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Reflexiones en torno al libro de Araceli Bastida. Sobre la educación

FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Uno mira el mundo y nos percatamos de que no funciona, de que al parecer no ha funcionado nunca por el deterioro en que estamos sumidos desde siempre. Grandes pensadores han hablado al respecto y han hecho patente la necesidad de transformarlo. Y afirman que dicha transformación sólo se logrará con educación, el verdadero valor sustentable de una sociedad. Y cuando vemos que el sistema educativo mexicano es disfuncional, que se utiliza con fines políticos y económicos para tener a una sociedad más sumisa y temerosa, no podemos sino voltear hacia otro lado para reflexionar qué estamos haciendo mal. Aquí es cuando entran maestras luminosas como Araceli Bastida de la Toba para compartirnos su visión y balance de lo que se puede cambiar, y de modo radical. Es todo un reto que una maestra sea capaz de cuestionar los valores, que busque los principios regentes para una educación real y efectiva. Eso sucede en su libro de ensayos Reflexiones en torno a la educación. Permítanme unas reflexiones para celebrar este libro, que recomiendo a los docentes con fines autocríticos.

Al leer este libro de Araceli Bastida, uno no puede sino emocionarse de ver que aunque parezca que todo está en contra, hay maestras que son verdaderas pigmalionas de la realidad, que observan que el acto de vivir es un acto inteligente y cargado de profundidad. Sin embargo, uno observa el mundo y vemos que tal acto desaparece ante lo contradictorio, atroz y violento que se presenta. Ésa es la realidad, no una opinión que pudiera aparecer como parcial. También, por otro lado, el hecho mismo de ser humanos es un acto por demás único y maravilloso, como la vida misma, que está cargada de sentido, energía e inteligencia.

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La sociedad es una respuesta de lo que es el ser humano: la sociedad es uno, y uno es la sociedad. Todo lo que hay en ella es producto de nuestros deseos y actividades. Por tanto, tal y como el mundo hoy se presenta, es como el individuo es en realidad. La violencia es la respuesta neurótica de la inestabilidad del individuo, y este individuo, al convivir en el mundo, proyecta o refleja esa violencia. Pareciera que esa condición fuera inmutable y parte de la naturaleza misma del hombre y de la mujer. La especie humana tiene miedo, no entiende lo que se le presenta como realidad, y lejos de enfrentarla, busca métodos para evadirla, para no ponerse frente a frente con el miedo. Este miedo psicológico nos ha afectado profundamente, porque no nos permite relacionarnos con el otro, porque creemos que no es igual a nosotros. La relación que entablamos la establecemos en los parámetros de la información, creando así imágenes de las personas, de tal forma que al relacionarnos no nos relacionamos con el individuo, sino con la imagen que tenemos de él. Y uno se pregunta: ¿por qué sucede eso?, ¿cuál es el origen de la imagen, cuál su naturaleza?

El mundo moderno vive hoy graves problemas de deterioro social, como especie y como individuo. El planeta mismo está en peligro a causa de los conflictos interminables en que la humanidad está sumida. ¿Cómo ha de solucionar uno tal afrenta? ¿Cómo hemos de resolver tan profundo desgaste? Y uno tiene que voltear invariablemente hacia la educación, tal como lo hace Araceli Bastida. Es en la educación donde uno encuentra una posibilidad de mutar al individuo hacia un mundo por completo diferente. Sin embargo, la educación actual sólo atiende a las necesidades de sobrevivencia, donde el individuo aprenda un oficio o tenga una carrera para que pueda consumir lo que la sociedad ofrece. Así, la educación se torna en la fórmula estudiar para trabajar y luego consumir. Centramos nuestra vida en consumir no sólo lo básico, sino lo que no necesitamos. Ésta hace a los individuos egoístas, clasistas, racistas, limitados y carentes de todo sentido por la vida. Buscan en la realidad no una manera de entender la existencia, sino un método que les permita sobrellevarla sin contratiempos: buscan la seguridad a toda costa, así sea a través de las guerras o el asesinato, el robo o la violación. Uno ve este mundo y uno se pregunta si habrá alguna salida a toda esta locura que pareciera no tener fin.

La educación moderna ha producido la sociedad moderna, es decir, es una educación que parte de una sociedad en crisis y enferma, de una sociedad violenta y fragmentada: desde ahí queremos arreglar el mundo con nuevos programas de educación, sin darnos cuenta cabal de que lo de afuera es lo de adentro. No es haciendo reformas y modificaciones a los sistemas, a la educación, como lograremos hacer humanos más despiertos e inteligentes; tampoco haciendo métodos de conducta (con memoria) que haga de los individuos seres mecánicos y condicionados dentro de una estructura determinada.

Creo firmemente en el ser humano. Sin embargo, pareciera que este asunto de vivir en verdad es muy complicado, pues el medio social no es muy prometedor. Lo que parece nuestra naturaleza destructiva ha cambiado: porque el ser humano tiene esa capacidad inherente de mutarse a sí mismo: es un ser inteligente. La inteligencia es parte de los hombres y las mujeres: somos eso. Por tanto, la inteligencia no es aprendida, sino que se desarrolla a través de la convivencia y la observación. Es en la interacción, la integración, que la inteligencia se activa, no en la enseñanza de algún método específico o programa para un gran número de personas, pues ya se ha visto que tal situación resulta muy limitada, dado que sólo unos cuantos responden a los estímulos, respuestas, que a la larga son sólo condicionamientos. Y si la inteligencia sólo consiste en que el educando repita unas cuantas fórmulas de conducta, unas cuantas reglas técnicas para que sobreviva, ¿qué sentido tiene ser humanos?

Es en la observación del pensamiento donde la inteligencia está despierta. Según puedo ver desde mi óptica el pensamiento es toda la carga cultural que arrastramos desde hace milenios, es decir, la memoria de todo lo que somos. Sin embargo, el pensamiento está cargado de contradicciones, de conceptos, de ideas que no embonan unas con otras. Por eso digo que el pensamiento difícilmente podrá solucionar la crisis en que estamos sumidos como especie. El pensamiento no es inteligente, y esto lo podemos constatar viendo nuestra realidad individual, pues a más información adquirida, hay más contradicción. Enseñar a un niño que la inteligencia es parte de él, que él es la inteligencia, no es un acto de métodos o programas, sino que el educando debe ver la inteligencia en los otros, para que pueda verla en sí mismo. La inteligencia no se enseña, se activa por sí misma en la convivencia con seres inteligentes igual que él.

Para que el alumno vea la inteligencia adentro y afuera de él, uno supone que el lugar de estudios será un lugar donde puede sentirse seguro, libre de heridas psicológicas, donde el profesor o profesora son personas libres de vicios, de adicciones, de relaciones tormentosas y conflictivas. Uno supone que tal educación debe ir encaminada no a enseñar una profesión, sino a que el alumno sea libre, que aprenda a observarse a sí mismo, que sepa que la vida es un acto maravilloso porque él y ella están vivos. El alumno debe crecer en un medio propicio para que sea capaz de desarrollar su inteligencia, sin miedo a ser juzgado, o culpado, o golpeado física y psicológicamente. Si el niño es herido, esto acarreará graves problemas y conflictos en su vida adulta, e impedirá que su inteligencia se desarrolle con libertad. Es en un medio propicio que el muchacho entenderá profundamente que no es el conocimiento libresco el que le permitirá vivir una vida, sino el conocimiento de sí mismo. La acumulación de información es parte del pensamiento, de la memoria, y el alumno debe ser capaz de observarlo como un suceso que le permite relacionarse con el mundo.

Así que celebremos y recomendemos este libro Reflexiones en torno a la educación, de Araceli Bastida de la Toba, que increpa, cuestiona y propone transformar la educación para transformarlo todo.




En La Paz, presentarán libro sobre antiguas rutas de los misioneros en BCS

Archivo Histórico “Pablo L. Martínez”, en La Paz. Foto: Archivo.

La Paz, Baja California Sur (BCS). Con la finalidad de brindar una mirada por el  pasado  de la historia de Baja California Sur, el Instituto Sudcaliforniano de Cultura (ISC) anuncia la presentación editorial Vestigios de la Antigua California de Carlos Lazcano, la cual se realizará este próximo miércoles en el Archivo Histórico Pablo L. Martínez, en esta ciudad.

Vestigios de la Antigua California es el diario personal de la caminata por toda la península de Baja California que en 1989 realizaron Carlos Lazcano, Carlos Rangel y Alfonso Cardona.

Fueron 2,500 kilómetros recorridos en cinco meses, siguiendo las antiguas rutas de exploración de los misioneros, durante los siglos XVII y XVIII. Esta caminata inició en Cabo San Lucas y terminó en San Diego, California.

Carlos Lazcano Sahagún es  geólogo, historiador, explorador, espeleólogo, tiene una relación estrecha con la tierra, su interés por lo desconocido lo ha llevado a ser un erudito de la península. Es, además, uno de los pocos que caminaron de punta a punta la península, en 1989. También exploró la mina más espectacular del mundo que es la de “Naica” en Chihuahua.

Los comentarios de este ejemplar estarán a cargo de Javier Gaytán Morán, Valentín Castro Burgoin, Leonardo Reyes Silva y como moderadora Elizabeth Acosta Mendía.

Se hace una cordial invitación para que asista el próximo miércoles 17 de mayo a las 18:00 horas en el Archivo Histórico Pablo L. Martínez, ubicado en Ignacio Manuel Altamirano entre Miguel L. de Legaspi y Héroes de Independencia. Mayores informes al teléfono: 1224521.




Caperucita Roja, muy roja: fantasía como realidad o realidad manoseada

 

Modesto Peralta Delgado. Fotos: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Dicen que el teatro es mejor verlo escenificado, no leído. No obstante, con los años uno va comprobando que esta verdad a medias deja mucho que desear, porque sin el texto, ¿qué sería del teatro? Recuerdo que hace muchos años, allá por 1992, fui a ver la puesta en escena de Largo viaje hacia la noche, de Eugene O’Neall (1888-1953), con una querida amiga de quien tengo gratos recuerdos. De los actores sólo me viene a la memoria Daniel Giménez Cacho (1961). La cosa es que yo quedé profundamente impresionado por la historia que me contaban y de cómo los actores encarnaban sus personajes como si fueran sucesos reales. De eso no me cupo duda. La catarsis llevada por la entrega actoral.

Al salir del teatro quise leer la obra para confirmar que lo que había visto era de ese tamaño literario. Y entonces un amigo actor me prestó el libro (a quien por cierto nunca se lo regresé y que todavía me reclama airadamente… Perdón, Enoc). Lo leí dos veces. El resultado de esas lecturas fue que pude comprobar que la obra contenía muchas más cosas que lo que se había puesto en escena, que las lecturas eran múltiples, que la anécdota sólo era la cosa superficial para llegar a algo más dramático y existencial.

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Pues, bien, hace unas semanas entrevisté a Modesto Peralta Delgado en mi programa Letras Vivas (miércoles, 16:00 horas, 1180 de AM) en Radio UABCS, con motivo de la aparición de su más reciente libro Caperucita Roja, muy roja (Una comedia de dos horas que en realidad dura una). Una primera lectura me dio el hilo conductor de lo que Modesto quería hacer. Sin embargo, en una segunda lectura me ofreció nuevos parámetros y nuevas maneras de leer teatro. Uno puede hacerlo como quiera, ya sea haciendo voces, o leyendo en voz alta, o imaginando lo que sucede. Lo leí detenidamente y me sorprendió lo que puede ocurrir cuando tomamos conciencia de un libro, de la historia que nos cuentan.

La obra de Modesto Peralta Delgado es fascinante. Cierto, tiene visos de obras anteriores, de situaciones que ya se habían tocado desde hace décadas o desde hace más de un siglo. Sí, estamos pensando en Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello, o de la novela de Miguel de Unamuno, Niebla, o de la película Más extraño que la ficción, todas ellas hermanadas bajo una sola consigna: la realidad puede ser alterada. Ahora bien, lo que aleja a Caperucita Roja, muy roja de las otras, es que acontecen en un espacio donde todos participan, incluido el público, donde pareciera una amarga representación cotidiana de la vida nacional, tanto política, religiosa, periodística como económicamente, es decir, una realidad sobre otra realidad, sobre otra realidad…, donde al final uno no entiende si aquello es una cortina de humo, o un intento por hacernos saber que nuestra cotidianeidad es frágil y mutable.

Claro, hay un Lobo, una Caperucita, una Abuela y un Cazador. Pero también se incluyen a una Periodista, a una Directora de la obra, una Tía (que puede ser los medios masivos de comunicación, como la TV), y paleros, entre los que se encuentra un sacerdote. En apariencia el caos reina a lo largo de las escenas; lo cierto es que todo está engarzado para que podamos tener las lecturas varias que cada quien interprete desde su realidad, o sea, nos volvemos partícipes y al mismo tiempo espectadores, lo cual nos hace pensar que no podemos ir por la vida sin que nos toque algo de lo que se va transformando o de la que va pasando. Los actores, según la obra, son novatos, lo cual delinea nuestra propia inexperiencia de la vida: todos somos novatos para vivir a cada instante.

De este modo, el personaje deja de serlo y toma conciencia de sí, de su propia humanidad. Hay una lucha entre el bien y el mal, pero no desde el punto de vista maniqueo, sino desde la visión de que sólo los humanos han creado la fantasía de la moral y que es tan superficial y variable como el clima. Dentro del teatro ocurre todo, lo que es decir dentro de su mundo; afuera, la ciudad dejó de existir, como un símbolo de que nada es seguro y de que todo puede cambiar de la noche a la mañana. Luego viene un intento de cambio de historia, Hemingway a la vista, se quiere dar un giro nuevo porque el público fue engañado y se requiere un nuevo relato para que la gente no se vaya y se trague una nueva historia… ¿Les suena? No obstante, bajo la superficie también se adivina una necesidad imperiosa de que las cosas cambien, de que se requiere una transmutación, y que la vuelta del Lobo a veces no hace otra cosa que decirnos que la realidad no puede ser cambiada hasta que tomemos conciencia de que el Lobo debe morir antes de que nos devore. Si el Lobo vive, la realidad continuará ad infinitum, una realidad sobre otra, y otra, y otra… Una realidad matrushka

Caperucita Roja, muy roja es el periplo de varias realidades que se presentan en sí mismas como reales, como las nuestras, como nuestros valores cambiantes, como nuestra moralidad jodida que a veces deseamos imponer a madrazos y toletazos, o a balazos, o base de propaganda política, religiosa y económica a través de los medios coercitivos. Podemos decir que Modesto Peralta Delgado sí acaba con la ñoñería de Caperucita y nos confronta con nosotros mismos para que nos preguntemos: ¿qué significa ser personas? Y agregaría: ¿qué significa estar vivos?

Presentación de “Caperucita Roja, muy roja”; acompañaron al autor los teatreros Raúl Conde Peraza y Juan José López Ochoa.

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*Modesto Peralta Delgado, Caperucita Roja, muy roja, una comedia de dos horas que en realidad dura una, México, Gobierno del Estado de B.C.S., ISC, 2016, 62 páginas.




Una caminata por un ‘Callejón sin salida’, de Keith Ross

Keith Ross. Foto: Víctor Paz en Pericúe Cultural.

Colaboración Especial

Por Alejandra Rubio

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Una de los principales aciertos del cuento Callejón sin salida, del escritor sudcaliforniano Keith Ross, es la manera en que el autor construye a su personaje principal, y este nos presenta la historia narrada. En un primer plano, temporal y anecdótico, aparece un hombre en el mar con una tabla de surf.  Desde esta ubicación, aparentemente entabla un diálogo con un segundo personaje.  Poco a poco se hilvana un fluido monólogo, a través del cual nuestro protagonista se pregunta y responde sin intercalar respuesta alguna de su interlocutor.

En este primer plano narrativo, el motivo principal gira entorno a la actividad del surf. El narrador genera una tensión, pues frente al deseo de tomar una buena ola, privilegia esperar, para dar paso a la compulsión por contar su historia. Realmente no piensa tomar ola alguna, más bien utiliza este pretexto para ir despepitando la historia que realmente le ocupa.

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Sin embargo, el presente desde el cual empieza a contarnos su niñez no es un mero accesorio o un fácil recurso literario. Desde este primer plano se permite hacer reflexiones de carácter moral y filosófico sobre el sentido de la existencia humana, pues nuestro protagonista concibe la vida como una despedida constante, pues, cito: “Había algo dentro de mí que me decía que la vida era eso, una despedida constante, que las cosas y las personas desaparecen y que, probablemente, siempre habría un charco envenenado para echarnos a perder las cosas”.

Además, su monólogo va creciendo en intensidad hasta que al final nos muestra la verdadera condición psíquica del protagonista. Conocemos la infancia de Enrique por los recuerdos que él mismo va intercalando en su “monólogo”.

Hay que agradecer a Keith Ross el ritmo y la facilidad con que fluyen las rupturas temporales y espaciales de la historia. El narrador toma aliento y va dosificando la información de una manera “tan natural” que el texto se lee, de cabo a rabo, sin que se precise de pausa alguna para ir asimilando los hechos. Las experiencias de Enrique junto a su padre: sus enseñanzas, la muerte prematura del mismo, y una de las actividades más entrañables con él: ir a contemplar el mar y surfear; además de sus sentimientos de culpa, pues nunca se perdona por su timidez y frustración ante una realidad que lo rebasa.

A continuación comentaré los episodios que me parecen más significativos en mi lectura: “Yo a veces pensaba: si se agarran a golpes, voy a garrar el tubo del porche y le voy a pegar con todas mis fuerzas al otro”.

Enrique se da cuenta de que su padre está metido en serios problemas (el lector puede interpretar que el padre no es inocente, aunque su hijo no lo juzgue explícitamente) y desea defenderlo o ayudarlo a remediar la situación. Sin embargo, es sólo un niño que no puede hacer gran cosa, más que acumular rencor e impotencia: “No vi a nadie más: antes de ver la sangre y a mi padre, busqué al otro, con el tubo prendido de mi mano, pero nada. Sólo alcancé a ver el Chevrolet rojo 1980 que se alejó dejando un polvaderón como cortina de humo”.

Tenemos aquí el detonante de la segunda parte del cuento, el papá de Enrique es asesinado sin que éste pueda evitarlo ni desquitarse contra el agresor. La violencia se ejerce en contra de toda la familia, aunque sólo uno de sus miembros sucumba directamente ante ella. Aunque la madre se reponga y encuentra más adelante con quién hacerlo, Enrique jamás se sobrepone a lo sucedido. “Traía ganas de recordar a mi padre, verlo nadar a un lado de mí, andar en los mismos lugares que compartimos una y otra vez; además, si algo había aprendido de ese lugar es que era el sitio perfecto para alejar los problemas”.

El protagonista evoca con nostalgia la figura paterna, asimismo el cómo padre e hijo habían encontrado una fórmula para convivir y evadirse de la realidad, “el surf”. En otro momento,  el narrador manifiesta, al verse retrospectivamente, un conocimiento más agudo de la condición de aquellos adolescentes que, como él, en su momento tratan de escapar de sus fantasmas y el infierno en que habitan, a través del estudio: “Un buen ambiente familiar les permite mejorar su aprovechamiento escolar, o una serie de problemas familiares puede provocar que se concentren completamente en sus estudios para evadir su realidad. Me concentré en la segunda, dado que la evasión de la realidad es uno de mis pasatiempos favoritos”.

De vuelta en el primer nivel de la historia, Enrique nos comparte su visión sobre la manera en que los extranjeros perciben y viven la vida en su comunidad costeña. Tenemos un breve y sencillo, pero revelador comentario de la diferencia entre dos mundos que se superponen en un mismo espacio: “La ventaja que tienen los gringos es que ellos vienen de visita y se quieren comer cada olita buena que ven. En cambio uno, mira a gusto: uno puede darse el lujo de escoger la mejor que le convenga”.

Hay que anotar, sin embargo, que el placer que ofrece lo efímero de estas fugas, o breves plenitudes, nos devuelve al vacío: “Cuando tomo una ola se me olvidan todos los problemas, no pienso en nada, lástima que una ola dure tan poco tiempo”.

Más adelante, Enrique incorpora una reflexión sobre “la venganza”, que parece lugar común, pero lo supera por la construcción de sus comparaciones, ligadas al motivo recurrente del surf: “Si te das cuenta, la venganza es como las buenas olas. Debe crecer despacio, pero firme. Se debe ir amarrando con lo que encuentra a su paso, levantarse despacio porque si se apresura se puede romper muy fácil: ambas ocupan de cimientos fuertes y un final rápido, pero con sensación de cámara lenta”. Aquí tenemos un adelanto dramático de lo que nos espera: ¿tendrá el protagonista la paciencia para consumar su destino o venganza?

El humor no está ausente de este cuento sombrío y pesimista. Siempre se habla de la sabiduría inherente a la profesión de los pescadores. El narrador manda por tierra, en unas frases, lugares de costumbrismo romántico, que exalta la capacidad de filosofar, en los hombres que lidian con el mar: “¿Te has dado cuenta que los lancheros parecer filósofos cuando fuman?, tienen la mirada perdida en el horizonte, como si estuvieran reflexionando sobre algo profundo e importantísimo, pero en cuanto te acercas hablan puras babosadas”.

Hacia el final, hay algo que me parece muy revelador. Enrique es un narrador que sabe menos que los personajes que lo rodean y que el lector, que al final se entera de lo que realmente sucede. El protagonista nos relata cómo, finalmente, consuma su venganza a golpes, estimulado (inconscientemente) por los celos que le produce ver a su mamá en los brazos de otro. Por supuesto, la culpa la tiene Pancho, el asesino de su padre, quien abrió la posibilidad para que su madre encontrara con quién rehacer su vida.

Insisto, aparentemente Enrique consuma la venganza: me parece que no se trata de su padre, sino de él. Descargando su ira por la culpa que siente por partida doble: no pudo evitar que el irresponsable de su papá muriera, y que su madre reencontrará un nuevo camino.

Pero todo es una ilusión, porque Enrique recibió un golpe en la cabeza antes de consumar su venganza, que le impidió liquidar a Pancho. No está esperando una ola en el mar con su tabla de surf; está en un parque, tal vez un indigente más perdido, hablando con su sombra… soñando con una ola que lo borre todo: “Aquí todos calculan que desde el golpe no quedé bien, pero no saben que las cuentas me siguen saliendo bien, y sigo surfeando como siempre […] Sabes qué, mejor me voy a ir, porque ahí viene otra vez el barrendero, y no soporto que se burle de mí y me corra de nuevo en este parque que se ha convertido en mi playa…”

Y es aquí donde encuentro lo que me parece una de las grandes lecciones de este relato de Keith Ross: el golpe de frente con la realidad (una realidad de abusos, verdades a medias, violencia e injusticia), te puede lastimar tan fuerte, que sólo te deje de dos sopas: o te haces el loco (como muchos en el pueblo de Enrique) o te vuelves loco, literalmente.




Las palabras revoloteaban como las moscas… de Alejandro Aguirre Riveros

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los jóvenes escritores de Baja California Sur están haciendo cosas importantes y destacan de modo sobresaliente, como es el caso de Alejandro Aguirre Riveros, quien ha creado un libro de cuentos bienarmados, pero sobre todo narrados con destreza e ingenio, y aun con agudo sentido crítico de la realidad, utilizando el sarcasmo como un vehículo de confrontación con el lector, que es al final quien decidirá los vínculos que más le agraden o que le impacten.

Y es que eso es lo que hace un libro con nosotros: nos revela, nos incomoda, nos hace vernos en el espejo del otro, en una especie de identidad momentánea de la que salimos cuestionados o fortalecidos. Tengo el prejuicio de que los libros que me hacen sentir bien son aquellos que están condenados al olvido porque no causan ningún escozor intelectual y difícilmente permanecerán en el estante de nuestra cotidianidad. Un buen libro es un soundtrack de por vida.

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Conocí a Alejandro hace unos años y de entonces a la fecha se observa la evolución literaria que ha permeado en él, pues ahora sus relatos están definidos sobre todo por la unidad al momento de contarnos una historia. Todo ocurre en Las palabras revolotean como las moscas alrededor de la mierda: el zumbido de sus alas era el de la rutina; título por demás extenso pero profundamente llamativo, que trata de hacer hincapié en los detalles de la vida diaria y de lo que sacude y trastoca.

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Eso constatamos en cada unos de los cuentos que nos ofrece el libro, cada uno es capaz de despertar la carcajada, la sonrisa irónica, pero también la repulsión a lo grotesco por asuntos que hoy en día nos trae desolación y miedo, como son el narcotráfico y los secuestros. Sin embargo, en el universo de Alejandro Aguirre Riveros las cosas no transcurren tal y como lo percibimos en los noticiarios o en el Internet, sino desde la visión inteligente y lúdica de un escritor que sabe erigir mundos imposibles que en realidad no lo son, desde pequeñas narraciones, a historias más desarrolladas, como son los de la segunda y tercera parte.

Al leerlo, uno se queda con la sensación de haber presenciado un mundo irreal, pero de pronto nos conectamos en ese acto de traer la fantasía a la realidad que, dicen, es superior a ésta. Cada una de las narraciones parecieran sacadas de la insólita manera en que muchos ven los acontecimientos sociales, e
incluso en aquellas viejas formas del surrealismo, el realismo mágico latinoamericano y o el realismo fantástico de Alejo Carpentier.

También para aquellos que alguna vez disfrutamos la vieja serie estadounidense La dimensión desconocida, podemos identificarnos y hallar lo insólito y desconcertante en este cuentario, pues lindan con universos alternos y metáforas incomodantes. Asimismo, para los ojos avizores de Alejandro no escapan los cuentos infantiles, convertidos en una cruel relación con los secuestros, como es el caso de la historia del hombre de negocios que fue abducido por un grupo criminal para pedir su rescate; y tal como ‘la gallina de los huevos de oro’, aquel hombre comienza a cagar dinero. O en esa otra de las pizzas y la querencia de un hijo.

Al hacer el recorrido completo, nos enfrentaremos a revólveres, adictos, dealers, dinero fácil, dinosaurios y un hombre que se hace gigante, una extraordinaria parábola del ego redimido en una época en que pareciera que más bien hay que ocultarlo.

Con este libro Alejandro Aguirre Riveros se abre calle muy bien armado, con una capacidad narrativa que ha madurado desde que tomara la decisión de aventurarse en las fangosos y nada rentables rutas de la literatura.

Un primer libro de cuentos brillantemente escrito, con la agilidad mental del cineasta que sabe trasladar en palabras las escenas justas, ni más ni menos, poniendo todo en su lugar para que las cosas sucedan ante nuestros ojos expectantes y ávidos por conocer los finales a veces sorpresivos, a veces anunciados. Sin duda que Alejandro Aguirre Riveros nos seguirá atrapando con su escritura, pues ya con Las palabras revolotean como las moscas alrededor de la mierda: el zumbido de sus alas era el de la rutina, se ha establecido como uno de los mejores escritores de su generación.