todos lados, se escribe de todo, he visto historias bastante intimistas y también de violencia. Ahora me tocó ver unas mucho más asimilando la violencia, el lado oscuro de la sociedad, escritores que ya los veo un poco mas formados, y lo seguirá si sigue habiendo talleres, ejercicios literarios (…) Y se mantengan los concursos y los premios. Esos concursos son los que hacen que los jóvenes se animen a escribir».

Dijo que «básicamente lo que veo son obras en formación, espero que de repente cuajen bien. Me llama mucho la atención Alejandro y Jorge, ya se ven mucho más formados, a uno de ellos me ha tocado verlo desde el principio y se ve prácticamente su evolución». Parra se refiere a Alejandro Aguirre Riveros, autor de Las palabras revoloteaban como las moscas alrededor de la mierda; el zumbido de sus alas era el zumbido de la rutina, Premio Estatal de Cuento «Ciudad de La Paz» 2015, y a Jorge Peredo, autor de En pedazos, ganador del más reciente Premio Estatal de Cuento.