Loreto, la Virgen que dio nombre a la California jesuita

FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En 1697, un puñado de jesuitas y soldados desembarcó en la ensenada de Conchó, en la península entonces llamada “California”. Al frente iba el padre Juan María de Salvatierra. Pocos días después, el 25 de octubre, llevaron en procesión la imagen de Nuestra Señora de Loreto y, bajo su amparo, quedó fundada la Misión que sería la “cabeza y madre” de todas las misiones de las Californias. Aquel asentamiento —hoy ciudad de Loreto, Baja California Sur— se convirtió en el primer enclave permanente de la colonización peninsular y el punto de irradiación del sistema misional hacia el norte.

¿Por qué los jesuitas eran tan “loretanos”? La devoción a la Virgen de Loreto venía cargada de símbolos potentes para la espiritualidad católica de la época: la “Santa Casa” de Nazaret, asociada al misterio de La Encarnación, y una narrativa de protección y movilidad que conectaba santuarios y fronteras. En el Noroeste Novohispano, los jesuitas impulsaron de manera sistemática la piedad mariana —incluida la advocación loretana— como estrategia central de su misión: imágenes, réplicas de la Santa Casa, novenas y fiestas patronales que cohesionaban a comunidades indígenas y mestizas en contextos de frontera.

También te podría interesar: San Bruno: la misión que quiso fundar California

La especial devoción de Salvatierra

En el caso de Salvatierra, la relación con la Virgen de Loreto fue personal y programática. Ya en México, antes de cruzar a California, promovió la construcción de réplicas de la Santa Casa en colegios jesuitas (San Gregorio, Tepotzotlán, Querétaro, Guadalajara), y en sus cartas desde la península llamó a la Virgen “la gran conquistadora”, atribuyéndole su éxito inicial. En un pasaje célebre, relata cómo, “invocando a Nuestra Señora de Loreto”, se libraron de un peligro de mar que juzgaron evidente. Esa devoción explica en buena medida decisiones, gestos y símbolos del proyecto californiano.

¿Por qué la primera Misión se llamó Loreto?

El nombre fue una consecuencia natural de ese fervor. Tras el desembarco en Conchó, los jesuitas instalaron una capilla provisional y, el 25 de octubre de 1697, condujeron en procesión solemne la imagen de Nuestra Señora de Loreto; desde ese acto fundacional, el sitio se conoció como Real de Nuestra Señora de Loreto y, pronto, Misión de Nuestra Señora de Loreto Conchó. Desde allí partieron hombres, recursos e ideas para fundar las demás misiones de la península y, más tarde, las de la Alta California.

El culto loretano en Baja California Sur

Más de tres siglos después, el rastro de aquella devoción sigue vivo. La antigua Misión alberga hoy el Museo de las Misiones Jesuíticas, que resguarda arte y objetos sacros vinculados a la evangelización peninsular. La ciudad mantiene celebraciones religiosas y cívicas en torno a su fundación de octubre y a la memoria litúrgica universal de la Virgen de Loreto cada 10 de diciembre, instaurada en el calendario romano por decreto del papa Francisco en 2019. En el imaginario regional, la Virgen de Loreto conserva el título afectivo de “Patrona de las Californias”, y su fiesta reúne a fieles locales y visitantes en templos y plazas.

Una herencia que nombra y ordena el territorio

Nombrar fue un modo de fundar. Al llamar “Loreto” a su primera misión, los jesuitas trasladaron a la California novohispana un lenguaje espiritual que unía casa, camino y promesa. La imagen loretana marcó ritmos de fiesta, legitimó alianzas y sirvió de paraguas simbólico para una empresa que combinó catequesis, disciplina y organización social. Esa “madre de las misiones” quedó como capital de las Californias durante décadas, y su huella —arquitectónica, devocional e histórica— explica por qué la Virgen de Loreto no es solo un nombre antiguo en una fachada: es una memoria compartida que aún estructura la identidad loretana y sudcaliforniana.

Referencias:

Archivo Histórico de las Misiones de Baja California. Fundación de la Misión de Nuestra Señora de Loreto Conchó (1697). Disponible en sitios de divulgación histórica regional.

Ortega Noriega, Sergio. El sistema misional jesuita en el Noroeste de México. Estudios sobre la religiosidad mariana y las advocaciones promovidas por la Compañía de Jesús en los siglos XVII-XVIII.

Cartas del Padre Juan María de Salvatierra. Testimonios recogidos en crónicas jesuitas sobre la fundación de la misión y su especial devoción a la Virgen de Loreto.

Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Museo de las Misiones Jesuíticas de Loreto. Información institucional sobre la devoción mariana y el patrimonio material en Baja California Sur.

Vatican News. El Papa Francisco inscribe la memoria de la Virgen de Loreto en el Calendario Romano (2019). Referencia sobre la fiesta universal de la Virgen de Loreto.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




San Bruno: la misión que quiso fundar California

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la memoria colectiva de Baja California Sur, el nombre de San Bruno apenas aparece entre las piedras secas de la sierra y las aguas tranquilas del Mar de Cortés. Sin embargo, aquel sitio fundado en 1683 marcó el primer intento serio de colonización española en la península y dejó un legado tan frágil como decisivo en la historia del Noroeste de México. Detrás de esta empresa estuvieron dos figuras centrales: el almirante Isidro de Atondo y Antillón, hombre de armas y mar, y el jesuita Eusebio Francisco Kino, sacerdote, explorador y visionario.

Desde el siglo XVI, los intentos españoles de establecerse en la península habían fracasado por la dureza del clima, la escasez de agua, los enfrentamientos con las poblaciones indígenas y la falta de recursos para sostener colonias permanentes. Tras las expediciones de Hernán Cortés, Francisco de Ulloa y Sebastián Vizcaíno, la California seguía siendo un territorio inhóspito y en gran medida inexplorado. En 1683, el Virreinato de la Nueva España reactivó sus ambiciones. Isidro de Atondo, con experiencia militar y naval, recibió el título de Almirante de las Californias. Su misión era clara: colonizar y evangelizar el territorio, convirtiéndolo en una extensión segura del dominio español. Para ello contaba con un aliado de excepción: el jesuita Eusebio Francisco Kino, originario de Trento, matemático y astrónomo, pero sobre todo, un misionero convencido de que la fe podía abrir caminos donde la espada fallaba.

También te podría interesar: Mauricio Castro Cota: el héroe sudcaliforniano entre las sombras y la memoria

El 1 de abril de 1683, la expedición desembarcó en la bahía de La Paz. Allí se fundó la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de las Californias, un pequeño asentamiento fortificado que buscaba ser semilla de la colonización. Los jesuitas levantaron una capilla improvisada, mientras los soldados construyeron trincheras y cañoneras. Pero el contacto con los pueblos pericúes y guaycuras pronto se tornó violento. La escasez de alimentos, los malentendidos culturales y las tensiones por el uso del agua desembocaron en choques armados. Apenas en julio de ese mismo año, los españoles dispararon contra indígenas que habían entrado al recinto, causando muertes y desconfianza irreparable. El proyecto fracasó y se decidió abandonar La Paz.

En octubre de 1683, la expedición volvió a intentarlo. Esta vez eligieron un sitio más al Norte, en tierras cochimíes, cerca de la actual Loreto. Allí fundaron el Real de San Bruno (el 6 de octubre que es el día del santo) y, junto a él, una pequeña misión que serviría como centro espiritual y cultural. San Bruno fue levantado con una fortificación triangular que contaba con tres puntos de artillería. Se construyó también una capilla de adobe y palma, y los jesuitas iniciaron la enseñanza de la doctrina cristiana. Kino no sólo catequizaba: plantó viñedos, tradujo oraciones a la lengua cochimí y elaboró un catecismo adaptado a la realidad local. Su visión integraba fe, ciencia y agricultura. Para los cochimíes, sin embargo, el contacto resultaba ambivalente. Algunos aceptaban las enseñanzas y el intercambio de bienes, otros resistían con recelo. El aislamiento y la rudeza del entorno hicieron el resto.

El clima fue el enemigo mayor. La tierra árida, las lluvias escasas y la lejanía de los centros de abastecimiento en Sinaloa y Sonora pusieron a prueba la resistencia de los colonos. La comida escaseaba, las enfermedades se propagaban y los envíos de provisiones desde el continente eran insuficientes. Kino se mostró renuente a abandonar la misión. Estaba convencido de que San Bruno podía convertirse en el faro de la evangelización en California. Atondo, más pragmático, veía las cuentas de hombres y recursos sangrar día tras día. Finalmente, en mayo de 1685, apenas año y medio después de su fundación, se tomó la decisión de levantar el campamento. El Real de San Bruno fue abandonado. Los pocos indígenas convertidos regresaron a su vida tradicional y la península volvió a quedar sin presencia española permanente.

El hubiera de San Bruno

Aunque efímero, San Bruno dejó huella. Fue el primer asentamiento jesuita en la península y sirvió de laboratorio para futuros intentos. Kino realizó desde allí importantes expediciones de reconocimiento, como la primera travesía documentada de la península de lado a lado, del Golfo al Pacífico. Sus informes y mapas demostraron que Baja California era una península, y no una isla como se pensaba en Europa. El fracaso enseñó a la Corona y a la Compañía de Jesús que la colonización no podía basarse únicamente en entusiasmo misionero ni en fuerza militar. Se requerían estrategias logísticas sólidas, apoyo financiero constante y una relación menos violenta con los pueblos originarios. Doce años después, en 1697, el jesuita Juan María de Salvatierra fundaría la Misión de Loreto, considerada la primera misión permanente de la península. Pero esa historia no se entiende sin el precedente de San Bruno.

Hoy, el sitio de San Bruno es apenas un paraje silencioso, con vestigios mínimos en medio del desierto sudcaliforniano. Para los cronistas e historiadores, sin embargo, representa un momento clave: el cruce entre la ambición imperial, la fe jesuita y la resistencia de la naturaleza. El almirante Atondo regresó al continente, marcado por la experiencia, y Kino fue destinado más tarde a la Pimería Alta, en Sonora y Arizona, donde alcanzó fama como “Padre de las Misiones”. Pero en las arenas de Baja California quedaron sembradas las primeras semillas de lo que después sería un vasto entramado misional. San Bruno no sobrevivió, pero demostró que la península podía ser recorrida, cartografiada y, con paciencia, evangelizada. Fue un fracaso que abrió el camino al éxito de otros. Y en la fragilidad de sus muros de adobe se esconde la fuerza de la historia: la que enseña más con sus caídas que con sus victorias.

Referencias bibliográficas

  1. Mathes, W. Michael. Californiana I: Documentos para la historia de la demarcación comercial de California (1679–1686). México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1970.
  2. León-Portilla, Miguel. Cartografía y crónicas de la Antigua California. México: UNAM / Instituto de Investigaciones Históricas, 1989.
  3. Nieser, Hans. San Bruno: El fracaso de la primera misión jesuita en Baja California (1683–1685). La Paz, B.C.S.: Gobierno del Estado de Baja California Sur / Archivo Histórico Pablo L. Martínez, 2000.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




La expulsión de los Jesuitas: Adiós a una Era en Loreto y la Antigua California

IMÁGENES: IA.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El 17 de diciembre de 1767 marcó un parteaguas en la historia de la península de California. El gobernador Gaspar de Portolá llegó a Loreto con la misión de ejecutar la orden real de expulsar a los jesuitas, quienes durante 70 años habían establecido y administrado un sistema misional que transformó profundamente la región. Este suceso representó no sólo el fin de una era religiosa, sino también el inicio de una nueva etapa política y social influenciada por las Reformas Borbónicas de la Corona Española.

La historia de la presencia jesuita en California comenzó en 1697, con la fundación del Real Presidio de Loreto por Juan María de Salvatierra. Este fue el primer asentamiento permanente en la región y se convirtió en el epicentro de las actividades misioneras y colonizadoras. Enfrentándose a enormes desafíos, desde un entorno hostil hasta la escasez de recursos, los jesuitas lograron fundar 17 misiones que sentaron las bases para la evangelización de los indígenas y el aprovechamiento de los recursos naturales.

Te puede interesar: 367 Aniversario del natalicio de Juan María de Salvatierra. Un misionero visionario 

Durante su estancia, los jesuitas introdujeron prácticas agrícolas, ganaderas y artesanales, como la elaboración de vino, el curtido de pieles y la cestería. Estas enseñanzas no sólo enriquecieron la dieta y las actividades económicas de los pueblos originarios, sino que también dejaron un legado que, siglos después, aún puede observarse en las tradiciones y prácticas de los descendientes de esas comunidades.

Sin embargo, la misión jesuita no estuvo exenta de críticas. La implementación de reducciones misionales trajo consigo la aculturación de los indígenas y la propagación de enfermedades europeas, como la sífilis, el sarampión y la viruela, que diezmaron a la población nativa. A pesar de estos efectos negativos, los jesuitas desempeñaron un papel central en la integración de la península al dominio español y, posteriormente, al desarrollo de lo que hoy conocemos como Baja California.

El contexto de la expulsión

La expulsión de los jesuitas fue consecuencia directa de los cambios políticos y económicos que se vivían en Europa a mediados del siglo XVIII. España, bajo el reinado de Carlos III, se encontraba en una crisis financiera debido a las guerras y al sostenimiento de una corte extravagante. En este contexto, la doctrina del regalismo cobró fuerza, promoviendo el control estatal sobre los bienes eclesiásticos y justificando la intervención del Estado en las iglesias nacionales.

Para Carlos III, la expulsión de los jesuitas representaba una oportunidad para consolidar su poder y obtener recursos económicos a través de la desamortización de los bienes de la orden. En 1767, el visitador José de Gálvez fue comisionado para implementar las Reformas Borbónicas en la Nueva España, que incluían la expulsión de los jesuitas de todos los territorios bajo dominio español. Mientras la orden se ejecutó rápidamente en el centro y sur del virreinato, la lejanía de las misiones californianas retrasó su implementación hasta finales de ese año.

La llegada de Gaspar de Portolá

Gaspar de Portolá, recién nombrado gobernador, desembarcó en el puerto de San Bernabé el 30 de noviembre de 1767, acompañado de un contingente de soldados. Aunque existía la preocupación de que los jesuitas pudieran resistirse a abandonar sus misiones, esto no ocurrió. De manera discreta, Portolá se dirigió a Loreto, llegando el 17 de diciembre, donde comunicó la orden real al sacerdote encargado de las misiones jesuitas en California.

El proceso de expulsión de los jesuitas se llevó a cabo con orden y respeto. Los misioneros de las 14 misiones diseminadas por la península fueron convocados al Real Presidio de Loreto. El 3 de febrero de 1768, los jesuitas se despidieron de la comunidad que habían servido durante décadas. Por la mañana, el padre Retz celebró una misa solemne en la que comulgó toda la población. Más tarde, el padre Hostel, conmovido tras 33 años de servicio en la región, organizó una emotiva ceremonia en honor a la Virgen de los Dolores, pidiendo su protección para los misioneros y los habitantes que quedaban atrás.

Esa misma noche, los jesuitas abordaron el navío La Concepción. Aunque el embarque se planeó en la oscuridad para evitar tumultos, la playa de Loreto se llenó de personas que acudieron a despedirlos. El gobernador Portolá, conmovido por las muestras de cariño hacia los religiosos, no pudo contener las lágrimas. Finalmente, al amanecer del 4 de febrero, el barco zarpó, marcando el fin de la era jesuita en California.

La partida de los jesuitas no significó el abandono de las misiones californianas. Apenas un mes después, el 14 de marzo de 1768, un grupo de 15 franciscanos, liderado por Junípero Serra, salió de San Blas, Nayarit, con destino a Loreto. Esta nueva orden religiosa de los franciscanos asumió la responsabilidad de las misiones ex jesuíticas, garantizando la continuidad del proyecto evangelizador y cultural en la región.

Reflexiones sobre el fin de una Era

La expulsión de los jesuitas marcó el cierre de un capítulo significativo en la historia de California. Durante siete décadas, estos religiosos habían enfrentado desafíos extremos para establecer un sistema misional que transformó la vida en la península. Su legado incluye la introducción de nuevas prácticas agrícolas y artesanales, así como la creación de comunidades que sirvieron de base para el desarrollo posterior de la región.

Sin embargo, la partida de los jesuitas también simbolizó las tensiones entre los intereses políticos y religiosos de la época. Mientras Carlos III consolidaba su poder a expensas de la orden religiosa, las misiones californianas pasaron a manos de los franciscanos, quienes continuarían el trabajo iniciado por sus predecesores.

Hoy, más de 250 años después, este episodio sigue siendo un recordatorio de cómo las decisiones políticas y económicas en Europa tuvieron un impacto profundo en las vidas de quienes habitaban tierras lejanas como California. Loreto, el corazón de la Antigua California, atestiguó un momento que cambió el curso de su historia y dejó un legado que aún resuena en las tradiciones y la identidad de la región.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




La Pastorela de San Miguel de Comondú. Herencia ancestral en la California 

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El inicio de la etapa jesuítica en la California data del año de 1697, con la fundación del Real Presidio y Misión de Nuestra Señora de Loreto-Conchó, encabezada por el sacerdote Juan María de Salvatierra y Visconti. Esta etapa se extendió por 70 años, durante los cuales los miembros de la Compañía se dedicaron a realizar una sistemática evangelización de toda la población indígena en el territorio peninsular hasta entonces conocido. Una parte de esta obra lo constituyó la implantación de actos de la cosmovisión de la iglesia católica, los cuales se llevaban a cabo a través de escenificaciones teatrales, tal es el caso de la pastorela que aún hasta el presente se sigue realizando en poblados como el de San Miguel de Comondú.

Las pastorelas son escenificaciones teatrales en las cuales se describe la peregrinación que realizaron la Virgen María y San José en su viaje hacia el pueblo de Belén. En el trayecto, se narra el nacimiento de Jesús, la reencarnación de la divinidad, así como las peripecias que sufren los pastores que tratan de llegar hasta el lugar del nacimiento, y son acosados por Lucifer y sus demonios, para evitar que lleguen a su destino. Toda esta dramatización finaliza con la derrota del mal por medio de la intervención de las huestes celestiales, y el arribo de los pastores al sitio donde ha nacido el hijo de Dios.

También te podría interesar: San Francisco Javier. Un Santo y una Misión en la California.

De acuerdo a la tradición del catolicismo, la idea de escenificar el pasaje bíblico donde se narra el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, se le atribuye a San Francisco de Asís, el cual la realiza en el año de 1223 (siglo XIII) en Italia. Se dice que, para montar esta obra, San Francisco utilizó animales reales, así como feligreses a los cuales instruyó sobre el papel que tendrían que representar. En un principio su actuación se limitaba a permanecer estáticos, mientras que un narrador hacía una reflexión del suceso, de acuerdo a lo expresado en la biblia. Con el paso del tiempo, esta dramatización se fue extendiendo en diferentes reinos, y se le fueron incorporando personajes, así como dándole todo un contexto en el cual se describía la lucha entre el bien y el mal. 

Se cree que la primera escenificación de una pastorela en la Nueva España tuvo lugar en el año 1530 en el poblado que hoy se conoce como Cuernavaca. El sacerdote encargado de montarla fue el franciscano Andrés de Olmos. En un principio los diálogos entre los actores se realizaban en castellano, sin embargo, paulatinamente se fueron expresando en las lenguas que usaba la población indígena. Los jesuitas, como una de las órdenes más importantes al interior de la iglesia católica, retoman la dramatización, y realizan la primera de ellas, bajo su conducción, en el año de 1574. El propósito de que fueran los mismos indígenas los actores de este drama, así como que dijeran los diálogos en su lengua nativa, obedecía a la transmisión de la religión cristiana, así como la obediencia a la política del régimen español. También se procuraba la enseñanza de conceptos inexistentes en la cultura indígena, tales como el infierno y los demonios. 

No se sabe con exactitud cuándo se empezó a escenificar la primera pastorela en la California. La mayoría de los estudiosos del tema sostienen que fueron los jesuitas los responsables de preparar a los indígenas californios para representar la primera pastorela, y que esto pudo realizarse en los primeros años de la época jesuítica (siglo XVIII). También hay quienes creen que pudo haber ocurrido como mínimo en 1850. Esta escenificación también es denominada como Coloquio debido a que se basa en diálogos entre los diferentes actores.

La pastorela que ha pervivido hasta nuestros días se realiza en tres poblados del norte de la actual entidad de Baja California Sur, que por cierto fueron los primeros sitios colonizados por los jesuitas: La Purísima, Loreto y San Miguel de Comondú, siendo este último sitio en donde se tiene mayormente documentada esta escenificación, y en donde se ha practicado con mayor regularidad. De acuerdo a la información proporcionada por la Profesora Jackeline Verdugo Meza a su servidor, ella recuerda que, desde muy pequeña, en los viajes que realizaba con sus padres al poblado de San Miguel de Comondú, pudo presenciar a integrantes de la comunidad escenificando la pastorela, a la cual ellos denominaban Los pastores. Al paso de los años, fue conociendo la logística con la cual se realizaba este evento, la cual era totalmente asumida por los pobladores. A través de una tradición trasmitida de forma oral de padres a hijos, los pobladores asumían el papel de los diferentes personajes: Aparrado, Gila, Dina, Tebano, Felizardo, Florispes, Bartolo, Bato, Lucifer marcello, Asmadeo (Asmodeo), Ermitaño, Indio, feligreses y Tristán. Al inicio del mes de diciembre se daban cita en casas de algunos pobladores en donde podían ensayar los diálogos e incluso confeccionar el vestuario, el cual era sufragado por cada uno de ellos. Llegado el día 24 de diciembre, realizaban la escenificación de los Pastores o Coloquio de San Miguel en un lugar previamente acordado el cual podía ser el atrio de la iglesia o la plaza pública del poblado.

 

Gracias a diversas personas que se han preocupado por documentar esta pastorela, como son el Profesor Salvador Aguiar, Antonio Sequera Meza y Vicente T. Mendoza, se cuenta con la dramatización completa de la misma, la cual puede ser consultada en el libro El Coloquio de San Miguel de la autoría de José Antonio Sequera Meza, y editado por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura en el año 2008. Podemos concluir con orgullo que San Miguel de Comondú es el pueblo pionero en la escenificación del teatro en la California del Sur.

De acuerdo a lo que he investigado, desde el año de 2016 no se ha vuelto a representar este Coloquio en el Poblado de San Miguel, debido a diversas causas como son la pandemia de Covid, pero también a la falta de personas que motiven e impulsen esta actividad en aquel poblado. Ojalá que las instituciones responsables de promover la cultura en nuestro estado impulsen acciones tendientes al rescate de esta representación.

Referencia

Sequera M., J. A. (2008). El Coloquio de San Miguel. Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




El piadoso Juan Ugarte conoce California

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Guatemala y la California tuvieron una gran relación desde los primeros años en que se inició la exploración. Una figura destacadísima en nuestra media península a la cual se debe la consolidación de unos de los pueblos más pintorescos, San Francisco Javier, así como formar parte de la primera oleada de misioneros comprometidos que consolidaron el poblamiento de nuestra tierra, y su integración al virreinato de la Nueva España. Esta figura a la que nos referimos es al sacerdote jesuita Juan de Ugarte Vargas, de grato recuerdo y gran veneración por quienes conocemos su obra.

El sacerdote Ugarte, nació en el pueblo de Tegucigalpa el 22 de julio de 1662. A pesar de que muchas personas lo consideran hondureño, esto no es así. En la época en que Ugarte nació existía una entidad territorial que abarcaba una gran extensión de Centroamérica, el equivalente a lo que hoy son los países de Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, además del estado mexicano de Chiapas.

También te podría interesar: Juan Rodríguez Cabrillo, más que una leyenda 

A este vasto territorio se le denominaba Reino de Guatemala, el cual estaba bajo las órdenes de un Gobernador designado directamente por el rey, y que también detentaba el poder de Capitán general, Presidente de la Audiencia y delegado de la Real hacienda. Es a partir del siglo XIX que se inicia con la división política y territorial de sus partes, hasta culminar con la independencia de todas ellas y emerger como países. Es entonces que podemos concluir que el lugar de nacimiento del sacerdote Juan de Ugarte Vargas se encontraba dentro del Reino de Guatemala, por lo que se le debe considerar como guatemalteco y no hondureño, aún a pesar de que su pueblo natal, Tegucigalpa, el día de hoy sea la capital del país de Honduras.

Sus padres fueron Juan de Ugarte y María de Vargas, los cuales procrearon a 13 hijos más. Desde muy pequeño sintió el llamado hacia el sacerdocio, y a pesar de que un acaudalado tío, el cual era clérigo, intentó ponerlo al frente de sus negocios y propiedades, con el objetivo de que cuando muriera fuera su heredero, Ugarte renunció a este gran privilegio de una vida llena de comodidades y les planteó a sus padres su deseo de ingresar a un colegio sacerdotal. Fue tanta su insistencia que su padre al final aceptó el destino que su hijo deseaba abrazar, y lo llevó a recibir sus primeras letras en un colegio jesuita de la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, que en aquel entonces era la capital del Reino de Guatemala.

Durante su estancia en este colegio fue tanta su dedicación y sus logros escolares que, al finalizar, el mismísimo padre provincial, enterado de sus logros, le pide que acuda a la Ciudad de México para que inicie sus estudios de noviciado en Tepotzotlán. Al tiempo se traslada a la Nueva España y, el 14 de agosto de 1679 inicia su noviciado. Para el año de 1683, lo tenemos estudiando filosofía en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo. Durante un tiempo fue enviado a dar clases de gramática en el Colegio de Zacatecas, sin embargo, a los dos años fue solicitada de nuevo su presencia en el Colegio Máximo. En 1688 se traslada a San Idelfonso de Puebla para continuar con su ministerio como formador de futuros sacerdotes.

Para el año de 1693 se le ordena como sacerdote y empieza su tercera probación, desempeñando labores de maestro en el Colegio de Tepotzotlán y en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, en donde gracias a su carácter de prudente administrador y gran don de servicio, lo nombran Rector del mismo. El 2 de febrero de 1696, ofrece su cuarta probación y profesa solemnemente como miembro de la Compañía. En ese año el padre Juan de Ugarte cumplió 34 años, habiendo alcanzado por méritos propios y sin buscarlo ni desearlo, éxitos y nombramientos que sólo eran concedidos a personas con muchos más años en el ministerio.

Estando enfocado totalmente en estas labores, es que en el año de 1696, conoce a los padres Juan María de Salvatierra y Eusebio Francisco Kino, los cuales le informan del proyecto de ir a misionar en la California, siendo tan fervientes y sinceras sus intenciones, que logran insuflar el mismo ánimo a Ugarte, el cual quería unirse con ellos de inmediato, sin embargo lo convencen de que lo mejor sería que usara sus dotes de organización y administrador para que consiguiera fondos para esta obra tan grandiosa, la cual debería ser costeada en su totalidad por la Compañía de Jesús si se quería que la Corona Española accediera a permitirles emprender esta noble obra. En ese mismo año es nombrado Procurador de las Misiones de California, y emprende con redoblados bríos sus visitas a miembros prominentes de la sociedad novohispana, en la búsqueda de donativos para fortalecer la noble misión de evangelización que pronto iniciaría. A pesar de que el padre Juan dedicaba todo su tiempo a conseguir recursos, en su mente y su alma estaban siempre presentes las tierras de California, y su gran deseo por ir ejercer su ministerio en este apartado lugar.

En el año de 1700, el único barco con el que se trasladaban los alimentos y demás productos para el sostenimiento de la endeble Misión de Loreto se va a pique debido a su mal estado. Este trágico suceso era la ocasión que el padre Ugarte necesitaba, y pretextando que debía de trasladarse hacia el puerto de Yaqui para verificar la compra de un nuevo navío, se le concede por sus superiores el permiso para ausentarse de sus labores en la Ciudad de México. Adquiere un nuevo barco y en el mes de marzo de 1701, se traslada hacia Loreto donde fue bien recibido por los padres Salvatierra y Píccolo, los cuales celebran su llegada. Sin embargo, era necesario contar con un procurador que continuara haciendo las colectas de fondos para sostener las misiones de este sitio, por lo que se decide que el padre Ugarte se traslade a la recién fundada Misión de San Francisco Xavier de Vigge-Biaundó, y sustituya al padre Francisco María Píccolo, mismo que parte a la capital del virreinato.

El sacerdote Juan de Ugarte, desde su llegada fue uno de los misioneros más comprometidos con la evangelización. La primera muestra de ello la dio en el año de 1704, cuando las provisiones que se enviaban para el sostenimiento de todos empezaron a escasear hasta el punto de que pasaron varios meses sin llegar, por lo que el mismo sacerdote Juan María de Salvatierra, después de ver la forma tan abnegada en que todos habían soportado el hambre, decide que se abandone la península. Al enterarse el padre Ugarte de tal decisión, se dirige hacia el altar donde se encontraba la virgen de Loreto, y hace un solemne voto de no abandonar estas tierras en donde recién iniciaba la evangelización, aun cuando todos se fueran. Posteriormente dio un discurso tan apasionado y lleno de fervor que convence a Salvatierra, los soldados y marineros de quedarse todos, sin importar que tuvieran que morir en el sostenimiento de las misiones. En muchas ocasiones se le escuchó decir al padre Salvatierra, que era al padre Juan de Ugarte a quien se debía la conversión de las Californias, y a nadie más.

Durante su estancia de 30 años como misionero de San Francisco Javier, el incansable padre Ugarte enseñó labrado de madera y albañilería a los conversos, igual que a sembrar la tierra; introdujo en California el cultivo de vid, maíz, calabaza, frijol, garbanzo, trigo, naranja, sandía, limón y melón. Introdujo el hilado y tejido de la lana y llevó ovejas y carneros. Fabricó ruecas, tornos y telares e hizo llevar de Tepic un maestro llamado Antonio Norán, para que enseñara a sus neófitos este noble arte. Procuró que los californios tuviesen tierras comunales, aves de corral, cabras, ovejas, y sementeras propias, donde cosechaban maíz, calabaza y frutas. Instaló un hospital y escuelas para niños y niñas.

También, el sacerdote Ugarte fue un destacado y entusiasta explorador de la geografía de la California. Durante sus largas caminatas en las cercanías de su misión, en la Sierra de la Giganta, fundó los pueblos de visita de San Pablo, Santa Rosalía y San Miguel, a los cuales visitaba con cierta regularidad para evangelizar y atender a sus numerosos pobladores. En el mes de noviembre de 1705, el padre Ugarte realizó una exploración a las costas de la Mar de Sur en cumplimiento a la petición que realizaba el virrey de que exploraran aquellos sitios en búsqueda de un sitio donde pudiera hacer escala la Nao de China. Para esta misión se hizo acompañar de cuarenta guerreros yaquis que se le enviaron con este propósito.

Lamentablemente después de varias semanas de exploración no logró encontrar sitio adecuado para establecer un puerto. Además de ser un gran explorador en tierra, el padre Ugarte era uno de los mejores en el mar. Realizó una gran cantidad de viajes entre la misión de Santa Rosalía de Mulegé y Loreto, así como entre Loreto y otros puntos de las costas de los actuales estados de Sinaloa y Sonora. En el mes de mayo de 1721, es comisionado por las autoridades españolas para que realice un viaje hacia el Yaqui, y desde este lugar se vaya costeando hasta el punto más septentrional del Golfo de California, y descienda por las costas de la California, con la misión de despejar la gran incógnita de si la California era una isla o estaba unida al continente (península). Durante varios meses llevó a cabo esta travesía, estando en varias ocasiones en peligro de muerte, pero su ánimo y empeño, lograron que culminara su misión, retornando a Loreto, habiendo demostrado la insularidad de la California.

En el año de 1719, el sacerdote Ugarte decide emprender una obra que se antojaba imposible, la construcción de un barco lo suficientemente grande que pudiera costear ambos lados de la península de California, así como trasladarse a los puertos de Yaqui y Matanchel para traer las tan necesarias mercancías que permitían el sostenimiento de las misiones. Aprovechando los informes de unos neófitos de su misión, se trasladó a las entrañas de la Sierra de Guadalupe para cortar una gran cantidad de güéribos, árboles de gran tamaño y fortaleza que servirían para la construcción planeada. Mandó traer todos los accesorios de metal que se ocuparía, del puerto de Matanchel, y contrató a un maestro de obras experimentado, así como varios carpinteros para que hicieran el mejor de los trabajos con el barco.

Durante varias semanas trabajó intensamente el padre Juan de Ugarte, codo a codo con sus amados californios, cortando y trasladando los troncos hasta el sitio donde se construyó el improvisado astillero. Como buen administrador que era, se encargó de la paga puntual y el alimento de todos los trabajadores, ya que sabía que esa era la clave para que no desistieran de este trabajo. Finalmente, el 14 de septiembre de 1719, el barco fue botado al mar, logrando sortear el primer viaje hasta el puerto de Loreto, en donde ingresó ante la mirada incrédula de los habitantes, y el pecho lleno de orgullo del padre Ugarte y todos los que habían participado en esta magna obra. Este primer barco construido completamente en la California estuvo en funcionamiento, según se dice, por 30 años, realizando incontables viajes.

En noviembre de 1720, el padre Juan de Ugarte y Jaime Bravo, se trasladan en la balandra El Triunfo de la Cruz, con el propósito de fundar una misión en el puerto de La Paz. Gracias a las grandes dotes negociadoras de estos misioneros logran reconciliar a los pericúes y guaycuras que se disputaban los recursos del lugar, y fundan la Misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz, quedándose como misionero el padre Jaime Bravo.

El padre Juan José de Villavicencio, fue el encargado por la Compañía de Jesús de realizar la biografía del padre Juan de Ugarte. En este interesante manuscrito, se menciona que Ugarte era un hombre de gustos sencillos y siempre deseoso de entregar a quien lo necesitara sus pocas y pobres pertenencias. Cuando llegó a la California y durante varios años, demostró una gran vitalidad y fuerza, lo que le ayudó a hacer progresar a su misión en la agricultura, ganadería y en la evangelización de los californios. Sin embargo, los constantes ayunos a los que se sometía, principalmente por no descuidar sus actividades misionales y por darle de comer primero a sus neófitos, fueron debilitándolo hasta el punto de que hicieron presa de él muchas enfermedades. En el viaje de exploración que emprendió por el golfo de California, adquirió unas terribles llagas de las cuales no se pudo recuperar y que constantemente le causaban grandes dolores, los cuales soportaba estoicamente.

Cuando habían pasado escasos 5 meses de haber cumplido los 67 años, se le agravaron al padre Juan de Ugarte sus enfermedades. Tenía un asma bronquial bastante avanzada, una desnutrición y osteoporosis en grado severo y las piernas necrosadas por una atención inadecuada de sus llagas. A pesar de que se le brindó la mejor atención en la Misión de Loreto, ya no pudo restablecerse, y el 29 de diciembre de 1730 fallece, rodeado del cariño y veneración de sus hermanos de Orden, así como sus queridos californios. Sus restos descansan en alguna parte del terreno que actualmente ocupa el Templo de Nuestra Señora de Loreto Conchó.

Bibliografía:

Zambrano F.1965 Diccionario bio-bibliográfico de la Compañía de Jesús en México. Editorial Jus.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.