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La Pastorela de San Miguel de Comondú. Herencia ancestral en la California 

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El inicio de la etapa jesuítica en la California data del año de 1697, con la fundación del Real Presidio y Misión de Nuestra Señora de Loreto-Conchó, encabezada por el sacerdote Juan María de Salvatierra y Visconti. Esta etapa se extendió por 70 años, durante los cuales los miembros de la Compañía se dedicaron a realizar una sistemática evangelización de toda la población indígena en el territorio peninsular hasta entonces conocido. Una parte de esta obra lo constituyó la implantación de actos de la cosmovisión de la iglesia católica, los cuales se llevaban a cabo a través de escenificaciones teatrales, tal es el caso de la pastorela que aún hasta el presente se sigue realizando en poblados como el de San Miguel de Comondú.

Las pastorelas son escenificaciones teatrales en las cuales se describe la peregrinación que realizaron la Virgen María y San José en su viaje hacia el pueblo de Belén. En el trayecto, se narra el nacimiento de Jesús, la reencarnación de la divinidad, así como las peripecias que sufren los pastores que tratan de llegar hasta el lugar del nacimiento, y son acosados por Lucifer y sus demonios, para evitar que lleguen a su destino. Toda esta dramatización finaliza con la derrota del mal por medio de la intervención de las huestes celestiales, y el arribo de los pastores al sitio donde ha nacido el hijo de Dios.

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De acuerdo a la tradición del catolicismo, la idea de escenificar el pasaje bíblico donde se narra el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, se le atribuye a San Francisco de Asís, el cual la realiza en el año de 1223 (siglo XIII) en Italia. Se dice que, para montar esta obra, San Francisco utilizó animales reales, así como feligreses a los cuales instruyó sobre el papel que tendrían que representar. En un principio su actuación se limitaba a permanecer estáticos, mientras que un narrador hacía una reflexión del suceso, de acuerdo a lo expresado en la biblia. Con el paso del tiempo, esta dramatización se fue extendiendo en diferentes reinos, y se le fueron incorporando personajes, así como dándole todo un contexto en el cual se describía la lucha entre el bien y el mal. 

Se cree que la primera escenificación de una pastorela en la Nueva España tuvo lugar en el año 1530 en el poblado que hoy se conoce como Cuernavaca. El sacerdote encargado de montarla fue el franciscano Andrés de Olmos. En un principio los diálogos entre los actores se realizaban en castellano, sin embargo, paulatinamente se fueron expresando en las lenguas que usaba la población indígena. Los jesuitas, como una de las órdenes más importantes al interior de la iglesia católica, retoman la dramatización, y realizan la primera de ellas, bajo su conducción, en el año de 1574. El propósito de que fueran los mismos indígenas los actores de este drama, así como que dijeran los diálogos en su lengua nativa, obedecía a la transmisión de la religión cristiana, así como la obediencia a la política del régimen español. También se procuraba la enseñanza de conceptos inexistentes en la cultura indígena, tales como el infierno y los demonios. 

No se sabe con exactitud cuándo se empezó a escenificar la primera pastorela en la California. La mayoría de los estudiosos del tema sostienen que fueron los jesuitas los responsables de preparar a los indígenas californios para representar la primera pastorela, y que esto pudo realizarse en los primeros años de la época jesuítica (siglo XVIII). También hay quienes creen que pudo haber ocurrido como mínimo en 1850. Esta escenificación también es denominada como Coloquio debido a que se basa en diálogos entre los diferentes actores.

La pastorela que ha pervivido hasta nuestros días se realiza en tres poblados del norte de la actual entidad de Baja California Sur, que por cierto fueron los primeros sitios colonizados por los jesuitas: La Purísima, Loreto y San Miguel de Comondú, siendo este último sitio en donde se tiene mayormente documentada esta escenificación, y en donde se ha practicado con mayor regularidad. De acuerdo a la información proporcionada por la Profesora Jackeline Verdugo Meza a su servidor, ella recuerda que, desde muy pequeña, en los viajes que realizaba con sus padres al poblado de San Miguel de Comondú, pudo presenciar a integrantes de la comunidad escenificando la pastorela, a la cual ellos denominaban Los pastores. Al paso de los años, fue conociendo la logística con la cual se realizaba este evento, la cual era totalmente asumida por los pobladores. A través de una tradición trasmitida de forma oral de padres a hijos, los pobladores asumían el papel de los diferentes personajes: Aparrado, Gila, Dina, Tebano, Felizardo, Florispes, Bartolo, Bato, Lucifer marcello, Asmadeo (Asmodeo), Ermitaño, Indio, feligreses y Tristán. Al inicio del mes de diciembre se daban cita en casas de algunos pobladores en donde podían ensayar los diálogos e incluso confeccionar el vestuario, el cual era sufragado por cada uno de ellos. Llegado el día 24 de diciembre, realizaban la escenificación de los Pastores o Coloquio de San Miguel en un lugar previamente acordado el cual podía ser el atrio de la iglesia o la plaza pública del poblado.

 

Gracias a diversas personas que se han preocupado por documentar esta pastorela, como son el Profesor Salvador Aguiar, Antonio Sequera Meza y Vicente T. Mendoza, se cuenta con la dramatización completa de la misma, la cual puede ser consultada en el libro El Coloquio de San Miguel de la autoría de José Antonio Sequera Meza, y editado por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura en el año 2008. Podemos concluir con orgullo que San Miguel de Comondú es el pueblo pionero en la escenificación del teatro en la California del Sur.

De acuerdo a lo que he investigado, desde el año de 2016 no se ha vuelto a representar este Coloquio en el Poblado de San Miguel, debido a diversas causas como son la pandemia de Covid, pero también a la falta de personas que motiven e impulsen esta actividad en aquel poblado. Ojalá que las instituciones responsables de promover la cultura en nuestro estado impulsen acciones tendientes al rescate de esta representación.

Referencia

Sequera M., J. A. (2008). El Coloquio de San Miguel. Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

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El piadoso Juan Ugarte conoce California

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Guatemala y la California tuvieron una gran relación desde los primeros años en que se inició la exploración. Una figura destacadísima en nuestra media península a la cual se debe la consolidación de unos de los pueblos más pintorescos, San Francisco Javier, así como formar parte de la primera oleada de misioneros comprometidos que consolidaron el poblamiento de nuestra tierra, y su integración al virreinato de la Nueva España. Esta figura a la que nos referimos es al sacerdote jesuita Juan de Ugarte Vargas, de grato recuerdo y gran veneración por quienes conocemos su obra.

El sacerdote Ugarte, nació en el pueblo de Tegucigalpa el 22 de julio de 1662. A pesar de que muchas personas lo consideran hondureño, esto no es así. En la época en que Ugarte nació existía una entidad territorial que abarcaba una gran extensión de Centroamérica, el equivalente a lo que hoy son los países de Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, además del estado mexicano de Chiapas.

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A este vasto territorio se le denominaba Reino de Guatemala, el cual estaba bajo las órdenes de un Gobernador designado directamente por el rey, y que también detentaba el poder de Capitán general, Presidente de la Audiencia y delegado de la Real hacienda. Es a partir del siglo XIX que se inicia con la división política y territorial de sus partes, hasta culminar con la independencia de todas ellas y emerger como países. Es entonces que podemos concluir que el lugar de nacimiento del sacerdote Juan de Ugarte Vargas se encontraba dentro del Reino de Guatemala, por lo que se le debe considerar como guatemalteco y no hondureño, aún a pesar de que su pueblo natal, Tegucigalpa, el día de hoy sea la capital del país de Honduras.

Sus padres fueron Juan de Ugarte y María de Vargas, los cuales procrearon a 13 hijos más. Desde muy pequeño sintió el llamado hacia el sacerdocio, y a pesar de que un acaudalado tío, el cual era clérigo, intentó ponerlo al frente de sus negocios y propiedades, con el objetivo de que cuando muriera fuera su heredero, Ugarte renunció a este gran privilegio de una vida llena de comodidades y les planteó a sus padres su deseo de ingresar a un colegio sacerdotal. Fue tanta su insistencia que su padre al final aceptó el destino que su hijo deseaba abrazar, y lo llevó a recibir sus primeras letras en un colegio jesuita de la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, que en aquel entonces era la capital del Reino de Guatemala.

Durante su estancia en este colegio fue tanta su dedicación y sus logros escolares que, al finalizar, el mismísimo padre provincial, enterado de sus logros, le pide que acuda a la Ciudad de México para que inicie sus estudios de noviciado en Tepotzotlán. Al tiempo se traslada a la Nueva España y, el 14 de agosto de 1679 inicia su noviciado. Para el año de 1683, lo tenemos estudiando filosofía en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo. Durante un tiempo fue enviado a dar clases de gramática en el Colegio de Zacatecas, sin embargo, a los dos años fue solicitada de nuevo su presencia en el Colegio Máximo. En 1688 se traslada a San Idelfonso de Puebla para continuar con su ministerio como formador de futuros sacerdotes.

Para el año de 1693 se le ordena como sacerdote y empieza su tercera probación, desempeñando labores de maestro en el Colegio de Tepotzotlán y en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, en donde gracias a su carácter de prudente administrador y gran don de servicio, lo nombran Rector del mismo. El 2 de febrero de 1696, ofrece su cuarta probación y profesa solemnemente como miembro de la Compañía. En ese año el padre Juan de Ugarte cumplió 34 años, habiendo alcanzado por méritos propios y sin buscarlo ni desearlo, éxitos y nombramientos que sólo eran concedidos a personas con muchos más años en el ministerio.

Estando enfocado totalmente en estas labores, es que en el año de 1696, conoce a los padres Juan María de Salvatierra y Eusebio Francisco Kino, los cuales le informan del proyecto de ir a misionar en la California, siendo tan fervientes y sinceras sus intenciones, que logran insuflar el mismo ánimo a Ugarte, el cual quería unirse con ellos de inmediato, sin embargo lo convencen de que lo mejor sería que usara sus dotes de organización y administrador para que consiguiera fondos para esta obra tan grandiosa, la cual debería ser costeada en su totalidad por la Compañía de Jesús si se quería que la Corona Española accediera a permitirles emprender esta noble obra. En ese mismo año es nombrado Procurador de las Misiones de California, y emprende con redoblados bríos sus visitas a miembros prominentes de la sociedad novohispana, en la búsqueda de donativos para fortalecer la noble misión de evangelización que pronto iniciaría. A pesar de que el padre Juan dedicaba todo su tiempo a conseguir recursos, en su mente y su alma estaban siempre presentes las tierras de California, y su gran deseo por ir ejercer su ministerio en este apartado lugar.

En el año de 1700, el único barco con el que se trasladaban los alimentos y demás productos para el sostenimiento de la endeble Misión de Loreto se va a pique debido a su mal estado. Este trágico suceso era la ocasión que el padre Ugarte necesitaba, y pretextando que debía de trasladarse hacia el puerto de Yaqui para verificar la compra de un nuevo navío, se le concede por sus superiores el permiso para ausentarse de sus labores en la Ciudad de México. Adquiere un nuevo barco y en el mes de marzo de 1701, se traslada hacia Loreto donde fue bien recibido por los padres Salvatierra y Píccolo, los cuales celebran su llegada. Sin embargo, era necesario contar con un procurador que continuara haciendo las colectas de fondos para sostener las misiones de este sitio, por lo que se decide que el padre Ugarte se traslade a la recién fundada Misión de San Francisco Xavier de Vigge-Biaundó, y sustituya al padre Francisco María Píccolo, mismo que parte a la capital del virreinato.

El sacerdote Juan de Ugarte, desde su llegada fue uno de los misioneros más comprometidos con la evangelización. La primera muestra de ello la dio en el año de 1704, cuando las provisiones que se enviaban para el sostenimiento de todos empezaron a escasear hasta el punto de que pasaron varios meses sin llegar, por lo que el mismo sacerdote Juan María de Salvatierra, después de ver la forma tan abnegada en que todos habían soportado el hambre, decide que se abandone la península. Al enterarse el padre Ugarte de tal decisión, se dirige hacia el altar donde se encontraba la virgen de Loreto, y hace un solemne voto de no abandonar estas tierras en donde recién iniciaba la evangelización, aun cuando todos se fueran. Posteriormente dio un discurso tan apasionado y lleno de fervor que convence a Salvatierra, los soldados y marineros de quedarse todos, sin importar que tuvieran que morir en el sostenimiento de las misiones. En muchas ocasiones se le escuchó decir al padre Salvatierra, que era al padre Juan de Ugarte a quien se debía la conversión de las Californias, y a nadie más.

Durante su estancia de 30 años como misionero de San Francisco Javier, el incansable padre Ugarte enseñó labrado de madera y albañilería a los conversos, igual que a sembrar la tierra; introdujo en California el cultivo de vid, maíz, calabaza, frijol, garbanzo, trigo, naranja, sandía, limón y melón. Introdujo el hilado y tejido de la lana y llevó ovejas y carneros. Fabricó ruecas, tornos y telares e hizo llevar de Tepic un maestro llamado Antonio Norán, para que enseñara a sus neófitos este noble arte. Procuró que los californios tuviesen tierras comunales, aves de corral, cabras, ovejas, y sementeras propias, donde cosechaban maíz, calabaza y frutas. Instaló un hospital y escuelas para niños y niñas.

También, el sacerdote Ugarte fue un destacado y entusiasta explorador de la geografía de la California. Durante sus largas caminatas en las cercanías de su misión, en la Sierra de la Giganta, fundó los pueblos de visita de San Pablo, Santa Rosalía y San Miguel, a los cuales visitaba con cierta regularidad para evangelizar y atender a sus numerosos pobladores. En el mes de noviembre de 1705, el padre Ugarte realizó una exploración a las costas de la Mar de Sur en cumplimiento a la petición que realizaba el virrey de que exploraran aquellos sitios en búsqueda de un sitio donde pudiera hacer escala la Nao de China. Para esta misión se hizo acompañar de cuarenta guerreros yaquis que se le enviaron con este propósito.

Lamentablemente después de varias semanas de exploración no logró encontrar sitio adecuado para establecer un puerto. Además de ser un gran explorador en tierra, el padre Ugarte era uno de los mejores en el mar. Realizó una gran cantidad de viajes entre la misión de Santa Rosalía de Mulegé y Loreto, así como entre Loreto y otros puntos de las costas de los actuales estados de Sinaloa y Sonora. En el mes de mayo de 1721, es comisionado por las autoridades españolas para que realice un viaje hacia el Yaqui, y desde este lugar se vaya costeando hasta el punto más septentrional del Golfo de California, y descienda por las costas de la California, con la misión de despejar la gran incógnita de si la California era una isla o estaba unida al continente (península). Durante varios meses llevó a cabo esta travesía, estando en varias ocasiones en peligro de muerte, pero su ánimo y empeño, lograron que culminara su misión, retornando a Loreto, habiendo demostrado la insularidad de la California.

En el año de 1719, el sacerdote Ugarte decide emprender una obra que se antojaba imposible, la construcción de un barco lo suficientemente grande que pudiera costear ambos lados de la península de California, así como trasladarse a los puertos de Yaqui y Matanchel para traer las tan necesarias mercancías que permitían el sostenimiento de las misiones. Aprovechando los informes de unos neófitos de su misión, se trasladó a las entrañas de la Sierra de Guadalupe para cortar una gran cantidad de güéribos, árboles de gran tamaño y fortaleza que servirían para la construcción planeada. Mandó traer todos los accesorios de metal que se ocuparía, del puerto de Matanchel, y contrató a un maestro de obras experimentado, así como varios carpinteros para que hicieran el mejor de los trabajos con el barco.

Durante varias semanas trabajó intensamente el padre Juan de Ugarte, codo a codo con sus amados californios, cortando y trasladando los troncos hasta el sitio donde se construyó el improvisado astillero. Como buen administrador que era, se encargó de la paga puntual y el alimento de todos los trabajadores, ya que sabía que esa era la clave para que no desistieran de este trabajo. Finalmente, el 14 de septiembre de 1719, el barco fue botado al mar, logrando sortear el primer viaje hasta el puerto de Loreto, en donde ingresó ante la mirada incrédula de los habitantes, y el pecho lleno de orgullo del padre Ugarte y todos los que habían participado en esta magna obra. Este primer barco construido completamente en la California estuvo en funcionamiento, según se dice, por 30 años, realizando incontables viajes.

En noviembre de 1720, el padre Juan de Ugarte y Jaime Bravo, se trasladan en la balandra El Triunfo de la Cruz, con el propósito de fundar una misión en el puerto de La Paz. Gracias a las grandes dotes negociadoras de estos misioneros logran reconciliar a los pericúes y guaycuras que se disputaban los recursos del lugar, y fundan la Misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz, quedándose como misionero el padre Jaime Bravo.

El padre Juan José de Villavicencio, fue el encargado por la Compañía de Jesús de realizar la biografía del padre Juan de Ugarte. En este interesante manuscrito, se menciona que Ugarte era un hombre de gustos sencillos y siempre deseoso de entregar a quien lo necesitara sus pocas y pobres pertenencias. Cuando llegó a la California y durante varios años, demostró una gran vitalidad y fuerza, lo que le ayudó a hacer progresar a su misión en la agricultura, ganadería y en la evangelización de los californios. Sin embargo, los constantes ayunos a los que se sometía, principalmente por no descuidar sus actividades misionales y por darle de comer primero a sus neófitos, fueron debilitándolo hasta el punto de que hicieron presa de él muchas enfermedades. En el viaje de exploración que emprendió por el golfo de California, adquirió unas terribles llagas de las cuales no se pudo recuperar y que constantemente le causaban grandes dolores, los cuales soportaba estoicamente.

Cuando habían pasado escasos 5 meses de haber cumplido los 67 años, se le agravaron al padre Juan de Ugarte sus enfermedades. Tenía un asma bronquial bastante avanzada, una desnutrición y osteoporosis en grado severo y las piernas necrosadas por una atención inadecuada de sus llagas. A pesar de que se le brindó la mejor atención en la Misión de Loreto, ya no pudo restablecerse, y el 29 de diciembre de 1730 fallece, rodeado del cariño y veneración de sus hermanos de Orden, así como sus queridos californios. Sus restos descansan en alguna parte del terreno que actualmente ocupa el Templo de Nuestra Señora de Loreto Conchó.

Bibliografía:

Zambrano F.1965 Diccionario bio-bibliográfico de la Compañía de Jesús en México. Editorial Jus.

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Las guerras entre los grupos étnicos originales de la California

 

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La península de Baja California es hermosa en paisajes tanto al interior como en sus costas. Sus sierras y llanos contrastan con el maravilloso blanco-azul de sus playas y mares, lo cual lo hace un lugar idóneo para habitarse desde hace miles de años. Sin embargo esta belleza que se aprecia aún hoy en día no bastaba para mantener en paz a sus habitantes sino que de forma frecuente se trababan guerras entre ellos con no pocas víctimas.

Al interior de las bandas o rancherías de pericúes, guaycuras y cochimíes se establecía un equilibrio más o menos permanente debido a la consanguinidad de los integrantes. Por lo general el grupo consistía en los ancianos que eran los ascendientes vivos más antiguos de este grupo y los demás hombres y mujeres eran sus hijos y nietos. También a estos grupos se sumaban hombres y mujeres de otras bandas que se unían a través de ceremonia de casamiento  o con una simple manifestación de intención de estar juntos. Lo anterior favorecía por un lado la renovación genética a efecto de evitar la concepción consanguínea, y por otro lado permitía el establecimiento de alianzas entre estos grupos lo que garantizaba el acceso a fuentes de alimento, agua y territorios que de otra forma estarían vedados.

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En ocasiones, las diferencias entre las bandas o rancherías se originaba por parcialidades y rencores de unas contra otras, como menciona Miguel del Barco. El origen de ellos eran, por poner algunos ejemplos, las relaciones sexuales no consentidas entre integrantes de diferente grupo, el penetrar en territorios y convertirse en competidores serios de los escasos recursos de alimento y bebida que había en ellos. Los jesuitas comentan en sus escritos que a veces estos conflictos eran por situaciones tan pueriles como negarse el saludo o tomar momentáneamente un objeto que pertenecía a otra persona. Una vez que se iniciaba el agravio las situaciones iban subiendo de tono ya que uno de ellos le infería alguna hostilidad o daño al contrincante y así sucesivamente. Al final, cuando alguno de los pendencieros consideraba que se le había infringido demasiado daño o que él estaba en desventaja para ofender al rival entonces procedía a llamar en su socorro las rancherías amigas, para dar todas juntas sobre las contrarias.

Los californios, sabedores de las graves consecuencias que podría acarrearle para su salud el hecho de ser herido en estos combates (rozones, heridas graves, luxaciones, fracturas, etc.) procuraba rehuir el enfrentamiento físico lo más posible. Simplemente hay que imaginarnos que en aquellos años, los diferentes grupos étnicos originales requerían de tener todos sus miembros y sentidos corporales en buen estado para arrancar al desierto el alimento y bebida necesaria, ya sea en el mar, la sierra o la llanura, y el hecho de tener alguna lesión los exponía a dejar de conseguir alimento mientras se curaban, o en el peor de los casos, a sufrir de una infección que desencadenara una gangrena o septicemia. Es por lo anterior que cuando los grupos habían decidido enfrentarse con otro, se encargaban de publicar a los cuatro vientos, de forma estruendosa, que estaban haciendo acopio de flechas, arcos, pedernales y demás herramientas, para hacer la guerra, y cerciorarse que la banda enemiga lo supiera. En muchas ocasiones este tipo de estrategia daba el efecto deseado y la banda menos fuerte ponía pies en polvorosa, huyendo.

Cuando se realizaba el combate entre estos grupos, el hombre más hábil para el manejo de las armas o conocedor del terreno donde pelearía y de técnicas de guerra, era el que tomaba el liderazgo (que sólo duraba durante este periodo de guerra). Los hombres, de cada bando, se organizaban en pelotones, los cuales se dirigían al terreno seleccionado para pelear entre grande algazara y gritería con el fin de intimidar a sus oponentes. Después de unos minutos en que ninguno de los bandos demostraba miedo o deseos de retirarse, venía la confrontación armada: por turnos, los pelotones delanteros iniciaban la lucha cuerpo a cuerpo o lanzándose flechas y otros objetos, y cuando este grupo se cansaba, se le acababan las flechas o simplemente se retiraban, el pelotón siguiente pasaba al frente a enfrentar al grupo oponente.

Según el jesuita Miguel del Barco, nos comenta en sus crónicas que las armas que utilizaban estos grupos para la guerra eran: el arco y la flecha, que dicho sea de paso, la mayoría de ellos eran expertos y podían acertar a objetos a distancias grandísimas, también utilizaban largos palos, como lanzas, a los cuales les endurecían la punta al ponerlas al fuego. Los cochimíes que vivían en las inmediaciones de la Misión de San Borja, y más al norte, también utilizaban una especie de picadera de cantero; por un extremo con pico y por otro la boca o hachuela de corte. También estos mismos grupos utilizaban una garrucha de pozo, de un palmo de diámetro, con su canalita en medio, y con su cabo, de palmo y medio de largo.

Durante estas guerras había muertos y heridos por ambos bandos, y si tomamos en cuenta que estos enfrentamientos eran constantes, podemos decir que constituían un mecanismo de selección natural en donde los fuertes, diestros y más hábiles sobrevivían. En conclusión, el sacerdote Miguel del Barco, el cual residió durante casi 32 años en la Misión de San Francisco Javier de Vigge-Biaundó, comenta que en estas batallas vencía, no quien tenía más destreza o más pujanza y valor, sino quien se mantenía más firme contra el miedo propio, o acertaba a infundirle al enemigo. Así crecían, y se hacían generales los rencores, las parcialidades y las guerras, al paso de unos y otros se disminuían con recíprocas muertes. Como bien comentamos al principio, la presión emocional y psicológica sobre el enemigo era el factor determinante para el triunfo de estos enfrentamientos, tal como lo es ahora.

 

Bibliografía

Historia General de Baja California Sur. I. La economía regional. Dení Trejo Barajas (Coordinación general). Edith González Cruz (Editora del volumen).

 

 




La construcción de la California Misionera: fantasía y realidad

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando la Compañía de Jesús, logró que se le concediera su ingreso a la California a través de la licencia expedida por el virrey José Sarmiento Valladares en el año de 1697, iniciaron con el reclutamiento de misioneros que quisiera venir a dar su vida en esta península a cambio de evangelizar a sus pobladores. Muchos de los que llegaron durante sus 70 años de estancia tenían diferentes visiones sobre esta tierra y su potencial, lo que nos hace pensar en que en algunas ocasiones construyeron una “geografía fantasiosa de la California”.

Juan María de Salvatierra, Píccolo y Ugarte, que fueron los primeros misioneros en arribar a la California, tuvieron los sabios consejos de Eusebio Francisco Kino, el cual por dos años había habitado esta península en la fracasada expedición del almirante Isidro Atondo y Antillón. Sus experiencias al recorrer cientos de leguas hacia diferentes puntos de la península les permitieron dibujar en su mente los paisajes que había descubierto, y al mismo tiempo, cuando llegaron a la California en 1697, y empezaron a  explorarla, a aceptar los escenarios que se les presentaban.

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Sin embargo, aún con lo anterior, muchos de los sacerdotes que llegaban a esta tierra, lo hacía “con un ánimo fresco, capaz de forjar espejismos en las mentes de aquellos pioneros” (La economía misional de Francisco Altable). Y es que la fe y la razón en muy pocas veces se ponen de acuerdo en la mente de los hombres. Todos estos sacerdotes habían sido forjados en colegios en donde se les hacía creer con todas sus fuerzas que el suplicio y el martirio por lograr prosperar la misión a la que se les enviara, era lo máximo a lo debían dirigir sus anhelos. Durante años escuchaban testimonios de misioneros que eran asesinados por grupos de indígenas, y que al regar con su sangre la tierra donde fueron enviados, era la antesala al ingreso a la gloria eterna. Su mente estaba entrenada para ver fértiles campos entre las espinas y cardones, y a saborear deliciosos platillos cuando apenas podían llevar a sus estómagos un pedazo de pan rancio y una sabandija cazada con miles de penurias.

Y es que sólo con tener personas con este tipo de entrenamiento, que fueran capaces de venir a pasar hambres, grandes sacrificios, soledades e incomprensión, sin recibir nada a cambio más que la promesa de una vida llena de felicidad después de su muerte, fue posible el que se conquistara la agreste California. Muchos de estos misioneros realizaron grandes recorridos por mar y tierra en toda la península con la esperanza de encontrar “el oculto edén” detrás de cada cerro, en la siguiente cueva o en la ensenada que se veía a lo lejos.

Un ejemplo claro de lo anterior lo leemos en la crónica que realizó el padre Ignacio María Nápoli en el año de 1721, cuando fue enviado para establecer la misión que posteriormente llevaría por nombre del Apóstol Santiago. El sacerdote mencionaba, que a su paso por las regiones australes de la California, había visto parajes en donde se podían sembrar cientos de almudes de maíz y trigo, y recoger cientos por uno de ellos que se sembrara, que los bosques y ríos que ahí se encontraban podían dar de comer a todos los habitantes no sólo de la península sino de la Nueva España. Es verdad que el padre realizó su viaje durante el mes de agosto, y en un año que particularmente había sido muy benéfico en precipitaciones pluviales, pero de ninguna manera se podía asemejar a los que el sacerdote Nápoli veía en su fantasiosa imaginación, y que registró en su informe.

De igual forma, el sacerdote Francisco María Piccolo, S. J., da cuenta en un informe titulado Informe Del Estado de la Nueva Cristiandad de California, el cual fue elaborado en 1702 y llevado a la ciudad de Guadalajara, en donde menciona los inmensos placeres perleros y la gran cantidad de recursos con los que se contaba en la California, por lo que solicitaba el apoyo de sus superiores de la Orden para continuar con su benéfica conquista espiritual. Lo cierto es que cuando Píccolo realiza este viaje, Salvatierra y Ugarte —que eran sus hermanos de orden que quedaron en la California—, estaban a punto de morir de hambre por no tener ya nada de provisiones para alimentarse, y se veían en la necesidad de acudir al monte, al igual que los soldados que los acompañaban, a recoger plantas y sabandijas como lo hacían los californios, para subsistir. Sin embargo en la correspondencia e informes que enviaban fuera de California, insistían en la presencia de grandes posibilidades para obtener alimento y hacer florecer el desierto.

“La fe religiosa” que demostraron la mayor parte de los misioneros, sobre todo la primer generación que llegó, encabezada por Salvatierra, Píccolo y Ugarte, fue pieza fundamental para el establecimiento y puesta en marcha del proyecto misional en estas tierras. Su “sincera religiosidad”, como quiera que este concepto se pueda interpretar por el Lector, permitió que decenas de acaudalados mecenas de la Ciudad de México y otros sitios de la Nueva España, accedieran a desembolsar grandes cantidades para seguir manteniendo y expandiendo las misiones en la California. Los sacerdotes jamás vieron su estancia en esta tierra como lo hacía un soldado o un explorador, los cuales acuden a estos lugares movidos por la codicia o por el precio de su paga, y que tras encontrar los primeros obstáculos o simplemente al acabarse el alimento y las remesas de dinero, de inmediato piensan en regresar y abandonar la misión. Fue por ello que después de la llegada de Hernán Cortés a la California, en 1535, se sucedieron varias decenas de exploraciones, las cuales acabaron en rotundos fracasos. Lo anterior se debió por el argumento que acabo de mencionar. Incluso, España llegó a tomar la decisión de considerar la península como “tierra inconquistable” y por lo mismo suspendió cualquier expedición hasta este destino durante muchos años.

Finalmente es importante mencionar que, si bien es cierto que los sacerdotes eran capaces de percibir la esterilidad del suelo peninsular cuando no había lluvias frecuentes, así como la resistencia permanente de los californios para seguir sus instrucciones y cambiar su forma de vida, se cuidaron muy bien de que estas situaciones no se vieran reflejados en sus informes. Todo lo contrario, pintaban un panorama prometedor, y a unos pobladores en un estado casi “edénico” y siempre dispuestos a cooperar con ellos, o por lo menos así lo escribían en sus informes en la primera veintena de años tras su llegada. No podían perder la confianza de las autoridades virreinales así como de los mecenas que les proporcionaban los recursos económicos para sostener sus misiones, por lo que debían de sostener sus visiones fantasiosas a como diera lugar. Un ejemplo delo anterior se percibe en una carta escrita por el sacerdote Juan María de Salvatierra en donde menciona que el pasto que se daba en Loreto “era de tal bondad que el poco ganado que tenía había engordado y que la tierra circundante se reconocía como buena para las actividades pecuarias”.

Hombres de fe y de decisiones, los misioneros jesuitas fueron la piedra fundamental que estableció las bases firmes de la colonización de la península de California. Bien haríamos los actuales habitantes en reconocer su benéfica y trascendental obra a través de monumentos, nombres de calles, títulos de bibliotecas y demás espacios para la cultura, las artes y la ciencia con nombres de todos estos misioneros que forjaron nuestro presente.

Bibliografía:

Historia General de Baja California Sur. I. La economía regional. Dení Trejo Barajas (Coordinación general). Edith González Cruz (Editora del volumen).

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Cosmogonía de los antiguos californios

FOTOS: Internet

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cada uno de los pueblos en el orbe han tratado de dar una explicación a las preguntas más trascendentales de la humanidad, las cuales son ¿de dónde venimos?, ¿para qué estamos aquí?, ¿quién nos creó?, ¿hacia dónde vamos?. Las respuestas que se han dado han sido condicionadas por su nivel cultural, su desarrollo, e incluso, por los intercambios con grupos con los que tuvieron contacto.

En el caso de nuestros californios, sí dieron respuesta a estas preguntas, lamentablemente, por carecer de un sistema de escritura no pudieron perpetuarlas hasta los tiempos modernos, siendo sólo consignadas, de forma parcial, tergiversada, y a regañadientes por los jesuitas. En nuestra parte sur de la península de California existieron diferentes etnias, las cuales fueron agrupadas en tres grandes grupos por los jesuitas. Cada uno de ellos tenía su propia forma de interpretar el mundo y cómo fueron creados. Las podemos resumir de la siguiente manera:

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Los pericúes creían que en el cielo habitaba un gran señor que creó el cielo, la tierra y el mar. Lo llamaban Niparajá —en algunos escritos aparece como Niparaya. Estaba casado con Anajicojondi, con la que había tenido tres hijos, uno de ellos de nombre Cuajaip —otros los escriben como Quaayaip—, vivió entre ellos y los adoctrinaba. Cada que él quería entraba debajo de la tierra y creaba a más hombres, a pesar de que él los ayudaba, los hombres se revelaron, le atravesaron la cabeza con un ruedo de espinas y lo mataron. El sacerdote Venegas escribió que: “dicen que su cuerpo se conserva como si estuviera dormido, manando constantemente sangre. Tiene un tecolote a su lado que le habla”.

También mencionaban que en el cielo vivió un gran personaje al que llamaban Tuparán —otros le decían Bac—, y que se conjuró contra Niparajá. Al final de la gran batalla, Tuparán y los suyos fueron vencidos y arrojados del cielo para encerrarlos en una cueva cerca del mar. Niparajá creó a las ballenas para que vigilaran la cueva y no los dejaran salir. Se tenía la creencia entre los pericúes que, aquel que moría en la guerra no iba al cielo con Niparajá, sino a la cueva con Tuparán. Creían que las estrellas eran de metal y habían sido creadas por un numen llamado Purutahui, y la luna por otro de nombre Cucunumic.

El jesuita Francisco Javier Clavijero menciona que, los “guaicuras” creían que en el norte vivía un espíritu de nombre Guamongo, el cual era maligno y enviaba a la tierra las enfermedades. También, mencionan que había un numen llamado Gujiaqui, quien sembró las pitahayas y dispuso los lugares donde se obtenía la pesca. Él les enseñó a tejer las capas con los cabellos de sus devotos. Tiempo después ya que hubo terminado su misión entre ellos, regresó al norte. Los “guaicuras” creían que el sol, la luna y los demás astros eran fogatas encendidas en el cielo por hombres y mujeres que diariamente caían al mar para volver a salir al día siguiente y encenderlas de nuevo.

En el caso de los cochimíes, Clavijero menciona que, creían en un gran señor que vivía en el cielo y al cual llamaban en su lengua “el que vive”. Este señor había concebido a dos hijos sin concurso de mujer. Ellos habían creado el cielo, la tierra, las plantas, los animales, el hombre, y la mujer. También, habían formado a unos seres invisibles que con el tiempo se volvieron contra ellos y contra el hombre, de tal forma que cuando uno de ellos moría, los metían debajo de la tierra para que no vieran a “el que vive”. Se menciona que creían en “Tamá ambei ucambi tevirichi”, esto es, “el hombre venido del cielo”, al cual rendían culto a través de una ceremonia especial muy particular.

Es muy probable que los californios de las diferentes etnias hayan tenido más creencias sobre diferentes dioses, así como rituales para celebrar diferentes situaciones como el inicio y fin del año, las diferentes temporadas, nacimiento, la muerte, casamiento, entre oros. Sin embargo, poco o nada quedó de la memoria de estos sucesos. Los jesuitas, que fueron los que por 70 años convivieron cotidianamente con ellos, sólo compendiaron algunas ideas incompletas e inconexas, ya que se negaban a ser muy específicos por las reservas que tenían para guardar la memoria de estos sucesos porque era una invitación a que en un futuro se rescatara y volvieran a practicarse. Además, todas estas prácticas las consideraban demoniacas y abominables.

Cuando los jesuitas fueron expulsados de la california, sólo quedaban con vida un poco más de siete mil californios, casi todos ya convertidos al cristianismo, hablaban español, vestían, y tenían las costumbres como los demás pobladores de la Nueva España. No existía ya californio que recordaran sus antiguas leyendas y cosmogonía, ni tampoco había quedado reseña escrita de ellas.

Bibliografía:

Historia de la Antigua ó Baja California – Francisco Javier Clavijero.

Historia natural y crónica de la Antigua California – Miguel del Barco.

Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente. 3 tomos. – Miguel Venegas.

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