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A un siglo del huracán de 1918. Un desastre con decenas de muertos en BCS (II)

Colaboración Especial

Por Luis Domínguez Bareño

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).Este 15 de septiembre se cumplió un siglo de uno de los mayores desastres que se hayan registrado en Baja California Sur —entonces Distrito Sur—, contabilizándose al menos 25 muertos en la región de Los Cabos; ésta es la segunda y última parte de este amplio reportaje. Para leer la primera parte dar clic AQUÍ.

Una información al respecto, realizada en el año de 1929 en la publicación Monthly Weaher Review, editada por Alfred J Henry, da cuenta de 18 ciclones tropicales de tamaño considerable que afectaron al Pacífico Nororiental de 1895 a 1928. Este informe es importante porque habla de que el huracán de 1918 no tocó tierra sudcaliforniana en el Sur, sino que rozó por el Este de Los Cabos, por el Golfo de California, pegándose a la costa, pasando a unos 50 km al Este de Cabo Pulmo, a unos 40 km al Este de La Paz, para después perder fuerza y tocar tierra ya debilitado en un punto un poco al Sur de Loreto.

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Esta versión del paso paralelo a la costa sudcaliforniana tiene sentido si pensamos que el reporte de destrozos en La Paz que presentamos afirma que la ciudad capital resintió el viento más fuerte del Norte y Noreste, de haber tocado tierra en San José primero, entonces los ataques más fuertes a La Paz se hubieran dado por el este y luego el Sureste; otro punto importante es la información que remite el barco Coos Bahia, el cual, por las coordenadas que señala y la hora en que se encontraba ahí, entonces debía haber recibido mucho más intenso el temporal, como de un huracán y no como tormenta tropical como reportó. Además la investigación de Henry es 11 años después del huracán cuando se tenían más datos del evento que en 1919 año en que salió el informe de Tingley. Estos tres hechos respaldan la versión de que el ciclón no tocó tierra en Los Cabos sino que siguió de largo pegado a la costa. Sin embargo, hay una cuestión importante que le da solidez a la posible trayectoria que nos ofrece Tingley en su mapa de 1919, y esto es la inmensa destrucción de San José del Cabo, la cual hubiera sido difícil ver si el huracán hubiera pasado a unos 100 km de la ciudad como sugiera Henry en su estudio de 1929.

Recientemente, gracias al amigo Alfonso Nava, hemos obtenido el informe que redactó para la Dirección del Servicio Meteorológico Nacional el encargado de la estación meteorológica de La Paz. En este informe se habla de que durante el 16 y 17 de septiembre de 1918 azotó el Distrito Sur un fuerte ciclón que duró 16 horas y causó daños de consideración, especialmente en las siembras que estaban muy adelantadas. Menciona que, desde el día 15 se tuvo una caída de la presión de 1017 a 1003 hectopascales. El temporal comenzó a sentirse en La Paz a las 20:45 hrs. del día 16 llegando viento arrachado del este a 45 km/h, dominando las nubes tipo cumulus, cumulonimbus y nimbus que corrían del Norte al Oeste, “desgajándose en una gruesa lluvia”.

A las 23:40 hrs. del mismo día 16 el viento se cambió al Noreste y aumentó a 96 km/h, para las 01:45 hrs. del día 17 el viento se vino del Norte mucho más fuerte, menciona el encargado de la estación que ya los vientos eran de huracán y fue imposible tomar la medida de los mismos debido a que no se podía sostener de pie en la azotea del Palacio Municipal donde tenía instalado el anemómetro. Señala que la máxima intensidad del viento fue entre 3 y 5 de la mañana de ese día 17, a las 11:45 hrs. el viento cambió, viniendo del Oeste y, para las 13 hrs. ya venía del Suroeste, soplando así toda la tarde y noche del día 17. En cuanto a la lluvia, es destacable comentar que se realizó la medición a las 9 hrs. del día 18, teniéndose un acumulado de 162 mm. en 24 horas que duraron las precipitaciones de huracán. Finalmente, el encargado de la estación, menciona que la caseta fue destruida completamente, volándose algunos aparatos como e termómetro, tambié refiere daño severo a la veleta y el anemómetro.

Según documentos de la época y resguardados en el Archivo Histórico “Pablo L. Martínez”, el Presidente Municipal de La Paz informa de la pérdida de diversas embarcaciones: El bote “Enrique IV”, Balandra “Dora”, Bote “Luis II”, Pailebote “Dawn”, Bote “Cortés”, Pailebote “Sorpresa”, Balandra “Cometa”, Pailebote de gasolina “Baltic”, Balandra “Matilde”, Balandra “Juanita”, Balandra “Sirena”, Balandra “Mariposa”, Bote “Zarina”, Balandra “Presidente Kruger”, Bote “Fantasma”, Bote “Rival”, Bote “Federico”, Balandra “Nereida”, un Bote de resguardo y el Bote de la Capitanía de Puerto, igualmente fueron destruidas la Balandra “Santa Teresa”, y Botes “Adán y “Julieta” que se encontraban dedicados a la pesca en la Isla Espíritu Santo; de serio deterioro resutaron afectados los Pailebotes “Raúl y “San Antonio, Vapor “Precursor”, Pailebote “Santa Elena”, Pailebote “General Rosales”, Pailebote de gasolina “General Joffre”, Pailebote “Eureka”, Pailebote “Tornado”, Pailebote Progreso”, Pailebote “Churruca”, Pailebote “Consuelo” y otro Bote más.

Aparte de estas embarcaciones destrozadas total o parcialmente en la ensenada de La Paz, hubo algunas que naufragaron en el Golfo de California, el 22 de octubre de ese año, mediante oficio del secretario general del Gobierno, Francisco López Cortés, se instruía al capitán del Puerto de La Paz que mandara entregar al Presidente Municipal, y depositar para uso en el Hospital Salvatierra, las mercancías sobrantes de las expediciones que salieron, tanto al Norte como al Sur de la península, en búsqueda de náufragos tras el temporal.

El presidente municipal de San José del Cabo, Rodrigo A. Castro, también escribe al entonces Gobernador del Distrito Sur de la Baja California y señala lo siguiente:

En la mañana del 17 se nos presentó en general un cuadro de miseria y de ruina, la agricultura terminada por completo, árboles, palmeras, plantíos de caña y demás que había en las huertas todo destruido; el arroyo nos trajo una avalancha de agua que llevó consigo en su impetuosidad algunas víctimas…; las conocidas hasta este momento son: dos, en este lugar: tres, en el pueblito de San José Viejo; cinco, en el de Santa Catarina: una el de Las Ánimas; otra en el rancho de Los Encinitos, estos muertos por habérseles caído las casas encima; y además se encontró el cadáver de una señora y el de una niña en un punto de la costa llamado La Salina, al Este del puerto; agregando que resultaron muchas personas lesionadas en distintas formas, algunas de ellas bastante graves. Las casas en genera de todos estos lugares, destruidas quedando muy contadas en pie algunas. El cuadro de miseria es tan desastroso que todas las clases sociales, en una palabra, están incapacitadas de reconstruir o reparar sus hogares. La iglesia de este lugar completamente destruida; las torres y estación inalámbrica totalmente destruidas; los edificios escolares de toda la municipalidad destruidos: la casa municipal amenazando ruina por hacerse cuarteado la torre del reloj público que se desplomará de un momento a otro y trayendo el consiguiente peligro de trabajar allí en las oficinas de la Tesorería y Secretaría, sus tapias, cárcel pública derrumbados; el rastro municipal, la estación del agua potable, el Jardín público, todo destrozado totalmente. El Juzgado Menor y la Aduana Marítima, con muchos desperfectos. El comercio sufrió enormes pérdidas, las bodegas con depósitos de mercancías y víveres derrumbados casi por completo, quedando muy pocos víveres que pudieron salvarse.”

Desde el municipio de Santiago también escribía en términos catastrofistas su Presidente Municipal al señalar: El ciclón que ha ocasionado tanta ruina, dio principio a las nueve de la noche del día 16. Un viento huracano del rumbo del Este, sopló hasta las once de la noche…la oficinas públicas del telégrafo, correos, escuelas, todo está destruido en este lugar y en Miraflores, en una palabra, el municipio de Santiago está herido de muerte y sólo podrá subsistir con el auxilio de elementos extraños. Urge auxiliar al pueblo para acudir a sus necesidades que son tanto más apremiantes por estar interrumpidas las vías de comunicación y no existir ningún lugar cercano a donde se pueda ir en demanda de auxilio…Los archivos de las oficinas no existen, pues el viento rompió puertas y techos destruyendo todo…El Ayuntamiento de Santiago, en nombre del pueblo que representa, solicita la ayuda de sus hermanos para subvenir a las necesidades de los menesterosos, hace un llamamiento a los sentimientos de humanidad de sus compatriotas en procuración de los auxilios que necesita.

Del municipio de San Antonio, con su cabecera municipal en El Triunfo, el presidente municipal F.G. Cota señalaba: El día 16 del mes en curso se desató en esta Municipalidad un ciclón el cual duró no menos que treinta y seis horas y durante este lapso de tiempo causó grandes estragos dejando muchas familias pobres sin hogar y ni siquiera casas en buen estado a donde pudieran alojarse por haberse destruido; hasta este momento sólo tiene que lamentarse la muerte de una señora que murió aplastada por el derrumbamiento de una casa…ha quedado este pueblo de El Triunfo, al igual que el de San Antonio, en un estado lamentable.

El presidente municipal de Todos Santos informaba: Hónrame participar a usted que el día 16 en la noche del mes en curso, azotó en este pueblo, un fuerte huracán, quedando en gran parte la población sin hogar y sin alimentos, pues la impetuosidad del viento derribó muchos jacales, chozas y aún casas bien construidas de material; en vista de esta situación, determiné que los damnificados ocuparan la Escuela Nacional de Niñas y la iglesia del lugar, cuyos edificios, dada su estructura, prestaron y prestan las garantías necesarias…el pueblo de Pescadero que arrasado en su totalidad…teniendo que lamentar en dicho lugar la muerte de la señora Encarnación Salgado, quien pereció en los escombros de una casa que derribó el huracán.

Ni la solidaridad de algunos comerciantes locales al proveer de manera gratuita de alimentos a la población, ni los esfuerzos del Ayuntamiento ni del propio Gobierno del entonces Distrito Sur de la Baja California, fueron suficientes para contener la situación de desesperación y desamparo que se presentó en los días posteriores al paso del huracán. Gran parte de las viviendas fueron destruidas y la infraestructura urbana fue severamente afectada, los caminos estaban intransitables y, como menciona el entonces alcalde de San José del Cabo en su misiva, se derrumbó la torre inalámbrica que comunicaba con La Paz y el resto del Distrito Sur peninsular, además de las escuelas destruidas, la torre del reloj terminó viniéndose abajo días después, afectando la Presidencia Municipal. Hay una foto que deja ver la magnitud del desastre en toda su crudeza, y esta es la de la Iglesia del pueblo totalmente desmoronada, el edificio comenzó a ser levantado en el año de 1730 por el padre Javier Nicolás Tamaral (1687-1735), de la orden jesuítica. Es así que la edificación de la que hoy se conoce como la misión josefina pertenece al siglo XX.

Sin duda los daños que dejó el huracán de 1918 fueron catastróficos e históricos, también los datos meteorológicos nos hablan de cuestiones históricas, por ejemplo de que el pueblo de El Triunfo recibió más o menos 508 milímetros de precipitación durante el paso del huracán. Cantidad excepcional de lluvia que sólo ha sido recibida en nuestra media península tras el paso o máximo acercamiento de huracanes mayores. También la marea de tormenta en la ensenada paceña fue catastrófica, pues todos los navíos que se encontraban frente a la ciudad habían recalado, precisamente, por la seguridad que ofrece el puerto paceño ante los ciclones, el récord de marea de tormenta lo tiene el paso de Liza en 1976 con variaciones de hasta un metro en La Paz y Punta Prieta, el ciclón de 1918 generó algo parecido. Todos estos datos nos llevan a pensar que el de 1918, es altamente probable que se tratara de un huracán categoría 3 ó 4 en la actual escala de huracanes Saffir Simpson, por lo cual este ciclón dejó vientos sostenidos en el Sur de la península de por lo menos 180 km/h y rachas mayores a los 200 km/h, con lo cual estaría integrándose a la lista de huracanes mayores que han tocado tierra en Sudcalifornia durante los últimos cien años y sumándose al de 1941, Olivia en 1967, Kiko en 1989 y Odile en 2014. Aventurándonos en la especulación, podríamos postular que Baja California Sur, recibe en promedio 5 huracanes mayores por siglo, uno cada veinte años; otro dato bastante interesante, que nos podría sugerir cierta regularidad en el paso de estos monstruos por nuestra tierra.




A un siglo del huracán de 1918. Crónica de una catástrofe en BCS (I)

FOTOS: Archivo Histórico “Pablo L. Martínez”.

Colaboración Especial

Por Luis Domínguez Bareño

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En Baja California Sur es cosa común el acercamiento y paso de ciclones tropicales durante el verano e inicio del otoño, éstos tienen gran influencia sobre las condiciones de vida en el agreste y seco medio peninsular; sin las lluvias que aportan difícil sería mantener núcleos poblacionales, son de un gran beneficio. Desgraciadamente, cuando el sudcaliforniano no toma las medidas pertinentes, es cuando estos benefactores pueden trocarse en desgracias, donde los beneficios pueden ser menores a los daños y, lo más lamentable, esos daños pueden significar la pérdida de vidas humanas.

Los ciclones tropicales son de los eventos meteorológicos de mayor capacidad destructiva en nuestro planeta, pues llegan a combinar lluvias torrenciales con vientos intensos, además de inmensas marejadas que pueden destruir pueblos y ciudades en la línea de costa cercana al impacto. El principal factor para medir la intensidad de un ciclón es, básicamente, la fuerza de los vientos que sostiene cerca de su centro. Recordemos que los huracanes en el hemisferio norte hacen el giro sobre su eje en sentido contrario a las manecillas del reloj, este giro provoca que la zona central del sistema forme un espacio bien definido de baja presión, con ausencia de nubes y en calma, denominado ojo; esta es la zona nucleogenética de los ciclones pues controla el movimiento del ciclón y participa en su mayor parte de la “absorción” de calor necesario que asciende y se distribuye por todo el ciclón, incrementando su potencia.

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Uno de los más potentes y desastrosos ciclones que han tocado el sur de la península californiana —hoy Baja California Sur—, fue el ciclón que golpeó el llamado Distrito Sur de la Baja California del 15 al 17 de septiembre de 1918, hace exactacamente un siglo. Después del ciclón Liza de 1976, es éste ciclón sin nombre del año de 1918, el segundo ciclón que ha dejado más víctimas a su paso por estas tierras pues se habla que fueron 25 víctimas mortales en San José del Cabo, una víctima en San Antonio y una en Pescadero, además de varios desaparecidos en el mar.

Históricamente hay poca información sobre los ciclones en nuestra media península, yéndonos más atrás, unos 30 años en el tiempo, es muy complicado conocer las tormentas tropicales y ciclones que nos han afectado; ha faltado una socialización del conocimiento en este aspecto. El Gobierno de México desde finales del siglo XIX tiene un área de meteorología que atiende e informa sobre este tipo de fenómenos pero, desgraciadamente, la información no llega al común de la población a veces ni en el momento mismo de su generación; cuando el fenómeno está en desenvolvimiento y ponen en peligro a la población, mucho menos se ha hecho la historiación y difusión social de los datos. Contrario a ese auto desprecio de los hechos en nuestro país, han sido los Estados Unidos los que mantienen un registro consecuente de las tormentas tropicales y huracanes en nuestra zona del Pacífico Nororiental. Para efectos de enriquecer este trabajo sobre el huracán de 1918, hemos echado mano del importante informe que sobre el mismo escribió en el Monthly Weather Review, Franklin G. Tingley, meteorólogo de la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) y que se publicó en Washington durante enero de 1919.

Tingley afirma que fue durante los días del 14 al 17 de septiembre de 1918 en que este huracán surcó las aguas del Pacífico Mexicano, internándose a la media península por San José del Cabo y continuando hacia el norte, pasando por tierra muy cerca de La Paz, trayectoria que dibuja Tingley en el mapa que se muestra en las imágenes anexas, y en la cual se aprecia un recorrido muy parecido al del muy recordado y reciente potente huracán Odile. Tingley recoge los informes de dos embarcaciones que se encontraron al huracán de 1918 en mar abierto. El primer navío que cita información es el del barco Delagoa, de bandera danesa y un peso de 3, 541 toneladas. El informe de ese primer encuentro que hace el capitán Hansen es transcrito por Tingley para documentar su informe. En ellos da cuenta el capitán que se encontraron con el huracán en 19° grados latitud Norte y 106° longitud Oeste,  estas coordenadas son en mar abierto a unos 170 kilómetros al oeste del puerto de Manzanillo, Colima.  El 14 de septiembre desde el Delagoa comenzaron a sentir la elevación del oleaje de rumbo Este Sureste y para la medianoche el viento ya se incrementaba a casi 20 km/h; en la madrugada del día 15 el viento del Noreste fue en incremento hasta llegar a los 100 km/h, con la nubosidad y lluvia característica del acercamiento de un ciclón; para las seis de la mañana el viento ya rebasaba los 120 km/h, lo cual colocaba al barco bajo los efectos de un huracán en toda su magnitud.  En punto de las 8 de la mañana el viento fuerte siguió aumentando, por la descripción que hace el capitán de estar bajo “un huracán violento” debemos suponer que era un huracán mayor, de lo que hoy se conocería en la escala de huracanes Saffir-Simpson como un Categoría 3 por lo menos. Señala el informe que el mar subió increíblemente del Sureste, los chubascos eran torrenciales con olas que rompían muy alto y el barco estaba totalmente a la deriva recibiendo severos golpes del agua en el casco de la nave. Para las 10 de la mañana notaron que, el centro del huracán, les pasaba por el Este, dirigiéndose dicho fenómeno rumbo al Norte; ésto les dio pie a intentar dirigir la nave hacia el Sur para escapar de la tormenta, el viento comenzó a cambiar de dirección, primero viniendo del Norte y noroeste, para después soplar al Oeste, y a la una de la tarde del Suroeste. En este tiempo se registró la presión mínima de 975 hectoPascales, lo cual es característico de un huracán categoría 2, aunque la medida que determina hoy en día la clasificación de la intensidad de un huracán es la fuerza de sus vientos.

Hubo otro barco que se encontró cerca del huracán y reportó algunos datos, fue el Ciudad de Para, el cual cubría la ruta del canal de Panamá hacia San Francisco; cuenta su capitán G. McKinnon que el 16 de septiembre se encontraban en 22° latitud Norte y 110° longitud Oeste, esto es a unos 100 km al Sur de Los Cabos; los efectos que ellos sintieron en la noche del 16 al 17 de septiembre fueron una presión atmosférica de 993 Hpa. y un viento de 80 km/h del Oeste-Noroeste. Esto es que el huracán pasó al lado de derecho (Este) de la embarcación, por la trayectoria del ciclón que era hacia el Noroeste y que la parte más potente del ciclón ya había tocado el Sur de la península bajacaliforniana. El barco Ciudad de Para no sintió el golpe del huracán desde todos los cuadrantes, es decir no estuvo tan cerca del centro del ciclón como el Delagoa, más sin embargo alcanzó a ser golpeado por el cuadrante suroeste del ciclón con una fuerza de tormenta tropical. Como diríamos en el argot choyero sobre ciclones, les tocó la pura “colita”.

Estos interesantes datos de la navegación marítima nos sirven para conocer en gran medida de la potente dimensión del huracán, el cual comenzó a golpear San José del Cabo con toda su furia durante la tarde del día 16 de septiembre para durante la madrugada enfilarse sobre tierra hacia la ciudad de La Paz. Aquí es importante compartir el informe que envió a su país el consul estadounidense B.F. Yost, quien se encontraba en Santa Rosalía, según mis rudimentarios conocimientos del idioma, traduciendo el informe citado la narración sería la siguiente:

El mayor daño hecho en La Paz es para las embarcaciones; cada barco en la bahía fue volado sobre la playa, más o menos todos fueron dañados y unos totalmente arruinados. Como La Paz es principalmente comunidad marítima, muchas personas tenían todos sus ahorros invertidos en pequeños balandros usados en el cabotaje. algunos de estos navíos  fueron totalmente destruidos, mientras los otros que quedaron ha sido imposible de repararlos hasta ahora debido a la ausencia total de los materiales necesarios, como la estopa, hojas de cobre, y clavos de cobre.

El resultado es que la mayor parte de los navíos están todavía sobre la playa y en espera de ser reparados antes de que puedan ser puestos a flote de nuevo. El daño en La Paz y sus alrededores probablemente alcanzará un total de 200,000 pesos. El viento del Norte y el Noreste fue el que hizo el mayor daño. El vapor americano Sun Gabrien, en marcha para La Paz sobre aquel tiempo, con una carga general grande, ha fallado en llegar, según cuentan los periódicos. Otro vapor americano, el Coos Bahia, con rumbo hacia San Francisco, es dado por perdido con todo a bordo. Otros navíos que habían sido reportados perdidos, gradualmente se ha estado teniendo noticias de ellos.

Los informes de San José del Cabo indicarían que la tormenta fue sumamente severa allí. Pequeños arroyos se hicieron torrentes furiosos, arrasando todo en su camino y dejando casas y árboles en el mar. Muchas personas perdieron sus vidas ahogados o por caída de árboles, el número de muertos hasta ahora se considera que es de 25. San José es el centro de la industria de caña de azúcar, cuya cosecha sufrió un daño considerable; otras cosechas han sufrido en la misma proporción. Las comunidades de Santiago, Miraflores, y San Bartolo fueron golpeadas con severidad por la tormenta, aunque ninguna muertes haya sido reportada de aquellos sitios. Sin embargo, mucho daño fue hecho a las cosechas recientes. En El Triunfo la tormenta era claramente menos violenta, pero aproximadamente 20 pulgadas de precipitación fueron cuantificadas. Muchas casas fueron arruinadas y la mayor parte de los techos volaron. Casi todos los edificios sufrieron algún tipo de daño.

De toda la información disponible, es fácil de afirmar que la tormenta parece haber sido limitada a la parte del Sur de la península, que fue muy dura, como huracán, en el Distrito de San José del Cabo, y probablemente alcanzó gran fuerza en alguna distancia en el mar adentro. Esto alcanzaría una muy pequeña parte al noreste y al oeste de La Paz. Los efectos de la tormenta en Mazatlán, Altata, y Guaymas no fueron tan sensibles, pero una marejada y viento pesada del sudoeste fue sentida.

En Santa Rosalía muy poco viento fue registrado, y éste nunca alcanzó la velocidad de una tormenta. Una marejada pesada del Sureste ha continuado durante dos días sin hacer cualquier daño material, excepto el lado de un pedazo de muelle de la Compañía Boleo que embarca en esta parte del Golfo fue algo trastornada. Se pensaba que 11 barcos alemanes que navegaban cerca, y fueron anclados en Santa Rosalía, podrían sufrir daño, pero ellos soportaron la corriente marina en buenas condiciones.

El daño total causado en el área afectada por el ciclón, sin contar los barcos perdidos en el mar, puede ser estimado en aproximadamente medio millón de pesos.




Las luces de San Telmo en tiempo de huracanes ¿realidad o mito?

La Paz tras el paso de Liza. FOTO: Archivo.

California Mítica

Por Gilberto Manuel Ortega Avilés

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cada año, los huracanes presentan dos aspectos interesantes en Baja California Sur, por un lado el temor por los posibles daños que estos fenómenos podrían causar, pero por otro, también, la necesidad de los mismos para que se generen las lluvias que tanto necesita nuestro Estado.

Pero un tercer aspecto curioso que generan los huracanes y mal tiempo son las supersticiones. Muchas personas aseguran ver cosas extrañas durante ellos, e incluso se piensa que se puede desintegrarlos o desviarlos con rezos o ritos. Un ejemplo clásico son las misteriosas luces de San Telmo. El nombre de San Telmo viene del Santo Patrono de los marineros, es por eso que cuando venían esa extraña luz, aseguraban que era el santo que los advertía que la calamidad estaba cerca. Las famosas luces —dicen—se han dejado ver en el cielo sudcaliforniano desde aquel trágico ciclón Liza hasta el destructor huracán Odile.

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Aunque la ciencia ya ha explicado de manera acertada el fenómeno que se da durante las tormentas, y que afecta no sólo a barcos sino también aviones, en nuestra herencia popular tenemos la idea de que la famosa luz de San Telmo es un fuego que viene advertirnos de peligros, apareciendo en huracanes, tormentas eléctricas, etcétera.

El fuego de San Telmo —que no es fuego, es plasma— es uno de los fenómenos naturales eléctricos menos conocidos y con el que es difícil encontrarse. Jovi Esteve publicó en El País que “Tiene su origen en la electricidad estática de la atmósfera y podríamos definirlo como una descarga luminiscente o resplandor luminoso semejante a pequeñas chispas que saltan de los objetos metálicos y punzantes durante una tormenta intensa. Los objetos puntiagudos o buenos conductores de la electricidad empiezan a desprender pequeños chasquidos o llamaradas por la ionización del aire dentro del campo eléctrico que originan estas tormentas. El aire ionizado desprende esa luz entre azulada y violeta característica del fenómeno”.

Lo que se dice

Uno de los eventos catastróficos más impresionantes y lamentables en Baja California Sur, ocurrió el 30 de septiembre de 1976 —disponible para su consulta en el acervo de revistas del Archivo Histórico “Pablo L. Martinez” en La Paz—: el huracán Liza. Éste causó muchos daños materiales y más de mil 200 muertes en el Estado; sin duda, un doloroso recuerdo a pesar de que hayan pasado 40 años, pues sigue fresco en la memoria de las personas que lo presenciaron, y hasta nos causa  tristeza y melancolía a los que no vivimos ese evento, pero lo recordamos a través de fotografías y relatos que quedaron grabados en el alma de todos los sudcalifornianos.

Durante el ciclón Liza también se apreciaron estas señales y el testimonio de éste y otros fenómenos climatológicos anteriores lo encontramos en la revista Compas publicada el 30 de septiembre del 2001 —25 años después del hecho—.

La señora Manuelita Lizárraga —a quien le encantaba escuchar los relatos de los ancianos ya que de ellos se podría aprender mucho—, contó en dicha revista que en 1918, el 15 de septiembre, hubo un evento curioso en La Paz: desde el malecón se observaron nubarrones y unas culebras de agua, y las nubes absorbían muchos peces, los cuales al llegar la tromba a la ciudad —según los testigos—, dejó caer los peces en la orilla, lo cual fue un espectáculo impresionante.

Don Lorenzo Verdugo —un niño en esa época—, también relató que ese mismo día fue con su papá, mamá y hermanos a las Fiestas Patrias, pero al estar en el centro, su padre, quien era pescador, observó los vientos huracanados; los tomó de las mano y les dijo que esos vientos no le daban buena espina y se los llevo de ahí. Ellos vivían cerca de la calle Serdán, y cuando iban pasando por la Logia Masónica el viento era tan fuerte que apenas podían caminar para llegar a su hogar, una humilde casa de madera que se movía por las violentas ráfagas de viento: Fue ahí cuando la madre de los entonces chiquillos vio cerca de la torre de agua de un molino de viento cercano las famosas luces de San Telmo y grito aterrorizada “¡Ave María Purísima, es la Luz de San Telmo, habrá desgracia!” La luz era una bola de fuego circulante que se mecía en el aire de un lado para otro. La casa pequeña casa ubicada en Serdán y 16 de Septiembre —seg+un el testimonio guardado en dicho material— se estrujaba, y el arroyo de esa calle arrastró cardones, árboles, animales y muchas otras cosas. Todo esto era iluminado por la misteriosa luz.

Algunas personas  aseguran que es  posible ahuyentar esta luz con rezar o incluso quemando una rama de palma bendita en Domingo de Ramos, según una creencia popular.

El reconocido periodista Rogelio Olachea Arriola, en un interesante relato llamado Las trombas de La Paz nos cuenta cómo el mal tiempo era desviado por brujos o brujas para evitar desgracias.
En 1985 se cuenta cómo una enorme culebra de agua avanzaba por la calle obispado y unos gendarmes que vigilaban observaron que fue desviada por un conjuro de una persona hacia los cerros.

En 1918 muchos testigos se reunieron en el malecón para observar las culebras y cómo el señor Juvencio Vicario Ramírez realizó un exorcismo y las desvió; aunque fue ocasionado por los mismos vientos, sin duda, el espectacular evento se convirtió en todo un mito para esa época.

Pero más allá de la ficción, en el terrible ciclón de 1907 se observaron extrañas luces de colores muy atípicas, las cuales no quedaron sólo en la memoria de los testigos, sino los informes oficiales del Gobierno de ese mismo año.

Hoy en día con predicciones de modelos climáticos, la superstición queda de lado, pero nos dejó interesantes leyendas, y estos relatos quedan como advertencia de los peligros de los huracanes y no debemos olvidar tomar precauciones cada temporada para evitar, en la medida de lo posible, daños materiales y en vidas humanas.




“Se lo llevó el arroyo”. Recuerdos del ciclón Liza

FOTO: John Malmin.

Colaboración Especial

Por Miguel Ángel Avilés

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando se reanudaron las clases, ya ninguno de nosotros era el mismo. Habíamos vivido la tardenoche del 30 de septiembre como la peor de todas y la muerte vestida de agua, dejó a la ciudad desolada, triste, aturdida, con un tablado negro, de luto, por el ciclón Liza.

Jueves 30 de septiembre/ del año 76/ muchos murieron ahogados/ y otros murieron de sed, musicalizó don Daniel Lucero cuando de puro dolor le dio por componer ese corrido que después grabaría  en un casete Sony para que lo escucharan sus amigos y parientes a modo de testimonio.

La suma de muertos siempre fue inexacta. Por que así lo quiso el gobierno o, para que más que la verdad, porque era imposible saber el número de gente que, a medianoche,  recibió de lleno aquel manto lúgubre de agua que ruidosamente, se dejó venir desde el arroyo El Cajoncito luego de hacer estallar  de las más insensata manera esa escuálida muralla de tierra, hecha acaso para soportar lloviznas de ocasión pero no ciclones de esa magnitud.

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El artefacto hizo el boquete y la corriente embravecida se volvió una aplanadora y de inmediato pasó por encima de todas esas casas habitadas de la colonia Juárez, hasta dejarlas en el suelo raso sin miramiento alguno.

A temprana hora del  día siguiente,  yo habría de ver un cuerpo aquí y otro allá, como unos maniquíes tirados a la basura. Esas imágenes se quedaron guardadas para siempre en el álbum de la memoria y de vez en cuanto  se incorporan tan vitales como lo eran antes de que el ciclón Liza tocara tierra.

Aquellos muertos eran apenas los primeros personajes de esta obra tétrica, funesta, lastimera que tuvimos que presenciar durante varios días y por varias calles antes de ser identificados por sus familiares —o un amigo, si la familia se había ido completa—, si corrían con suerte o, de lo contrario, se iban derechito a las largas fosas comunes que tuvieron que abrirse en el panteón de Los Sanjuanes.

FOTO: Navegante Sudcaliforniano.

Cuando se consideró prudente, los niños volvimos a la escuela pero algunos salones estaban incompletos. Los profes seguramente querían apaciguar la conmoción y jugueteaban al momento de pasar lista. Unos sí respondían pero otros no,  porque se los había llevado el arroyo  y no habrían de regresar jamás.

El grupo escuchaba el nombre, todos se volteaban a ver y luego alguien respondía con vacilación: “Se lo llevó el arroyo, profe”. Pasó en un salón y pasó en más y lo mismo pudo pasar en otras escuelas de las colonias afectadas.

Pero si lo que le atribuyen a Nietzsche es cierto, éste tenía razón: “El hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”. Es el refugio para no dolernos tanto, para amortiguar la tragedia, para aminorar las penas. A lo mejor por eso de pronto esa expresión pasó de ser una respuesta espontanea de niño, a un dicho popular que la ciudad  lo acogió por largo tiempo. Cuando alguien faltaba a una reunión y se preguntaba por él, si llegabas a casa y querías saber de alguien que no estaba, si averiguabas por algún otro que había perdido de vista, la réplica era esa: “se lo llevó el arroyo”, lo cual significaba que por ahí andaba, que no estaba presente, que no lo habías visto o cosa semejante.

Sin embargo, bien lo dice el gran filosofo guanajuatense: “Las distancias apartan las ciudades/ Las ciudades destruyen las costumbres” y ese dicho nacido del dolor guardado, se fue quedando en el olvido o en generaciones que hoy están creciditas. Así pasa, nada es para siempre. Acaso tan solo la certeza de saber que acaba de pasar el 30 de septiembre, pero al igual que aquella vez que volvíamos a clases, ya ninguno de nosotros es el mismo. Ni los que murieron esa noche y ni los que quedamos para contarlo somos los mismos. Porque algo  de ti y de mí, también se lo llevó el arroyo…




“Parecía que habían bombardeado La Paz”: testimonio sobre el ciclón Liza

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De sus archivos personales, doña Irma da a conocer fotos tomadas unos cuantos días después del ciclón Liza (30 de septiembre de 1976). En las fotos se ve el “Cerro Atravesado”, zona donde muchas viviendas fueron arrasadas por el huracán. Esta región es entre El Cajoncito y la actual colonia Agua Escondida, en La Paz . Fotos: Irma del Carmen de la Peña León.

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando le pregunté a doña Irma de la Peña sobre lo que vivió durante y después del ciclón Liza, no batalló en hurgar en su memoria: el recuerdo de hace 41 años lo tiene tan fresco como el lodo que cubría la treintena de cadáveres que vio de camino de la casa de su padre a la suya, luego de la fatídica tardenoche del 30 de septiembre de 1976 en La Paz. En entrevista exclusiva para CULCO BCS, la mujer relató, especialmente, la zozobra de los días posteriores al huracán. Los muertos. La incomunicación. La ayuda que nunca llegó.

Irma del Carmen de la Peña León tenía 29 años entonces, y estaba casada con el señor Alberto Azcárraga Martínez, y el hijo de ambos, Alberto, tenía sólo 6 meses de edad. El 30 de septiembre de 1976 era quincena y hacía calor, recuerda. Su padre, don Luis de la Peña Castro, con la intuición de los antiguos rancheros, urgió a su hija y familia para que se acomodaran en su casa, ubicada en Independencia y Altamirano, colonia centro —a una cuadra del Centro de Salud de la 5 de Mayo. Sin llevarse nada de su vivienda ubicada sobre la calle Colima en la colonia Infonavit —casa en la que la mujer aún vive—, en casa de su papá pasaron la noche del huracán que más muertos ha dejado en Baja California Sur, cifra en la que aún no logran ponerse de acuerdo ni las autoridades ni las fuentes que hay al respecto.

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Lo que doña Irma más recuerda es el día siguiente: el 1 de octubre, cuando con su esposo e hijo se dirigieron a su casa en la colonia Infonavit. “Parecía que habían bombardeado La Paz“, dijo. En el transcurso de la casa de sus papás a su vivienda, cruzando a como podían por la Forjadores, asegura que desde la Secundaria Morelos hasta la Colima vio aproximadamente 30 o más ciudadanos muertos, semienterrados y llenos de lodo, quienes había sido literalmente lanzados a las calles por los arroyos. Muchos más no tuvieron la misma “suerte”, pues la corriente los llevó directo al mar, sin que nunca se supiera de su paradero.

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Debido al calor y los cadáveres en descomposición, pronto se generó una peste, y las autoridades se vieron en la necesidad de llevar en “camionadas” la enorme cantidad de muertos que dejó Liza en las calles. La señora cuenta que se supo que los llevaban en varios camiones, envueltos en sábanas, los cubrían con cal, y fueron apilados por grupos en una fosa común en Los Sanjuanes. Días después, algunas personas salieron a las calles a reclamar a los desaparecidos, pero nunca se supo de varios: fue inútil llevar un registro de los cadáveres, ya que para no acarrear infecciones el gobierno los enterró con la mayor premura posible. Junto con los muertos, se sepultaron muchos datos: al parecer no hubo periodistas que informaran la magnitud de la tragedia que acababa de ocurrir. Hasta la fecha, de lo acontecido hay información imprecisa, pendiente.

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Volviendo al día siguiente, 1 de octubre, día en que doña Irma regresó a su casa de Infonavit, cuenta que hubo personas que lograron sobrevivir, literalmente, atados a los árboles o los techos, como fue el caso de una de sus tías y su familia cuando el agua inundó la casa habitación —”Liza fue mucho más agua que viento”, señala—, y a como pudieron se amarraron con gruesos mecates del techo, subiendo de uno en uno por el lavadero. En el caso de esa vivienda de esos parientes, a sólo un par de cuadras de la Colima, por la Jalisco, el agua habría cubierto al menos un metro.

En la casa de Irma se perdió o echó a perder todo lo que estuvo impregnado por el espesor del agua, pese a todo, y habiendo sobrevivido ella y sus familiares más cercanos, cree que no fue nada comparado con lo que siguió. ¿Qué hubiera pasado si se hubieran quedado en la casa de la Colima? Le pregunté. Dijo que nunca se sabría, el nivel del agua no era para haberse ahogado, pero tal vez, en medio de la desesperación hubieran salido en su carro para resguardarse, y —¿quién podría saberlo?— morir como el caso de un taxista y su familia que salieron en su vehículo y fallecieron todos ahogados, atorados por una corriente de agua.

Alrededor de un mes, doña Irma y familia estuvieron sin luz ni agua potable. Prácticamente invisibles del resto de la República Mexicana, estuvieron incomunicados. Se dice que el Gobierno del Estado recibió ayuda humanitaria de Estados Unidos, pero en palabras de la sobreviviente, aunque se murmuró que hubo barcos con grandes cargas con todo tipo de ayudas, ni ella ni sus conocidos vieron absolutamente nada. Doña Irma también recuerda que años después, se supo de osamentas encontradas en el fondo de algunos asentamientos, como en el frente de su casa: huesos humanos. Quién sabe quiénes serían y si alguien los habría reclamado alguna vez.

El 30 de septiembre de este año se cumplieron 40 años del ciclón Liza, la tragedia más grande de Baja California Sur. No hay una cifra oficial de muertos; los números van del medio millar hasta quienes creen que fueron alrededor de 10 mil personas. Tampoco hubo muchos eventos en la capital del estado que recordaran esta fecha.

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Las fotografías aquí publicadas corresponden a los archivos personales de doña Irma del Carmen de la Peña León. Su esposo, don Alberto —ya fallecido—, las tomó sólo unos días después del ciclón, en octubre de 1976. Habían permanecido en sus álbumes fotográficos por décadas, hasta ahora. En las imágenes se alcanza a apreciar el “Cerro Atravesado”, entre la zona de El Cajoncito y la colonia Agua Escondida, sitio donde hubo viviendas que fueron totalmente arrasadas por el viento y el agua que trajo Liza.