Loreto: el origen olvidado de la California

FOTOS: Ayuntamiento de Loreto.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La historia de las Californias —esa vasta franja de tierra que se extiende entre el mar y el desierto, entre el mito y la epopeya— tiene su punto de partida en un acto fundacional que definió su destino: la fundación de la Misión de Nuestra Señora de Loreto Conchó, el 25 de octubre de 1697, por el jesuita Juan María de Salvatierra. Con ese gesto de fe y de voluntad comenzó no solo la evangelización, sino también la colonización y estructuración política del territorio, que a partir de entonces se reconocería como “Las Californias”.

En aquel año remoto, el suceso representó la primera ocupación estable y permanente de europeos en la península. A partir de ese núcleo —pequeño, frágil, pero sostenido por una fe inquebrantable— surgió la red misional que, a lo largo del siglo XVIII, habría de transformar el paisaje humano y geográfico de la región. Desde Loreto se irradiaron los caminos de la historia: los misioneros avanzaron fundando San Javier, Comondú, Mulegé, San Ignacio, La Paz y Todos Santos, y muchas más. Por ello, Loreto es el punto de arranque de la civilización californiana. Es el sitio donde se estableció el primer gobierno, el primer templo, el primer sistema agrícola y el primer contacto cultural sostenido entre europeos e indígenas. Fue, en términos históricos, la cuna del mestizaje peninsular y el laboratorio donde se ensayaron las políticas que más tarde darían forma al Norte de México y al Sur de los Estados Unidos. Sin embargo, hoy, a 328 años de aquella fundación, pareciera que su profundo significado se desvanece entre la música, los discursos políticos y los fuegos artificiales.

También te podría interesar: Loreto, la Virgen que dio nombre a la California jesuita

Cuando Salvatierra desembarcó en la bahía de Conchó, acompañado de un puñado de soldados y de su fe, no solo iniciaba una empresa religiosa. Daba comienzo a una obra civilizatoria integral: la organización social, económica y espiritual de un territorio hasta entonces desconocido para la Corona. En Loreto se estableció el primer centro administrativo y logístico de las Californias; desde allí se organizaron las expediciones jesuitas que habrían de consolidar la presencia novohispana en toda la península. La Misión de Loreto fue el corazón político y espiritual del Noroeste novohispano. En su entorno se levantaron huertos, acequias, talleres y almacenes; se abrieron los caminos que unirían las misiones del desierto; y se forjó la primera comunidad sedentaria de la región. Su iglesia, sus archivos y su plaza fueron los pilares de un modelo que conjugaba el ideal cristiano con la práctica de la autogestión indígena. De esa pequeña población costera surgieron nombres fundamentales en la historia peninsular: Eusebio Francisco Kino, Juan María de Salvatierra, Juan de Ugarte, Fernando Consag, Clemente Guillén y Wenceslao Linck, entre otros, quienes dieron continuidad a una obra que trascendió los límites de la evangelización para convertirse en un proyecto de civilización y conocimiento.

Loreto, pues, no es un símbolo aislado, sino la raíz de toda una identidad histórica. Su fundación dio origen a una red de 30 misiones que, en menos de un siglo, unieron el Sur y el Norte de la península, y extendieron la cultura novohispana hasta Alta California. Desde ahí se trazó el rumbo que siglos después definiría la frontera cultural entre México y Estados Unidos. Con todo, el peso histórico de Loreto parece diluirse en las celebraciones contemporáneas. Lo que debería ser un espacio de reflexión sobre el origen de nuestra civilización peninsular, se ha transformado en un escaparate político y festivo que poco honra el espíritu de aquel acontecimiento.

De la conmemoración a la autopromoción

Durante la conmemoración reciente del 328 aniversario de la fundación de la Misión, los actos oficiales se vieron marcados por la estridencia musical, los espectáculos de danza y las exhibiciones gastronómicas que, aunque vistosas y turísticamente rentables, desplazaron casi por completo las actividades académicas e históricas. Resulta paradójico —y profundamente lamentable— que en el mismo sitio donde Salvatierra levantó la primera cruz y sembró las primeras semillas de una cultura, hoy se erijan escenarios para el lucimiento personal de funcionarios ávidos de reflectores. El acto fundacional que dio origen a la California parece reducido a un pretexto para fotografías oficiales, discursos huecos y promoción de imagen.

De entre la programación conmemorativa, solo dos conferencias ofrecieron un contenido digno de la solemnidad del aniversario: la del Dr. Carlos Lazcano Sahagún, titulada Rodríguez Cabrillo, su exploración de las Californias y su conexión con Guatemala. Kino y su impulso para la fundación de Loreto, y la del Dr. Leonardo Varela Cabral, Nuestra Señora de Loreto Conchó: materialidad y devoción. Ambas charlas, además de aportar conocimiento científico e histórico, demostraron que la esencia del aniversario debía estar en el pensamiento, no en el ruido. Lazcano reconstruyó la compleja red de exploraciones que antecedieron a la empresa jesuita, estableciendo los vínculos entre la visión de Kino y la decisión de Salvatierra de fundar Loreto. Varela, por su parte, ofreció una lectura humanista y material de la devoción, analizando la arquitectura, los símbolos y los objetos litúrgicos que sobreviven como testimonio del encuentro cultural.

Fuera de estos aportes, el resto del programa estuvo dominado por actividades de corte recreativo o político, desprovistas de contenido histórico. Las tarimas, los bailes, los concursos y los discursos oficiales dejaron en segundo plano la oportunidad de reafirmar la identidad californiana y de difundir su verdadero legado. No se trata de despreciar las expresiones culturales populares, ni de negar la importancia del turismo o del entretenimiento en la vida comunitaria. Pero no puede confundirse la celebración con la conmemoración. Mientras la primera busca el regocijo inmediato, la segunda exige reflexión, memoria y respeto.

El problema es que las autoridades —locales y estatales— han convertido los aniversarios históricos en plataformas de autopromoción. En lugar de fortalecer el vínculo ciudadano con su pasado, lo diluyen entre luces, discursos complacientes y promesas vacías. Cada año, las mismas fórmulas se repiten: escenografías vistosas, espectáculos ruidosos, y un puñado de funcionarios que se arrogan el protagonismo de una historia que no les pertenece.

La fundación de Loreto no fue un acto político, sino una hazaña espiritual y humana. Fue el inicio de un proyecto de civilización que costó vidas, sacrificios y siglos de esfuerzo. Transformar ese legado en un evento mediático banaliza la memoria colectiva y reduce el patrimonio cultural a un mero escaparate. El deber de las autoridades culturales y educativas no es entretener al público, sino educar a la sociedad. La historia no debe ser un pretexto para el aplauso, sino una herramienta para la conciencia.

¿Dónde quedaron los coloquios académicos, los seminarios sobre la obra jesuita, los recorridos guiados por los vestigios misionales, los talleres con niños y jóvenes, las ediciones conmemorativas, los homenajes a los cronistas y misioneros? ¿Por qué se ha sustituido el contenido por la forma, la reflexión por el espectáculo, la cultura por la propaganda?

El caso de Loreto refleja una tendencia general en la gestión cultural mexicana: la subordinación del patrimonio histórico a los intereses políticos del momento. Cuando las efemérides se transforman en ferias o campañas disfrazadas, se pierde la oportunidad de construir ciudadanía, orgullo local y pertenencia. En Loreto debería sentirse la solemnidad de un sitio fundacional. Su plaza, su templo y su bahía deberían ser escenario de actividades académicas, literarias y espirituales que conecten a las nuevas generaciones con el pasado. Nada honra mejor la historia que el conocimiento, no la música ni los reflectores.

Recordar la fundación de Nuestra Señora de Loreto Conchó implica reconocer el origen de nuestra identidad peninsular. Es volver a las raíces del mestizaje californiano, al momento en que la fe, el trabajo y la convivencia dieron forma a una comunidad nueva. Ignorar ese significado o relegarlo a un acto protocolario es una forma de ingratitud histórica. Las autoridades culturales y educativas del Estado tienen una obligación moral y política: rescatar el verdadero sentido de las conmemoraciones históricas. No se trata de eliminar la fiesta, sino de devolverle la profundidad que la hace valiosa.

Imaginemos un aniversario de Loreto con rutas históricas, conferencias sobre los misioneros, exposiciones documentales, representaciones teatrales del desembarco de Salvatierra, publicaciones conmemorativas y homenajes a los cronistas locales. Eso sería celebrar con sentido. Eso sería honrar nuestra historia. Si algo enseña la historia de Loreto es que las grandes gestas nacen de la fe y de la perseverancia, no de la vanidad. Los misioneros que levantaron esa primera iglesia lo hicieron sin recursos, sin reflectores, sin cámaras ni tarimas. Su recompensa fue el deber cumplido y la esperanza de un futuro mejor.

Hoy, tres siglos después, el desafío no es construir nuevas misiones, sino reconstruir nuestra conciencia histórica. Debemos aprender a mirar Loreto no como una postal turística, sino como un símbolo vivo de nuestra identidad colectiva. Allí comenzó todo: el gobierno civil, la agricultura, la enseñanza, la medicina y la escritura en esta tierra. Si permitimos que el sentido de ese origen se disuelva en el ruido de los eventos oficiales, estaremos negando una parte esencial de nosotros mismos. La historia no se celebra: se honra, se estudia, se transmite y se defiende.

Por eso, este aniversario debería servir como punto de inflexión. Que los próximos festejos no sean escaparate de funcionarios, sino aula abierta de historia. Que los aplausos se transformen en preguntas, y las luces en conocimiento. Que cada niño sudcaliforniano aprenda en la escuela quién fue Salvatierra y por qué Loreto es más que una fecha en el calendario. A 328 años de su fundación, la Misión de Nuestra Señora de Loreto Conchó sigue siendo el faro moral e histórico de las Californias. Su legado no pertenece a un partido ni a un gobierno: pertenece al pueblo que nació de sus muros y al espíritu que aún respira entre sus piedras.

Ojalá que las autoridades comprendan que la promoción política es efímera, pero la cultura es perdurable. Que comprendan que la verdadera grandeza de un funcionario no se mide por la magnitud de sus eventos, sino por la profundidad de su respeto a la historia. Si logramos rescatar el sentido de Loreto, habremos rescatado también el alma de la California. Porque, en el fondo, defender la memoria de Loreto es defender el derecho de los pueblos a conocer su origen, a reconocer sus raíces y a proyectarse con dignidad hacia el futuro. Y eso, más que cualquier espectáculo, es lo que verdaderamente merece celebrarse.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Loreto, la Virgen que dio nombre a la California jesuita

FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En 1697, un puñado de jesuitas y soldados desembarcó en la ensenada de Conchó, en la península entonces llamada “California”. Al frente iba el padre Juan María de Salvatierra. Pocos días después, el 25 de octubre, llevaron en procesión la imagen de Nuestra Señora de Loreto y, bajo su amparo, quedó fundada la Misión que sería la “cabeza y madre” de todas las misiones de las Californias. Aquel asentamiento —hoy ciudad de Loreto, Baja California Sur— se convirtió en el primer enclave permanente de la colonización peninsular y el punto de irradiación del sistema misional hacia el norte.

¿Por qué los jesuitas eran tan “loretanos”? La devoción a la Virgen de Loreto venía cargada de símbolos potentes para la espiritualidad católica de la época: la “Santa Casa” de Nazaret, asociada al misterio de La Encarnación, y una narrativa de protección y movilidad que conectaba santuarios y fronteras. En el Noroeste Novohispano, los jesuitas impulsaron de manera sistemática la piedad mariana —incluida la advocación loretana— como estrategia central de su misión: imágenes, réplicas de la Santa Casa, novenas y fiestas patronales que cohesionaban a comunidades indígenas y mestizas en contextos de frontera.

También te podría interesar: San Bruno: la misión que quiso fundar California

La especial devoción de Salvatierra

En el caso de Salvatierra, la relación con la Virgen de Loreto fue personal y programática. Ya en México, antes de cruzar a California, promovió la construcción de réplicas de la Santa Casa en colegios jesuitas (San Gregorio, Tepotzotlán, Querétaro, Guadalajara), y en sus cartas desde la península llamó a la Virgen “la gran conquistadora”, atribuyéndole su éxito inicial. En un pasaje célebre, relata cómo, “invocando a Nuestra Señora de Loreto”, se libraron de un peligro de mar que juzgaron evidente. Esa devoción explica en buena medida decisiones, gestos y símbolos del proyecto californiano.

¿Por qué la primera Misión se llamó Loreto?

El nombre fue una consecuencia natural de ese fervor. Tras el desembarco en Conchó, los jesuitas instalaron una capilla provisional y, el 25 de octubre de 1697, condujeron en procesión solemne la imagen de Nuestra Señora de Loreto; desde ese acto fundacional, el sitio se conoció como Real de Nuestra Señora de Loreto y, pronto, Misión de Nuestra Señora de Loreto Conchó. Desde allí partieron hombres, recursos e ideas para fundar las demás misiones de la península y, más tarde, las de la Alta California.

El culto loretano en Baja California Sur

Más de tres siglos después, el rastro de aquella devoción sigue vivo. La antigua Misión alberga hoy el Museo de las Misiones Jesuíticas, que resguarda arte y objetos sacros vinculados a la evangelización peninsular. La ciudad mantiene celebraciones religiosas y cívicas en torno a su fundación de octubre y a la memoria litúrgica universal de la Virgen de Loreto cada 10 de diciembre, instaurada en el calendario romano por decreto del papa Francisco en 2019. En el imaginario regional, la Virgen de Loreto conserva el título afectivo de “Patrona de las Californias”, y su fiesta reúne a fieles locales y visitantes en templos y plazas.

Una herencia que nombra y ordena el territorio

Nombrar fue un modo de fundar. Al llamar “Loreto” a su primera misión, los jesuitas trasladaron a la California novohispana un lenguaje espiritual que unía casa, camino y promesa. La imagen loretana marcó ritmos de fiesta, legitimó alianzas y sirvió de paraguas simbólico para una empresa que combinó catequesis, disciplina y organización social. Esa “madre de las misiones” quedó como capital de las Californias durante décadas, y su huella —arquitectónica, devocional e histórica— explica por qué la Virgen de Loreto no es solo un nombre antiguo en una fachada: es una memoria compartida que aún estructura la identidad loretana y sudcaliforniana.

Referencias:

Archivo Histórico de las Misiones de Baja California. Fundación de la Misión de Nuestra Señora de Loreto Conchó (1697). Disponible en sitios de divulgación histórica regional.

Ortega Noriega, Sergio. El sistema misional jesuita en el Noroeste de México. Estudios sobre la religiosidad mariana y las advocaciones promovidas por la Compañía de Jesús en los siglos XVII-XVIII.

Cartas del Padre Juan María de Salvatierra. Testimonios recogidos en crónicas jesuitas sobre la fundación de la misión y su especial devoción a la Virgen de Loreto.

Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Museo de las Misiones Jesuíticas de Loreto. Información institucional sobre la devoción mariana y el patrimonio material en Baja California Sur.

Vatican News. El Papa Francisco inscribe la memoria de la Virgen de Loreto en el Calendario Romano (2019). Referencia sobre la fiesta universal de la Virgen de Loreto.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




San Bruno: la misión que quiso fundar California

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la memoria colectiva de Baja California Sur, el nombre de San Bruno apenas aparece entre las piedras secas de la sierra y las aguas tranquilas del Mar de Cortés. Sin embargo, aquel sitio fundado en 1683 marcó el primer intento serio de colonización española en la península y dejó un legado tan frágil como decisivo en la historia del Noroeste de México. Detrás de esta empresa estuvieron dos figuras centrales: el almirante Isidro de Atondo y Antillón, hombre de armas y mar, y el jesuita Eusebio Francisco Kino, sacerdote, explorador y visionario.

Desde el siglo XVI, los intentos españoles de establecerse en la península habían fracasado por la dureza del clima, la escasez de agua, los enfrentamientos con las poblaciones indígenas y la falta de recursos para sostener colonias permanentes. Tras las expediciones de Hernán Cortés, Francisco de Ulloa y Sebastián Vizcaíno, la California seguía siendo un territorio inhóspito y en gran medida inexplorado. En 1683, el Virreinato de la Nueva España reactivó sus ambiciones. Isidro de Atondo, con experiencia militar y naval, recibió el título de Almirante de las Californias. Su misión era clara: colonizar y evangelizar el territorio, convirtiéndolo en una extensión segura del dominio español. Para ello contaba con un aliado de excepción: el jesuita Eusebio Francisco Kino, originario de Trento, matemático y astrónomo, pero sobre todo, un misionero convencido de que la fe podía abrir caminos donde la espada fallaba.

También te podría interesar: Mauricio Castro Cota: el héroe sudcaliforniano entre las sombras y la memoria

El 1 de abril de 1683, la expedición desembarcó en la bahía de La Paz. Allí se fundó la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de las Californias, un pequeño asentamiento fortificado que buscaba ser semilla de la colonización. Los jesuitas levantaron una capilla improvisada, mientras los soldados construyeron trincheras y cañoneras. Pero el contacto con los pueblos pericúes y guaycuras pronto se tornó violento. La escasez de alimentos, los malentendidos culturales y las tensiones por el uso del agua desembocaron en choques armados. Apenas en julio de ese mismo año, los españoles dispararon contra indígenas que habían entrado al recinto, causando muertes y desconfianza irreparable. El proyecto fracasó y se decidió abandonar La Paz.

En octubre de 1683, la expedición volvió a intentarlo. Esta vez eligieron un sitio más al Norte, en tierras cochimíes, cerca de la actual Loreto. Allí fundaron el Real de San Bruno (el 6 de octubre que es el día del santo) y, junto a él, una pequeña misión que serviría como centro espiritual y cultural. San Bruno fue levantado con una fortificación triangular que contaba con tres puntos de artillería. Se construyó también una capilla de adobe y palma, y los jesuitas iniciaron la enseñanza de la doctrina cristiana. Kino no sólo catequizaba: plantó viñedos, tradujo oraciones a la lengua cochimí y elaboró un catecismo adaptado a la realidad local. Su visión integraba fe, ciencia y agricultura. Para los cochimíes, sin embargo, el contacto resultaba ambivalente. Algunos aceptaban las enseñanzas y el intercambio de bienes, otros resistían con recelo. El aislamiento y la rudeza del entorno hicieron el resto.

El clima fue el enemigo mayor. La tierra árida, las lluvias escasas y la lejanía de los centros de abastecimiento en Sinaloa y Sonora pusieron a prueba la resistencia de los colonos. La comida escaseaba, las enfermedades se propagaban y los envíos de provisiones desde el continente eran insuficientes. Kino se mostró renuente a abandonar la misión. Estaba convencido de que San Bruno podía convertirse en el faro de la evangelización en California. Atondo, más pragmático, veía las cuentas de hombres y recursos sangrar día tras día. Finalmente, en mayo de 1685, apenas año y medio después de su fundación, se tomó la decisión de levantar el campamento. El Real de San Bruno fue abandonado. Los pocos indígenas convertidos regresaron a su vida tradicional y la península volvió a quedar sin presencia española permanente.

El hubiera de San Bruno

Aunque efímero, San Bruno dejó huella. Fue el primer asentamiento jesuita en la península y sirvió de laboratorio para futuros intentos. Kino realizó desde allí importantes expediciones de reconocimiento, como la primera travesía documentada de la península de lado a lado, del Golfo al Pacífico. Sus informes y mapas demostraron que Baja California era una península, y no una isla como se pensaba en Europa. El fracaso enseñó a la Corona y a la Compañía de Jesús que la colonización no podía basarse únicamente en entusiasmo misionero ni en fuerza militar. Se requerían estrategias logísticas sólidas, apoyo financiero constante y una relación menos violenta con los pueblos originarios. Doce años después, en 1697, el jesuita Juan María de Salvatierra fundaría la Misión de Loreto, considerada la primera misión permanente de la península. Pero esa historia no se entiende sin el precedente de San Bruno.

Hoy, el sitio de San Bruno es apenas un paraje silencioso, con vestigios mínimos en medio del desierto sudcaliforniano. Para los cronistas e historiadores, sin embargo, representa un momento clave: el cruce entre la ambición imperial, la fe jesuita y la resistencia de la naturaleza. El almirante Atondo regresó al continente, marcado por la experiencia, y Kino fue destinado más tarde a la Pimería Alta, en Sonora y Arizona, donde alcanzó fama como “Padre de las Misiones”. Pero en las arenas de Baja California quedaron sembradas las primeras semillas de lo que después sería un vasto entramado misional. San Bruno no sobrevivió, pero demostró que la península podía ser recorrida, cartografiada y, con paciencia, evangelizada. Fue un fracaso que abrió el camino al éxito de otros. Y en la fragilidad de sus muros de adobe se esconde la fuerza de la historia: la que enseña más con sus caídas que con sus victorias.

Referencias bibliográficas

  1. Mathes, W. Michael. Californiana I: Documentos para la historia de la demarcación comercial de California (1679–1686). México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1970.
  2. León-Portilla, Miguel. Cartografía y crónicas de la Antigua California. México: UNAM / Instituto de Investigaciones Históricas, 1989.
  3. Nieser, Hans. San Bruno: El fracaso de la primera misión jesuita en Baja California (1683–1685). La Paz, B.C.S.: Gobierno del Estado de Baja California Sur / Archivo Histórico Pablo L. Martínez, 2000.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Mauricio Castro Cota: el héroe sudcaliforniano entre las sombras y la memoria

FOTOS: Archivos | Archivo Histórico «Pablo L. Martínez».

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la historia de Baja California Sur existen nombres que resuenan con fuerza, y otros que han quedado opacados por el olvido. Entre estos últimos se encuentra Mauricio Castro Cota (1806–1879), un hombre que, sin formación militar y con recursos limitados, encabezó una de las resistencias más significativas contra la invasión extranjera en la península. Hoy, su nombre se rescata como símbolo de dignidad y patriotismo.

Castro Cota nació el 22 de septiembre de 1806 en San José del Cabo, una comunidad agrícola y pesquera que entonces pertenecía al Territorio de las Californias. Creció en un entorno donde la tierra y el mar eran sustento, pero también vínculo identitario. En su juventud, comenzó a destacar como figura pública en la vida de su comunidad, hasta ocupar el cargo de Primer Vocal de la Diputación Territorial de Baja California, lo que le dio experiencia en asuntos cívicos y le ganó la confianza de los habitantes del Sur peninsular.

También te podría interesar: César Atilio «Ché» Abente Benítez, pionero de la aviación sudcaliforniana

En 1847, mientras México enfrentaba la invasión estadounidense, Baja California parecía un punto aislado, ajeno al interés central. Sin embargo, la península pronto se convirtió en objetivo militar. Fue en ese contexto cuando, el 15 de febrero de 1847, en una reunión clandestina en Santa Anita, los líderes locales designaron a Mauricio Castro Cota como jefe de la resistencia. Ese día pronunció una frase que aún se recuerda como emblema de su compromiso: “Estos pueblos han decidido unirse a sus ruinas, antes de aceptar el yugo extranjero”.

A partir de entonces, se transformó en líder de un ejército improvisado: rancheros, pescadores y jornaleros que, armados con viejas escopetas y machetes, hostigaron sin descanso a los invasores. Junto con el capitán Manuel Pineda Muñoz, Castro Cota organizó ofensivas que lograron victorias simbólicas en Mulegé, en el ataque a La Paz el 16 y 17 de noviembre de 1847 y en el sitio de San José del Cabo, librado entre el 18 y 20 de ese mismo mes. En esta última acción cayó el teniente José Antonio Mijares, convertido en mártir de la resistencia sudcaliforniana. Castro Cota, aunque sin la gloria épica de Mijares, fue el cerebro organizador de la lucha.

El esfuerzo fue heroico pero insuficiente. A finales de 1847, las tropas mexicanas fueron dispersadas y los líderes capturados. Castro Cota fue apresado junto con Pineda Muñoz. Poco después, en 1848, el Tratado de Guadalupe Hidalgo selló la paz y confirmó la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano, aunque la península permaneció en manos nacionales. En libertad, Mauricio volvió a su rancho San Vicente, cerca de San José del Cabo, donde retomó la vida campesina. Sin embargo, no se retiró por completo de la política: continuó participando como representante en asuntos regionales.

Años más tarde, entre 1865 y 1866, cuando la península temió la llegada de fuerzas francesas, Castro Cota era diputado en la Asamblea Legislativa local. En medio del desconcierto provocado por el Imperio de Maximiliano, algunos funcionarios firmaron acuerdos que sugerían una adhesión temporal a la monarquía. Aunque esta decisión generó polémica, historiadores locales señalan que Castro Cota no actuó por simpatía hacia el Imperio, sino por el deseo de evitar un derramamiento de sangre innecesario. La amenaza finalmente se disipó sin mayores consecuencias, y la región mantuvo su lealtad a la República.

Mauricio Castro Cota falleció el 11 de junio de 1879, lejos de los reflectores nacionales. Su legado quedó opacado por figuras de mayor proyección, pero en la memoria sudcaliforniana se le reconoce como el hombre que, sin ejército formal ni apoyo del centro del país, defendió con tenacidad la soberanía en la esquina más remota del territorio. Con el paso de los años, el nombre de Castro Cota fue recuperado en efemérides locales. En San José del Cabo una escuela primaria lleva su nombre, y cada aniversario luctuoso se realizan ceremonias en su honor.

En 2011 se conmemoró el CXXXII aniversario de su fallecimiento, y en 2022 se presentó en el Congreso del Estado una iniciativa para declararlo “Sudcaliforniano Ilustre” y trasladar sus restos a la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres. En 2023, al cumplirse 217 años de su natalicio, se organizaron homenajes en plazas públicas, donde cronistas y autoridades recordaron su papel como “alma de la resistencia sudcaliforniana”. Mauricio Castro Cota encarna a los héroes discretos de la historia nacional. No fue un general con formación castrense ni tuvo acceso a recursos militares significativos. Su fuerza radicó en la convicción y en la organización de su gente.

Al evocarlo, no solo se rescata la memoria de un hombre, sino también la resistencia colectiva de comunidades que, en el siglo XIX, decidieron no claudicar ante la adversidad. Hoy, su historia es un recordatorio de que la soberanía también se defiende desde los márgenes, con la firmeza de quienes, aunque lejos de la capital, entienden que su tierra y su identidad no se negocian.

Referencias

  • CULCO BCS. Mauricio Castro Cota, un héroe entre las sombras y el olvido. Disponible en: [culcobcs.com](https://www.culcobcs.com/cultura-entretenimiento/mauricio-castro-cota-un-heroe-entre-las-sombras-y-el-olvido/)
  • Sudcalifornios: Personajes célebres sudcalifornios: Mauricio Castro Cota. Disponible en: [sudcalifornios.com](http://www.sudcalifornios.com/item/personajes-celebres-sudcalifornios-mauricio-castro-cota)
  • OEM El Sudcaliforniano. Mauricio Castro Cota, héroe sudcaliforniano. Disponible en: [oem.com.mx](https://oem.com.mx/elsudcaliforniano/gossip/mauricio-castro-cota-heroe-sudcaliforniano-19824071)
  • POSTA Noticias. Mauricio Castro Cota, el héroe sudcaliforniano que se levantó contra la invasión de EUA. Disponible en: [posta.com.mx](https://www.posta.com.mx/bcs/mauricio-castro-cota-el-heroe-sudcaliforniano-que-se-levanto-contra-la-invasion-de-eua/vl2083208)
  • Peninsular Digital. Recuerdan el CXXXII aniversario luctuoso de Mauricio Castro Cota. Disponible en: [peninsulardigital.com](https://peninsulardigital.com/2011/11/14/recuerdan-el-cxxxii-aniversario-luctuoso-de-mauricio-castro-cota/)
  • CaboVisión. Se conmemora el CCXII aniversario del natalicio de Mauricio Castro Cota. Disponible en: [cabovision.tv](https://cabovision.tv/articulo/36063-se-conmemora-el-ccxii-aniversario-del-natalicio-de-mauricio-castro-cota)
  • Spanish in Cabo (Blog). Baja California y su gente: Mauricio Castro Cota. Disponible en: [spanishincabo.blogspot.com](https://spanishincabo.blogspot.com/2019/09/baja-california-y-su-gente-mauricio.html)

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




César Atilio «Ché» Abente Benítez, pionero de la aviación sudcaliforniana

FOTOS: Crónicas Sudcalifornianas | Réplicas líticas de Sudcalifornia | Portal Guaraní.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nacido en Asunción, Paraguay, el 8 de abril de 1910, César Atilio Abente Benítez —conocido afectuosamente como “el Ché” por su origen rioplatense— fue uno de los constructores silenciosos de la aviación civil y militar en Baja California Sur. Hijo del capitán de fragata Carlos Abente Ahedo y de Dolores Benítez, creció en una familia vinculada al servicio público, cursó estudios en el Colegio Nacional de su ciudad natal y se formó desde joven como cadete del ejército paraguayo. Esa base castrense y disciplinaria marcaría toda su vida profesional.

La coyuntura internacional le abrió pronto un destino distinto. A comienzos de los 30 del siglo XX, cuando se avizoraba el conflicto por el Chaco Boreal entre Paraguay y Bolivia, Abente conoció al piloto mexicano Pablo L. Sidar y recibió la invitación —y la beca— para formarse en la Escuela Militar de Aviación en México. Llegó como alumno extranjero y, con 24 años, obtuvo su grado de piloto aviador: había nacido ya el apodo de “Chée”, que lo acompañaría siempre. Concluida su instrucción, fue llamado de inmediato por su país para entrar en la Guerra del Chaco (1932–1935), donde voló aeronaves de enlace y reconocimiento, se adiestró en aparatos de combate y obtuvo condecoraciones mayores como la “Cruz del Defensor de la Patria” y la “Cruz del Chaco”.

También te podría interesar: Sembrador de futuro: La huella indeleble de Domingo Carballo Félix

Acabada la guerra, Abente regresó a México con la mira puesta en integrarse a la Fuerza Aérea Mexicana (FAM). Mientras se resolvía su solicitud de naturalización, viajó a Nicaragua como instructor de vuelo y piloto particular del entonces jefe militar Anastasio Somoza; aquella comisión le valió el grado de capitán piloto aviador y lo curtió en operaciones de montaña y selva. De vuelta en México, logró la nacionalidad y, ya como oficial mexicano, solicitó al Congreso permiso para aceptar y portar la condecoración paraguaya “Cruz del Defensor” (6 de marzo de 1940), un símbolo tangible de su doble pertenencia: al país que lo vio nacer y al que lo adoptó.

Cuando México ingresó a la Segunda Guerra Mundial en 1942, la FAM reorganizó sus escuadrones. Abente fue asignado primero al Escuadrón 201, con tareas de patrulla en el Golfo de México para proteger el tráfico marítimo; posteriormente fue comisionado al territorio de Quintana Roo y, en enero de 1945, transferido al Escuadrón 203 con base en La Paz, capital de Baja California Sur, como segundo comandante. Ese traslado selló la vocación peninsular de su vida. En esta ciudad encontró una aviación incipiente y una pista corta de tierra, suficiente para entrenadores y T-6, pero insuficiente para aeronaves de mayor porte. Gestionó entonces, con apoyo del gobernador Francisco J. Múgica, la ampliación de la pista, que permitió el arribo del DC-3 y cambió para siempre la conectividad regional. Ese mismo 1945 fue ascendido a comandante del 203.

La década siguiente lo consolidó como un referente local. El 18 de marzo de 1947 contrajo matrimonio con la paceña Gloria Arámburo Barrera; de su familia sudcaliforniana y paraguaya provienen una estirpe de recuerdos: su hijo Marco Antonio (†) y sus nietos Chiara, Bárbara y Norvell, además de otros descendientes de un matrimonio previo. La vida personal de Abente se entrelazó con la pública: hacia 1948 recibió la comandancia del aeropuerto civil de La Paz —ubicado en los terrenos donde hoy están el Palacio de Gobierno y el fraccionamiento La Perla— y, pocos años después, la del nuevo Aeropuerto Internacional inaugurado en 1953. Además de administrar pistas, fue constructor de infraestructura, de procedimientos y cultura aeronáutica en un territorio entonces aislado por desiertos y montañas.

Su vocación por la enseñanza quedaría registrada para la historia local: con aeronaves de su propiedad montó la primera escuela de vuelo en Baja California Sur, de la que egresó “buena cantidad de pilotos”, como recuerdan sus contemporáneos. Esa escuela fue además de un negocio, una cantera de capacidades para una región que comenzaba a integrarse al resto del país por aire. Paralelamente, tuvo una comisión en Sonora al mando de una escuadrilla en operaciones contra cultivos ilícitos: otra muestra de la multiplicidad de frentes donde la aviación —y su liderazgo— resultaban decisivos.

Abente también fue protagonista de la etapa pionera de la carretera transpeninsular. Hacia 1950 voló para Tycsa (Talleres y Construcciones, S.A.) y ayudó a abrir pistas intermedias —como las de Santa Rita, el kilómetro 28 y la colonia María Auxiliadora— que facilitaban la logística de obra y el relevo de personal y materiales. En una península con extensiones áridas y poblaciones dispersas, esos “aeródromos de campaña” bridaban una red de puntos de apoyo sin la cual la carretera habría sido mucho más lenta y costosa.

La Paz no sólo fue su base de operaciones: fue su casa. Amigo del periodista y escritor Fernando Jordán, el “Ché” Abente lo transportó por mar y aire en los recorridos que dieron origen al clásico El otro México; en su hogar paceño le ofreció hospitalidad generosa. El propio recuerdo de colegas y discípulos lo sitúa como un hombre de oficio austero, de trato franco y lealtad sin dobleces, capaz de aterrizar en pistas mínimas para recoger rollos fotográficos o entregar víveres —una aviación de cercanía que hoy es casi leyenda. Los testimonios de época subrayan además que, ya en los años cuarenta, era uno de los pilotos predilectos del gobernador Múgica, lo que da medida de la confianza que inspiraba.

A inicios de los setenta se abrió para él un último frente de servicio público. En 1972, un año antes de su retiro de la FAM como teniente coronel, recibió la encomienda de dirigir el Aeropuerto Internacional de Loreto. Allí replicó el modelo de La Paz: acompañó trabajos de ampliación, instauró procedimientos y, con el mismo empeño pedagógico de siempre, fundó la primera escuela de vuelo de la ciudad. Permaneció en Loreto hasta 1977; al jubilarse era el decano de la Asociación de la Escuela Militar de Aviación, A.C., y ostentaba, además de sus preseas paraguayas, las condecoraciones mexicanas de Perseverancia, Mérito Militar, el Collar del Cuerpo de Defensores de la República y la pertenencia a la Legión de Honor de la Secretaría de la Defensa Nacional.

Su trayectoria se explica por los cargos y medallas, pero además por un carácter formado a la vez por la guerra y por el aula. En la Guerra del Chaco aprendió la dureza, la improvisación y la lectura del terreno; en México, como instructor y líder de escuadrones, cultivó el método, la seguridad operativa y el sentido de responsabilidad. Esa combinación de temple y sistema lo convirtió en un gestor eficaz de infraestructura aeronáutica en un territorio donde la aviación no era un lujo, sino una necesidad vital: para evacuar enfermos, llevar maestros, trasladar piezas, acercar comunidades y sostener el tejido económico.

El “Ché” Abente dejó también un legado intangible: el de una cultura de aviación pública al servicio de la comunidad. En los actos cívicos que, décadas después, recordó el Ayuntamiento de La Paz, se subrayó que la historia del desarrollo de las comunicaciones aéreas en Baja California Sur no puede comprenderse sin los pioneros que, como él, enfrentaron un medio adverso y arriesgaron cotidianamente la vida. En los años 40 y 50, volar en la península implicaba pistas de tierra, meteorología cambiante, cartas incompletas y navegación a “ojo” complementada con reglas y brújulas. Abente fue, en ese contexto, un estandarte de profesionalismo.

Falleció en La Paz el 9 de septiembre de 1997. La noticia quedó registrada en las efemérides locales como la partida de “una figura sobresaliente en la historia de las comunicaciones aéreas” de la Baja California. Para entonces, su nombre ya estaba ligado a pistas ampliadas, escuelas fundadas, aeropuertos bajo su mando y generaciones de pilotos a quienes dejó algo más que destrezas: una ética.

Cronología sintética

1910— Nace en Asunción, Paraguay (8 de abril).

1932–1934 — Beca del Gobierno Mexicano; cadete en la Escuela Militar de Aviación; se gradúa como piloto aviador.

1932–1935 — Sirve en la Guerra del Chaco; recibe las condecoraciones “Cruz del Defensor de la Patria” y “Cruz del Chaco”.

1936–1937 — En Nicaragua, instructor de vuelo y piloto de Anastasio Somoza; vuelve a México y se naturaliza.

1942–1945 — FAM: patrullaje con el Escuadrón 201; traslado a Quintana Roo; en enero de 1945 es segundo comandante del Escuadrón 203 en La Paz.

1945— Gestiona la ampliación de la pista en La Paz; asciende a comandante del 203.

194 — Se casa con Gloria Arámburo Barrera; forma familia paceña.

1948–1953 — Comandante del aeropuerto civil de La Paz; después, del aeropuerto internacional inaugurado en 1953.

Años 50— Vuela para Tycsa en la construcción de la carretera transpeninsular; abre pistas logísticas (Santa Rita, km 28, María Auxiliadora).

1950s— Funda la primera escuela de vuelo en Baja California Sur.

1972–1977 — Comandante del aeropuerto internacional de Loreto; funda la primera escuela de vuelo en esa ciudad.

1997— Fallece en La Paz (9 de septiembre).

Rasgos profesionales y legado

En el plano técnico, Abente fue, ante todo, un aviador integral. Su experiencia de combate y enlace durante la Guerra del Chaco lo familiarizó con operaciones de baja altura, navegación visual y vuelos en entornos de infraestructura mínima. Esa pericia se volvió crucial en la península sudcaliforniana, donde la aviación ligera y los entrenadores como el AT-6 eran la espina dorsal del transporte aéreo local a mediados de los 40. En su etapa de mando —primero de escuadrón y luego de aeropuertos— supo traducir esa intuición de piloto en criterios de seguridad, planeación y servicio.

Como gestor público de la aviación, operó en tres frentes: infraestructura (ampliación de pistas, habilitación de aeródromos, recepción de equipos como el DC-3), formación de capital humano (escuelas de vuelo en La Paz y Loreto) y construcción institucional (procedimientos, coordinación civil–militar, cultura de seguridad). La suma de esos frentes hizo de La Paz un punto confiable de entrada y salida, y permitió a Loreto —hoy un polo turístico y logístico— despegar con reglas claras.

En el plano humano y comunitario, quienes lo conocieron subrayan su cercanía: el piloto que llevaba víveres a colonias como María Auxiliadora; el comandante que apoyaba a quienes necesitaban traslado médico; el amigo que hospedó a un escritor fundamental para la memoria de la península. Esa mezcla de rigor y camaradería explica por qué, a más de un siglo de su nacimiento, se siguen organizando homenajes cívicos en su tumba de Los San Juanes y por qué su nombre aparece una y otra vez cuando se habla de los “pioneros” de las comunicaciones aéreas sudcalifornianas.

Fuentes consultadas y notas

[1]: https://colectivopericu.com.mx/2013/04/12/recordaron-al-celebre-aviador-che-abente/ «Recordaron al célebre aviador Che Abente – Colectivo Pericú»

[2]: https://www.radarpolitico.com.mx/2014/04/10/conmemoran-aniversario-luctuoso-de-cesar-a-abente-benitez/ «Conmemoran aniversario luctuoso de César A. Abente Benítez – Radar Político»

[3]: https://francisco-lavin.blogspot.com/2009/05/del-chaco-la-paz.html «Con las alas en mi pecho: DEL CHACO A LA PAZ»

[4]: https://cronicassudcalifornianas.blogspot.com/2012/09/historia_8.html «Crónicas sudcalifornianas: HISTORIA»

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.