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Apuntes sobre los Pericúes

 Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra península inició su poblamiento hace aproximadamente unos 12,500 años. Los grupos que llegaron venían procedentes de Asia, e incursionaron en este continente americano por el famoso estrecho de Bering. Poco a poco fueron descendiendo hacia el sur, y algunos de esllos ingresaron a la península que actualmente lleva el nombre de Baja California, en donde quedaron encapsulados. Este fue el antecedente de los grupos étnicos nativos que durante la Colonia se conocieron como pericúes, guaycuras y cochimíes.

En el caso que hoy nos ocupa, los pericúes, este grupo se asentó en la región más austral de la península, y abarcó casi todo el territorio de lo que actualmente se denomina el Municipio de Los Cabos. De acuerdo a los cálculos realizados por los sacerdotes jesuitas, los cuales permanecieron en nuestra península de 1697 hasta 1768, los pericúes era el grupo menos numeroso, con apenas unos 5000 integrantes. Sus principales actividades eran la pesca y la caza así como la recolección de semillas y frutos, lo cual los hacía un grupo nómada o seminómada, ya que tenían que trasladarse por temporadas a diferentes sitios en búsqueda de alimento y agua. 

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El nombre de pericús o pericúes, se lo impusieron los jesuitas al escuchar sus incesantes pláticas, en las cuales decían las palabras de forma rápida, semejándoseles a los pericos o periquitos, de ahí que hayan adaptado este nombre para denominar a este grupo. Sin embargo, en las crónicas misionales se habla que dentro de los pericúes existían divisiones de grupos: edúes, uchitíes, coras y pericúes. El etnólogo francés, Paul Rivet, desarrolló una interesante hipótesis sobre el origen de los pericúes. De acuerdo a investigaciones que realizó en las osamentas encontradas en entierros de este grupo, él sostenía que habían llegado a esta parte de la península en embarcaciones, navegando desde Australia o Polinesía. Como evidencia de ello menciona que la forma de la cabeza de los pericúes era hiperdolicocéfala, esto es, ancha y redonda, similar a la que tienen los habitantes de aquellas regiones del sur del orbe, muy diferente al resto de los habitantes de la península. También los misioneros jesuitas mencionaban que los pericúes tenían un lenguaje muy diferente al resto de los californios, sin parecido alguno.

Las herramientas que fabricaban los pericúes eran arcos, flechas, arpones de madera, cuerdas de hoja de maguey machucado (ixtle), piedras de moler, leznas, espátulas, ornamentos de madre perla, cuentas de caracoles marinos, lanzadardos, cestas o coritas, contenedores de palma, etc. De acuerdo a las observaciones realizadas por los exploradores y militares europeos así como los jesuitas, se dice que eran excelente nadadores y navegantes. Las islas Espíritu Santo, Cerralvo (Jacques Y. Cousteau) y San José, fueron colonizadas por los pericúes, llegando a ellas desde hace 10,000 años. Los exploradores europeos que arribaron a la región de Los Cabos, mencionan que era común  al estar a unos 5 o 6 kilómetros de distancia de la costa, llegaban hacia ellos una gran cantidad de pericúes montados en sus embarcaciones tan endebles, siendo muy hábiles en el conocimiento de las corrientes marinas y la orientación.

Francisco Javier Clavijero, SJ, hace una interesante descripción de la vestimenta de los Pericúes: Los pericúes, hacia el Cabo de San Lucas, adornaban toda la cabeza de perlas, enredándolas y entreverándolas con los cabellos, que mantenían largos. Entretejían con ellas unas pequeñas plumas blancas, resultando de todo un adorno postizo que, visto de lejos, pudiera pasar por peluca. También hubo antiguamente esta moda de toquillas entre los pericúes del sur, formadas de unos caracolillos pequeños, blancos y redondos, que parecían perlas, y las hacían muy vistosas.

Las más decentes en vestirse eran las mujeres de los pericúes, hacia el Cabo de San Lucas. Hay en este pedazo de tierra cierta especie de palmas, distintas de las que producen los dátiles, y de éstas se valen las indias, para formar sus faldellines. Para esto golpean sus hojas, como se hace con el lino, hasta que salen esparcidas las hebras, las cuales, si no son tan delicadas como las del lino, a lo menos quedan, machacadas de este modo, más suaves que las del cáñamo. Su vestido se reduce a tres piezas, dos que forman juntas una saya, de las cuales la mayor, poniéndola por detrás, cubre también los dos lados volteando un poco para delante, y llega desde la cintura hasta media pierna o poco más. La otra pieza se pone por delante, cubriendo el hueco que dejó la mayor, pero sólo llega a las rodillas o muy poco más. La tercera pieza sirve de capotillo o mantelina con que cubren el cuerpo desde los hombros hasta la cintura o poco más. Estos vestidos no están tejidos sino engasados de hilos, o diremos mejor cordelillos, unos con otros por el un extremo, como en los fluecos, deshilados o guadamaciles, quedando pendientes a lo largo en madejas muy tupidas y espesas. Y aunque labran unas pequeñas telas de estas pitas o hebras de palmas, no son para vestirse sino para hacer bolsas y zurrones, en que guardan sus alhajuelas. Estas indias del cabo de San Lucas crían el cabello largo, suelto y tendido por la espalda. Forman de figuras de nácar, entreveradas con frutillas, cañutillos de carrizo, caracolillos y perlas, unas gargantillas muy airosas para el cuello, cuyos remates cuelgan hasta la cintura y, de la misma hechura y materia, son sus pulseras. Aun en aquel rincón del mundo inspira estas invenciones a gente tan bárbara el deseo de parecer bien. El color de toda esta nación pericú es, por lo común, menos obscuro, y aún notablemente más claro, que el de todos los demás californios.

De acuerdo a investigaciones que ha realizado el Lic. Gilberto Ibarra Rivera, en diferentes documentos escritos por personas que convivieron con los pericúes, ha podido concentrar algunas de las palabras que utilizaban en este grupo, lamentablemente es del que menos se conoce su lengua. Aquí algunos ejemplos, y cuando se tiene, la definición de estas palabras: Aiñiní: nombre indígena del sitio en el que se construyó la misión de Santiago de los Coras, Anicá: nombre de una ranchería indígena, Añuití: nombre pericú del sitio donde se construyó la misión de San José, cerca de la actual ciudad sudcaliforniana de San José del Cabo, Caduaño: topónimo de un pueblo moderno, localizado en el municipio de Los Cabos (Baja California Sur). Significa Cañada Verde, Cunimniici: nombre de una cadena de ontañas localizada en territorio pericú, Eguí, Marinó: nombre indígena para los montes de Santa Ana (Baja California Sur), Purum: topónimo que designaba a un conjunto montañoso y a una ranchería indígena, Yeneca: topónimo de una ranchería, Yenecamú: topónimo indígena de Cabo San Lucas, ípiri: cuchillo, ipirica: hacha, uriuri: andar, utere: sentarse, unoa: daca aquello , Boox o boxo: perla, nacui: concha, itaurigui: capitán, eni: agua, aynu: pescado y miñicari: cielo.

Los pericúes fue el primer grupo étnico nativo de la antigua California en desaparecer. Una gran cantidad de epidemias entre las que se destacan sarampión, viruela y sífilis, causaron la mortandad de miles de niños y adultos de este grupo. En el caso de la sífilis por lo general ocasionaba esterilidad en las mujeres o el nacimiento de niños enfermos que al poco tiempo morían. También durante la gran rebelión de 1734, iniciada por este grupo, al ser reprimida por el ejército español, ocasionó la muerte de muchos de ellos, así como el exilio a otras misiones de una gran cantidad de mujeres pertenecientes a este grupo, como una forma de evitar su reproducción. Aproximadamente para el final de la segunda década del siglo XIX, se habían extinguido los integrantes de este grupo, sin embargo, debido al mestizaje que se dio entre los recién llegados con los últimos hombres y mujeres pericúes, la herencia genética aún perdura en sus descendientes.

Aún falta mucho por conocer sobre la historia y cultura de este gran grupo de los Pericúes, tarea que seguimos realizando de forma paulatina pero constante, con el fin de apuntalar la identidad de los habitantes de Sudcalifornia, y seguir recordando que en esta tierra florecieron grupos étnicos originarios con una gran cultura y de cuya herencia nos debemos sentir orgullosos. 

 

Bibliografía

Francisco Javier Clavijero. 1789. Historia de la Antigua o Baja California.

Ibarra Rivera G. 1991. Vocablos indígenas de Baja California Sur. Instituto Sudcaliforniano de Cultura.  

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Cosmogonía de los antiguos californios

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cada uno de los pueblos en el orbe han tratado de dar una explicación a las preguntas más trascendentales de la humanidad, las cuales son ¿de dónde venimos?, ¿para qué estamos aquí?, ¿quién nos creó?, ¿hacia dónde vamos?. Las respuestas que se han dado han sido condicionadas por su nivel cultural, su desarrollo, e incluso, por los intercambios con grupos con los que tuvieron contacto.

En el caso de nuestros californios, sí dieron respuesta a estas preguntas, lamentablemente, por carecer de un sistema de escritura no pudieron perpetuarlas hasta los tiempos modernos, siendo sólo consignadas, de forma parcial, tergiversada, y a regañadientes por los jesuitas. En nuestra parte sur de la península de California existieron diferentes etnias, las cuales fueron agrupadas en tres grandes grupos por los jesuitas. Cada uno de ellos tenía su propia forma de interpretar el mundo y cómo fueron creados. Las podemos resumir de la siguiente manera:

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Los pericúes creían que en el cielo habitaba un gran señor que creó el cielo, la tierra y el mar. Lo llamaban Niparajá —en algunos escritos aparece como Niparaya. Estaba casado con Anajicojondi, con la que había tenido tres hijos, uno de ellos de nombre Cuajaip —otros los escriben como Quaayaip—, vivió entre ellos y los adoctrinaba. Cada que él quería entraba debajo de la tierra y creaba a más hombres, a pesar de que él los ayudaba, los hombres se revelaron, le atravesaron la cabeza con un ruedo de espinas y lo mataron. El sacerdote Venegas escribió que: “dicen que su cuerpo se conserva como si estuviera dormido, manando constantemente sangre. Tiene un tecolote a su lado que le habla”.

También mencionaban que en el cielo vivió un gran personaje al que llamaban Tuparán —otros le decían Bac—, y que se conjuró contra Niparajá. Al final de la gran batalla, Tuparán y los suyos fueron vencidos y arrojados del cielo para encerrarlos en una cueva cerca del mar. Niparajá creó a las ballenas para que vigilaran la cueva y no los dejaran salir. Se tenía la creencia entre los pericúes que, aquel que moría en la guerra no iba al cielo con Niparajá, sino a la cueva con Tuparán. Creían que las estrellas eran de metal y habían sido creadas por un numen llamado Purutahui, y la luna por otro de nombre Cucunumic.

El jesuita Francisco Javier Clavijero menciona que, los “guaicuras” creían que en el norte vivía un espíritu de nombre Guamongo, el cual era maligno y enviaba a la tierra las enfermedades. También, mencionan que había un numen llamado Gujiaqui, quien sembró las pitahayas y dispuso los lugares donde se obtenía la pesca. Él les enseñó a tejer las capas con los cabellos de sus devotos. Tiempo después ya que hubo terminado su misión entre ellos, regresó al norte. Los “guaicuras” creían que el sol, la luna y los demás astros eran fogatas encendidas en el cielo por hombres y mujeres que diariamente caían al mar para volver a salir al día siguiente y encenderlas de nuevo.

En el caso de los cochimíes, Clavijero menciona que, creían en un gran señor que vivía en el cielo y al cual llamaban en su lengua “el que vive”. Este señor había concebido a dos hijos sin concurso de mujer. Ellos habían creado el cielo, la tierra, las plantas, los animales, el hombre, y la mujer. También, habían formado a unos seres invisibles que con el tiempo se volvieron contra ellos y contra el hombre, de tal forma que cuando uno de ellos moría, los metían debajo de la tierra para que no vieran a “el que vive”. Se menciona que creían en “Tamá ambei ucambi tevirichi”, esto es, “el hombre venido del cielo”, al cual rendían culto a través de una ceremonia especial muy particular.

Es muy probable que los californios de las diferentes etnias hayan tenido más creencias sobre diferentes dioses, así como rituales para celebrar diferentes situaciones como el inicio y fin del año, las diferentes temporadas, nacimiento, la muerte, casamiento, entre oros. Sin embargo, poco o nada quedó de la memoria de estos sucesos. Los jesuitas, que fueron los que por 70 años convivieron cotidianamente con ellos, sólo compendiaron algunas ideas incompletas e inconexas, ya que se negaban a ser muy específicos por las reservas que tenían para guardar la memoria de estos sucesos porque era una invitación a que en un futuro se rescatara y volvieran a practicarse. Además, todas estas prácticas las consideraban demoniacas y abominables.

Cuando los jesuitas fueron expulsados de la california, sólo quedaban con vida un poco más de siete mil californios, casi todos ya convertidos al cristianismo, hablaban español, vestían, y tenían las costumbres como los demás pobladores de la Nueva España. No existía ya californio que recordaran sus antiguas leyendas y cosmogonía, ni tampoco había quedado reseña escrita de ellas.

Bibliografía:

Historia de la Antigua ó Baja California – Francisco Javier Clavijero.

Historia natural y crónica de la Antigua California – Miguel del Barco.

Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente. 3 tomos. – Miguel Venegas.

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