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La concepción del hombre como el más racional

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hay un mantra, basado en el prejuicio de que los animales no son racionales, que se ha repetido una y otra vez. Incluso, una definición del concepto de razón remite solamente al ser humano como base de dicha capacidad. La razón sería la capacidad del hombre como guía para toda determinación o acción. Una capacidad reflexiva de cálculo ligada al entendimiento del entorno o sea, la inteligencia.

Para Aristóteles, el hombre era la especie especialísima, el más racional y sufriente entre los animales. No es que el estagirita negara la razón de los animales, la propia palabra “animal “remite al ánima como principio vital. Los animales, según Aristóteles, tienen raciocinio, pero el hombre es el que más raciocinio posee.

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Es, sin embargo, el estoicismo, la corriente que más contribuyó a la noción superior racional del hombre respecto al resto de lo viviente. Para los estoicos, el hombre puede volverse un dios a través de su razón. ¿Cuál razón? La que infiere las cadenas de causa y efecto (Heimarmene), la que entiende el propio logos del cosmos y en un proceso de construcción destrucción avanza y progresa. El hombre, entonces, se separa de la oscuridad cuando la razón penetra en él —una razón, logos material que penetra como pneuma dondequiera que haya forma—, y reside en una chispa de fuego universal, divina, llamada Hegemonicón. El sabio es aquel que armonice su razón con las leyes racionales del cosmos.

Crisipo en su obra Sobre la Providencia afirma que el propio universo es racional —mundo como sistema lógico—. Systema, es un vocablo que define el conjunto de las cosas, los dioses y los hombres. El alma como pneuma es superior en el hombre que en el resto de los vivientes y habita el corazón. Según Crisipo, los animales no son conscientes de que habitan un cosmos lógico. El emperador Marco Aurelio, el hombre es el único que puede desarrollar una ética y un sentido pleno en el universo ya que tiene la capacidad de pensar con método.

Alejandro de Afrodisia defendió la superioridad racional del hombre aduciendo que tiene un juez sobre las presentaciones del mundo, mientras que los animales solo se presentan al mundo —¿lo trascendente frente a lo inmanente? El hombre se equivoca cuando en lugar de seguir a su razón se deja arrastrar por sus pasiones, pero puede corregir mientras que el animal sería pura pasión. Pero, los humanos adquieren la razón con el tiempo, cuando entra ellos. Así, un niño no es racional y su consideración es igual al de otro animal. Los animales no tienen ética, por lo tanto no fundan una moral. El concepto de instinto como explicación etológica ya aparece en Séneca para distinguir los actos de voluntad del hombre frente a los actos inconscientes de los animales.

Algunos argumentos estoicos para negar el derecho a los animales se basan en la racionalidad. Por ejemplo, si los animales fueran racionales no existiría justicia pues matamos animales para nuestro uso, entonces seriamos perpetuamente injustos. Como la ley del mundo animal es comerse unos a otros y entre ellos no hay justicia y el hombre en cambio es justo, entonces los animales no pueden ser racionales. Estos argumentos parecen más sofismas falaces para justificar un antropocentrismo subjetivo.

Descartes negó la res pensante a los animales aduciendo a su sola res extensa, es decir, les negó el alma racional y les condenó a ser sólo cuerpo. Tramposamente, el hombre era la única criatura con ambas, un alma pensante y un cuerpo sintiente. Tal concepto era solo un modo torcido de defender la doctrina cristiana tradicional y antropocéntrica. El hombre como imagen y semejanza de un dios omnisapiente. La filosofía cartesiana es un esfuerzo para justificar los dogmas cristianos desde una racionalidad moderna. Algunos puntos del Discurso del Método así lo indican; el dualismo del hombre como alma-cuerpo en donde el alma lo gobierna o la unicidad de la inteligencia que comparten todos los hombres es la mera unificación de la razón universal platónica con la doctrina cristiana de la unidad del alma —que a su vez mama de la noción estoica.

En una carta escrita al marqués de Newcastle, Descartes escribe:

Es improbable que los animales tengan un alma inmortal… las ostras y las esponjas son demasiado imperfectos como para que esto sea creíble.

¿Las ostras son imperfectas? ¿En qué sentido? Es evidente que aquí el parangón de la perfección es el humano. La separación del humano de los demás seres vivos no es objetiva, no es simplemente un hecho, sino una noción de poder. El negar la razón a lo no humano ayuda a justificar la crueldad y la matanza. Despojar al otro de lo que nos hace humanos minimiza la responsabilidad de nuestros actos y nos predispone como dueños y amos del planeta.

Tal justificación se ha dado teológicamente desde tiempos remotos. Aparece en el libro de moral La enseñanza para Merikare, del 2200 a.C en donde la humanidad se define como el ganado de los dioses y a su vez, los dioses han creado las plantas, las aves y los peces para alimentarnos. En el Génesis, texto que todavía se cree sagrado por millones de personas, Iahvé ordenó a Adán poblar el mundo, sojuzgar y dominar a los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se desplazan sobre la tierra.

Así, incluso pensadores contemporáneos continúan con el prejuicio de la superioridad del hombre defendiendo sus posturas religiosas sin querer remitirse a ellas. Desde su idealismo oscuro, el propio Heidegger definió al hombre como la conciencia libre de la vida mientras que los demás animales tan sólo viven. También, afirmó que el hombre participa de la autoconciencia de sí mismo y de sus acciones, pues evalúa las consecuencias, mientras que, los otros animales sólo tienen conciencia inmediata que les impide actos reflexivos.

Como filosofías que se han difundido e implementado gracias a las victorias militares de grupos religiosos a lo largo de la historia, el prejuicio de la superioridad racional del hombre sobre el resto de la biosfera es un lugar común, pero ¿es cierto? ¿Desde qué perspectiva? ¿Hay hechos y conocimientos sobre la biósfera que pueden refutar este mantra? ¿Las perspectivas humanas son tan centrales que desde nuestra conciencia podemos comprobar nuestra superioridad?

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¿Porqué es tan frágil la masculinidad?

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Sexo y psique

Por Andrea Elizabeth Martínez Murillo

La Paz, Baja California Sur (BCS). ¿Qué significa ser hombre en nuestra sociedad actual? El ser hombre está asociado al coraje, fuerza, valentía, a lo masculino, sin embargo, el solo uso de una falda te hace ser poco hombre, entonces, ¿por qué es tan fácil poner en peligro la masculinidad de un hombre?

La masculinidad es una construcción social, ubicada en un tiempo y espacio determinado sobre lo que se considera ser un hombre.

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Michael Kimmel menciona en su artículo Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina que: “Dentro de la cultura dominante, la masculinidad que define a los blancos, de clase media, adultos jóvenes heterosexuales, es el modelo que establece los standards para otros hombres, con la que se miden otros varones y, a los que, más comúnmente de lo que se cree, ellos aspiran.”

El sociólogo Erving Goffman (1963) escribió que en Estados Unidos, hay sólo “un varón completo, íntegro”: un joven, casado, blanco, urbano, heterosexual norteño, padre protestante de educación universitaria, empleado a tiempo completo, de buen aspecto, peso y altura, con un récord reciente en deportes. Todo hombre que falle en calificar en cualquiera de esas esferas, es probable que se vea a sí mismo como indigno, incompleto, e inferior.”

Esta es la definición que llamaremos masculinidad hegemónica, la imagen de masculinidad de aquellos hombres que controlan el poder, los verdaderos hombres. La definición hegemónica de la virilidad es “un hombre en el poder, un hombre con poder, y un hombre de poder. Igualamos la masculinidad con ser fuerte, exitoso, capaz, confiable, y ostentando control”.

Las propias definiciones de masculinidad que hemos desarrollado en nuestra cultura, perpetúan el poder que unos hombres tienen sobre otros, y que los hombres tienen sobre las mujeres. A todo lo anterior se le conoce como machismo, mismo que abarca cada una de las esferas de nuestra sociedad, pero, ¿cómo interviene el machismo en todo esto? Si consideramos al machismo como un código cultural que incluye un modelo del verdadero hombre y las normas de conducta asociadas a él, resaltan ciertas conductas permitidas y otras no.

Si consideramos que el machismo establece roles familiares y sociales distintos para hombres y mujeres, se evidencia que en estas también hay diferencias marcadas sobre lo que se debe o no hacer, y si consideramos finalmente que en la división del trabajo afectivo los roles masculinos y femeninos se contraponen — es decir, los hombres deben de alejarse lo más posible de los atributos femeninos para afirmar su masculinidad —entonces veremos que las emociones prohibidas de cada lado le serán asignadas necesariamente al otro. Si los hombres no deben ser miedosos, entonces las mujeres lo serán.

Con base en lo anterior, el machismo se ha fortalecido por la opresión y la negación de todo aquello que es femenino, pero, retomando lo que se mencionó al principio, todo esto sigue siendo una construcción social, por ejemplo, lo feo, fuerte y formal se ha transformado en hombres más delgados que se preocupan por su apariencia, ósea, lo masculino se transforma dependiendo de la época histórica en la que nos encontremos, sin embargo, algo que no se ha modificado mucho en el último siglo son las emociones y comportamientos que realzan la masculinidad.

Dentro del modelo machista de la masculinidad, la ausencia de temor ocupa un lugar central: el verdadero hombre no debe tener miedo y si lo siente, no debe demostrarlo jamás, de hacerlo, se acercaría a lo femenino y eso está prohibido.

Desde pequeños, se alienta a los niños a demostrar quién es más valiente o quién se atreve a más, en la adolescencia es común que jueguen arrancones, o beban en exceso sin considerar las consecuencias, y hasta se involucren en peleas, en su mayoría innecesarias, solo para no parecer cobardes.

 

La reticencia a mostrar miedo impide a los hombres pedir ayuda. Ahí donde una mujer no vacilaría en buscar asistencia —en la carretera o en un lugar desconocido—, muchos hombres rehúsan mostrarse temerosos o inseguros y buscan solucionar dicha dificultad sin recurrir a alguien y a veces este alguien es solo un mapa. Esto se ve reflejado en las relaciones interpersonales, el miedo al rechazo y/o al abandono se viven en solitario, se privan de poder compartir su emoción y anulan la única ayuda real que podrían encontrar.

Otra emoción que hace tambalear la masculinidad es la tristeza. La postura estoica del hombre que nunca llora o que nada lo quiebra no puede durar por mucho tiempo. La tristeza es una de las emociones propias de la condición humana, todos estamos expuestos a la pérdida, las decepciones, enfermedades, entre otras. Además, la tristeza que no se asume puede manifestarse de otras formas afectando la salud física y psicológica y dando como resultado un mal manejo de la emoción, así que, en vez de demostrar la tristeza con llanto, melancolía u otra emoción similar, lo que emana es la explosión del coraje o frustración.

Por otro lado, el rechazar la tristeza, los aleja de poder recibir consuelo, cariño y simpatía de los demás. La tristeza es una emoción que necesita la compañía de un otro, al compartirla, se crean o se fortalecen los vínculos afectivos que permiten afrontarla y sobrepasarla.

La sociedad actual sigue considerando ciertas acciones como inaceptables para los hombres, algunas de ellas rayan en lo ridículo, como es el video que se ha popularizado sobre un hombre que no es capaz de limpiarse el trasero porque eso solo lo hacen los gays. Dentro de estos comportamientos encontramos también sentirse acomplejados porque la mujer sea más alta, o sentirse intimidados por un juguete sexual,  comprar productos de higiene básica que digan solo para hombres o tener que crear espacios varoniles como las barberías porque las estéticas son solo para mujeres. Por nombrar algunas. La realidad es que, tenemos tan introyectado lo que un hombre debe de ser, que no percibimos el alcance y por supuesto el daño que hace esta ideología sobre cada una de las personas que conforma esta sociedad.

El hecho de considerar ciertos sentimientos aceptables y otros no, la incapacidad de reconocer las emociones en uno mismo, la tendencia a reprimir, proyectar y distorsionarlas, la incapacidad de expresarlas adecuadamente, constituyen una seria limitación para la vida y para la felicidad.

Si lo pensamos detenidamente, ser hombre en esta sociedad tampoco es tan fácil como se cree, para poder mantener todos los privilegios deben de pagar un precio bastante caro, que es el nunca permitirse sentir ni expresar emoción alguna que no sea el coraje, rabia o frustración, de ahí, todas las demás emociones los hacen parecer menos hombre —ya que, un hombre de verdad controla todo de sí mismo—. Obviamente en la realidad esto se vuelve insostenible y en vez de poder hablarlo con alguien, recurren a los golpes o a los excesos, es por esto que es muy común encontrar hombres que solo borrachos expresen sus sentimientos.

Por lo tanto, lo que vuelve frágil la masculinidad es seguir apegándose a modelos de comportamiento del siglo pasado. Seguir perpetuando formas de ver la realidad distorsionadas de lo que el hombre debe de ser o hacer y justificar esta visión con la supremacía masculina solo porque la biología los hizo más fuertes.

La frágil situación por la que atraviesa la masculinidad en la actualidad, invita a todos los hombres a cuestionarse sobre el modelo que se ha impuesto como verdadero, no debe verse como una agresión al hombre, pero sí es y debe ser, una solicitud urgente de reflexión y de cambio, que permita ponerle fin al machismo, a la opresión y a la desigualdad.

 

Bibliografía

  • Capítulo V. El catálogo machista de las emociones. Autor desconocido.
  • Kimmel, M. Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina. Biblioteca Virtual de Ciencias Sociales.
  • Schongut, N. (2012). La construcción social de la masculinidad: poder, hegemonía y violencia. Universidad Autónoma de Barcelona. Psicología, conocimiento y sociedad.

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