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Te echaré la culpa a ti, de Rodrigo Guluarte Hale

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja California Sur (BCS). En estos días leí Te echaré la culpa a ti, de Rodrigo Guluarte Hale, y me encantó. No obstante, quiera hacer un par de observaciones necesarias que sirvan para el diálogo y el intercambio crítico. La nueva oleada de narradores jóvenes está abriendo camino a una literatura emergente que comienza a tener luz propia, además de que se lanzan por los esfuerzos editoriales independientes que señalan la necesidad de abrir espacios a quienes están creando y experimentando nuevas cosas en el plano de la literatura local.

Da esperanza que esos proyectos no se sometan tan sólo a lo que el Estado pueda ofrecer editorialmente, sino que son capaces de abrir el abanico editorial para una mayor convivencia dialógica, crítica y lúdica con las letras. Tal vez el único apunte que haría en ese sentido, tendría que ver con el cuidado minucioso de sus ediciones, desde el libro como objeto hasta la revisión de sus textos, pues muchos de ellos llevan las carencias escriturales de origen y la casa editora poco hace en corregir para que sus libros crezcan en calidad y difusión. Se trata de apoyar y difundir, sí, pero también de que las ediciones vayan libres de faltas de ortografía y que mantengan una depurada sintaxis, legible para cualquier lector.

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Rodrigo Guluarte Hale es una de esas voces emergentes que está construyendo su universo, su estilo, su estética, su voz y planteando sus obsesiones con inteligencia, de tal modo que sus productos son piezas de goce literario que dejan una muy buena impresión. Su libro Te echaré la culpa a ti, es un estupendo cuentario que nos narra la vida cotidiana y extraña de personajes que están supeditados a sus manías, a sus miedos, a sus destinos sin certezas —que por momentos me recuerda los cuentos de Edgar Allan Poe e incluso de Horacio Quiroga, y aún más de algunos cuentos de Cecilia Rojas García—, pero con salidas y finales que nos sorprenden de manera grata, es decir, que Guluarte Hale tiene una gran capacidad narrativa, delirante, atenta, construida desde sus demonios y ángeles, y que trata de darles su sello personal desatándolos de sus embrujos, aunque en ocasiones no sean capaces de escapar de sus torpezas, ingenuidades y locuras.

En cada cuento vemos que hay una propuesta de narración, nos guían hacia historias en apariencia comunes, pero poco a poco descubrimos que en realidad se trata de historias que rompen con el sentido de la lógica, personajes que aspiran a caminar por el camino de la literatura sudcaliforniana con convicción, pero también dando tumbos necesarios. Estoy seguro de que Rodrigo Guluarte Hale será en corto tiempo un referente narrativo de México, pues cuenta con una voz poderosa, fluida, solvente, propia, y sus cuentos merecen estar dentro de los mejores, de tal modo que crezca en lo literario y que gane lectores, que estoy más que cierto logrará posicionarse sin ningún problema.

Te echaré la culpa a ti es un gran libro de cuentos, con unidad temática, con buenas historias, que nos revela a un escritor que tiene voz propia y que asentará sus horizontes cada que saque un nuevo libro; por ello es importante que todo proyecto editorial que se precie de serlo debe presentar no sólo calidad literaria, sino un producto corregido y revisado, que es lo que siento le faltó a este libro de Rodrigo Guluarte. Por supuesto, eso no demerita su calidad literaria, es un estupendo escritor, con visión y con estructura literaria, pero sí debe tenerse la capacidad de autocrítica y ver a futuro que para que un proyecto editorial se asiente, debe poseer la mínima calidad de revisiones previas. No se trata de publicar al por mayor sin importar si los textos tienen la calidad literaria suficiente, sino de alentar para que los poetas y narradores tengan certidumbre en sus publicaciones.

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Reflexiones en torno al libro de Araceli Bastida. Sobre la educación

FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Uno mira el mundo y nos percatamos de que no funciona, de que al parecer no ha funcionado nunca por el deterioro en que estamos sumidos desde siempre. Grandes pensadores han hablado al respecto y han hecho patente la necesidad de transformarlo. Y afirman que dicha transformación sólo se logrará con educación, el verdadero valor sustentable de una sociedad. Y cuando vemos que el sistema educativo mexicano es disfuncional, que se utiliza con fines políticos y económicos para tener a una sociedad más sumisa y temerosa, no podemos sino voltear hacia otro lado para reflexionar qué estamos haciendo mal. Aquí es cuando entran maestras luminosas como Araceli Bastida de la Toba para compartirnos su visión y balance de lo que se puede cambiar, y de modo radical. Es todo un reto que una maestra sea capaz de cuestionar los valores, que busque los principios regentes para una educación real y efectiva. Eso sucede en su libro de ensayos Reflexiones en torno a la educación. Permítanme unas reflexiones para celebrar este libro, que recomiendo a los docentes con fines autocríticos.

Al leer este libro de Araceli Bastida, uno no puede sino emocionarse de ver que aunque parezca que todo está en contra, hay maestras que son verdaderas pigmalionas de la realidad, que observan que el acto de vivir es un acto inteligente y cargado de profundidad. Sin embargo, uno observa el mundo y vemos que tal acto desaparece ante lo contradictorio, atroz y violento que se presenta. Ésa es la realidad, no una opinión que pudiera aparecer como parcial. También, por otro lado, el hecho mismo de ser humanos es un acto por demás único y maravilloso, como la vida misma, que está cargada de sentido, energía e inteligencia.

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La sociedad es una respuesta de lo que es el ser humano: la sociedad es uno, y uno es la sociedad. Todo lo que hay en ella es producto de nuestros deseos y actividades. Por tanto, tal y como el mundo hoy se presenta, es como el individuo es en realidad. La violencia es la respuesta neurótica de la inestabilidad del individuo, y este individuo, al convivir en el mundo, proyecta o refleja esa violencia. Pareciera que esa condición fuera inmutable y parte de la naturaleza misma del hombre y de la mujer. La especie humana tiene miedo, no entiende lo que se le presenta como realidad, y lejos de enfrentarla, busca métodos para evadirla, para no ponerse frente a frente con el miedo. Este miedo psicológico nos ha afectado profundamente, porque no nos permite relacionarnos con el otro, porque creemos que no es igual a nosotros. La relación que entablamos la establecemos en los parámetros de la información, creando así imágenes de las personas, de tal forma que al relacionarnos no nos relacionamos con el individuo, sino con la imagen que tenemos de él. Y uno se pregunta: ¿por qué sucede eso?, ¿cuál es el origen de la imagen, cuál su naturaleza?

El mundo moderno vive hoy graves problemas de deterioro social, como especie y como individuo. El planeta mismo está en peligro a causa de los conflictos interminables en que la humanidad está sumida. ¿Cómo ha de solucionar uno tal afrenta? ¿Cómo hemos de resolver tan profundo desgaste? Y uno tiene que voltear invariablemente hacia la educación, tal como lo hace Araceli Bastida. Es en la educación donde uno encuentra una posibilidad de mutar al individuo hacia un mundo por completo diferente. Sin embargo, la educación actual sólo atiende a las necesidades de sobrevivencia, donde el individuo aprenda un oficio o tenga una carrera para que pueda consumir lo que la sociedad ofrece. Así, la educación se torna en la fórmula estudiar para trabajar y luego consumir. Centramos nuestra vida en consumir no sólo lo básico, sino lo que no necesitamos. Ésta hace a los individuos egoístas, clasistas, racistas, limitados y carentes de todo sentido por la vida. Buscan en la realidad no una manera de entender la existencia, sino un método que les permita sobrellevarla sin contratiempos: buscan la seguridad a toda costa, así sea a través de las guerras o el asesinato, el robo o la violación. Uno ve este mundo y uno se pregunta si habrá alguna salida a toda esta locura que pareciera no tener fin.

La educación moderna ha producido la sociedad moderna, es decir, es una educación que parte de una sociedad en crisis y enferma, de una sociedad violenta y fragmentada: desde ahí queremos arreglar el mundo con nuevos programas de educación, sin darnos cuenta cabal de que lo de afuera es lo de adentro. No es haciendo reformas y modificaciones a los sistemas, a la educación, como lograremos hacer humanos más despiertos e inteligentes; tampoco haciendo métodos de conducta (con memoria) que haga de los individuos seres mecánicos y condicionados dentro de una estructura determinada.

Creo firmemente en el ser humano. Sin embargo, pareciera que este asunto de vivir en verdad es muy complicado, pues el medio social no es muy prometedor. Lo que parece nuestra naturaleza destructiva ha cambiado: porque el ser humano tiene esa capacidad inherente de mutarse a sí mismo: es un ser inteligente. La inteligencia es parte de los hombres y las mujeres: somos eso. Por tanto, la inteligencia no es aprendida, sino que se desarrolla a través de la convivencia y la observación. Es en la interacción, la integración, que la inteligencia se activa, no en la enseñanza de algún método específico o programa para un gran número de personas, pues ya se ha visto que tal situación resulta muy limitada, dado que sólo unos cuantos responden a los estímulos, respuestas, que a la larga son sólo condicionamientos. Y si la inteligencia sólo consiste en que el educando repita unas cuantas fórmulas de conducta, unas cuantas reglas técnicas para que sobreviva, ¿qué sentido tiene ser humanos?

Es en la observación del pensamiento donde la inteligencia está despierta. Según puedo ver desde mi óptica el pensamiento es toda la carga cultural que arrastramos desde hace milenios, es decir, la memoria de todo lo que somos. Sin embargo, el pensamiento está cargado de contradicciones, de conceptos, de ideas que no embonan unas con otras. Por eso digo que el pensamiento difícilmente podrá solucionar la crisis en que estamos sumidos como especie. El pensamiento no es inteligente, y esto lo podemos constatar viendo nuestra realidad individual, pues a más información adquirida, hay más contradicción. Enseñar a un niño que la inteligencia es parte de él, que él es la inteligencia, no es un acto de métodos o programas, sino que el educando debe ver la inteligencia en los otros, para que pueda verla en sí mismo. La inteligencia no se enseña, se activa por sí misma en la convivencia con seres inteligentes igual que él.

Para que el alumno vea la inteligencia adentro y afuera de él, uno supone que el lugar de estudios será un lugar donde puede sentirse seguro, libre de heridas psicológicas, donde el profesor o profesora son personas libres de vicios, de adicciones, de relaciones tormentosas y conflictivas. Uno supone que tal educación debe ir encaminada no a enseñar una profesión, sino a que el alumno sea libre, que aprenda a observarse a sí mismo, que sepa que la vida es un acto maravilloso porque él y ella están vivos. El alumno debe crecer en un medio propicio para que sea capaz de desarrollar su inteligencia, sin miedo a ser juzgado, o culpado, o golpeado física y psicológicamente. Si el niño es herido, esto acarreará graves problemas y conflictos en su vida adulta, e impedirá que su inteligencia se desarrolle con libertad. Es en un medio propicio que el muchacho entenderá profundamente que no es el conocimiento libresco el que le permitirá vivir una vida, sino el conocimiento de sí mismo. La acumulación de información es parte del pensamiento, de la memoria, y el alumno debe ser capaz de observarlo como un suceso que le permite relacionarse con el mundo.

Así que celebremos y recomendemos este libro Reflexiones en torno a la educación, de Araceli Bastida de la Toba, que increpa, cuestiona y propone transformar la educación para transformarlo todo.




“El Varado”, de Pablo Rodríguez Cabello

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La novela moderna se mueve más como un cinematógrafo que como una obra estética que describe paisajes y situaciones. Es una voz que todo lo nombra y que al mismo tiempo es capaz de ofrecernos la historia de uno a varios personajes en acción, sin que ello signifique que el lenguaje sea sólo prosaico. El asunto es que he leído una estupenda novela de Pablo Rodríguez Cabello (Ciudad de México, 1968), su primera, que nos habla de una ciudadela llamada El Varado, a donde se refugian y curan los melancólicos en grado sumo.

Dentro, nos narra la historia de Ciro, quien tiene la misión de buscar a su amigo David, de quien no se sabe nada, pues al parecer se lo tragó la tierra, y esa podría ser justamente El Varado, un lugar perdido en la selva y que es el proyecto de una comunidad alejada de los vaivenes cotidianos de la época en que Ávila Camacho era candidato a la Presidencia.

Con un lenguaje audaz, nítido, poético por momentos, El Varado es una novela que nos lleva a un mundo inexplorado, casi inexistente, pero al mismo tiempo capaz de imbuirnos en la personalidad de Ciro, quien por ningún motivo deja de buscar a su amigo. Asimismo, el conjunto de personajes que interactúan sirve de pretexto para que la ciudadela se convierta en una especie de organismo, célula gigante, que coexiste gracias a los muros psicológicos que se imponen sus habitantes. Por intervalos se puede sentir la angustia de Ciro, sus deseos más íntimos y sus enojos más abiertos, siempre protegido bajo el manto de que nadie conoce la misión que lo llevó a ese sitio.

El Varado obtuvo mención honorífica del Premio Ignacio Manuel Altamirano de Narrativa 2015-2016, que incluyó la publicación en una bella edición por parte de la Universidad Autónoma del Estado de México, que a decir del jurado “es una obra ambiciosa e interesante donde no abundan las frases históricas ni negras, sino específicas”.

No me cabe la menor duda de que Pablo Rodríguez Cabello es un destacado debutante dentro de la narrativa mexicana, y que leer su novela El Varado es más que un gozo, un privilegio saber que la calidad literaria es el sello distintivo de este escritor. Enhorabuena.

*Rodríguez Cabello, Pablo, El Varado, México, UAEM, 231 pp.

 

 

 




Hugo Hiriart y Xavier Velasco, presentes en las Lunas de Octubre en La Paz

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Hugo Hiriart y Xavier Velasco. Fotos: Internet.

ARTÍCULO Por Modesto Peralta Delgado

La Paz, Baja California Sur (BCS). Desde las 10:00 horas de este jueves 20 de octubre, a las 22:00 horas del sábado 22, La Paz recibirá a Hugo Hiriart y Xavier Velasco, entre otros escritores de renombre nacional y local, en el 13 Encuentro Literario “Lunas de Octubre” que organiza el Instituto Sudcaliforniano de Cultura (ISC), a través de la Coordinación de Fomento Editorial, y otras instancias.

Hugo Hiriart, un prolífico escritor que ha abarcado desde dramaturgia hasta ensayo, pasando por narrativa, fue director del Instituto Cultural Mexicano de Nueva York y agregado cultural en la embajada de la misma sede, y actualmente es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Es autor de decenas de obras de teatro, entre las que destacan Minotastás y su familia (1981), Ámbar (1986) y El caso de Caligari y el ostión chino (1999). Este jueves, en el Centro Cultural La Paz, luego de la inauguración de las Lunas de Octubre a las 17:00 horas, Hugo Hiriart ofrecerá la conferencia A 400 años de la muerte de Cervantes.

Xavier Velasco, considerado uno de los máximos exponentes de la narrativa mexicana, obtuvo el Premio Alfaguara en 2003 por Diablo guardián; desde 1990, con Una banda nombrada Caifanes, ingresa al mundo de las letras contemporáneas caracterizada por ser casi un soundtrack de rock. En La Paz presentará Puedo explicarlo todo, el viernes a las 20:30 horas en el Ágora de La Paz, acompañado de Martín Solares, novelista tamaulipeco quien ha viajado ya en algunas ocasiones a esta ciudad, y es también uno de los más renombrados escritores de la escena mexicana; en el mismo lugar, pero el sábado a las 20:00 horas, Solares presentará su novela No manden flores.

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La mayor parte de las actividades literarias tendrán lugar el Centro Cultural La Paz, ubicada en el corazón del Centro Histórico, a una cuadra del kiosco del malecón; las mesas y charlas se realizarán desde el jueves a las 10:00 horas, hasta el sábado, abarcando una gran diversidad de temas como Mujeres y literatura mexicana: 100 años de Elena Garro; Narcoliteratura ¿para qué?; Conversatorio sobre Juan Rulfo a 30 años de su fallecimiento; Erotismo y homosexualidad en la literatura mexicana; La dramaturgia contemporánea en México; entre otras. Los participantes por Baja California Sur van desde integrantes de talleres literarios de la UABCS, y del Taller de la Serpiente hasta presentaciones editoriales del ISC.

No menos importante es destacar varias presentaciones de libros, charlas y conferencias con la presencia de escritores como Eduardo Antonio Parra, Daniel Salinas Basave, Gina Kincowitch, Sofía Chiquetts, Ana María Serna, Guita Schyfter, Juan José Aboytia y  Enrique Savín, entre muchos otros. Lunas de Octubre promete llena 3 días de literatura a La Paz. El programa es amplio, puede consultarse directamente en la página de Facebook de Librería ISC.




¿El Premio Nobel de Literatura para Bob Dylan?

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

El pasado 13 de octubre será recordado por muchos de nosotros como el día que la Academia Sueca decidió otorgar a Bob Dylan el premio Nobel de Literatura 2016 y con ello al mismo tiempo el rompimiento con la tradición —para muchos correcta, para otros acartonada— de sólo dárselo a novelistas, cuentistas, poetas, cronistas, dramaturgos y ensayistas. Por supuesto, era claro que tal bomba generaría comentarios a favor y en contra, suspicacias, sentimientos encontrados, desconciertos, alegría y argumentos sólidos sobre la aportación literaria de un músico.

El Nobel, creado en 1895 a partir de las disposiciones del industrial Alfred Nobel antes de morir, se comenzó a entregar en 1901, en las categorías de Física, Química, Fisiología o Medicina, Literatura y Paz; fue a partir de 1968 que se incluyó el Premio en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel, y al que se le conoce equivocadamente como Premio Nobel de Economía.

La tónica había sido, en el caso del Premio de Literatura, otorgarlo a un escritor o escritora cuya aportación haya sido notoria y ejercido influencia en su lengua. Muchos que debieron recibirlo, en opinión de críticos y pensadores, sólo fueron nominados o algunos ni siquiera fueron mencionados. Uno de los que más se recuerda es Jorge Luis Borges, quien jamás lo recibió —ya hay algunos que dicen, sarcásticamente, que Borges debió pensar en la composición de tangos—. Pero, bueno, este año la noticia es Bob Dylan, cuya propuesta ante la Academia Sueca data desde 1995 y que hasta este año ya llevaba más de diez veces nominado. Sin duda la influencia de Dylan es evidente por donde se le vea, porque Dylan es Dylan y no necesita respaldos de premios porque la inmortalidad ya la tiene ganada a pesar de sí mismo. Algunos dicen que es el reconocimiento a toda una generación que fue un punto de quiebre en la historia no sólo de los Estados Unidos, sino del resto del mundo occidental. Está claro que el premio se lo dan no por su actividad como músico, sino por las letras de sus canciones, a las que ahora tendremos que ponerle más atención, y tal vez iniciar un trabajo de traducción para quienes no conocen su obra poética. Ahora Dylan no será recordado como el músico que influyó en muchas generaciones —y que continúa haciéndolo—, sino el poeta, el bardo, que con sus composiciones supo llegar a todos los oídos y sensibilidades sociales.

Algunos opinan que la Academia Sueca necesitaba un golpe mediático para resucitar de sus cenizas, pues los últimos premios pasaron sin pena ni gloria o de noche, que nadie se acuerda ni siquiera quién fue el del año anterior; lo cierto es que el de este año rompió con un paradigma, y el Premio Nobel de Literatura ya no será visto como antes, y ahora estaremos a la expectativa de a quién se lo dan en los próximos años.

Por mi parte, celebro, en definitiva, que Bob Dylan sea reconocido con tan alto honor, pues la poesía tiene múltiples formas de manifestarse, de expandirse, un modo de no quedarse oculta en los libros, con versos sordos que nada dicen, que nadie atiende. Ahora sí, tal vez, los poetas pensarán más en comunicar que en regodearse en sus juegos intelectuales sin sustancia ni horizonte. Y eso no quiere decir que deban tomar una guitarra y volverse compositores, sino rapsodas verdaderos que son capaces y valientes de trascender sus miedos y narcisismos intelectuales.