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La leyenda de la carroza lúgubre y la Ciénega de las Flores

FOTO: Internet

California Mítica

Por Gilberto Manuel Ortega Avilés

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hace algunos años desapareció lo que quedaba de la Ciénega de las Flores, ubicada en las afueras de la ciudad de La Paz; se trababa de un huerto que se localizó en el sitio donde hoy se encuentra la Escuela Secundaria Técnica No. 1, institución que lleva el nombre de la insigne educadora Concepción Casillas Seguame. Una ciénega —o ciénaga como también suele llamarse— es un pantano cuya humedad se aprovecha para cultivar plantas, ésta  era llamada “de las flores”, precisamente porque desde la antigüedad había sido un lugar apropiado para la siembra de diversas variedades de plantas de ornato y flores multicolores.

La Ciénega de las Flores se formó de manera natural debido a un accidente geográfico, provocado por el cauce que dejaban las lluvias y los arroyuelos en la parte alta del oriente de la ciudad. En esta zona había un rancho tradicional, con corrales llenos de ganado fino y un pozo abierto del que se extraía agua con un molino de viento en temporada de sequía. Se cuenta que alrededor de 1940, cuando la ciénega aún tenía vida, en una tarde friolenta de enero, el cuidador del rancho vio llegar una bella carroza tipo Cabriolet, muy antigua, desusada, como una especie de aparición misteriosa, de la que bajó, después del cochero, una hermosa dama ataviada al estilo del siglo XIX.

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Ejemplo de una Ciénega. FOTO: Amantoli Cultura

El conductor ayudó a su ama a llegar al interior de la huerta, como si ambos flotaran entre nubecillas vaporosas. Don Porfirio, como se llamaba el cuidador de la ciénega, se encaminó cauteloso hacia los extraños visitantes para saber la razón de su llegada, pero se quedó mudo de terror; la carroza negra y reluciente, parecía salida de un antiguo cuentos de hadas, y la presencia de la mujer, pese a su hermosura, ponía los pelos de punta. Entonces, don Porfirio vio que la dama de lúgubre presencia cortaba algunas flores, hacía con ellas un ramo y subía nuevamente, ayudada por su cochero, a la imponente carroza.

Esta escena, que podría haber sido común a fines del siglo XIX, resultaba patética en plena década de los 40’s, ya que en esa época, en La Paz solamente quedaba la carroza mortuoria, ya desvencijada, de Trasviñita; sin embargo, mientras la carroza funeraria de aspecto tétrico, ornamentada con crespones de colores negro y violeta, imponía el terror a su paso por las calles de la pacífica ciudad, la carroza de la dama de negro era brillante y con arzones de las cabalgaduras que lucían refulgentes a la luz de la Luna.

Tan silenciosamente como llegaron, la carroza y sus ocupantes partieron sin decir una sola palabra. Ni siquiera hablaron para preguntar el precio que —lógicamente— deberían haber pagado por el ramillete de fragantes rosas, nardos, caléndulas, nomeolvides y claveles. Era tanto el miedo que invadía al señor Porfirio que pasó por alto el cobro de las flores. Al día siguiente, a la llegada de los propietarios del huerto, el cuidador les platicó azorado la inexplicable escena de la tarde anterior.  Por supuesto nadie le creyó. Además, pensaron que Porfirio había bebido y que la fantasía era fruto, como en varias ocasiones anteriores, de su deplorable estado.

Ejemplo de una carroza antigua. FOTO: Universidad de Navarra

No obstante, diez días después apareció otra vez la carroza, ahora solamente iba tirada por dos enormes caballos de color negro resplandeciente, sin cochero ni pasajera. ¿Qué hacía ahí esa carreta?, ¿de dónde venía?, ¿qué buscaba? Don Porfirio se acercó, primero temeroso y resuelto después, para ver de cerca dicha carroza. Del interior del antiguo vehículo salía un empalagoso olor a extraños perfumes, y los escudos que adornaban cada espacio, se antojaban de oro puro, pues era impresionante el brillo que desprendía al contacto con los rayos de la luna, la cual empezaba a asomar por encima de las serranías. Inmóviles durante largo rato, los caballos tenían ojos diabólicos; al cuidador de la ciénega le parecían dos pares de tizones rojos que proyectaban destellos como para ablandarle las piernas a cualquiera.

Porfirio fue ante el Delegado para enterarlo detalladamente de las apariciones de la misteriosa carroza, ya que sus patrones, definitivamente, jamás le creerían. Por más que las autoridades mandaron gendarmes para buscar, espiar y esperar pacientemente el siguiente arribo del carromato misterioso, éste nunca llegó. Sin embargo, no fue únicamente el viejo Porfirio el que daba razones de la carroza. Cierta noche había sido vista a orilla de la carretera — hoy avenida Isabel La Católica—  por poco más de una veintena de personas residentes. Este grupo de gente acudió a dar testimonio en forma voluntaria ante las autoridades policíacas, cuando un periódico hizo públicas las declaraciones del inspector de policía; las aseveraciones del inspector coincidían con las observaciones de los testigos y los detalles aportados por don Porfirio en cuanto a las características de la carroza.

Todos aseguraban haber visto tanto al cochero de levita como a la elegante dama vestida de negro. Hubo quien abundó más en sus declaraciones, asegurando haber observado el rostro blanquísimo, de belleza indescriptible, de aquella misteriosa mujer que viajaba en el coche fantasma, el cual ya había despertado la psicosis colectiva de gran parte de la entidad sudcaliforniana. Con el paso del tiempo, la misteriosa presencia de la carroza enjoyada de la Ciénega de las Flores empezó a olvidarse.

Nunca se supo nada más sobre las apariciones, pero algunas personas que fueron testigos de este relato, entre ellos don Porfirio —quien aún vive—,  siguen esperando que una tarde vuelva, por el mismo camino que décadas atrás, la carroza tirada de briosos corceles, el cochero y la elegante dama de rostro blanco y oscuro ropaje, que en dos ocasiones llegaron hasta la desaparecida Ciénega de las Flores.

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El barco hundido en la bahía de La Paz; un lugar con historia en ‘El Manglito’

FOTOS: Cortesía.

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Por Gilberto Manuel Ortega Avilés

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Muchas calles llevan nombres de personajes o hechos que ignoramos, así como la historia misma. Las ignoramos o simplemente no nos interesa. Por ahí, algún nombre se nos hace familiar, pero nunca nos pondríamos a investigar quienes fueron o porque llevan ese nombre esas calles o lugares.

Sobre la calle Abasolo, en el conocido barrio El Manglito de la ciudad de La Paz, es casi invisible un letrero que dice “Barco Hundido” y señala rumbo a la playa. Si por curiosidad seguimos ese letrero, al llegar a la orilla observaremos la punta de una estructura metálica, ahí: hundido en nuestra bahía se encuentra un fragmento importante de nuestra historia paceña.

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Poco antes de las siete de la mañana del 18 de julio de 1972 el buque “Don Lorenzo” descargaba en el muelle fiscal. Un corto circuito y de repente una explosión estremeció a la ciudad, volaron en llamas los tanques de combustible y se reventaron los vidrios en varias cuadras del puerto paceño.

Este incendio puso en riesgo toda la ciudad, siendo que la mayoría se concentraba en la parte centro, y con la posibilidad de que incendiaria más barcos o incluso estructuras en tierra, por lo que tuvo que ser atendido de manera inmediata por los bomberos. Después de sofocado el incendio, el barco fue remolcado hasta donde aún sigue siendo su tumba submarina, casi enfrente de lo que hoy es el hotel Gran Baja.

Aunque ese fue el fin de este —ahora— barco hundido, el accidente del buque “San Lorenzo” puso en riesgo el muelle fiscal de La Paz, por lo cual las autoridades decidieron trasladar las descargar los inflamables y gas butano a “Punta Prieta” para no poner en riesgo a la ciudad, como lo respalda el documento fechado el 17 de agosto de 1972 reguardado en el Archivo Histórico.

En esta serie de documentos se ve la inconformidad de los dueños de barcos, ya que ellos afirmaban que eso fue solo un accidente y que no pasaría de nuevo, lo cual no tomó en cuenta las autoridades de manera acertada, ya que cabe destacar que los accidentes siguen pasando, un claro ejemplo el barco Salvatierra que también se incendió.

Podemos afirmar que sin una atención oportuna, el “Don Lorenzo” pudo ocasionar una desgracia más grande, y la atención oportuna de las autoridades, mudando la carga y descarga de combustible en nuestro querido malecón, evito cualquier futura desgracia.

Nuestros mares al igual que de vida marina están llenos de historias de este tipo, el barco hundido, el submarino norteamericano hundido en bahía Magdalena, la misteriosa de desaparición del San Miguel, entre muchos otros. No debemos demeritar estos hechos en primer lugar porque en ellos se perdieron valiosas vidas, así que cualquier error humano debería prevenirse en lo posible; también marcan espacios históricos importantes no sólo en la historia de Baja California Sur, sino en el mundo.




La bruja de El Esterito que fastidiaba a los vecinos. La Paz de los años 40’s

FOTO: Modesto Peralta Delgado.

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Por Gilberto Manuel Ortega Avilés

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La colonia El Esterito, en la ciudad de La Paz, es una de las más representativas y antiguas de esta capital, por lo mismo está llena de antiguas leyendas e historias.

Una de ellas es la de de una curandera o bruja que supuestamente tenía en su hogar tecolotes disecados y varios artilugios de brujería, la cual tenía algo enfadados a los habitantes del lugar debido a que todos los días iba mucha gente, a tratarse con limpias, aunque muchos aseguraban que también se hacían cosas inmorales e incluso se invocaba al ‘maligno’.

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El domicilio era por la antigua calle Iturbide, la que hoy en día seria la calle Torre Iglesias, como se puede constatar en periódicos de 1943 resguardados en el Archivo Histórico “Pablo L. Martinez”.

La misma bruja aseguraba haber curado a mucha gente con sus polvos mágicos, y declaraba que tenía suficientes “polvitos” para curar a todos los enfermos del sanatorio mental La Castañeda.

Las curanderas o brujas siempre han sido un tema polémico en las tierras sudcalifornianas,  antiguamente en los pueblos las curanderas funcionaban como las únicas personas que podían tratar algunas enfermedades mediante conocimientos herbolarios, a falta de médicos, aunque muchas veces también en el actuar de estas personas también se mostraba el aspecto esotérico y místico, el cual podía generar  cierto temor.

Aunque parecía un tema antiguo y sólo posible en pequeños pueblos, el misticismo de adivinas y curanderas aún está presente en la sociedad sudcaliforniana, lo cual es evidente ya que podemos encontrar fácilmente letreros por la ciudad de La Paz donde se ofrecen limpias o lecturas de tarot ‘garantizados’.

Hay que recordar que no tiene malo de creer en adivinos y psíquicos, a nadie le hace daño que se le lean las cartas o tomarse algún té para tranquilizarse, sólo hay que estar muy atentos a no suplir estas prácticas con las revisiones médicas.




La leyenda de El Mechudo y su posible origen histórico

La imagen más popular de “El Mechudo” viene desde los libros de primaria. FOTO: Internet.

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Por Gilberto Manuel Ortega Avilés

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Si existe una leyenda de BCS —además de la de los gigantes—, que la define perfectamente y le ha dado muchísima fama es, sin lugar a dudas, la leyenda de El Mechudo. La leímos desde la primaria y hoy en día la seguimos escuchando. Y es muy nuestra porque involucra símbolos claves que nos identifican: el mar y las perlas.

Como lo menciona Fernando Jordán en su libro El otro México, La Paz ya no tiene el auge de las perlas de antaño, de ella quedan apenas unas cuantas que no se asemejan a aquellas enormes; y de la madre perla sólo quedan de recuerdos una leyenda y un punto en el mapa.

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“Al norte de La Paz penetra en el mar una península que se llama El Mechudo. El sitio, a fines del siglo, era placer de perlas, y en él se reunían cientos de buzos todos los años. Al final de cada temporada, antes que el frío y los vientos del noreste hicieran imposibles las maniobras de buceo, los pescadores acostumbraban sacar una última perla “para la virgen”. En cierta ocasión, un buzo se dispuso a tirarse por última vez al mar. Alguien, advirtiendo el intento, le gritó: ‘No bucees más, ya tenemos la perla de la Virgen’. El pescador, irónico, hizo un gesto de desdén y respondió con burla: ‘Yo no voy por la perla de la Virgen, yo voy a buscar una perla para El Diablo. Y se lanzó al agua. Satanás le tomó la palabra y el pescador no reapareció más, ni nunca las olas devolvieron su cadáver. El lugar ahora es tabú y nadie va allá a buscar perlas. Quienes lo han hecho encontraron en el fondo el fantasma del buzo blasfemo, a quien le ha crecido una enorme cabellera y una luenga barba. Parece vivo y en sus manos sostiene una enorme concha de madreperla. Es la perla de El Diablo, dicen. Y como el fantasma lleva cabellos largos, se le ha dado el nombre de El Mechudo”.

Y es una leyenda que sigue erizando los vellos de los sudcalifornianos cada vez que lo escuchan. Al hablar de esta leyenda es inevitable recordar la obra The Pearl de John Steinbeck, donde relata la historia de un pescador de perlas en un pueblo del Pacífico, y como encuentra una perla enorme, la cual piensa que le solucionara la vida, pero su esposa acertadamente piensa que traerá tragedias incluida la muerte de su hijo. Steinbeck vino a México en los años 40’s y muy probablemente se haya inspirado en el folkclor de los pescadores y sus leyendas para escribir su obra.

Bahía de La Paz. FOTO: Modesto Peralta Delgado.

Posible origen

Muchas leyendas son fomentadas o creadas con el fin de evitar que las personas hagan cosas “peligrosas o indebidas”. La Llorona, por ejemplo, fue divulgada con el objetivo de prevenir a las jóvenes madres que al no cuidar a sus hijos podría caerles pena eterna, tal como a los niños se les advertía con el “coco”, que si no se dormían se los llevaría.

¿Cuál es la lección o advertencia detrás de El Mechudo? La respuesta es muy clara. La leyenda probablemente fue creada a partir de buzos murieron por la avaricia de seguir buceando en la temporada que las marejadas eran peligrosas, y por las mismas corrientes quizás tampoco nunca se encontraron los cuerpos.

El tributo a la iglesia era algo real. Cierto número de perlas eran donados con fines de cooperar con las construcciones eclesiásticas y como agradecimiento por tener una buena temporada de buceo de perlas, o por evitar accidentes y muertes en la misma. También de los impuestos generados por las perlas se apoyaba al Ejército y a causas públicas.

Como lo relata la leyenda, el principal problema es la avaricia, que va contra los preceptos morales y espirituales, y te puede ocasionar un castigo divino y hasta la muerte. Pero en la vida real, el robo de perlas sí era algo muy tangible. Un caso curioso que podríamos relacionar con esta leyenda fue el proceso legal que se llevó contra José María Salgado por el robo de dos hilos de perlas de la Virgen de Loreto, como lo respalda el documento del 11 de noviembre de 1811 en el Archivo Histórico Pablo L. Martinez.




Mujer sepultada viva en Los Sanjuanes: escalofriante leyenda de La Paz

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La enfermera vino con un afán de ayuda, y murió de una forma horripilante. Foto: Internet.

Colaboración Especial

Por Gamaliel Valle Hamburgo

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En el año de 1894 se inauguró el Hospital Juan María de Salvatierra en las instalaciones que años después se convertirían en la Casa de la Cultura del Estado, recinto que esconde cientos de historias. Narran que la fiebre amarilla tenía atemorizada a La Paz, pues ésta no respetaba condición económica ni edad… y fue la pandemia más destructiva de la que se tenga memoria en Baja California Sur.

Debido a los pocos avances en la medicina, por aquel entonces, cuando se creían muertos a los pacientes eran enviados de inmediato al cementerio y que fueran sepultados en las zonas más retiradas de los camposantos, debido al miedo que causaba contagiarse; incluso, la conseja popular narra hasta hoy que aquellos funerales eran cortos y sin espectadores.

Según algunos documentos de la época, una enfermera religiosa llamada Graciela Labastida, proveniente de España, llegó al entonces Territorio Sur para que trabajara en el Hospital Salvatierra; sin embargo, semanas más tarde falleció víctima de fiebre amarilla, y en cuanto la creyeron sin vida fue introducida en un ataúd que se encontraba disponible y llevada al panteón de los Sanjuanes. Su cuerpo fue depositado en un mausoleo aislado como era costumbre y quedo ahí entre tantos que jamás han sido visitados.

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Foto: Archivo Histórico.

Muchos años después la orden religiosa de Sevilla, España, solicitó de la manera más amable al gobierno del Territorio Sur la exhumación del cuerpo de la religiosa para que fuera enviado de inmediato a Europa, pues su familia quería que el cuerpo descansara en el mausoleo familiar.

El día en el que fue exhumado se descubrió que el ataúd estaba rasguñado y golpeado, pues la religiosa había sido sepultada viva por error. Se corrió la voz en todo el Territorio Sur, y con esto comenzó un sinnúmero de exhumaciones para ver si alguien más no había sido enterrado cuando aún no moría.

Desde aquel momento —cuenta la leyenda—, a la religiosa se le ha visto en distintos puntos de La Paz, siendo la catedral su destino favorito para el peregrinaje eterno.