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Concepción Mendizábal, la primera mujer ingeniera de México

FOTOS: Acervo histórico del Palacio de Minería.

Explicaciones Constructivas

Por Noé Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En estos tiempos que tanto se ha hablado de los manifestaciones feministas, y que muchos sectores de la sociedad han despertado y se suman a ellas en solidaridad con la búsqueda de mejores condiciones de vida para las mujeres, reconociendo que deben gozar de los mismos derechos que los hombres, hay también personas (hombres y mujeres) que denigran a estos movimientos sociales en México y en el mundo.

Hablar de las mujeres en el transcurso de la historia del ser humano, para muchos, suele traducirse como hablar de la compañera del hombre, comparsa de todo lo que este realice, omitiendo reconocer que la mujer es equiparable, y en ocasiones superior, al hombre, en conocimientos y destrezas; aunque, salvo por contadas excepciones, la fuerza física del varón llegue a ser superior. Desde la antigüedad, en el mundo ha habido mujeres que sobresalieron por su inteligencia y sus aportes a la ciencia y al conocimiento, y creo que el mérito al nombre más destacado de la mujer científica se lo llevaría la gran filósofa y maestra Hipatia de Alejandría, que hizo aportaciones en diversas áreas del conocimiento, pero sobre todo en las matemáticas y la astronomía.

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Por ser una ferviente crítica de la religión, y con razón, Hipatia tuvo de enemigos a los principales jerarcas religiosos de ese tiempo, que hicieron hasta lo imposible para bloquear sus descubrimientos y aportaciones científicas, al grado que murió de una manera muy cruel a manos una turba dirigida por el obispo Cirilo, quien posteriormente fue declarado Santo por la iglesia romana. Una frase muy acertada de Hipatia, aplicable a estos tiempos es la siguiente: Defiende tu derecho a pensar, porque incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar.

Las mujeres han sido capaces de igualar al hombre en el conocimiento de la ciencia, pero inmersas en una sociedad machista se enfrentan a obstáculos y escollos que en ocasiones no les permiten explotar todo su potencial, por las razones mismas de la sociedad regulada por el varón; sin embargo, en el siglo antepasado, sobre todo en Europa, iniciaron los movimientos feministas con la concientización de una sociedad más justa para las mujeres, estas expresiones lograron incentivar a muchas mujeres a estudiar y salir adelante, liberándose de la tradicional dependencia económica, ya no se diga en cuestión de derechos políticos. En México, llegaron un poco tarde las ideas feministas, fue hasta después del movimiento revolucionario que sufrió el país que se abrieron las puertas de las universidades a las mujeres con intenciones de estudiar.

La rama de la ingeniería fue de las que más necesitaba jóvenes interesados en ejercerla, por las necesidades del México moderno ya pacificado, y precisamente fue donde, inspirada por el espíritu por las matemáticas y animada por su padre, se reconoce a Concepción Mendizábal Mendoza como la primera mujer mexicana en obtener el título de ingeniera civil.

En el año de 1782 fue creada la Escuela Nacional de Ingenieros (ENI), la cual funcionaba en el Palacio de Minería de la Ciudad de México; con esto, México se convirtió en el primer país de Latinoamérica en fundar una facultad dedicada esta rama del conocimiento. Históricamente, desde su fundación hasta la época post-revolucionaria, esta facultad únicamente admitía hombres, situación que cambió a raíz de la Constitución en 1917. Para 1921, se tenía registro de 4 mujeres estudiando, incluyendo Concepción Mendizábal.

Al buscar la titulación y, con ella, el reconocimiento a su formación profesional, la situación de Concepción Mendizábal fue más difícil que la de sus otras compañeras, ya que, por razones que se desconocen, no había realizado sus estudios de bachillerato; así, a pesar de haber obtenido unas excelentes calificaciones probando su capacidad, se le negó el proceso de titulación que lo acreditara formalmente; esta situación no la frenó en su afán de conseguir el tan ansiado título, ya concluidos sus estudios en ingeniería civil, Concepción regresó a estudiar el bachillerato, algo irónico, porque me atrevo a asegurar que igualaba en conocimientos a varios de sus profesores, regularizando su situación académica de forma extraordinaria.

Alguien que influyó de manera notable en Concepción fue sin duda su padre, el también ingeniero Joaquín de Mendizábal y Tamborel, quien fue un destacado topógrafo de reconocida inteligencia, que, egresando como ingeniero topógrafo de su Estado de Puebla, prosiguió sus estudios como ingeniero militar en la Ciudad de México y, más adelante, recibió el primer título de ingeniero geógrafo en la República Mexicana. Concepción, desde muy pequeña tuvo una gran facilidad para aprender las matemáticas, razón por la cual don Joaquín la fue animando para que ingresara a la difícil carrera profesional para mujeres en la Escuela Nacional de Ingeniería.

Joaquín no pudo ver a su hija terminar sus estudios de ingeniería en 1927, ya que falleció de manera sorpresiva un año antes; tal vez fue en honor a su padre, quien tanto la incentivó en la ingeniería, que Concepción se mantuvo tenaz y firme en su objetivo para, finalmente, a la edad de 36 años, realizar su examen profesional y graduarse con la tesis: “Proyecto de una torre elevada de concreto armado para 300 m3 de agua, de 20 metros de alto con un mirador en la parte superior; desarrollando los principales detalles de la construcción.

Fue así como el 13 de febrero de 1930, enfrentándose a sinodales sumamente exigentes, Concepción Mendizábal presenta y defiende su tesis, aprobando el trance por unanimidad, logrando ser la primera mujer ingeniera (ingeniera civil) de México, sin duda un gran suceso para un país que poco a poco iba restaurando la paz tras las épocas violentas derivadas de la revolución armada, y que tanta falta hacía para el progreso del país; sus otras compañeras de generación no lograron titularse.

Concepción Mendizábal nació en la Ciudad de México el día 4 de marzo de 1893 y se graduó a la edad de 36, casi 37, años; a partir de su titulación, siguió ejerciendo tan noble profesión para ella, ya que después del sueño de construir carreteras y canales se especializó en topografía e hidrografía (como su padre), y se dedicó hasta sus días finales a la enseñanza; también formó parte de la sociedad científica ¨Antonio Alzate¨, que su padre creó.

Como ella misma comentó en una entrevista posterior a un diario de alta circulación nacional: …fui testaruda y perseverante y por eso logré el sueño de estudiar la profesión de la dureza de los materiales y la rudeza de los hombres.

El final le llegó a Concepción Mendizábal el día 23 de noviembre de 1985, quien fallece a la edad de 92 en la Ciudad de México; nunca se casó, ni nunca tuvo hijos, al contrario de sus primeras compañeras de generación, pero sin duda alguna hizo lo mejor podía haber hecho en vida, decidir por sí misma y dedicarse a su pasión: la ingeniería civil, pasión que la llevó a ser la primera ingeniera mexicana en titularse y, con esto, abrir paso a las mujeres mexicanas en un ambiente dominado por los hombres, demostrando que estudiar una ingeniería si era posible para una mujer, aún dentro de una sociedad machista.

En su momento nadie creyó posible que una mujer pudiera terminar y titularse en la ingeniería civil, debido al preponderante ambiente de “super masculinidad” en estas facultades, en las que se manejan prácticas hostiles como novatadas que han llegado a ser violentas; incluso hoy, se estima que solo 3 de cada 10 mujeres estudian ingenierías (eso sí, en la actualidad hay más variedad de ingenierías), y, desafortunadamente, en la ingeniería civil, muchas veces algunas personas de ideas retrogradas, incluso albañiles, se rehúsan a trabajar con mujeres, lo que lleva a limitarlas en su capacidad dentro de las constructoras a trabajos meramente de oficina.

Que la historia de Concepción Mendizabal nos inspire y nos recuerde que la capacidad no tiene género.

 

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Las violentas feministas: odas, pétalos de rosa y diamantina festiva

FOTOS: Internet.

La Última Trinchera

Por Roberto E. Galindo Domínguez

 

Ciudad de México (CdMx). Se equivocan las mujeres encapuchadas al destruir las instalaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pero lograrán su propósito; pues de acuerdo al nombre de la protesta Cacerolazo Separatista, que realizaron el pasado jueves 7 de noviembre en Ciudad Universitaria (CU), serán capaces de estigmatizar su movimiento, logrando separarse del grueso del movimiento feminista incluyente y de aquellas mujeres que no participan en éste.

Sus reclamos no son inválidos y no deben ser sobreseídos, pero de seguir el camino de la violencia, además de conseguir el rechazo social, van a encontrar una respuesta proporcional de aquellas personas (mujeres y hombres) a las que agredan en sus manifestaciones.

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No es la primera vez que las embozadas feministas causan destrozos a inmuebles públicos y privados, pero esta vez atentaron contra La Máxima Casa de Estudios y por ello contra toda la comunidad universitaria, además de que agredieron físicamente a varios estudiantes. Iniciaron su manifestación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales; pasaron a la Facultad de Filosofía y Letras y en cuanto tomaron el Circuito Universitario empezaron a realizar pintas en banquetas y muros; en la Facultad de Contabilidad y Administración les cerraron las puertas, por lo que incrementaron el nivel de la protesta; al llegar a la sede de Trabajo Social rompieron los cristales de una caseta de vigilancia; más adelante, frente a la Facultad de Medicina cruzaron por las canchas deportivas y derribaron una portería, ¡gol para las feministas!, festejaron su triunfo con gran algarabía. Más enardecidas entraron a la Facultad de Ingeniería, en donde desbordaron la violencia: rompieron ventanales, mamparas, pizarrones, vitrinas, letreros, quemaron objetos, saquearon y destrozaron máquinas expendedoras y amenazaron a los estudiantes que las conminaron a no destrozar la biblioteca.

Pero aquí pasó lo que era previsible desde sus primeras manifestaciones violentas en la Ciudad de México: hubo quienes a pesar de las amenazas de las encapuchadas decidieron hacerles frente; pocos estudiantes se interpusieron entre las agresoras y las vidrieras; ellas armadas con palos, tubos y extintores los agredieron, a algunos los agarraron entre varias y los jalaron hacia el colectivo, donde les propinaron una cascada de golpes al mejor estilo pandillero, lo que indica que están bien preparadas para la confrontación y a eso van, pues no sales a protestar embozada y armada con un tubo o un palo, si no es porque vas a generar violencia y a agredir a quien se interponga en tu camino. El valor de los primeros para enfrentar a la marabunta, como les gusta hacerse llamar a las violentas, infundió valor a otros y otras que se fueron sumando, hasta que una multitud de estudiantes logró echar de la facultad a las transgresoras.

No discuto sus motivaciones, ni minimizo la violencia de género que las mujeres padecen, ni el acoso de que han sido objeto en la UNAM, ni las violaciones que algunas mujeres han sufrido en La Máxima Casa de Estudios; esa es una realidad y debemos erradicarla. Son ellas las que minimizan sus demandas enarbolando la generación de violencia, que para su desgracia es lo que mediáticamente va a permear más en las audiencias opacando sus demandas. Marchan de manera estruendosa, golpeando el piso con palos y tubos y haciendo sonar los tambores, justo como hacen las tribus y las pandillas cuando van a guerrear y es que a eso salen a las calles y a eso fueron a la UNAM. Con su sartén y su cuchara, utensilios que en manos de una guerrera se convierten en armas, se lanzaron a atacar a quien se les interpuso en su camino. Era de esperarse que en alguna de sus violentas manifestaciones alguien les hiciera frente, y eso hicieron muchos estudiantes de ingeniería, mujeres y hombres, y fueron ellos los golpeados pues no estaban preparados ni armados para repeler el ataque de las feministas del vandalismo, pero ya hubo un grupo que se les interpuso y logró detenerlas.

Es seguro que en adelante los colectivos feministas violentos encontrarán una respuesta a sus ataques, y es muy probable que cada vez la réplica de los agredidos sea más fuerte. En la Facultad de Ingeniería los estudiantes se interpusieron entre las agresoras y las instalaciones, y haciendo un frente común y con los gritos de “¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!” las echaron.

Pero ya hubo connatos de bronca generalizada, ya les arrojaron objetos en respuesta; aducen las embozadas que hasta vidrios les lanzaron los estudiantes, ¿qué esperaban, que les declamaran odas y les arrojaran a su paso pétalos de rosas y diamantina festiva, cuando entran a su casa lo rompen todo, lo incendian y además los golpean?

Se equivocan las mujeres al generalizar el machismo a todos los hombres, pero yerran burdamente al salir embozadas y armadas a destruir cosas y golpear gente, pues no falta mucho para que encuentren, en el campo de batalla que generan, una resistencia más allá de los gritos y las cadenas humanas, van a encontrar puñetazos, patadas y palos, pues no todos van a estar dispuestos a tolerar ser agredidos físicamente sin responder. Y eso va a ser lo más desafortunado porque de seguir enarbolando la violencia de esa manera, en alguna de sus protestas va a suceder una desgracia o ¿será acaso que están buscando esa desgracia con cada lance contra los hombres que encuentran a su paso, buscando convertirse en mártires, para justificar aún más violencia?; puede ser también que sean tan torpes como para idear otro tipo de protestas más efectivas que vinculen el amplio espectro del feminismo y a aquellas mujeres que siendo víctimas del patriarcado no son activistas. A la larga van a conseguir el repudio de la sociedad, minimizando su causa y segmentando la lucha feminista.

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