Llevemos al terreno político la palabra California

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El librero

Ramón Cuéllar Márquez

Lo que no se nombra, no existe.

Claudia Sheinbaum Pardo

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando México perdió más de la mitad del territorio nacional con la invasión estadounidense de 1846-1848, incluyó la pérdida de la Alta California y con ello la apropiación de la palabra California por parte de EEUU, pues una vez dueños de la tierra fue fácil tumbarle el «Alta» al nombre. Por su parte, luego de eso, México y los bajacalifornianos tuvieron que defender el territorio ante los constantes intentos bélicos y amenazas políticas estadounidenses de quedarse también con la península. El Gral. Márquez de León fue defensor cuando el comodoro Jones intentó anexarse la península por la fuerza en 1946, y luego enfrentó en 1853 al navegante filibustero William Walker, quien pretendía crear la «República de las Dos Estrellas»; asimismo, Lázaro Cárdenas en el siglo XX ordenó la colonización de Baja California con mexicanos nacionales y mexicanos provenientes de Estados Unidos en los años 1935-1939 para evitar su vulnerabilidad ante la codicia extranjera.

No obstante, al final, por otro lado, tuvimos que conformarnos con que la península se quedara con «Baja» California, es decir, no hicimos como EEUU, no eliminamos el «Baja» sino que lo conservamos y lo volvimos oficialmente parte del nombre. Ese, pienso, fue un error. Ya conocemos cómo es que «California» se volvió nombre de un territorio al que llegaron los españoles, porque por aquellos años circulaba un libro de Garci Rodríguez de Montalvo, Las sergas de Esplandián, donde se contaba de una isla California llena de oro y joyas, riquezas inmensas, esas cosas que a los españoles de la conquista volvía locos. Hernán Cortés creía que esa historia era cierta y por ello, cuando arribó, pensó que se trataba de la California de «Las sergas…» (se topó con la realidad de unas tierras desérticas).

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Y así se llamó. Por cierto, en algún momento Loreto se convirtió en la capital de las tres Californias, lo cual confirma la fortaleza nominal histórica. Luego los investigadores en su rescritura de la Historia de la península la llamaron «Antigua California» y a los indígenas originarios (hoy por completo desaparecidos) «antiguos californios» o solo «californios«. La Baja California se dividió en dos, la Sur y la Norte. Ambas fueron Distritos, Territorios y al final Estados constitucionales, donde Baja California eligió llamarse de ese modo primero, como aparece desde la promulgación de su Constitución Política desde el 16 de enero de 1952. En el caso de la Sur tardó unos años más en convertirse en estado, el 8 de octubre de 1974, y asumió el nombre de Baja California Sur, un nombre por demás largo, donde el gentilicio se antoja imposible. Sin embargo, los habitantes de BCS se autodenominan «sudcalifornianos», una manera de aferrarse y apegarse a California, un nombre no oficial que da cierta identidad.

Ciento setenta y seis años después de que se cediera más de la mitad del territorio nacional (Tratado Guadalupe-Hidalgo, firmado el 2 de febrero de 1848, en la Villa de Guadalupe Hidalgo, Ciudad de México), los estadounidenses a la Baja California le dicen «Baja» y al Golfo de California le dicen «Mar de Cortés», donde desaparece la palabra California. Incluso en México, en el caso de BCS, dicen «Baja Sur»; de remate, muchos oriundos del Estado dicen «La Baja». En La Paz hubo un hotel que se llamó o se llamaría «Hotel Gran Baja» o la famosa carrera off-road la llaman «Baja Mil» (durante un tiempo se intentó llamarla «Baja California Mil», pero se volvió al mismo, aunque para serles franco, no sé si se sigue llamando «Baja California Mil» y le dicen «Baja Mil» por asuntos comerciales; huelga decir, «La Baja Mil» fue una hechura gringa: creada por Dave Ekins y Bill Robertson Jr. en 1962, cuando partieron de Tijuana, Baja California, en dos motocicletas Honda con destino a La Paz, BCS).

En la Constitución Política de BCS, desde el 31 de diciembre de 1982 está prohibido que oficialmente se omita California de eventos, instituciones o en giros comerciales, que en el caso de estos últimos de poca cosa ha servido porque por todos lados vemos anuncios con la palabra «Baja» y jamás se les sanciona ni se les llama la atención: «Ley para que en lo sucesivo se utilice en nombre completo de Baja California Sur y se suprima el calificativo ‘Baja’«.

Existe un cierto arraigo al nombre de BCS, porque cuando nos confunden con la Baja California, de inmediato gritamos «¡Suuuuur!» para recordar que no somos lo mismo (lo cual da una idea de separación eterna irrenunciable). He de decir que se me antoja una Baja California unida, como Vietnam y otras naciones lo hicieron, tumbarle el «Baja» y quede solo California: los californianos mexicanos en una sola pequeña patria. Pero ese es un debate intelectual que sólo se da entre historiadores, académicos, ensayistas, poetas, narradores (un círculo vicioso perenne que no lleva a ningún lado), no entre los políticos, o al menos no he escuchado que se den acalorados debates públicos al respecto o que exista una propuesta oficial al respecto (al parecer ni siquiera quieren arrancar para ponerlo en la arena pública).

Se les ha planteado a los gobernantes a través de medios escritos, de voz a voz, que se cambie la Constitución local y federal para tal efecto, pero replican que «hay cosas más importantes que atender»; me da la impresión de que no quieren tocar el asunto por razones políticas ¿por temor a EEUU?, ¿para no mover el tapete?, ¿por indiferencia? De este modo, como vemos, al momento de perder la Alta California también el nombre se ha ido difuminando poco a poco hasta que, puede ser, nos llamemos en el futuro, en efecto, Baja Norte y Baja Sur y seamos Bajeños, hasta que la ocupación e invasión territorial se complete con la apropiación cultural (y robo nominal) de la palabra California.

Estoy convencido de que California, su espíritu, su historia, su identidad deben politizarse, defenderse y ganarse en el terreno político, abrir la discusión pública, es decir, el vocablo como si se tratara del mismísimo territorio, porque, a mi parecer, estamos muy conformes y acomodados a que en la palabra vayamos perdiendo la batalla, donde sólo nos queda despotricar cada que alguien omite California, pero en la realidad nos quedamos sumisos y sin mayores aspavientos perdiendo con ello la cuestión identitaria. Siento que este alegato no ha concluido: 29 estados de la República tienen un nombre con el que se identifican de inmediato, entonces, ¿por qué no llevar al terreno político la palabra California? ¿Cómo llamarnos de tal modo que California abarque más allá de su Golfo?

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María Amparo Ruiz de Burton y su contundente crítica a la sociedad estadounidense del siglo XIX

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  María Amparo Ruiz de Burton, nacida en el pintoresco puerto de Loreto, Baja California, en 1832, emerge como una figura destacada en la historia literaria como la primera mujer mexicoamericana en publicar sus obras en Estados Unidos. Su trayectoria se teje con un relato fascinante que va más allá de las páginas de sus novelas.

A los 17 años, emprendió un viaje crucial a California, acompañada de su madre, y poco después, contrajo matrimonio con el coronel Henry Staton Burton. Tras la muerte de su esposo, en 1869, se vio obligada a asumir la responsabilidad de su familia, administrando hábilmente un rancho de su propiedad de nombre El Jamul.

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Fue en 1872 cuando dio un giro audaz hacia la literatura, presentando su primera novela Who Would Have Thought It? (¿Quién lo habría pensado?), marcando un parteaguas como escritora mexicoamericana en los Estados Unidos. Esta novela no sólo cautivó a los lectores de la época, sino que también reveló una cruda crítica a la sociedad estadounidense del siglo XIX.

La trama de la novela se desarrolla principalmente en los estados de California y Washington, explorando temas candentes de la sociedad de la época. A través de personajes intrincados, arroja luz sobre las siguientes denuncias:

En el intrincado tapiz de la novela de María Amparo Ruiz de Burton, se despliega un drama que revela las sombras más profundas de la sociedad estadounidense del siglo XIX. La autora, con pulso firme, arroja luz sobre la hipocresía religiosa que permea la época, donde el menosprecio de los estadounidenses hacia la religión católica de los mexicanos se entrelaza con las acciones corruptas del pastor protestante, Sr. Hackwell. Este último, en su afán de apoderarse de la fortuna de Lolita, no duda en urdir engaños y fraudes, desenmascarando así la doble moral que subyace en la sociedad.

La narrativa se torna aún más intensa al exponer el desprecio hacia los indios y los mexicanos que permanecieron en sus tierras ancestrales tras la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo. Ruiz de Burton, a través de sus personajes, desentraña el tejido de discriminación racial que caracteriza a la sociedad estadounidense, mostrando un menosprecio palpable hacia los negros y los extranjeros. La idea de tener esclavos no es rechazada por algunos, evidenciando así la crudeza de las relaciones sociales de la época.

La codicia y ambición desmedida emergen como temas recurrentes en la trama. La novela denuncia la obsesión de los estadounidenses por la riqueza y las piedras preciosas, incluso si esto implica la destrucción de vidas y la perpetración de asesinatos. En este escenario, la obra cobra una dimensión crítica que desentraña las entrañas de una sociedad corrompida por sus propios anhelos desmedidos.

Los «héroes» de la Guerra de Secesión son objeto de la pluma crítica de Ruiz de Burton, quien cuestiona la validez de muchos líderes militares. La autora pone en duda el mérito de su ascenso, argumentando que algunos alcanzaron sus posiciones por casualidad o confusiones en el campo de batalla, desmitificando así la heroicidad de estos personajes.

La corrupción política emerge como un tema central cuando la autora exhibe la podredumbre de los congresistas en la Casa Blanca y el Capitolio. A través de personajes ficticios, se revela cómo la élite política se enriquece a costa de sobornos, negocios fraudulentos y tráfico de influencias, sugiriendo que los males de Estados Unidos se deben, en gran medida, a las acciones de sus legisladores.

La crudeza de la guerra se manifiesta en la novela de Ruiz de Burton, donde se exponen situaciones de acusaciones sin juicio justo y las condiciones inhumanas que enfrentaban los soldados. La autora descubre las heridas profundas que deja la guerra, desde la pérdida de extremidades por congelamiento hasta la desesperación que lleva a algunos a comerse a los perros para sobrevivir.

La doctrina del Destino Manifiesto, esa creencia ciega en la inevitable supremacía estadounidense, es confrontada y criticada por la autora. La justificación de la destrucción y el saqueo en nombre de un supuesto destino divino es presentada como una falacia que enmascara la ambición desmedida de una nación.

Las ideas sobre México también encuentran espacio en la narrativa, donde la autora aboga por la imposición de un rey o emperador francés en el país vecino. Considera que esta intervención extranjera podría mejorar las condiciones de México, planteando una perspectiva audaz sobre la geopolítica de la época.

Finalmente, María Amparo Ruiz de Burton devela su perspectiva feminista a lo largo de la novela. A través de sus personajes, expone la necesidad de que las mujeres asuman roles de poder para mejorar el servicio público del gobierno, señalando la arrogancia y violencia de los hombres como obstáculos para una resolución constructiva e inteligente de los asuntos importantes.

La obra de Ruiz de Burton se erige como un espejo crítico de la sociedad de su tiempo, revelando las grietas y contradicciones que yacen bajo la superficie de la supuesta grandeza de Estados Unidos. La autora se erige como un testimonio valiente y perspicaz que sigue resonando en la actualidad, recordándonos la importancia de la crítica constructiva para la evolución de la sociedad.

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Cierra Gira Estatal de Golf Infantil

FOTO: INSUDE

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El Instituto Sudcaliforniano del Deporte (INSUDE) informó mediane un comunicado de prensa que. este fin de semana llega a su fin la Gira Estatal Infantil-Juvenil de Golf, con el torneo que se efectuará en el campo de golf del Club Campestre de San José del Cabo, donde se formalizará la lista de jugadores que representarán a Baja California Sur en el seccional zona pacífico en Hermosillo, Sonora, en los primeros días de febrero.

El presidente de la Asociación de Golfistas de Baja California Sur, Gustavo Escobar Sotelo, manifestó que luego de las tres fechas anteriores, básicamente se tiene definido el equipo que viajará a la capital del estado de Sonora a buscar el pase a nacional Lorena Ochoa, enfrentándose al factor climatológico al que deberán adaptarse los jugadores porque con el frio afecta el rendimiento y el vuelo de la bola.

Escobar Sotelo manifestó que los jugadores se han afianzado en el desarrollo del juego, sumando experiencia con cada torneo y eso da confianza para lograr un buen desempeño en el regional, donde habrán de enfrentar a lo mejor de los estados de la zona como son Sonora, Sinaloa y Baja California.

Finalmenete, el dirigente de los golfistas en el estado hizo especial reconocimiento a los padres de familia, porque son los principales impulsores para que sus hijos de desarrollen en este deporte, asegurando un futuro prometedores en las categorías menores para competir en eventos relevantes, como sucediera en fechas recientes con el joven Héctor Lagarda de Loreto, quien logró un tercer lugar en el torneo Kids Future Champions of Callaway en San Diego, California, concluyó el comunicado de prensa.




La Pastorela de San Miguel de Comondú. Herencia ancestral en la California 

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El inicio de la etapa jesuítica en la California data del año de 1697, con la fundación del Real Presidio y Misión de Nuestra Señora de Loreto-Conchó, encabezada por el sacerdote Juan María de Salvatierra y Visconti. Esta etapa se extendió por 70 años, durante los cuales los miembros de la Compañía se dedicaron a realizar una sistemática evangelización de toda la población indígena en el territorio peninsular hasta entonces conocido. Una parte de esta obra lo constituyó la implantación de actos de la cosmovisión de la iglesia católica, los cuales se llevaban a cabo a través de escenificaciones teatrales, tal es el caso de la pastorela que aún hasta el presente se sigue realizando en poblados como el de San Miguel de Comondú.

Las pastorelas son escenificaciones teatrales en las cuales se describe la peregrinación que realizaron la Virgen María y San José en su viaje hacia el pueblo de Belén. En el trayecto, se narra el nacimiento de Jesús, la reencarnación de la divinidad, así como las peripecias que sufren los pastores que tratan de llegar hasta el lugar del nacimiento, y son acosados por Lucifer y sus demonios, para evitar que lleguen a su destino. Toda esta dramatización finaliza con la derrota del mal por medio de la intervención de las huestes celestiales, y el arribo de los pastores al sitio donde ha nacido el hijo de Dios.

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De acuerdo a la tradición del catolicismo, la idea de escenificar el pasaje bíblico donde se narra el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, se le atribuye a San Francisco de Asís, el cual la realiza en el año de 1223 (siglo XIII) en Italia. Se dice que, para montar esta obra, San Francisco utilizó animales reales, así como feligreses a los cuales instruyó sobre el papel que tendrían que representar. En un principio su actuación se limitaba a permanecer estáticos, mientras que un narrador hacía una reflexión del suceso, de acuerdo a lo expresado en la biblia. Con el paso del tiempo, esta dramatización se fue extendiendo en diferentes reinos, y se le fueron incorporando personajes, así como dándole todo un contexto en el cual se describía la lucha entre el bien y el mal. 

Se cree que la primera escenificación de una pastorela en la Nueva España tuvo lugar en el año 1530 en el poblado que hoy se conoce como Cuernavaca. El sacerdote encargado de montarla fue el franciscano Andrés de Olmos. En un principio los diálogos entre los actores se realizaban en castellano, sin embargo, paulatinamente se fueron expresando en las lenguas que usaba la población indígena. Los jesuitas, como una de las órdenes más importantes al interior de la iglesia católica, retoman la dramatización, y realizan la primera de ellas, bajo su conducción, en el año de 1574. El propósito de que fueran los mismos indígenas los actores de este drama, así como que dijeran los diálogos en su lengua nativa, obedecía a la transmisión de la religión cristiana, así como la obediencia a la política del régimen español. También se procuraba la enseñanza de conceptos inexistentes en la cultura indígena, tales como el infierno y los demonios. 

No se sabe con exactitud cuándo se empezó a escenificar la primera pastorela en la California. La mayoría de los estudiosos del tema sostienen que fueron los jesuitas los responsables de preparar a los indígenas californios para representar la primera pastorela, y que esto pudo realizarse en los primeros años de la época jesuítica (siglo XVIII). También hay quienes creen que pudo haber ocurrido como mínimo en 1850. Esta escenificación también es denominada como Coloquio debido a que se basa en diálogos entre los diferentes actores.

La pastorela que ha pervivido hasta nuestros días se realiza en tres poblados del norte de la actual entidad de Baja California Sur, que por cierto fueron los primeros sitios colonizados por los jesuitas: La Purísima, Loreto y San Miguel de Comondú, siendo este último sitio en donde se tiene mayormente documentada esta escenificación, y en donde se ha practicado con mayor regularidad. De acuerdo a la información proporcionada por la Profesora Jackeline Verdugo Meza a su servidor, ella recuerda que, desde muy pequeña, en los viajes que realizaba con sus padres al poblado de San Miguel de Comondú, pudo presenciar a integrantes de la comunidad escenificando la pastorela, a la cual ellos denominaban Los pastores. Al paso de los años, fue conociendo la logística con la cual se realizaba este evento, la cual era totalmente asumida por los pobladores. A través de una tradición trasmitida de forma oral de padres a hijos, los pobladores asumían el papel de los diferentes personajes: Aparrado, Gila, Dina, Tebano, Felizardo, Florispes, Bartolo, Bato, Lucifer marcello, Asmadeo (Asmodeo), Ermitaño, Indio, feligreses y Tristán. Al inicio del mes de diciembre se daban cita en casas de algunos pobladores en donde podían ensayar los diálogos e incluso confeccionar el vestuario, el cual era sufragado por cada uno de ellos. Llegado el día 24 de diciembre, realizaban la escenificación de los Pastores o Coloquio de San Miguel en un lugar previamente acordado el cual podía ser el atrio de la iglesia o la plaza pública del poblado.

 

Gracias a diversas personas que se han preocupado por documentar esta pastorela, como son el Profesor Salvador Aguiar, Antonio Sequera Meza y Vicente T. Mendoza, se cuenta con la dramatización completa de la misma, la cual puede ser consultada en el libro El Coloquio de San Miguel de la autoría de José Antonio Sequera Meza, y editado por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura en el año 2008. Podemos concluir con orgullo que San Miguel de Comondú es el pueblo pionero en la escenificación del teatro en la California del Sur.

De acuerdo a lo que he investigado, desde el año de 2016 no se ha vuelto a representar este Coloquio en el Poblado de San Miguel, debido a diversas causas como son la pandemia de Covid, pero también a la falta de personas que motiven e impulsen esta actividad en aquel poblado. Ojalá que las instituciones responsables de promover la cultura en nuestro estado impulsen acciones tendientes al rescate de esta representación.

Referencia

Sequera M., J. A. (2008). El Coloquio de San Miguel. Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

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Apuntes de exploraciones españolas hacia la California

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra península de Baja California no surgió al conocimiento del mundo de la forma en la que actualmente lo hacen los lugares recién descubiertos. Actualmente, con la fotografía satelital, la facilidad para trasladarse a cualquier parte del mundo en unas cuantas horas e incluso, con los reportes que se comparten en redes sociales, youtube, entre otras, facilitan en gran medida la globalización de un hecho. Sin embargo en la antigüedad, el conocimiento de un suceso, o en este caso que trato, el descubrimiento de un nuevo lugar tardaba decenas o cientos de años en irse dando, era una construcción que muchas veces viajaba entre la fantasía y la realidad, tal como fue el caso de la California.

Para la mayoría de los que habitamos la península de Baja California, nos son comunes los nombres de Hernán Cortés, Sebastián Vizcaíno, Fortún Jiménez, y por lo general acudimos a su referencia cuando nos preguntan sobre la historia del descubrimiento de nuestra península, sin embargo es necesario precisar que durante los siglos XVI y XVII, el conocimiento de nuestra península realizaba un viaje pendular entre la fantasía y la realidad. Los primeros europeos que buscaron nuestras tierras venían cargados de ideas sobre las amazonas, la isla Califerne, la reina Calafia, las siete ciudades, etc., y a pesar de que desde el año de 1533-1534 ya se había conocido un poco de nuestra geografía, sus habitantes y algunas características de su flora y fauna, aún siguieron surgiendo leyendas y paradojas que contribuyeron a una idea distorsionada de los que habitaban el lugar y el medio en que sobrevivían.

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Una gran cantidad de misiones de exploración fueron enviadas hacia esta península buscando establecer datos reales y comprobables sobre su geografía así como los recursos humanos, materiales, etc. Que podían ser explotados. Algunos de estos viajes fueron productivos en cuanto a datos de la demarcación costera e informes sobre los primeros contactos con los grupos indígenas que poblaban esta tierra, sin embargo la mayoría de los viajes terminaron en un desastre económico y poco o nada contribuyeron a despejar las grandes incógnitas que se tenían. Fue hasta el establecimiento del primer enclave permanente en la California, el Real Presidio y Misión de Nuestra Señora de Loreto-Conchó en el año de 1697, que dio inicio el conocimiento pleno de esta península así como la eliminación de ideas fantasiosas que hasta ese tiempo existían.

A continuación mencionaré algunos de los viajes de exploración que se dieron durante los siglos XVI y XVII hacia la California, y una descripción breve de sus resultados.

Francisco de Ulloa (1539). Realizó la primera navegación que reconoció las costas orientales y occidentales de la media mitad sur de nuestra península. Afirmó que esta tierra era una península, y no isla, como se creía.

Hernando de Alarcón (1542). Solamente recorrió las costas de los actuales estados de Sinaloa y Sonora, llegando a la desembocadura del río Colorado.

Juan Rodríguez Cabrillo (1542). Realizó un recorrido semejante al de Francisco de Ulloa, sin embargo fue más hacia el norte. Murió en la actual bahía de San Francisco, pero sus hombres continuaron la exploración hasta los 43 grados.

Francisco Gali, Pedro de Unamuno y Sebastián Rodríguez Cermeño (1584,1587 y 1595). Partieron desde las islas Filipinas buscando un sitio en las costas de California donde establecer un poblado permanente que diera refresco a los exhaustos tripulantes del Galeón de Manila. No pudieron encontrar un sitio adecuado.

Tomás y Nicolás de Cardona y Juan de Iturbe (1615-1616). Su principal propósito al venir a la California fue la búsqueda de perlas. Sus viajes terminaron en fracasos.

Francisco de Ortega (1632-1636). Realizó 3 viajes de exploración sin embargo no logró establecer un sitio permanente para colonizar la California.

Luis Cestín de Cañas (1642). Realizó una breve y poco trascedente exploración a la California.

Pedro Portes y Cassanate y Alfonso Botello Serrano (1648). Exploraron las costas de la California llegando a las islas Tiburón y Ángel de la Guarda.

Bernardo Bernal de Piñadero (1662-1664). Llevó a cabo varios viajes de exploración pero con resultados casi nulos.

Francisco de Lucernilla (1668). Su expedición no dejó resultados de importancia.

Isidro de Atondo y Antillón (1683-1685). Logró establecerse por 4 meses en el puerto de La Paz, posteriormente se trasladó a un sitio que denominó el Real y Misión de San Bruno en donde permaneció por casi dos años. Al final tuvo que retirarse sin haber logrado su propósito colonizador.

Francisco de Itamarra (1694). A pesar de que realizó un viaje de exploración con recursos propios los resultados obtenidos fueron escasos.

Como resultados de estos viajes de exploración, de forma paulatina se fue construyendo la idea de lo que era la California para la mente, a veces alucinante, de los europeos. A pesar de que desde una etapa muy temprana se pudo comprobar que nuestra tierra era una península, con el paso de los años cobró gran fuerza la idea de que en realidad era una isla, e incluso muchos de los mapas que se hicieron durante el siglo XVII e incluso XVIII la dibujan como tal. Conforme se conocían datos sobre la pobreza de la tierra y la nula presencia del oro y piedras preciosas, tal como lo decía la leyenda de la isla Califerne, se aclaraba el panorama, sin embargo de forma recurrente volvían a salir a la luz estas leyendas e incluso, cuando los jesuitas fueron expulsados de la península, muchos soldados y colonos españoles se dieron a la tarea de buscar los tesoros ocultos en los templos Misionales.

Podemos concluir que la historia de nuestra California Mexicana es infinita en personajes, sucesos y fechas trascendentales, y es por ello que reviste una gran relevancia la tarea insoslayable de nuestro gobierno, y sus habitantes, por mantener viva la llama de la investigación y difusión de la misma. Es necesario que nuestras generaciones nóveles conozcan los sucesos del pasado en donde sus habitantes lucharon a brazo partido por hacer de esta tierra un sitio próspero donde hacer florecer su simiente, en donde se empecinaron en seguir siendo mexicanos a pesar de las circunstancias en donde lo más fácil, y redituable, era dejar de serlo. Esta herencia es lo que apuntalará la identidad de sus hijos e hijas para mantener la bandera de la independencia y la república en un futuro tan incierto.

Bibliografía

Altable, F. (2003). La California en los caminos de la expansión española, en Edith González Cruz (coord.). Historia general de Baja California Sur. Los
procesos políticos, La Paz, Plaza y Valdés Editores. Universidad Autónoma de Baja California Sur, 41-70p.

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