1

327 Aniversario de la Misión de Nuestra Señora de Loreto. Un viaje de fe y perseverancia

FOTOS: Modesto Peralta Delgado / IA / Archivos.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En los últimos años del siglo XVII, la región de California, con su vasto y desolado paisaje, se convirtió en el escenario de una de las empresas más ambiciosas de la Corona Española: la fundación de misiones. Estos proyectos no sólo pretendían evangelizar a los pueblos indígenas, sino también establecer una presencia permanente en una zona poco explorada y de difícil acceso. La historia de las misiones en Baja California es un testimonio de la perseverancia, la fe y los desafíos enfrentados por un grupo de hombres que, liderados por el padre Juan María de Salvatierra, se embarcaron en una travesía espiritual y territorial.

Entre los años 1683 y 1685, el padre Eusebio Francisco Kino, reconocido por su labor evangelizadora en las regiones de Sonora y Sinaloa, acompañó al almirante Isidro Atondo y Antillón en una expedición a la California. El objetivo era claro: fundar misiones permanentes que sirvieran como bases para la evangelización de los pueblos indígenas y la consolidación de la presencia española en la región. Sin embargo, la empresa se encontró con dificultades insalvables. La escasez de recursos, el terreno inhóspito y la resistencia local llevaron al abandono del proyecto. Las misiones soñadas en la California se desvanecieron, al menos temporalmente.

También te podría interesar: Caminantes y territorios: La lucha por los espacios públicos en La Paz 

A pesar de los fracasos iniciales, la llama de la evangelización no se apagó. En 1686, el padre Juan María de Salvatierra, un ferviente jesuita que había sido designado visitador de las misiones de Sinaloa y Sonora, se encontró con Kino. Fue en ese encuentro donde Salvatierra se vio profundamente inspirado por la labor que Kino había comenzado y, convencido de la importancia de continuar la obra en la California, decidió embarcarse en esta misión. Salvatierra no estaba solo en su convicción. El legado espiritual del padre Juan Bautista Zappa, fallecido en 1694, también influyó en la decisión de Salvatierra. Zappa, antes de morir, había alentado a Salvatierra a continuar con la misión y a enfrentar los desafíos con la esperanza de la recompensa celestial.

Para emprender una empresa de tal magnitud, era necesario contar con el respaldo tanto de la Iglesia como de la Corona. El padre Salvatierra, consciente de ello, buscó la autorización del general de los jesuitas, el padre Tirso González de Santa-Ella. Aunque la licencia no fue inmediata, finalmente, el 5 de febrero de 1697, el excelentísimo señor don Joseph de Sarmiento y Valladares, Conde de Moctezuma, concedió el permiso oficial para fundar la misión en California. Este apoyo no sólo validaba la labor espiritual de los jesuitas, sino que también garantizaba cierto respaldo material y logístico por parte del virreinato de la Nueva España.

Viaje hacia lo desconocido

Con la licencia en mano, Salvatierra partió desde el puerto del Yaqui el 10 de octubre de 1697. Lo acompañaba una tripulación compuesta por hombres de diversas partes del mundo, cada uno con su propia historia y motivaciones, pero todos unidos por un mismo objetivo. Entre ellos se encontraban don Esteban Rodríguez Lorenzo, un portugués que posteriormente serviría como capitán durante muchos años, Bartolomé de Robles Figueroa, un criollo originario de la provincia de Guadalajara, y Juan Carabaña, un marinero maltés. También formaban parte de la expedición Nicolás Márquez, un marinero siciliano, y Juan Mulato, un hombre del Perú. A este grupo se unieron tres indígenas: Francisco de Tepahui, Alonso de Guayavas y Sebastián de Guadalajara, quienes servirían como guías y colaboradores en la misión.

El viaje no estuvo exento de desafíos. El trayecto marítimo desde el Yaqui hasta las costas de la Baja California fue largo y peligroso. Finalmente, el 13 de octubre de 1697, la expedición llegó a la Bahía de la Concepción, donde desembarcaron para iniciar su travesía hacia el Norte. Sin embargo, la calidad del agua en esa región resultó ser deficiente, lo que obligó a la tripulación a buscar un lugar más adecuado para establecerse.

La expedición continuó su búsqueda, liderada por el capitán Juan Antonio Romero de la Sierpe, quien recordaba un sitio más prometedor al que había llegado durante una expedición anterior con el almirante Atondo. Fue así como la expedición se dirigió hacia la Ensenada de San Dionisio, conocida como Conchó por los indígenas cochimíes. Este lugar, ubicado en una zona estratégica y con acceso a mejores recursos, parecía el sitio ideal para fundar la primera misión jesuita en Baja California.

Encuentro con los indígenas

El 19 de octubre de 1697, la expedición llegó a Conchó, donde fueron recibidos por más de cincuenta indígenas de la vecina ranchería, así como por otros provenientes de San Bruno. Los indígenas, curiosos y respetuosos, se acercaron a la tripulación, muchos de ellos hincándose de rodillas y besando las imágenes del crucifijo y de la Virgen María. Este encuentro pacífico marcó el inicio de una relación que, aunque no exenta de dificultades, permitió a los jesuitas comenzar su labor evangelizadora en la región.

El acto más simbólico de la jornada fue la procesión en la que se trajo desde la embarcación la imagen de Nuestra Señora de Loreto, patrona de la conquista. Con solemnidad y devoción, los misioneros colocaron la imagen en el centro de lo que sería la primera misión en California. El 25 de octubre de 1697, se tomó posesión oficial de la tierra en nombre del rey de España, marcando el inicio formal de la Misión de Nuestra Señora de Loreto, el primer bastión jesuita en la península.

Un legado que perdura

La fundación de la Misión de Loreto no sólo fue el inicio de la evangelización de Baja California, sino también el comienzo de un proceso de transformación cultural y social que moldearía el futuro de la región. A pesar de los desafíos geográficos, la escasez de recursos y la resistencia ocasional de los pueblos indígenas, los jesuitas, liderados por hombres como Salvatierra, lograron establecer una red de misiones que perduraría durante décadas.

Hoy, la Misión de Loreto es un testimonio vivo de la perseverancia de aquellos hombres que, impulsados por su fe y dedicación, se embarcaron en una de las empresas más audaces de su tiempo. La historia de la misión no solo es parte del patrimonio cultural de Baja California, sino también un recordatorio de los sacrificios y logros de quienes, con esperanza y devoción, buscaron expandir las fronteras de su mundo.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Caminantes y territorios: La lucha por los espacios públicos en La Paz

FOTO: El Informante / INTERIORES: Archivos.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El malecón de La Paz, BCS, ha sido históricamente un espacio emblemático para los paceños, un lugar de encuentro y reflexión que teje la identidad colectiva de la ciudad. Sin embargo, en los últimos años, este icónico lugar ha sido testigo de una transformación significativa, marcada por la privatización simbólica de sus espacios públicos en favor de intereses turísticos y comerciales. Este artículo explora cómo los cambios en la apropiación y uso del malecón están afectando no sólo el paisaje urbano, sino también la memoria y el sentido de pertenencia de sus habitantes, quienes se enfrentan a la creciente desterritorialización de un espacio que alguna vez fue suyo.

La ciudad, esa amalgama de edificaciones, calles y la vida que fluye en su interior, es un lienzo donde se despliegan un sinfín de emociones y experiencias. Cada calle, cada esquina, cada rincón urbano cuenta una historia, y esta narrativa se teje a través de la interacción de sus habitantes y la forma en que estos se apropian y transforman los espacios públicos. En este contexto, el libro Privatización simbólica de los espacios públicos. Prácticas histórico-territoriales en torno al malecón de La Paz, Baja California Sur, México del Dr. Tito Fernando Piñeda Verdugo, se erige como un profundo análisis de la relación entre la ciudad, sus espacios públicos y sus ciudadanos.

También te podría interesar: 8 de Octubre: el olvido y la lucha por la autonomía de Baja California Sur

Los espacios públicos, esos lugares abiertos donde convergen la diversidad de la vida urbana, son auténticas encrucijadas de experiencias compartidas. Aquí, los habitantes, independientemente de su género, edad, ocupación u origen, contribuyen a la construcción simbólica de su ciudad. Estos espacios se convierten en escenarios donde las prácticas sociales se desarrollan y donde, con el transcurso del tiempo, se forjan las memorias colectivas que otorgan identidad a la comunidad.

Si bien, las ciudades pueden ser objeto de planificaciones urbanas desde los centros del sistema capitalista global, es en la práctica cotidiana y local donde estas planificaciones cobran vida y se transforman. Cada calle es un capítulo de la historia urbana, donde se entrelazan deseos, sueños y realidades. La ciudad es un organismo vivo que evoluciona constantemente, moldeado por las acciones y aspiraciones de quienes la habitan.

El libro del Dr. Piñeda Verdugo se adentra en este intrigante mundo de las ciudades y sus espacios públicos. A través de una meticulosa observación de los caminantes y sus narrativas, el autor nos brinda un valioso reporte de investigación etnográfica. Sin embargo, este no es un estudio aislado; se enriquece con una reflexión teórica profunda en torno a conceptos fundamentales como cultura, territorio y ciudad. Esta base teórica proporciona las herramientas necesarias para analizar crítica y juiciosamente los movimientos y cambios en la trama urbana de La Paz, BCS, con un enfoque especial en su emblemático malecón.

El malecón de La Paz se ha convertido en un territorio particularmente significativo. A través de las décadas, ha sido más que una simple vía costera; ha sido territorializado por sus caminantes como un laboratorio social y cultural. En este espacio, las personas encuentran un lienzo en blanco donde pueden reflexionar sobre sus identidades individuales y colectivas. El “paceño,” aquel que habita y da vida a La Paz, encuentra en el malecón un espacio para expresarse, definirse y construir una narrativa común que les vincula.

No obstante, el libro de Piñeda Verdugo también aborda un tema crucial: la privatización simbólica de estos espacios públicos. En los últimos años, el malecón de La Paz ha experimentado una clara desterritorialización en favor de una mayor privatización socio-simbólica, en gran medida centrada en el turismo. Este proceso se ha propagado como una ola expansiva que se extiende en todas direcciones por la geografía sudcaliforniana.

La privatización simbólica implica que, aunque el espacio público siga existiendo físicamente, su esencia como un lugar de encuentro e intercambio cultural se ve eclipsada por intereses económicos y turísticos. Los caminantes dejan de ser los protagonistas de su propia narrativa urbana y ceden ese protagonismo a fuerzas externas. El espacio público se transforma en un escenario, y sus habitantes pasan a ser actores secundarios en una producción diseñada para satisfacer las demandas del turismo.

Es en este contexto que la obra del Dr. Tito Fernando se convierte en una herramienta esencial para entender los cambios que están moldeando el tejido urbano de La Paz y, por extensión, de muchas otras ciudades en todo el mundo. Su investigación etnográfica y su profundo análisis teórico nos invitan a reflexionar sobre la importancia de preservar los espacios públicos como lugares donde los ciudadanos pueden seguir siendo los protagonistas de la historia urbana. La privatización simbólica no sólo afecta la estructura de las ciudades, sino que también socava la esencia misma de la vida urbana y la identidad de sus habitantes.

Concluyo que la presente obra trasciende la mera descripción de un lugar y sus cambios urbanos. Es un llamado a la reflexión sobre el papel de los espacios públicos en nuestras ciudades y la importancia de protegerlos como lugares donde la comunidad puede seguir construyendo su historia y su identidad. El autor nos brinda una brújula para navegar por el laberinto de emociones y experiencias que es la ciudad, recordándonos que, en última instancia, son los caminantes quienes dan vida a sus calles, plazas y malecones, y que la ciudad es un texto en constante reescritura, una narrativa colectiva que merece ser preservada y enriquecida.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




8 de Octubre: el olvido y la lucha por la autonomía de Baja California Sur

FOTO: Modesto Peralta Delgado / Interiores: internet.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El arduo trabajo que nuestros antepasados realizaron para transformar este antiguo Territorio a una Entidad Federativa y lograr que se pudieran elegir a las autoridades mediante el voto ha sido prácticamente olvidado. Son pocos los jóvenes que asocian el “8 de octubre” con algo más que el nombre de dos sectores en una colonia de la ciudad de La Paz. A punto de cumplir 50 años de este suceso, es crucial que nuestras autoridades y líderes sociales recuperen este importante acontecimiento y lo mantengan presente entre la ciudadanía de manera constante.

El 8 de octubre de 1974 se celebró la promulgación del Decreto que reformó la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, otorgando el estatus de Estados Federados a los territorios de Baja California Sur y Quintana Roo. Aunque podría parecer un simple trámite de las cámaras de diputados y senadores, en respuesta a una solicitud del Presidente de México, el 1 de septiembre de ese mismo año, este acto representó para los habitantes de esta península la culminación de una lucha prolongada que, sin temor a equivocarme, comenzó con la adhesión de las fuerzas civiles y militares al Acta de Independencia Nacional en 1822.

También te podría interesar: Primeras exploraciones arqueológicas en Baja California: los pioneros del descubrimiento

Esta península ha contado siempre con hombres y mujeres capaces de gobernar y de actuar con decoro y valores en lo civil y social. Sin embargo, las dificultades de vivir en una tierra desértica, donde escasea el agua, han llevado a que su población sea una de las más bajas del país, y las fuentes de desarrollo como la industria, la agricultura, la pesca y la ganadería, se han visto limitadas. Además, durante muchos años, la falta de apoyo federal para mejorar la infraestructura necesaria para la modernización de la región dejó que los ciudadanos resolvieran los problemas con sus propios y escasos recursos, mientras el gobernante federal de turno designaba al jefe político y militar que decidía el destino de la región.

Sólo en tres ocasiones, de manera oficial, la administración del Distrito y luego del Territorio de la Baja California Sur estuvo en manos de ciudadanos nativos. Estos fueron Agustín Arriola Martínez (1920-1924), José Agustín Olachea Avilés (1929-1931) y Juan Domínguez Cota (1932-1938), quienes demostraron liderazgo, prudencia administrativa y capacidad para enfrentar los serios problemas de su tiempo. Sin embargo, el gobierno federal seguía ignorando las peticiones de los habitantes del territorio de poder elegir a un gobernante “nativo o arraigado”.

Con la llegada del general Francisco José Múgica Velázquez como jefe militar y político del territorio (1940-1945), se fortaleció la lucha de los líderes políticos locales por un plebiscito que les permitiera elegir a su propio gobernante. Estas demandas fueron apoyadas por el General Múgica, quien incorporó a varios de esos líderes a su gobierno. Así, en 1945, nació el Frente de Unificación Sudcaliforniano (F.U.S.), que fue el catalizador de esas demandas tan sentidas. Entre sus miembros estaban Francisco Cardoza Carballo, José H. Ramírez, Arturo Canseco Jr., Francisco Urcádiz, Jorge S. Carrillo, Francisco C. Jerez, Félix J. Ortega, Miguel L. Cornejo, Estanislao Cota y Félix Rochín C.

Tras la renuncia del General Múgica a la jefatura del Territorio, los integrantes del Frente viajaron a la Ciudad de México para presentar su propuesta: la realización de elecciones libres en el Estado para poder elegir a un gobernante propio. Sin embargo, este anhelo no se concretó de inmediato. El presidente Ávila Camacho sólo accedió a nombrar a un gobernador nativo de Sudcalifornia, el general Agustín Olachea Avilés, pero bajo la supervisión del gobierno federal. El momento de Baja California Sur aún no había llegado.

Casi 20 años después, con la llegada del Lic. Hugo Cervantes del Río a la gubernatura del Territorio (1965-1970), comenzó la era de los gobernantes civiles y las circunstancias sociales y políticas del país favorecieron la demanda de que los habitantes del territorio pudieran elegir a sus propias autoridades y que el territorio se convirtiera en Estado. A medida que se acercaba el final del sexenio de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría se perfilaba como su sucesor, las esperanzas crecieron. El 11 de octubre de 1970, una gran concentración en el Puerto de Loreto presentó de manera formal las demandas de un gobernador nativo o arraigado, elegido por los sudcalifornianos, y la modificación de la Constitución Mexicana para convertir el territorio en el Estado 30 de la República. Miles de personas firmaron esas propuestas, que fueron entregadas al presidente electo, Luis Echeverría Álvarez.

Al asumir la presidencia, Luis Echeverría nombró al Ing. Félix Agramont Cota como gobernador del Territorio de BCS, cumpliendo con lo que establecía la Constitución, pero al mismo tiempo, estudiaba las propuestas recibidas en octubre. Durante los siguientes cuatro años, Sudcalifornia recuperó el régimen municipal en 1972 y recibió una gran inversión en recursos para desarrollar la infraestructura necesaria para transformarse en un Estado más autónomo. Se estaba allanando el camino para lo que ocurriría a finales de 1974.

Con esta breve reseña de los hechos y luchas, invito a los jóvenes de todas las edades a conocer y valorar estos y otros acontecimientos que dieron forma a la Sudcalifornia que conocemos hoy. Quien no conoce su historia, no la aprecia, y está condenado a repetir los mismos errores. Aprendamos de nuestro pasado y contribuyamos a construir un futuro más digno para Baja California Sur y nuestras familias.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

 




Baja California jura su adhesión a la Independencia Nacional: una crónica de valentía

IMÁGENES: IA.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En los albores de 1822, el espíritu de independencia que recorría América Latina llegaba finalmente a las costas de la península de Baja California. La región, hasta entonces alejada de los principales escenarios de la lucha independentista, se vio de repente inmersa en una serie de acontecimientos que marcarían su destino. El hombre que se encontraba en el centro de esta turbulenta escena era Fernando de la Toba, quien, como Comandante de Armas de la Jurisdicción del Sur, tendría la responsabilidad de defender la región ante un inesperado giro de los acontecimientos.

De la Toba había sido asignado a comandar las defensas de los poblados estratégicos de Todos Santos, San Antonio y San José del Cabo, donde las aguas cristalinas del Mar de Cortés se entrelazan con la tierra desértica. Sin embargo, lo que empezó como una rutina de vigilancia y protección de la región pronto se transformó en una confrontación directa con la armada chilena, encabezada por el comandante Thomas Cochrane. Este líder de renombre había convertido a su flota en un símbolo de emancipación en el Pacífico, aunque sus métodos distaban de ser pacíficos o justos.

También te podría interesar: Los Cabos, pieza clave de una teoría sobre el poblamiento de América 

El 17 de febrero de 1822, Fernando de la Toba recibió noticias alarmantes: dos barcos de la temida flota de Cochrane, con tripulación chilena, habían atracado en el puerto de San José del Cabo. Aunque su propósito declarado era emancipar a estos territorios del dominio de la Corona Española, sus acciones eran muy diferentes. La tripulación rápidamente comenzó a cometer actos de pillaje y saqueo, sembrando el caos y la incertidumbre entre los habitantes locales. Esta expedición chilena, que presumía de llevar la bandera de la libertad, no era más que una banda de saqueadores, al menos, en los ojos de los californianos.

Resistencia en Todos Santos: un pueblo se defiende

No conformes con la toma del puerto, los invasores dirigieron su atención hacia el poblado de Todos Santos, donde intentaron hundir un Galeón de Manila que estaba fondeado frente al puerto. Este galeón, cargado con mercancías valiosas, se convirtió en el objetivo de los chilenos. Sin embargo, la determinación de los habitantes de Todos Santos pronto los detuvo. Enfrentándose a los invasores con armas rudimentarias y el coraje de quien defiende su hogar, los residentes lograron repeler a las tropas chilenas, causando numerosas bajas entre los atacantes. Fue una muestra de valentía que reflejó el carácter indomable de los californianos.

Mientras tanto, Fernando de la Toba se apresuró a llegar a San José del Cabo, consciente de que la situación era crítica. Pero al llegar, se encontró con una situación inesperada. Fue interceptado por el comandante del barco chileno, William Wilkinson, quien le informó del supuesto propósito de su expedición y lo instó a jurar de inmediato la adhesión al Acta de Independencia Nacional. Aunque el propósito oficial de los chilenos era la liberación de estas tierras, el trasfondo real parecía más complejo. Algunos, como el escritor y antropólogo Fernando Jordán Juárez, han especulado que la verdadera intención de los invasores era anexar la península californiana al recientemente independiente Chile, aunque esta teoría nunca ha sido confirmada.

El juramento de adhesión: un acto de valentía política

Pese a la ambigüedad de las intenciones chilenas, el 25 de febrero de 1822, Fernando de la Toba tomó una decisión crucial: declaró la libertad de la península en San Antonio y juró la adhesión al nuevo gobierno independiente de México. Este acto no sólo marcó la primera declaración oficial de independencia en Baja California, sino que también consolidó a De la Toba como una figura clave en la historia de la independencia de la región. Su decisión fue recibida con entusiasmo y esperanza por muchos, aunque también suscitó preocupaciones sobre las represalias de los invasores.

Los acontecimientos, sin embargo, no se detuvieron ahí. Días después de la declaración de De la Toba, otro barco de la escuadra chilena, El Araucano, se dirigió hacia el norte, rumbo a Loreto, el centro administrativo de la región. Aparentemente, su objetivo era reabastecer sus bodegas con carne y harina, pero al llegar a puerto, la tripulación comenzó nuevamente con acciones de pillaje. Esta vez, el gobernador de la región, Argüello, optó por huir hacia el poblado de San José de Comondú, dejando a Loreto vulnerable y bajo el mando del joven alférez José María Mata.

La defensa de Loreto: un acto de heroísmo inesperado

Con muy pocos soldados a su mando, Mata se vio forzado a improvisar. A pesar de contar con escasos recursos y de estar en clara desventaja numérica, decidió enfrentar a los invasores con audacia. Los californianos, liderados por Mata, se defendieron valientemente, logrando capturar a varios de los atacantes y recuperar los bienes robados a los habitantes locales. Este triunfo inesperado demostró que la determinación y la unión podían superar incluso a fuerzas más grandes y mejor armadas.

Tras haber repelido a los invasores, José María Mata proclamó la Independencia de California el 7 de marzo de 1822, en un acto de gran simbolismo y coraje. Este pronunciamiento, aunque limitado geográficamente a Loreto, reflejaba el creciente fervor independentista que se extendía por la península. Inspirado por este acto, Fernando de la Toba ratificó la adhesión a la independencia en el puerto de San José del Cabo el 18 de marzo del mismo año, consolidando así la voluntad de la región de unirse a la causa del nuevo México independiente.

Un legado de libertad y resistencia

La jura de adhesión de Baja California a la Independencia Nacional no fue simplemente un acto político; fue una declaración de identidad, autonomía y valentía de sus habitantes. Enfrentando desafíos externos e internos, desde invasores extranjeros hasta incertidumbres políticas, la región demostró que, a pesar de su aislamiento geográfico, compartía el mismo espíritu de libertad y autodeterminación que recorría todo el continente.

La historia de este capítulo en Baja California no se limita a las acciones de unos pocos hombres; es, ante todo, una historia de resistencia comunitaria, de ciudadanos ordinarios que se convirtieron en héroes, y de un pueblo que, a pesar de las adversidades, eligió ser dueño de su propio destino. A través de estos eventos, Baja California no sólo se unió al México independiente, sino que también dejó claro que la libertad, una vez anhelada, no puede ser contenida por las olas del mar ni las armas de los invasores.

Referencias bibliográficas

Fernando Jordán – El otro México. Biografía de Baja California.

Marco Antonio Samaniego – Breve historia de Baja California.

Ulises Urbano Lassépas  – Historia de la colonización de la Baja California y decreto del 10 de marzo.

Marco Antonio Samaniego López (coordinador) – Breve historia de Baja California.

Fernando Jordán – El Mar Roxo de Cortés: Biografía de un golfo.

Francisco Holmos Montaño – Apuntes Cronológicos de Baja California Sur y Los Cabos.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.



La noche en que las láminas volaron. Crónica del huracán Jimena

FOTOS: Internet.

Colaboración Especial

Karla Malibé Amaya Bravo

Ciudad Constitución, Baja California Sur (BCS). Las láminas azotaban contra la barda a medida que se desprendían. Las ventanas temblaban. Toda la familia reunida en una habitación, permanecíamos juntos, en la oscuridad. Este 2024, se cumplen 15 años del devastador huracán Jimena que arrasó con los municipios de Comondú, Loreto y Mulegé en Baja California Sur; y Guaymas en Sonora del 2 al 4 de septiembre del 2009. A su paso dejó cinco fallecimientos, miles de damnificados y cientos de millones de pesos en daños materiales según las autoridades.

En Baja California Sur, es normal, cada año escuchar sobre ciclones y huracanes. Creces familiarizado con eso, pero no todos se quedan grabados en la memoria. En 2003 recuerdo los huracanes Ignacio y Marty, en 2006 fue el huracán Jhon, por lo que conoces el protocolo: 1) comprar mandado, 2) tener agua purificada, 3) comprar lámparas o veladoras y 4) tener gas suficiente. En mi casa, estábamos listos.

Láminas voladoras, vidrios temblorosos

En la madrugada del 2 de septiembre del 2009 —por ese entonces yo sólo tenía 12 años— me despierta el ruido de las láminas de un techo exterior chocando contra la barda, a medida que la intensidad del viento las levantaba provocando un estruendo constante. “¡Taz, taz, taz!”, una lámina voló. “¡Taz, taz, taz!”, otra lámina está por irse. Para este punto de la madrugada, toda la familia estábamos despiertos, reunidos en una habitación acompañados con la oscuridad de la noche, con un radio que a veces permitía escuchar reportes y un profundo olor a humedad.

También te podría interesar: Bacheo de la carretera transpeninsular: una solución temporal a un grave problema

Aviso No. 20 del Archivo Histórico del National Hurricane Center. 2 de septiembre a las 7:00 am, el centro de Jimena esta sobre tierra en la desembocadura del Río Comondú al SW de Puerto San Andresito, BCS. vientos máximos sostenidos de 160 km/hr. Avanzando a 20.9 km/hr.

Transcurrieron las horas, la incertidumbre aumentaba a medida que el viento continuaba rugiendo con ferocidad y el vidrio de la ventana temblaba al mismo tiempo que las láminas desaparecían. De pronto, el vidrio fue el que continuó en la lucha, temblando, pero valiente, porque las láminas se habían volado. No recuerdo la hora, aún no amanecía completamente y el viento había disminuido. Ahora entiendo que, quizá, en ese momento, el centro del huracán estaba sobre nosotros.

La puerta principal de casa de mis papás está orientada hacia el Este y está protegida por una barda lateral, ésto y la dirección de los vientos de Jimena, no permitían que las ráfagas impactaran la casa de frente. Por lo que, en ese momento de aparente tranquilidad, nos acercamos a la ventana frontal, y por pocos minutos pudimos apreciar cómo pasaban grandes pedazos blancos, como de hielo seco, por la calle, en dirección al Norte, siendo arrastrados por el viento, al igual que tapas de tinacos, entre otros objetos. También, alcanzamos a ver como el árbol de pirul que estaba frente a mi casa había sido derribado. Más tarde sabríamos que esos pedazos blancos eran de la tienda Súper Ley, porque con Jimena, hubo un antes y después.

Mis recuerdos posteriores son pocos, lo más probable es que una vez que el viento disminuyó, decidiéramos dormir. Por la tarde del mismo 2 de septiembre fuimos de las primeras colonias en recuperar la energía eléctrica, al vivir cerca de un hospital. Una vez que ya era seguro salir, una calle enlodada, un olor a tierra mojada, un aire fresco, un cielo grisáceo, un árbol caído y una banqueta levantada, adornaban la escena. En ese entonces, solía jugar, con una vecina, a balancearnos de una de las ramas del árbol que ahora se encontraba en el suelo. Era uno de nuestros juegos preferidos, brincar del carro hasta el árbol, balancearnos y soltarnos. Ese día terminó el juego.

Una ciudad sin Ley

Las láminas del techo exterior no estaban en su sitio, pero, al menos sí en el patio trasero, junto a otra lámina de domicilio desconocido. “Busco la tapa de mi Rotoplas” decía un vecino, “en mi casa está una lámina azul”, aseguraba la vecina; “ya vieron la Ley, quedó destruida, creo que va a cerrar”, murmuraban las personas. Súper Ley estaba irreconocible, y al ver su devastación repartió sus productos perecederos a las personas. Aquí no hubo rapiña. Los pedazos blancos que veíamos pasar: eran pedazos de la tienda Ley.

Dos o tres días más tarde, con reparaciones improvisadas con madera y mucha voluntad, esa tienda reabrió sus puertas —y nosotros pensando en que iban a cerrarlo. Años mas tarde, en 2015, Juan Manuel Ley López, presidente del Consejo de Casa Ley para el NOROESTE mencionaría que conel huracán Jimena la tienda ley de Ciudad Constitución afrontaría la devastación y se reconstruiría. Desde ese día, apenas hay amenaza de ciclón y en este negocio, inmediatamente, se observan maderas cubriendo los vidrios de la entrada.

FOTO: Enrique Borbón.

FOTO: Enrique Borbón.

Recorrer las calles fue toda una experiencia, puesto que la avenida principal, el Boulevard Agustín Olachea Avilés se convirtió en la zona de los cuatro altos adornados por semáforos. Jimena, molesta de tanto semáforo en la carretera —ese boulevard es parte de la carretera transpeninsular— decidió jubilarlos haciendo que esta principal vía de la ciudad estuviera con semáforos descompuestos por casi 15 años. Hasta este año, 2024, el semáforo de la calle Francisco I. Madero comenzó a funcionar. Aún hay muchos semáforos “adornando” nuestro boulevard.

Hubo bardas caídas, árboles, casas, postes, y hasta el estadio Vázquez Rubio tuvo grandes daños estructurales y se cayó gran parte de la barda. En la zona agrícola, hubo transformadores que cayeron al suelo y postería derribada. Algunas personas comentaban que, por la cantidad de estructuras caídas y daños materiales, quizás había ocurrido un temblor al mismo tiempo que el huracán, sin embargo, nunca se confirmó. Otros creen que Jimena, al impactar, era de categoría 3, debido a la fuerza de sus vientos; no obstante, los registros señalan que el centro de Jimena cuando toco tierra firme era categoría I, pero los vientos se comenzaron a sentir en Comondú cuando este huracán era categoría II.

La presencia del “Sur” en el nombre de nuestro Estado, no nos quita lo norteños, y al igual que con otros sucesos relevantes, Jimena pasa a formar parte de la música con el corrido “Huracán Jimena” interpretado por “El Chacal de la Sierra”: … Dicen que Jimena, no podía avanzar / Porque por el centro de Constitución, por el boulevard le dio por pasar / De tantos semáforos que se encontró, pues todos en rojo se vino a topar… Por otra parte, “Reflejo Norteño” tiene otra canción con el mismo título “Huracán Jimena” donde menciona la devastación de Múgele tras su paso …Mulegé se encuentra en ruinas, lo tenemos que aceptar…

Lo que el viento se llevó

CONAGUA informó que a las 7:30 horas del 2 de septiembre del 2009 el centro del huracán Jimena tocó tierra desembocadura del Río San Gregorio, siendo huracán de categoría I en escala Saffir-Simpson, con vientos máximos sostenidos de 140 km/hr y rachas de 165 km/hr. Tras su paso, Jimena dejó cinco pérdidas humanas (cuatro en Sonora, una en Baja California Sur). WRadio publicó que el entonces secretario general de gobierno, Luis Armando Díaz, mencionaba que Jimena ocasionó daños materiales por 301 millones de pesos, sólo en BCS. El periódico La Jornada menciona que en Guaymas las cifras de daños ascendieron a 200 mil damnificados, 8 mil desplazamientos y 10 mil hogares dañados, además de las vidas humanas.

En cuanto a lluvias, CONAGUA informa que en Ciudad Constitución, entre el 2 y 3 de septiembre de ese 2009, se registraron 345.6 mm de precipitación, casi el doble de lo que se registra en promedio al año. Por otro lado, en Guaymas, Sonora, del 3 al 4 de septiembre se acumularon 514.9 mm cifra que rompe el récord de lluvia por efectos de un huracán en tierra firme en 24 horas impuesto por Gilbert en 1988.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.