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Parásitos: una fábula moderna

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Kinetoscopio

Por Alejandro Aguirre Riveros

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Todos conocemos la obscena cifra que nos recuerda cuán abismal es la desigualdad en el mundo: el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que todo el 99% restante de las personas del planeta. ¿Cómo logramos sobrellevar en el día a día las pesadas estructuras sociales de la faceta más tóxica del capitalismo actual? Esta es la pregunta que Bong Joon Ho intenta responder a través de Parásitos (2019): una fábula moderna sobre la diferencia de clases sociales y la violencia implícita en sus relaciones.

La historia se centra en las disparidades entre la familia Park: la imagen ideal del éxito y la riqueza que viene acompañada de coches caros y casas amplias y elegantes. Y la familia Kim, quienes habitan en un apretado departamento subterráneo para vivir al día con gran ingenio y amplias aspiraciones a superarse.

 

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Por azares del destino ambas familias coinciden: Ki-Woo, el hijo mayor de los Kim, comienza a trabajar en casa de los Parks como maestro de inglés de la hija mayor. Esto dará pie a una serie de engaños y enredos que permitirán que los Kim brinden servicios de lujo indispensables de tal forma que los Parks terminan por financiar sin darse cuenta a toda su familia. Sin embargo, esta relación simbiótica se pondrá a prueba al descubrir que los Parks ya contaban con un parásito en su interior. Dicho intruso los obligará a desatar una batalla salvaje y despiadada que amenaza con destruir la reciente bonanza alcanzada por los Kim.

“Esto es tan metafórico”, expresa uno de los personajes en cierto momento de la película. Y la línea se convierte en una invitación a indagar más allá de lo que acontece en pantalla: piedras, pasajes secretos, vidas subterráneas, fantasmas, sueños de riqueza, cartas, asesinatos y pasteles de cumpleaños se convierten en un juego de símbolos que elevan la cinta hacia un significado más profundo. Anfitriones y parásitos se convierten así en un Rorschach cinematográfico en el que la línea entre héroe y villano se desdibuja para obligar al espectador a mirarse en un incómodo espejo.

¿Quién no se ha sentido feliz al gorronear el internet del vecino? ¿Quién puede negar el sueño de una vida más acomodada? O peor aún: ¿quién no ha odiado a su jefe a pesar de verse obligado a ser todo cordialidad y sonrisas?

La relación entre los Parks y los Kim se convierte así en una metáfora sobre los empleados y los empleadores. Una relación que en algunos contextos, como lo es el de la servidumbre, cae en una pesada intimidad que bien puede envenenarse con resentimiento cuando el trato es injusto y la paga raquítica. Un resentimiento compartido por la gran mayoría de trabajos mal pagados en cuya discordia se amplía la hipocresía del buen trato hacia nuestro jefe o nuestros clientes a cambio del pan de cada día. Un buen trato obligado y superficial en el que escondemos el deseo aspiracional con el que el discurso oficial tiende a sepultar la realidad bajo un eslogan trillado: sueña, trabaja duro y tú también lograrás ser rico.

En Parásitos este juego de poderes sale a relucir a través del contraste entre la familia más pobre, quienes a través del ingenio, se adueñan de la riquezas que podrían, y deberían, ser suyas pero que al contrario, por su naturaleza parasitaria, solo reflejan cuán miserables y dispares son sus condiciones de vida.

Una reflexión que hace eco en la abismal desigualdad económica de nuestros días al preguntarnos cuál es nuestra posición social: ¿somos anfitriones o parásitos? La respuesta en realidad no acepta maniqueísmos reduccionistas: todos dependemos de todos. Hasta que no logremos sobrepasar el denigrante y deshumanizante utilitarismo que caracteriza al capitalismo actual, seremos una sociedad parasitaria, obligada como los personajes de la película a abrirse paso a través del engaño y la violencia.

En resumen, Bong Joon Ho, tras otras profundas reflexiones sobre la lucha de clases, como Ojka (2017) y el Expreso del miedo (2013), nos deslumbra con una película casi perfecta en la que sobresale el uso magistral del encuadre, la riqueza del lenguaje visual, el control de un tono tremendamente cambiante y el despliegue de grandes actuaciones. Se trata de una de esas extrañas rarezas en el séptimo arte donde el título de cine de arte también es sinónimo de entretenimiento y fácil acceso, sin que por ello deje de ser una experiencia profunda y original.

No por nada la cinta ha coronado a Bong Joon Ho con la Palma de Oro en Cannes y, más recientemente, ha hecho historia como la primer película surcoreana en ser nominada al Oscar a mejor película. ¡Enhorabuena!

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Crítica: Okja

FOTOS: Internet.

Kinetoscopio

Por Marco A. Hernández Maciel

Calificación: ***** Entretiene

 

 La Paz, Baja California Sur (BCS). Fue en el pasado Festival de Cannes —celebrado en mayo—, el festival más popular, glamoroso y trascendente de cine en el mundo, donde por fin éste fue alcanzado por la tecnología del streaming. Y es que Netflix, en sus conocidos arranques de valentía y con la misma osadía que ha producido series icónicas de nuestros tiempos como House of Cards y Orange Is The New Black, se aventó la puntada de inscribir una de sus producciones originales en competencia. Claro, nos referimos a Okja, que cuenta la historia de una cerda modificada genéticamente que fue criada 10 años por una granjera surcoreana y que ahora, víctima del capitalismo, se la quieren quitar porque es parte de los activos de la trasnacional Mirando.

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¿Y porqué la polémica? Porque Okja no fue hecha para una sala de cine, sino para un aparato de televisión. Y al parecer nadie nunca había cuestionado esa obviedad de la forma en que Netlix lo hizo, y si bien el debate entre si la película tiene derecho o no a participar en festivales de cine puede parecer absurdo, es un tema que aún tiene mucha tela de donde cortar, a pesar de que Christopher Nolan ya lo dijo hace poco: “Lo que ha definido a una película es que se vea en un cine”, punto.

Pero esto no quiere decir que Netflix haya perdido, al contrario; logró elevar el hype de una producción con buenas intenciones pero resultado mediocre a hervideros de hashtags en Twitter consiguiendo que prácticamente todo aquel con una subscripción sintiéramos la curiosidad por ver el porqué de tanto alboroto, que al final fue solamente eso, un alboroto que elevó demasiado las expectativas de una película que no lo vale tanto.

Así, a un clic de distancia, tenemos en nuestro catálogo una historia con un tono muy extraño, que no se define entre ser una comedia, un thriller, una cinta de acción, de protesta, un drama corporativo o una fábula infantil. Si bien, el director Bong Joon-Ho quizo demostrar una versatilidad en el manejo de cada situación, lo logró a medias, pues no se siente como un producto sólido sino como una mezcla de géneros bastante pesada y artificial. Muy diferente de su producción anterior, Snowpiercer (2013), donde Chris “Capitán América” Evans tiene que derrocar al gobierno del tren en que el está condenado a vivir eternamente, en una cinta tan ágil como claustrofóbica que nos muestra las capacidades del director surcoreano.

Volviendo a Okja, el gran problema de la película se basa en esa artificialidad que no permite ser tomada en serio, porque sus personajes parecen salidos de animes japoneses que llevados a la acción real no provocan nada más que cejas levantadas y muecas que tratan de ocultar la pena ajena. Sí, tenemos a un Jake Gyllenhaal irreconocible y que actúa muy bien, si esta fuera una adaptación de un live-action de Dragon Ball donde perfectamente encajaría este extraño personaje mezcla de el tristemente fallecido cazador de cocodrilos y el maestro Roshi. Y que decir de Tilda Swinton, que su sola presencia es imponente pero cada vez que avanza la película, se debilita con cada diálogo y acción ridícula que su personaje lleva a cabo.

A pesar de todo, se agradece la propuesta de Netflix de ofrecer productos que difícilmente veríamos siguiendo los mismos esquemas de Hollywood, porque a final de cuentas, Okja es una obra que arriesga aunque no sale bien librada, y en esta época donde los remakes y las adaptaciones son la norma, ver una historia fresca es emocionante aunque al final el resultado haya sido un tanto decepcionante.

 

La calificación de Kinetoscopio:

5 Estrellas: Clásico imperdible

4 Estrellas: Bien actuada, escrita y dirigida

3 Estrellas: Entretiene

2 Estrellas: Sólo si no tienes otra opción

1 Estrellas: Exige tu reembolso

0 Estrellas: No debería existir

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