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El ocaso de Guamongo y la Real Cédula del 6 de febrero de 1697

FOTO: Ayuntamiento de Loreto

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Antes de la llegada de los primeros colonos europeos a la Antigua California, Guamongo, divinidad principal de los guaycuras, causante de todas las enfermedades, se enseñoreaba en sus tierras, protegiendo a los guamas, sus principales adoradores y seguidores. Sin embargo, el destino había escrito el final de su reinado, el cual llegaría con el arribo a sus costas de unos hombres vestido de negro, de largos ropajes y que entre sus pertenencias portaban una cruz como símbolo de poder: los jesuitas.

Se tiene registro que desde la llegada de Hernán Cortés a estas tierras (1535) ya venía acompañado de sacerdotes, los cuales durante el tiempo que permaneció en la Bahía de la Santa Cruz hoy La Paz—, se dedicaron a convertir a los gentiles y a construir un incipiente templo. No obstante, debido al desafortunado final de esta expedición y a lo intempestivo de su rescate, tuvieron que abandonar la empresa (1536).

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Pasaron alrededor de 147 años para que, de nuevo, la Corona Española tomara la decisión y tuviera el empeño para concretar la exploración y la consolidación de una colonia en la península que había sido descubierta. Tal empresa fue encomendada al almirante Isidro de Atondo y Antillón, el cual partió desde las costas de Sinaloa, el 18 de marzo de 1683 rumbo al puerto de la Santa Cruz. Lo seguían los sacerdotes jesuitas Eusebio Francisco Kino, Pedro Matías Goñi y Juan Bautista Copart, los cuales representaban a su Compañía tras haber conseguido la licencia del virrey José Sarmiento y Valladares, conde de Moctezuma, para la evangelización de los gentiles que habitaban estas tierras.

Esta expedición no estuvo exenta de contratiempos, algunos sucesos trágicos como los acontecidos en el puerto de la Santa Cruz, y otros tristes como fue el que motivó que tuvieran que abandonar el puerto de San Bruno, recién fundado por ellos; pero lejos estaban estos desafortunados sucesos de cortar el deseo del Imperio Español, sobre todo de los miembros de la Compañía de Jesús, por regresar a la California y continuar con su labor expansionista.

Para la consecución de tal fin, los altos jerarcas de los jesuitas en la Nueva España promovieron acciones decididas y agresivas para evitar que las demás órdenes, que también ambicionaban ser las responsables de la conversión de los gentiles en la California, se les anticiparan. Y es así que consiguen la Real Cédula del 6 de febrero de 1697, en la cual el virrey José Sarmiento autorizó el establecimiento de la Compañía de Jesús en la California con una doble condición: por un lado, que la conquista se hiciese en nombre del rey de España; y por otro, que esta campaña de ocupación y evangelización del territorio no supusiese un gasto para la Real Hacienda. Con ello los jesuitas obtenían también la responsabilidad civil y militar, de modo que a la labor evangelizadora primeramente encomendada se sumaba la potestad sobre el poder político y militar de los territorios conquistados.

Mucho tuvo que ver el trabajo de los sacerdotes Kino y Juan María de Salvatierra para que esta Cédula fuera suscrita, y por fin su tesón se vio coronado con el éxito; a partir de ese momento toda la estructura de la orden de los jesuitas en la Nueva España se pone en marcha para facilitar los medios por los cuales se pudiera concretar esta expedición: se consiguió el barco para trasladar a la gente que acompañaría a Kino y Salvatierra a dichas tierras, y se inició la recaudación de fondos entre los hacendados acaudalados y piadosos, lográndose obtener una buena suma de dinero, en efectivo y en promesas de pago que se harían efectivas en el transcurrir del tiempo.

Padre Juan María de Salvatierra. FOTO: El Vigía

Llegado el mes de octubre y casi a punto de partir, una rebelión entre los indígenas pimas de la Sierra Tarahumara, orilló al padre Francisco Kino a dirigirse hacia esos sitios para tratar de detener el alzamiento, obligando a que Juan María de Salvatierra fuera el apóstol de las Californias, a quien correspondió el honor y gran responsabilidad de concretar esta gran empresa.

Fue el 19 de octubre de 1697 cuando la expedición llegó a las costas peninsulares, pero hasta el día 25 del mismo mes, se realizó una misa solemne así como una procesión con lo que se fundó oficialmente el puerto de Loreto, siendo la primera colonia permanente que se estableció en la península. Durante los primeros años de trabajo en estas tierras se presentaron muchas privaciones, debido a que la Corona española se negaba a darles socorro, esto justificado por la cláusula establecida en la Real Cédula del 6 de febrero, en la que claramente se especificaba que la Compañía de Jesús no sería un cargo económico para la Real Hacienda.

Los envíos de bastimentos desde Sonora y Sinaloa no eran tan frecuentes ni en la cantidad necesaria para mitigar el hambre de los colonos, por lo que muchos de ellos desertaron y regresaron a sus lugares de origen; por otra parte, y a pesar de que se había garantizado el control político y militar de las Misiones que se establecieran en las tierras conquistadas, en muchas ocasiones esto no era respetado por los soldados de presidio que se asignaban para proteger a los sacerdotes. Hubo varios actos de insubordinación o franco desdén por parte de los soldados al negarse a acatar las órdenes que les daban los jesuitas, llegando incluso a discutir acaloradamente en público.

Sin embargo, la colonización y evangelización de la California se puso en marcho y su avance fue irrevocable; Guamongo se vio desterrado de sus tierras por las que durante milenios se enseñoreó a su antojo y voluntad, y hasta el día de hoy sigue confinado en alguna oscura cueva o en el fondo del mar, tal vez esperando la oportunidad para resurgir de nuevo victorioso.

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Don Francisco de Ortega, el primer explorador submarino de las Californias

Campana de Domínguez. FOTO: Oficina Española de Patentes y Marcas.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hace unos días, leyendo el libro Obras de Miguel León-Portilla. Tomo VII La California Mexicana, encontré una referencia interesantísima sobre un explorador español que en los tres viajes que realizó a esta tierra californiana trajo consigo uno de los inventos más revolucionarios en la inmersión dentro del mar, “una campana de madera y plomo, artificio nuevo y traza del dicho capitán Francisco de Ortega, para que puedan ir una o dos personas dentro della a cualquier cantidad de fondo sin riesgo de ahogarse, aunque se esté debajo del agua diez o doce días…”.

Pero antes de pasar a describir este invento tan interesante hablaremos de la vida tan azarosa y fructífera, por lo menos para la California original, de este insigne español. Francisco de Ortega era natural de Villa de Cedillo, España. Probablemente nació a finales del siglo XVI, y a una edad muy temprana se trasladó de su tierra natal hacia la Nueva España, con el fin de hacer fama y fortuna. Muy pronto adquirió el oficio de “experto en construcción de navíos” y viajó a las costas de Nueva Galicia al mando de Melchor de Lezama para construir un barco con el que pretendía viajar hacia la California. Sin embargo la empresa se malogró quedando abandonado a su suerte en aquel lugar.

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Pero como siempre dicen, para un hombre ingenioso y con voluntad de salir adelante, no hay imposibles. Convenció a un grupo de amigos y durante 4 años se dedicó a construir el barco que había quedado en sus inicios con su antiguo empleador. Ya finalizada la empresa urdió una estratagema para poder viajar a la California, donde estaba seguro que encontraría una fortuna en perlas y oro y al fin vería recompensados sus afanes. Consiguió el permiso para partir hacia su aventura de manos del virrey Marqués de Cerralvo en el año de 1632. En este viaje y en los dos más que le siguieron siempre llevó consigo su singular invención, y a pesar de que no hay registro escritos de que la haya empleado, se desprende que sí lo realizó, ya que de otra manera no se explica el que la haya llevado en cada uno de sus viajes y dado el mantenimiento necesario.

El barco que construyó era una fragata y llevaba por nombre Madre Luisa de la Ascensión, navegando en ella recorrió las costas de la California bañadas por el Mar Bermejo. Desembarcó en una isla a la cual nombró Cerralvo. Tuvo contacto con los pericúes y guaycuras, con los cuales intercambió alimento, agua, pieles, perlas y a los que les entregó algunos cuchillos. En el segundo viaje que realizó visitó y nombró a las islas: la que hoy conocemos como San Francisco la bautizan con el nombre de San Simón y Judas. Más al norte descubre luego la isla de San José, de las Ánimas, y otras que bautizan con nombres que hasta hoy se conservan. Son éstas las de San Diego, Santa Cruz, Monserrate, del Carmen, Danzantes y San Ildefonso. Durante este segundo viaje que duró casi siete meses tuvo oportunidad de conocer y dejar escritos los rituales funerarios y demás costumbres de los grupos guaycuras, de sus guerras contra otras rancherías, las plantas de las que se alimentaban. Incluso llegó a enseñar a hablar español a un buen número de indígenas y él mismo aprendió el idioma de los guaycuras el cual consideraba como “fácil de aprender”.

IMAGEN: Museo Naval de Madrid “Colección Navarrete”, Tomo XIX.

Mapa de Islas nombradas por De Ortega. IMAGEN: Navegante Californio.

Es probable que en este viaje, que duró mucho tiempo, De Ortega tuvo la oportunidad de emplear su famosa “campana de madera y plomo”. Esta “máquina” consistía precisamente en un estructura de madera, perfectamente calafateada, para evitar que entrara agua y se fugara el aire que se inyectaba, la cual contaba con herrajes de plomo con el propósito de hacerla pesada y que se pudiera sumergir, llevando en su interior hasta a dos personas, las cuales podían durar varias horas bajo el agua sin peligro de muerte. Mientras esto pasaba, las personas sumergidas podían explorar el fondo marino y recuperar las ansiadas “madreperlas” con su valioso producto, las perlas.

Es muy probable que Francisco de Ortega haya oído hablar de este invento a través de la siguiente historia ocurrida en los primeros años de su llegada a la Nueva España: en 1622 se hundieron en la península de la Florida dos galeones con un importante cargamento de oro y plata. Tras infructuosos intentos de rescate, Francisco Núñez Melián dice tener un invento secreto con el que puede sacar del fondo de las aguas tesoros con gran facilidad. Este ingenio consistía en una campana de bronce de unos 300 kg., fundida en La Habana, provista de un asiento y una ventana para proporcionar iluminación. Con ayuda de este invento se pudo rescatar una parte importante del cargamento. Gracias al ingenio de Ortega no le fue tan complicado inventar su propia versión de “campana” con los materiales de que disponía.

Tonel. FOTO: Biblioteca Nacional de España.

El último viaje que realizó De Ortega fue en el año de 1636. Al arribar a la isla Cerralvo, su acostumbrado punto de llegada a la California, fue recibido por un violento e inesperado temporal que arrojó su fragata contra las rocas y la hizo pedazos. Afortunadamente no hubo pérdidas de vida, pero sí de alimentos y casi todo lo que llevaba para realizar su ansiado viaje. Sin embargo, esta situación que podría haber destrozado el ánimo a cualquier hombre, no lo logró con don Francisco de Ortega, era un hombre de gran temple y sobre todo vasto ingenio. De inmediato puso a su tripulación a recoger la madera que se salvó del naufragio y con ella, en un tiempo récord de 46 días, logró construir un modesto y funcional barco “mastelero” que le permitió trasladarse a tierra firme, al lugar que hoy conocemos como La Paz. Una vez repuestos de la tragedia decide embarcarse con algunos de sus hombre y continuar el recorrido por la costa de la California llegando en esta ocasión a la isla de San Sebastián, conocida hoy como de San Lorenzo, cercana al “canal de Salsipuedes” a unos 28.5 grados norte.

Sin armas, alimento suficiente y con un barco que si bien era funcional, no ofrecía la seguridad de una fragata, decide regresar a Sinaloa para dar los informes requeridos a la Corona. Durante varios años intentó conseguir autorización y capital para viajar a la California pero nunca se le concedió.

Y es así como finaliza una de las hazañas más interesantes de los primeros 100 años de la posesión de estas tierras por Hernán Cortés. La vida y obra de Fernando de Ortega son poco conocidas, pero no por ellos menos importantes. Con su ingenio y perseverancia contribuyó a que se conociera la forma en que vivían los indígenas en esta parte tan alejada del Virreinato de la Nueva España, que se supiera de sus inigualables playas y costas, y de las riquezas que encerraba. Así fue como se dibujó la leyenda de la tierra de Calafia.