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El capitalismo y su producción de lógicas

Colaboración Especial

Por Pablo Chiw

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En 1994, Félix Guattari advirtió: las fuerzas que administran el capitalismo entendieron que producir subjetividades, tal vez sea la forma más importante de producción. ¿Cómo medimos la importancia, la trascendencia de estas palabras? Fácil: del cero al cien en términos de trascendencia, yo le pondría el cien.

Para explicarme un poco, voy a hacer algo temerario, utilizaré un ejemplo que puede despertar la furia de muchas personas, sin embargo y me excuso desde el inicio, se trata de un ejemplo y no refleja las preferencias ni sentimientos del autor.

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Los perrijos

Conozco gente que quiero muchísimo, que son personas maravillosas que tienen en su hogar perros con los cuales han desarrollado un vínculo afectivo profundo. Sin embargo, es relativamente reciente que este fenómeno se extendió.

Años atrás, gatos y perros tenían un valor afectivo similar al de un ratón, se mataban por cualquier motivo o incluso sin él. La gente echaba cebos envenados, los niños jugaban a matar gatos y decir “derechos de los animales” sólo lo escuchabas en sketches cómicos.

De hecho, una de las cosas más impactantes cuando llegué a Austria, fue ver que en el supermercado vendían huevos de gallinas felices. ¿Huevos de gallinas felices? ¿Y mucho más caros porque los crían en jaulas grandotas? ¡ah, chinga!

En la concepción del mundo que yo tenía en el 2007, jamás había escuchado ni en la televisión, ni en la escuela, ni en el trabajo, en ningún lado, decir que las gallinas eran infelices. Pero tampoco de los gatos, ni los perros. En ese tiempo era un tema de conversación inexistente.

Sin embargo, los perros pasaron de ser objetos que se pueden dejar en las azoteas a morir de hambre e insolación para convertirse en hijos adoptivos y consentidos en familias humanas. ¿Qué hicieron los perros para ascender tanto en la escalera del valor afectivo?

¿Qué pasó?

Bueno, creo que los perros siempre han hecho lo mismo, sin embargo, lo que cambió las cosas fueron seres humanos. ¿Cuáles seres humanos? ¿los activistas que nadie pela? ¿los humanos de la mercadotecnia?

Creo que los segundos, los humanos de la mercadotecnia, vieron en las ideas de los primeros —los activistas que nadie pela—, una posibilidad de lucro y abrieron mercado. Se comenzó a producir masivamente una nueva lógica: el amor por los perros y gatos (pero no por las ratas, ni las cabras), que exhibe nuestra calidad humana.

Entonces, ahora tenemos personas que tienen ocho perros encerrados en su casa de interés social, rescatando perritos de la calle y sintiendo el dolor, la rabia, la indignación que les ocurre cuando pasan por la calle y ven otra víctima más del abandono humano.

Vemos a personas que toman a sus perros y se los empinan en la boca para que su mascota los ataque con una multitud de besos de lengüita canina, la expresión humana de la bondad en toda su misericordia.

Aparecen infinidad de denuncias en redes sociales en contra de aquel malvado ser humano que tiene a un perrito amarrado, flaco, sucio o asoleado, acompañado de la frase filosófica: Quien no ama a los animales, no puede ser buena persona.

Una nueva lógica fue creada, expandida y bien fundamentada en los pilares de la obligación ética y la bondad humana. Lógica que, dicho sea de paso, maximizó exponencialmente la industria relativa al mercado canino y felino. O sea, en los 90 la gente les daba sobras a los perros, las croquetas fueron un producto para el cual las empresas pagaron millones en publicidad para posicionarlo.

En fin, con todo y todo, supongo que se trata de una historia con final feliz, todos ganan con esta nueva lógica.

Sin embargo, hay una cosa que me resulta fascinante y aprovecho para ponerla en la mesa. Hay buenas personas que aman a sus perrijos con una pasión incuestionable, pero que odian a los migrantes… ¡Ah, cabrón!

Sí, un quiebre muy derridiano

(La contradicción interna al discurso como el punto de quiebre).

O sea, ¿por qué buenas personas que aman a los animales odian a los inmigrantes? Claro, es bien sencillo brincar el charco y situarnos en Norteamérica, y pensar en las ñoras ricas que se andan besuqueando con sus labradores y al mismo tiempo echándole la migra a los paisanos.

Pero con la misma facilidad nos podemos situar aquí en México, con la palomilla que anda haciendo “croquetones” para alimentar a los perritos de la calle, pero nunca le daría un taquito a un hermano centroamericano que anda huyendo de la Guardia Nacional. Eso significa que una buena persona con los perros, puede también puede ser mala persona con otros seres humanos.

¿Cuál es la lógica? Hago el “croquetón” por amor, pero denuncio al migrante centroamericano porque se van a quedar a robar, desea nuestros trabajos, quizá son violadores o traen enfermedades y ni siquiera son sus mejores elementos. Entonces, lo correcto es, si no denunciar, de perdida hacerles el feo y no darles comida.

¿Suena familiar? Sí, son más o menos las palabras de Trump dichas por cualquier persona en cualquier país que está adscrito a la lógica anti-inmigrante.

Y de la misma manera en que alguien creó la lógica del amor a los perros y gatos, también hay quienes crearon las lógicas anti-inmigrantes. Lo cual me lleva a concluir regresando a Félix Guattari: las personas que administran el capitalismo entendieron que producir lógicas, tal vez sea la forma más importante de producción.

Las lógicas son una serie de creencias que operan dentro de nuestros cerebros y benefician a sus creadores, aún cuando tales ideas terminen destruyéndonos. Hay dos preguntas fundamentales qué hacer ¿quiénes están creando las lógicas? y ¿qué lógicas me implantaron?

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Parásitos: una fábula moderna

FOTOS: Internet

Kinetoscopio

Por Alejandro Aguirre Riveros

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Todos conocemos la obscena cifra que nos recuerda cuán abismal es la desigualdad en el mundo: el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que todo el 99% restante de las personas del planeta. ¿Cómo logramos sobrellevar en el día a día las pesadas estructuras sociales de la faceta más tóxica del capitalismo actual? Esta es la pregunta que Bong Joon Ho intenta responder a través de Parásitos (2019): una fábula moderna sobre la diferencia de clases sociales y la violencia implícita en sus relaciones.

La historia se centra en las disparidades entre la familia Park: la imagen ideal del éxito y la riqueza que viene acompañada de coches caros y casas amplias y elegantes. Y la familia Kim, quienes habitan en un apretado departamento subterráneo para vivir al día con gran ingenio y amplias aspiraciones a superarse.

 

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Por azares del destino ambas familias coinciden: Ki-Woo, el hijo mayor de los Kim, comienza a trabajar en casa de los Parks como maestro de inglés de la hija mayor. Esto dará pie a una serie de engaños y enredos que permitirán que los Kim brinden servicios de lujo indispensables de tal forma que los Parks terminan por financiar sin darse cuenta a toda su familia. Sin embargo, esta relación simbiótica se pondrá a prueba al descubrir que los Parks ya contaban con un parásito en su interior. Dicho intruso los obligará a desatar una batalla salvaje y despiadada que amenaza con destruir la reciente bonanza alcanzada por los Kim.

“Esto es tan metafórico”, expresa uno de los personajes en cierto momento de la película. Y la línea se convierte en una invitación a indagar más allá de lo que acontece en pantalla: piedras, pasajes secretos, vidas subterráneas, fantasmas, sueños de riqueza, cartas, asesinatos y pasteles de cumpleaños se convierten en un juego de símbolos que elevan la cinta hacia un significado más profundo. Anfitriones y parásitos se convierten así en un Rorschach cinematográfico en el que la línea entre héroe y villano se desdibuja para obligar al espectador a mirarse en un incómodo espejo.

¿Quién no se ha sentido feliz al gorronear el internet del vecino? ¿Quién puede negar el sueño de una vida más acomodada? O peor aún: ¿quién no ha odiado a su jefe a pesar de verse obligado a ser todo cordialidad y sonrisas?

La relación entre los Parks y los Kim se convierte así en una metáfora sobre los empleados y los empleadores. Una relación que en algunos contextos, como lo es el de la servidumbre, cae en una pesada intimidad que bien puede envenenarse con resentimiento cuando el trato es injusto y la paga raquítica. Un resentimiento compartido por la gran mayoría de trabajos mal pagados en cuya discordia se amplía la hipocresía del buen trato hacia nuestro jefe o nuestros clientes a cambio del pan de cada día. Un buen trato obligado y superficial en el que escondemos el deseo aspiracional con el que el discurso oficial tiende a sepultar la realidad bajo un eslogan trillado: sueña, trabaja duro y tú también lograrás ser rico.

En Parásitos este juego de poderes sale a relucir a través del contraste entre la familia más pobre, quienes a través del ingenio, se adueñan de la riquezas que podrían, y deberían, ser suyas pero que al contrario, por su naturaleza parasitaria, solo reflejan cuán miserables y dispares son sus condiciones de vida.

Una reflexión que hace eco en la abismal desigualdad económica de nuestros días al preguntarnos cuál es nuestra posición social: ¿somos anfitriones o parásitos? La respuesta en realidad no acepta maniqueísmos reduccionistas: todos dependemos de todos. Hasta que no logremos sobrepasar el denigrante y deshumanizante utilitarismo que caracteriza al capitalismo actual, seremos una sociedad parasitaria, obligada como los personajes de la película a abrirse paso a través del engaño y la violencia.

En resumen, Bong Joon Ho, tras otras profundas reflexiones sobre la lucha de clases, como Ojka (2017) y el Expreso del miedo (2013), nos deslumbra con una película casi perfecta en la que sobresale el uso magistral del encuadre, la riqueza del lenguaje visual, el control de un tono tremendamente cambiante y el despliegue de grandes actuaciones. Se trata de una de esas extrañas rarezas en el séptimo arte donde el título de cine de arte también es sinónimo de entretenimiento y fácil acceso, sin que por ello deje de ser una experiencia profunda y original.

No por nada la cinta ha coronado a Bong Joon Ho con la Palma de Oro en Cannes y, más recientemente, ha hecho historia como la primer película surcoreana en ser nominada al Oscar a mejor película. ¡Enhorabuena!

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¿Por qué tenemos qué ir a trabajar? Consideraciones sobre el capitalismo

Bolero en el Jardín Velasco, en La Paz. FOTO: Modesto Peralta Delgado.

Colaboración Especial

Por Xire Gal

 

Cabo San Lucas, Baja California Sur (BCS). Lo dijo atinadamente un amigo, para iniciar el día con pésimo humor, dos cosas: encender una computadora y sufrir la agonía de la espera en lo que se corre el sistema operativo, cuando lo menos que se tiene es tiempo para esperar; la otra, encender el automóvil sólo para escuchar un ruido que antes no hacía el motor. Bueno, eso sí bien va, puede que como me ocurrió, el desconsiderado auto ni siquiera arranque.

Hay que sumar que esto me ocurrió en fin de quincena, así que el taxi carísimo no es opción. Sólo quedaban dos opciones: caminar o el autobús, preferí la segunda. Quedaban pocos asientos, todos para compartir, elegí uno y me senté. Era inevitable que en mi rostro se notara la molestia. Mi compañero, al parecer un trabajador de hotel, que al igual que yo tenía cara de que su día no había iniciado bien, me saludó y, sin que lo esperará iniciamos una conversación que resultó ser bastante reveladora. Enseguida, intentaré reproducirla, procurando que sea lo más fiel posible.

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¿Para qué trabajar?

Xire Gal: ¿Qué caso tiene ir a trabajar? ¿Qué nos obliga a levantarnos e ir a hacer una actividad que está claro, por su cara y la mía, no queremos hacer?

Trabajador: Bueno, hay una primera respuesta, una que es casi una perogrullada. Si no trabajamos no comemos. Sin embargo, la respuesta se puede ampliar, llevándola a consideraciones digamos profundas. Quizá responder que se trabaja para comer es una respuesta que se ajusta a una clase social específica, la clase trabajadora u obrera, y todavía para esta clase resulta ser imprecisa, pues aunque sea para algo extra que no sea la comida nos alcanza el salario. Definitivamente la respuesta no aplica para la pequeña clase capitalista, ni para la clase marginal: los primeros bien pueden dejar de trabajar y lo que poseen les alcanza para vivir una, dos o más vidas de manera holgada; la segunda, no tienen siquiera la posibilidad de trabajar, y apenas sobreviven.

Hay un personaje que se hace obligadamente necesario citar al respecto de este tema, me refiero a Karl Marx, él, con respecto a lo que usted pregunta, dice: La fuerza de trabajo en acción, el trabajo mismo, es la propia actividad vital del obrero, la manifestación misma de su vida. Y esta actividad vital la vende a otro para asegurarse los medios de vida necesarios… El obrero ni siquiera considera el trabajo parte de la vida; para él es más bien un sacrificio de su vida… Para él, la vida comienza allí dónde terminan estas actividades (las del trabajo), en la mesa de su casa, en el banco de la taberna, en la cama…”

Marx no habla de trabajar para comer, sino para vivir, es decir para poder tener acceso a cosas y actividades que nos brinden placer, felicidad si se quiere.

Xire Gal: Precisamente, mi pregunta la hice pensado en eso de lo que habla Marx. Hacer lo desagradable para recibir alguna gratificación, para vivir. Será cliché, pero la culpa es de la efectiva estructura del demonio llamada el capitalismo.

Trabajador: Sí, hay razón en lo que dice. Pero lo importante es intentar comprender cómo es que lo logra, ¿por qué trabajamos? Siguiendo con Marx, de nuevo lo cito: las relaciones de producción forman en conjunto lo que se llama las relaciones sociales, la sociedad. Si entiendo, el capitalismo ha hecho del trabajo la soldadura de la estructura social. Si es así, otra probable respuesta a sus preguntas es que aceptamos las obligaciones laborales porque de no hacerlo no seríamos parte de la sociedad.

Xire Gal: Exacto. Recuerdo que en el pueblo en el que nací y crecí una de las cosas que podían hacer que la comunidad te rechazara, era hacerte de la fama de flojo. Esto costaba ser víctima de burlas y miradas de desprecio.

Trabajador: Y pasa en todos lados. Mucho se habla de la idolatría al consumo. No dudo que hay verdad en esto, mas no dejo de plantearme la pregunta: ¿Trabajamos para consumir o consumimos para trabajar? Estoy tentado a sostener que consumimos para trabajar.

Trabajo-consumo; consumo-trabajo

Xire Gal: No entiendo, explíquese por favor.

Trabajador: Mire, Walter Benjamin analiza el capitalismo y lo comprende como una religión, una muy peculiar: Probablemente el capitalismo es el primer caso de culto no expiante, sino culpabilizante. Este sistema religioso se encuentra arrastrado por una corriente gigantesca. Una monumental consciencia de culpa que no sabe sacudirse la culpabilidad de encima, echa mano del culto no para reparar esa culpa, sino para hacerla universal, forzándola a entrar a la consciencia y, sobre todo, abarcar a Dios mismo en esa culpa para que se interese finalmente en la expiación.

Xire Gal: Sigo sin entender.

Trabajador: Me aproximo al punto, y me disculpo por la pedantería que se hace necesaria de seguir citando autores. Un sociólogo judío, Zygmunt Bauman, en uno de sus libros aborda la función del trabajo en las sociedades modernas. En este libro, siguiendo a otros autores, propone que una de las primeras estrategias del capitalismo, para hacer que los sujetos cumplan sus funciones laborales, fue atribuirle un carácter ético al trabajo, lo que llama la ética del trabajo. El propósito de esto lo resume en la siguiente frase: La imposición de la ética del trabajo implicaba la renuncia a la libertad. Aunque hay que decirlo, en los capítulos últimos, como tantos, pondera al consumismo como heredero de la ética del trabajo.

Xire Gal: Esto contradice su planteamiento. ¿No?

Trabajador: Sí. No discuto que efectivamente el consumo ha permeado nuestra sociedad, que ha hecho del fetichismo la norma. Pero lo que sostiene al ser consumista, sigue siendo el ser trabajador. Vuelvo brevemente a Benjamin, si el capitalismo es una religión, y no me atrevo a decir que no lo es, como toda religión depende de un fundamento ético. Y sólo el trabajo puede adquirir tal carácter. El mismo Bauman se expresa así: Los consumidores deben ser seguidos por intereses estéticos, no por normas éticas… Si la ética asignaba valor supremo al trabajo bien realizado, la estética premia las más intensas experiencias. El capitalismo sigue considerando al trabajo, lo necesita pues perderlo significa perder la estructura social misma. El consumo cumple una función de válvula reguladora de presión. Ayuda a soportar las presiones. Se me puede reprochar que el no poder comprar objetos trae consigo un malestar por sí mismo, pero la culpa no nace de la carencia del objeto, sino de la falta de un trabajo que dé para adquirirlo. Además, la vida en busca de ascetismo de los feligreses de la religión capitalista sólo pueden encontrarlo en el trabajo, no en el consumo.

La gratificación estética del consumo está permitida para el que primero ha padecido las penurias de la jornada laboral. Los que consumen sin primero sufrir son mal vistos; los holgazanes, los ociosos, los llamados ninis. Y no sólo en las sociedades capitalistas, lo mismo ocurre en los comunismos fallidos. En un discurso, Fidel Castro se expresa en los siguientes términos de ellos: Por ahí anda un espécimen, otro subproducto que nosotros debemos combatir. Es ese joven que tiene 16, 17, 15 años, y ni estudia, ni trabaja; entonces andan de lumpen, en esquinas, en bares, van a algunos teatros, y se toman algunas libertades y realizan algunos libertinajes. Un joven que ni trabaje, ni estudie, ¿qué piensa de la vida? ¿Piensa vivir de parásito? ¿Piensa vivir de vago? ¿Piensa vivir de los demás? Si quiere vivir aquí, no puede ser un vago. Aquí hay que trabajar…

Las razones para despreciar a estas personas son en apariencia distintas, para el capitalismo, porque no aportan al capital; para el comunismo, porque son un subproducto de la acumulación de capital. Sin embargo, insisto, el reclamo es el mismo: porque no trabajan.

Turismo en Cabo San Lucas; los que trabajan y los que descansan de trabajar. FOTO: Modesto Peralta Delgado.

El crédito

Xire Gal: Me empieza a quedar claro la perversa red de control.

Trabajador: Marx no se cansó de denunciarlo. Su trabajo fue una ardua labor en la que descubrió los mecanismos que operaban. Tampoco dejó de divulgar sus descubrimientos para que la clase obrera se hicieran consciente de la injusticia en la que vivían. Todo está conformado de tal manera que sea casi imposible salir de la dialéctica opresor-oprimido, la única salida es la revolución, nunca operando dentro del mismo sistema. Verbigracia, si le preguntara a usted ¿quisiera que su salario aumentara? seguramente dirá que sí. ¿Cierto? No por nada se ha vuelto una constante propuesta de los políticos en campaña.

Xire Gal: Es que es necesario, lo que se gana no alcanza para nada.

Trabajador: Tiene razón. Aunque esa no es la solución. El aumento del salario no es más que una ilusión. En palabras de Marxun aumento sensible del salario presupone un crecimiento veloz del capital productivo. A su vez, este veloz crecimiento del capital productivo provoca un desarrollo no menos veloz de riquezas, de lujo, de necesidades y goces sociales. Por tanto, aunque los goces del obrero hayan aumentado, la satisfacción social que producen es ahora menor, comparada con los goces del capitalista, inasequibles para el obrero, y con el nivel de desarrollo de la sociedad en general.

Xire Gal: Es decir, si yo gano más, el capitalista gana aún más. Pedir mayor salario es pedir que rico sea más rico.

Trabajador: Usted lo ha dicho. Ahora, a consecuencia de los avances actuales en tecnología el desarrollo social ha crecido a velocidad antes inimaginable, y con él las necesidades y exigencias. ¿Cómo hacer para no perder la ilusión en la que viven los trabajadores? Fácil, se crea el crédito. Éste permite que el trabajador tenga acceso a mercancías que de otra manera le serían negadas. Nuestra fuerza de trabajo, ahora se compra en valores virtuales. La virtualidad tiene el atributo de no tener límites precisos, haciendo que la ilusión se fortalezca. Hoy se puede adquirir una casa o un automóvil que antes ni en sueños.

No obstante, las matemáticas son las mismas. La virtualidad es siempre expansiva, en crecimiento infinito, pero nuestro infinito aunque sea paradójico es siempre menor que el infinito del capitalista. Otra vez Marx: Si el rápido incremento del capital, aumenta los ingresos del obrero, al mismo tiempo se ahonda el abismo social que separa al obrero del capitalista, y crece, a la par, el poder del capital sobre el trabajo, la dependencia de este con respecto al capital. Las maravillas del crédito, el abismo, ahora puedo asegurar, es improductivo cuantificarlo. Y lo que es más, debido a que el crédito es inagotable, la fuerza de trabajo que tiene su finitud con el fin de nuestra vida, tiene prohibido el descanso.

Xire Gal: En resumen, estoy condenado a trabajar más y más.

Sonrió con malicia y me pidió le permitiera pararse de su asiento y salir al pasillo que hay entre las filas de los asientos, por último dijo: siempre a sido así, el capitalismo sólo ha dado nuevos matices al trabajo, la historia de la humanidad es la historia de su fuerza de trabajo. Bajó del autobús. Por la ventanilla le vi irse a paso lento en dirección opuesta a la del transporte.

Nota para Mamá

Mamá, te amo. Sé que lo sabes, pero sé que te gusta que te lo diga (escriba). No podía desaprovechar este espacio para agradecerte por todo lo que eres. Quizá te sorprenderá saber que de entre todo, lo que más valoro es aquello que hace que nos peleemos constantemente: siempre quieres imponer tu verdad. No imaginas cuánto agradezco tu frase “Si digo que es verde, es verde”, ha fomentado en mi el pensamiento crítico, y si a mi madre no le permito que me diga qué y cómo pensar ¿a que otra figura de autoridad se lo permitiré? Mi cosha, gracias. Gracias, porque de muchas formas lo que escribo es una lucha contra ti, por lo que eres responsable de esto, y se puede decir que cada palabra la escribes conmigo.

Me has dado el regalo más bello posible.

De nuevo, te amo. No dejes de pedirle a tu Dios que me cuide.

FUENTES:

BAUMAN, Sygmun. Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Gedisa Editorial.

BENJAMIN, Walter. Capitalismo como religión. (Descargado de: https://www.google.com.mx/url?sa=t&source=web&rct=j&url=https://lallamaediciones.files.wordpress.com/2015/01/capitalismo-como-religic3b3n-web1.pdf&ved=2ahUKEwilj6bWpfLaAhXL64MKHaRYBZ4QFjABegQIBxAB&usg=AOvVaw2oLrDwjpmLukhiEjg8mcOA).

MARX, Karl. Trabajo asalariado y capital. (Descargado de: https://www.google.com.mx/url?sa=t&source=web&rct=j&url=http://www.enxarxa.com/biblioteca/MARX%2520Trabajo%2520asalariado%2520y%2520capital.pdf&ved=2ahUKEwiHwLafpPLaAhVi44MKHQVzDtwQFjAAegQIAhAB&usg=AOvVaw0sRQXsdVcnVtTXrx3J5T07).

SHERIDAN, Guillermo. Fidel, los ninis y los elvispreslianos. Letras Libres (consultado en: http://www.letraslibres.com/mexico/politica/fidel-los-ninis-y-los-elvispreslianos)