La Batalla de Puebla y su eco en Baja California

Coronel Clodomiro Cota. Foto: Internet.

Érase una vez

Por Pablo Reynosa

 

«Es dado al hombre, señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios una virtud; pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará», Benito Juárez en carta dirigida a Maximiliano (Monterrey, N.L. 1 de marzo de 1864).

La Paz, Baja California Sur (BCS). Es 5 de mayo, día en que se conmemora el aniversario de la Batalla de Puebla, ocurrida en 1862, pero además es el día en que México nació —no, desde luego que no me he olvidado del 5 de febrero de 1917—, si usted gusta acompáñeme y en las siguientes líneas le cuento por qué.

Una vez que concluyó la Guerra de Reforma en México, la principal problemática a la que se enfrentó el gobierno fue la insuficiencia de recursos económicos para establecer el orden en un país agotado por constantes enfrentamientos, cuartelazos y rebeliones.

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A efecto de brindarle posibilidades operativas al gobierno de Benito Juárez, el Congreso de la República decretó, el 17 de julio de 1861, la suspensión de pagos de todas las deudas públicas, ello originó que Inglaterra, España y Francia, acordaran, el 31 de  octubre, enviar una expedición a ocupar las principales fortalezas militares de las costas mexicanas, con el propósito de hacerse de los recursos económicos que ingresaran a través de las aduanas y cobrar la deuda de los tres países.

Diversos conservadores en México vieron en estas dificultades del gobierno la oportunidad para realizar sus objetivos, ya que desde la consumación de la independencia buscaron establecer una monarquía en este país.

El gobierno de Benito Juárez, que sólo quería una prórroga al pago de sus deudas, envió al general Manuel Doblado a Orizaba, donde expuso a los plenipotenciarios europeos el interés de evitar un enfrentamiento; el 19 de febrero de 1862, se acordaron en el poblado de La Soledad los preliminares, mediante los cuales se pactó que sería la negociación la vía de alcanzar acuerdos sobre sus reclamaciones.

Los preliminares de la Soledad fueron ratificados por el presidente Juárez y los representantes ingleses y españoles, mas no así por los franceses; el 5 de marzo de 1862, arribó a Veracruz el general Carlos Fernando de Latrille, Conde de Lorencez.

La noche del 4 de mayo de 1862, lucía sin esperanza para el general Ignacio Zaragoza, después de todo iba a combatir ante más de 5 mil soldados del ejército  más poderoso del mundo —baste recordar que no había perdido una batalla en medio siglo. Previo al inicio de la batalla, Zaragoza se reunió con sus lugartenientes; la consigna: combatir con todas sus fuerzas para morir con dignidad, recuerda José Emilio Pacheco en su Inventario 208 (Excélsior, 27 de octubre 1980)».

La mañana del 5 de mayo de 1862, cuando los franceses atravesaron en columna el horizonte poblano desde el oriente, Zaragoza defendió la ciudad con hombres mal comidos y mal adiestrados, provenientes de Oaxaca, del Estado de México y de San Luis Potosí, además de un elemento que resultó decisivo para la victoria: los indios zacapoaxtlas y la caballería indígena oaxaqueña, que fungieron como reservas.

Batalla de Puebla.

Fue un 5 de mayo de hace 155 años que México vio la luz, porque sus habitantes decidieron, en su gran mayoría, hacer a un lado sus diferencias y plantar cara a aun oponente en común.

Napoleón III ordenaría después una segunda intervención a México, para ello envió a 28 mil elementos, más unos 28 mil del partido monárquico. La plaza Puebla fue declarada en sitio desde el 10 de marzo de 1863, hasta su rendición el 17 de mayo. Por su parte, la capital de la República también fue declarada en sitio y Benito Juárez trasladó su gobierno a San Luis Potosí.

El ejército francés entró en la Ciudad de México el 10 de junio de 1863, y en 1864 desembarcó en Veracruz Maximiliano de Habsburgo, que con el apoyo de grupos mexicanos conservadores, estableció el 2º Imperio en México.

Por lo que se refiere al Territorio de Baja California, la noticia sobre la Intervención Francesa y el establecimiento del imperio de Maximiliano, condujo al gobernador Felix Gilbert y a la asamblea legislativa a reconocer al gobierno imperial, bajo el argumento de que no existían recursos para evitar que las fuerzas francesas penetraran en la península.

Pese a la decisión política de entregar el Territorio de Baja California al segundo imperio mexicano, las tropas republicanas, al mando del coronel Clodomiro Cota, rescataron la península que permaneció fiel a la causa de México hasta que finalizó la intervención francesa.

Qué urgente resulta, como método ante la desesperanza actual, recordar que el 5 de mayo de 1862 los primeros hijos de México se unieron en Puebla, para enfrentar a un oponente, con medio siglo de batallas ganadas y vencieron.




Benito Juárez, el indígena zapoteco que llegó a la Presidencia de México

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Detalle del mural de José Clemente Orozco, Juárez «El clero y los imperialistas». Museo Nacional de Historia – Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Érase una vez

Por Pablo Reynosa

«A propósito de malas costumbres había otras que sólo servían para satisfacer la vanidad y la ostentación de los gobernantes, como la de tener guardias de la fuerza armada en sus casas y la de llevar en las funciones públicas sombreros de una forma especial. Desde que tuve el carácter de gobernador, abolí esta costumbre usando de sombrero y traje del común de los ciudadanos y viviendo en mí casa sin guardia de soldados y sin aparato de ninguna especie, porque tengo la persuasión de que la respetabilidad del gobernante le viene de la ley y de un recto proceder, y no de trajes ni de aparatos militares propios, sólo para los reyes de teatro. Tengo el gusto de que los gobernantes de Oaxaca han seguido mi ejemplo», Benito Juárez en Apuntes para mis hijos.                                                                                              

La Paz, Baja California Sur (BCS). ¿Quién ha pasado de largo frente a alguna de las pinturas de Benito Juárez, el Benemérito de las Américas? Es probable que nadie; su cara regordeta, su peinado impasible, al que tantas madres intentaron revivir en sus hijos en la década de los ochenta, pero sobre todo su proeza: pasar de ser un humilde indígena zapoteco, que pastoreaba borregos y que tocaba la flauta (según cuenta la historia) a ser el 27º Presidente de México —desde donde impulsó el respeto a la Constitución de 1857, la separación de la Iglesia y el Estado (Leyes de Reforma), la educación gratuita y laica, entre otros decretos y acuerdos—, son motivo suficiente para conmemorar su natalicio cada 21 de marzo.

El camino que transitó Benito Juárez en la presidencia estuvo lleno de vicisitudes, ahí están, para muestra, la Revolución Francesa, el cargo ejercido a bordo de una carreta, el intento de asesinato, hechos que para Juan Villoro en el relato Un sueño burocrático, contenido en el libro ¿Hay vida en la tierra?, implican, junto a otros, que «Nadie se ha superado tanto entre nosotros», y tiene razón —de acuerdo al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), siete de cada diez personas hablantes de lengua indígena se encuentran en situación de pobreza (CONEVAL, 2015)—.

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El paso que vivenció Benito Juárez, de un humilde indígena zapoteco a Presidente de México, está en relación con la educación que se procuró en la Ciudad de Oaxaca, donde convergieron, por un lado, las ideas liberales de la época, que suponían al indio ignorante sólo mientras estuviera sujeto a la vida comunal, toda vez que el quehacer cotidiano se nutría con prácticas mágico-religiosas y, por el otro, de la masonería, a través del Rito Nacional Mexicano, cuyos mandamientos son, a decir del historiador del Valle de México, Luis J. Zalce y Rodríguez: «amor fraternal, socorro y verdad».

Para quienes vivimos en Baja California Sur, el temple de Benito Juárez se hace notorio cuando en 1859, Estados Unidos de América quiso comprar el territorio de Baja California, como parte del Tratado McLane-Ocampo, por el cual proporcionaba cuatro millones de dólares a Juárez, que en ese entonces combatía en la Guerra de Reforma contra los conservadores, a cambio del paso de mercancías y militares estadounidenses por el territorio mexicano, y el prócer se negó.

Así de grande fue el talante de Benito Juárez, hombre de un metro 37 centímetros de altura, en cuyo cuerpo se albergó un pastor de borregos, un flautista, un abogado, un político, un Presidente de México, al que los soldados se negaron a asesinar un 14 de marzo de 1858, cuando Guillermo Prieto les gritó, mientras cubría el cuerpo de Juárez con el suyo: «¡Alto, los valientes no asesinan!… sois unos valientes, los valientes no asesinan, sois mexicanos, éste es el representante de la ley y de la patria».