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“Negacionistas” de la COVID-19. ¿Por qué creemos lo que creemos (o no)?

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Hilo de media

Por Elisa Morales Viscaya

Las cosas no se ven como son.

Las vemos como somos

Hilario Ascasubi.

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La década se despidió con un brutal 2020, el año del virus que cambió el mundo. Y en medio del estupor inicial que paralizó a la mayoría de la población mundial frente a la pandemia del COVID-19, vimos surgir toda clase de teorías conspiranoicas, desinformación, remedios milagrosos y, por supuesto, los negacionistas de toda la vida, que aún después de las más de un millón de víctimas siguen diciendo que el virus no existe.

Perdí la cuenta de cuantas veces me pregunte ¿cómo pueden creer eso? o ¿cómo pueden NO creer en esto otro? Sobre todo cuando se popularizan grupos de personas que mantienen creencias como el terraplanismo o aquellos que se niegan a acudir a los hospitales por temor a que les roben el líquido de sus rodillas, y similares creencias que basta con investigar un poco para encontrarlas risibles.

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Y es que todos confiamos en nuestra capacidad analítica e imparcialidad para dar con la verdad, pensamos, o queremos pensar, que nuestras opiniones y creencias son lógicas, pero resulta que no necesariamente es así.

En la década de 1960, el psicólogo cognitivo Peter Cathcart Wason, en un experimento titulado On the failure to eliminate hypotheses in a conceptual task (Sobre el fracaso al eliminar hipótesis en una tarea conceptual) registró por primera vez la tendencia de la mente humana a interpretar la información de forma selectiva y posteriormente lo confirmó en otras pruebas, con las que demostró que las personas tienden de forma natural a buscar información que confirme sus creencias existentes.

En pocas palabras, que las personas ya tenemos ideas preconcebidas o hipótesis sobre algún tema y tendemos a aceptar sólo la información que confirma esa visión mientras que ignoramos o rechazamos la información que la pone en duda. A este fenómeno le llaman sesgo de confirmación y nos impide percibir las circunstancias objetivamente convirtiéndonos en prisioneros de nuestros prejuicios y estereotipos.

Este sesgo de confirmación no sólo afecta nuestra percepción de la información sino que, involuntariamente, condiciona la forma en que nos allegamos de información, por ejemplo en los sitios web que visitamos, el noticiero que seguimos, las personas con las que nos relacionamos, etcétera.

Muchas, si no es que la mayoría de estas creencias que nuestro cerebro lucha por sostener, nos vienen dadas desde la cuna. Cuando nacemos, una gran parte de quiénes somos viene predeterminada por la cultura del lugar donde vamos a crecer.  La “cultura” en este sentido incluye un patrón de ideas, de creencias, costumbres y comportamientos que comparte la sociedad en la que nos desarrollamos y la vivimos como lo normal; por ende, nos cuesta trabajo enfrentarnos a aquello que lo cuestiona, porque de cierta forma cuestiona lo profundo de nuestra identidad, de nuestra cosmogonía.

Para mayor inquietud, en esta época de distanciamiento social en la que la educación, el trabajo y las relaciones sociales se han sostenido de gran manera en la virtualidad de las redes sociales y los medios electrónicos, estas herramientas, lejos de garantizar un acceso neutral a la información, han sido precisamente los vehículos en que se derraman las fake news y toda clase de teorías y creencias polarizadas, y resulta que los expertos tienen una –terrorífica– explicación al respecto.

En el documental de Netflix “El dilema de las redes sociales”, un grupo de genios de la tecnología que participaron en la creación de diversos elementos de las redes sociales –y las abandonaron luego por conflictos éticos– detallan cómo funcionan estas aplicaciones desde adentro y ponen en evidencia lo que llaman “el capitalismo de vigilancia”, esto es, que su negocio consiste en vender la atención de los usuarios al mejor postor, ya sea quien quiera vendernos un producto o una preferencia política.

Por años hemos alimentado nuestros perfiles de redes sociales con la música, las películas, series, grupos y todo aquellos que nos gusta, y también aquello que odiamos. Así, con cada Me gusta o comentario en las redes nos perfilan como usuarios y los algoritmos se programan para mostrarnos solo contenidos que nos interesen, encerrándonos en una burbuja en la que está expuesto un solo punto de vista, para tener nuestra atención y comercializarla, haciendo que nuestra percepción este manipulada y la realidad que percibimos, moldeada a los intereses de quien sabe quién.

Entonces, saquemos cuentas. Entre nuestros prejuicios culturales, nuestros propios sesgos mentales que nos inducen a creer lo que queremos creer y los algoritmos que nos muestran un mundo virtual moldeado a nuestros intereses ¿qué tan infaliblemente lógicos e irrefutablemente ciertos son nuestros argumentos, creencias y opiniones?

Por otra parte, bien podemos preguntarnos, si soy feliz y estoy satisfecho conmigo mismo y mis prejuicios ¿qué importa si son sesgados? ¿Qué importa que otros piensen distinto si yo no tengo dudas de mí? Y bueno, podría ser. Si en la realidad viviéramos dentro de una burbuja como las que nos envuelven en las redes sociales, quizá sería una postura viable. Pero acá afuera no hay algoritmo que nos impida ver lo que no queremos ver y acarrear prejuicios inamovibles viviendo desde perspectivas distorsionadas o enceguecidos, puede resultar peligroso.

Incluso, los prejuicios culturales como el machismo, la xenofobia, la homofobia o la cultura de la corrupción, de no ser cuestionados y revisados, acarrean terribles males sociales como la violencia y la desigualdad. Ahora, el fenómeno de los negacionistas de la COVID-19 pone en riesgo la salud de miles, y hasta millones.

¿Cómo podemos enfrentarnos a la trampa del autoengaño? Revisando nuestras creencias. Rodeándonos de personas que tengan puntos de vista opuestos a los nuestros. Conociendo y compartiendo con culturas distintas a la cual hemos nacido. Pero sobre todo, abriendo los ojos y prestando oído al debate respetuoso, con la voluntad de cuestionarnos nuestras ideas más arraigadas. A diferencia de lo que nos gustaría pensar, no siempre tenemos la razón.

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Teorías conspirativas sobre el coronavirus. La otra pandemia

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Por Elisa Morales Viscaya

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La del COVID-19 es la primera pandemia de la era digital. Esto ha traído innegables ventajas ante la contingencia como la posibilidad de mantener la educación a distancia, el e commerce, la posibilidad de trabajar desde casa para un sector de la población y el seguimiento casi al minuto de la evolución de esta emergencia sanitaria. Sin embargo, con la misma facilidad y rapidez con que se transmite la información, se difunden las llamadas Fake News en torno al coronavirus, así como teorías de conspiración que aumentan el desasosiego social.

Entre las más retorcidas de estas contamos a las teorías de conspiración médicas, notoriamente perversas ya que contribuyen a sembrar la desconfianza en el personal médico que se convierte en el “enemigo” que comete “infamias” ordenado por un “maligno” poder superior –el gobierno, la industria farmacéutica o la mafia. Si bien algunas de estas teorías de conspiración pueden parecer graciosas de manera superficial, lo cierto es que sembrar desconfianza en el personal médico y servicios hospitalarios puede terminar de manera trágica, siendo que en México se han reportado incluso ataques al personal de salud.

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Me quieren robar el líquido de las rodillas

En mayo, fue viral en redes sociales una cadena mencionando que el COVID-19 es falso y en realidad los médicos están matando a los pacientes para robarles el líquido de las rodillas para venderlo a la mafia por millones. Este rumor fue tan sonado que incluso el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se pronunció al respecto en su conferencia matutina del 4 de mayo.

Lo cierto es que esta cadena tiene su origen en San Luis Potosí, donde en el año de 2017 una mujer interpuso una denuncia por negligencia médica asegurando que en el hospital le habían extraído el líquido de sus rodillas y esto le hizo perder la movilidad de las articulaciones. Denuncia que no prosperó por falta de pruebas, pero su historia revivió adaptada a la pandemia del 2020.

Esta teoría conspirativa es falsa e inverosímil. El llamado líquido de las rodillas es en realidad líquido sinovial, y todas las articulaciones como rodillas, codos y dedos lo tienen; si bien este líquido sí es muy importante ya que permite la movilidad y evita el desgaste de las articulaciones, el doctor Víctor Manuel Rodríguez, profesor adscrito al Departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UNAM, explicó al medio Animal Político que se realiza su extracción como una práctica médica común para realizarle análisis cuando hay una alteración en una articulación “pero no existe, bajo ninguna circunstancia, la posibilidad de usar ese líquido para nada más. Una vez que se extrae no se puede usar para otra cosa más que para el estudio”, comentó al medio de comunicación.

Agregó que, cuando el paciente está muerto, la extracción del líquido sinovial no tiene ningún sentido porque el líquido ya no sirve. Además, dijo que cada persona produce su propio líquido y  no existe la necesidad de ponerle líquido a nadie.

Los matan y dicen que fue COVID-19

En redes sociales se puede encontrar quienes afirman que el coronavirus no existe, e incluso que los médicos están inyectando a los pacientes para matarlos y contarlos entre los fallecidos por COVID-19. Esto surgió a partir de que el 1 de mayo se viralizó el video de una familia en Ecatepec, Estado de México, en el que se observa como agredieron al personal del hospital y gritaban que “los están matando”. Además, los acusaban de “inyectar algo” a los pacientes para provocar su muerte.

El principal argumento en que se sostiene esta teoría conspirativa es que los pacientes llegan “bien” al hospital y en cuestión de pocos días o incluso horas después de su internamiento, les informan de su fallecimiento. Además, suelen sostener que su presencia en el hospital se debía a una dolencia no respiratoria, por lo que les sorprende y no creen en el diagnóstico final que señala el coronavirus como causa del fallecimiento.                                                         

Los hechos ocurridos en Ecatepec llamaron al secretario de salud, Hugo López-Gatell a realizar las aclaraciones pertinentes. En conferencia del 3 de mayo, señaló que “la pérdida de oxigenación en la sangre puede ser muy acelerada, de tal suerte que una persona puede ser vista en este momento como capaz de realizar todas sus actividades, puede caminar, puede platicar, puede moverse, no se siente mal y en pocas horas, pocas horas es dos, tres, cuatro, seis horas, puede estar en una situación extremadamente grave y necesitar intubación para tener soporte de respiración artificial, esto es lo que técnicamente se le llama ventilación mecánica invasiva, y esto puede conducir también a la pérdida de la vida”.

Además de lo anterior, el doctor Víctor Manuel Rodríguez Molina, explicó que el SARS-COV-2 también produce que nuestro sistema inmunológico intente defenderse del ataque del virus, lo que puede provocar una reacción inmunitaria que puede dañar otros órganos. “Esto no es culpa de nadie es una respuesta del organismo.

Si además tienen alguna otra enfermedad, la respuesta del mismo organismo puede acrecentar el daño” explica, por lo que los pacientes pueden morir en cuestión de horas por lo que a simple vista es otro padecimiento, pero desencadenado como una reacción al coronavirus. Por lo que sí, ese infarto es parte de la estadística de fallecimientos por COVID-19, porque lo provocó.

Se cura con miel y limón

O con gárgaras de bicarbonato, o tragando ajos enteros o bebidas calientes. Circula en redes sociales una gran cantidad de remedios caseros que curan o previenen el coronavirus, señalando la falta de reconocimiento de estas medidas por parte de los médicos a intereses económicos de la industria farmacéutica, dado que estos remedios caseros serían mucho más baratos. Este fenómeno se ha dado a nivel internacional, lo que incluso obligó a la Organización Mundial de la Salud a emitir un comunicado al respecto para desmentir estos supuestos remedios.

Aunque algunos de estos supuestos remedios no hacen daño a quien los practica, la viralización de estas prácticas banaliza la pandemia y genera que la población relaje las medidas sanitarias que de verdad pueden llegar a prevenir la propagación del virus. Aunque también se ha dado el caso que algunos remedios caseros incluyen componentes peligrosos para la salud que pueden provocar la muerte de quien los toma.

A estas teorías conspirativas se suman muchas más, que junto a las noticias falsas significan una segunda pandemia a la que nos enfrentamos, debido a la facilidad y rapidez con la que se propagan, y al impacto que pueden generar. El tema es tan importante que incluso la OMS ha acuñado el término infodemia para referirse a ellas, dado que en el contexto actual la desinformación representa un problema que agrava la pandemia, al tener la capacidad de poner en riesgo la salud e integridad de las personas.

Cada uno de nosotros tiene el poder de parar la difusión de estas teorías conspirativas. Simplemente, si no se puede verificar la fuente de la información o no se tiene la certeza de su confiabilidad, es necesario evitar compartir el contenido. Así se rompe la cadena de desinformación y contribuimos a que menos personas puedan verse afectadas.

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