8 de Octubre: el olvido y la lucha por la autonomía de Baja California Sur

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El arduo trabajo que nuestros antepasados realizaron para transformar este antiguo Territorio a una Entidad Federativa y lograr que se pudieran elegir a las autoridades mediante el voto ha sido prácticamente olvidado. Son pocos los jóvenes que asocian el «8 de octubre» con algo más que el nombre de dos sectores en una colonia de la ciudad de La Paz. A punto de cumplir 50 años de este suceso, es crucial que nuestras autoridades y líderes sociales recuperen este importante acontecimiento y lo mantengan presente entre la ciudadanía de manera constante.

El 8 de octubre de 1974 se celebró la promulgación del Decreto que reformó la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, otorgando el estatus de Estados Federados a los territorios de Baja California Sur y Quintana Roo. Aunque podría parecer un simple trámite de las cámaras de diputados y senadores, en respuesta a una solicitud del Presidente de México, el 1 de septiembre de ese mismo año, este acto representó para los habitantes de esta península la culminación de una lucha prolongada que, sin temor a equivocarme, comenzó con la adhesión de las fuerzas civiles y militares al Acta de Independencia Nacional en 1822.

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Esta península ha contado siempre con hombres y mujeres capaces de gobernar y de actuar con decoro y valores en lo civil y social. Sin embargo, las dificultades de vivir en una tierra desértica, donde escasea el agua, han llevado a que su población sea una de las más bajas del país, y las fuentes de desarrollo como la industria, la agricultura, la pesca y la ganadería, se han visto limitadas. Además, durante muchos años, la falta de apoyo federal para mejorar la infraestructura necesaria para la modernización de la región dejó que los ciudadanos resolvieran los problemas con sus propios y escasos recursos, mientras el gobernante federal de turno designaba al jefe político y militar que decidía el destino de la región.

Sólo en tres ocasiones, de manera oficial, la administración del Distrito y luego del Territorio de la Baja California Sur estuvo en manos de ciudadanos nativos. Estos fueron Agustín Arriola Martínez (1920-1924), José Agustín Olachea Avilés (1929-1931) y Juan Domínguez Cota (1932-1938), quienes demostraron liderazgo, prudencia administrativa y capacidad para enfrentar los serios problemas de su tiempo. Sin embargo, el gobierno federal seguía ignorando las peticiones de los habitantes del territorio de poder elegir a un gobernante “nativo o arraigado”.

Con la llegada del general Francisco José Múgica Velázquez como jefe militar y político del territorio (1940-1945), se fortaleció la lucha de los líderes políticos locales por un plebiscito que les permitiera elegir a su propio gobernante. Estas demandas fueron apoyadas por el General Múgica, quien incorporó a varios de esos líderes a su gobierno. Así, en 1945, nació el Frente de Unificación Sudcaliforniano (F.U.S.), que fue el catalizador de esas demandas tan sentidas. Entre sus miembros estaban Francisco Cardoza Carballo, José H. Ramírez, Arturo Canseco Jr., Francisco Urcádiz, Jorge S. Carrillo, Francisco C. Jerez, Félix J. Ortega, Miguel L. Cornejo, Estanislao Cota y Félix Rochín C.

Tras la renuncia del General Múgica a la jefatura del Territorio, los integrantes del Frente viajaron a la Ciudad de México para presentar su propuesta: la realización de elecciones libres en el Estado para poder elegir a un gobernante propio. Sin embargo, este anhelo no se concretó de inmediato. El presidente Ávila Camacho sólo accedió a nombrar a un gobernador nativo de Sudcalifornia, el general Agustín Olachea Avilés, pero bajo la supervisión del gobierno federal. El momento de Baja California Sur aún no había llegado.

Casi 20 años después, con la llegada del Lic. Hugo Cervantes del Río a la gubernatura del Territorio (1965-1970), comenzó la era de los gobernantes civiles y las circunstancias sociales y políticas del país favorecieron la demanda de que los habitantes del territorio pudieran elegir a sus propias autoridades y que el territorio se convirtiera en Estado. A medida que se acercaba el final del sexenio de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría se perfilaba como su sucesor, las esperanzas crecieron. El 11 de octubre de 1970, una gran concentración en el Puerto de Loreto presentó de manera formal las demandas de un gobernador nativo o arraigado, elegido por los sudcalifornianos, y la modificación de la Constitución Mexicana para convertir el territorio en el Estado 30 de la República. Miles de personas firmaron esas propuestas, que fueron entregadas al presidente electo, Luis Echeverría Álvarez.

Al asumir la presidencia, Luis Echeverría nombró al Ing. Félix Agramont Cota como gobernador del Territorio de BCS, cumpliendo con lo que establecía la Constitución, pero al mismo tiempo, estudiaba las propuestas recibidas en octubre. Durante los siguientes cuatro años, Sudcalifornia recuperó el régimen municipal en 1972 y recibió una gran inversión en recursos para desarrollar la infraestructura necesaria para transformarse en un Estado más autónomo. Se estaba allanando el camino para lo que ocurriría a finales de 1974.

Con esta breve reseña de los hechos y luchas, invito a los jóvenes de todas las edades a conocer y valorar estos y otros acontecimientos que dieron forma a la Sudcalifornia que conocemos hoy. Quien no conoce su historia, no la aprecia, y está condenado a repetir los mismos errores. Aprendamos de nuestro pasado y contribuyamos a construir un futuro más digno para Baja California Sur y nuestras familias.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

 




Baja California jura su adhesión a la Independencia Nacional: una crónica de valentía

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En los albores de 1822, el espíritu de independencia que recorría América Latina llegaba finalmente a las costas de la península de Baja California. La región, hasta entonces alejada de los principales escenarios de la lucha independentista, se vio de repente inmersa en una serie de acontecimientos que marcarían su destino. El hombre que se encontraba en el centro de esta turbulenta escena era Fernando de la Toba, quien, como Comandante de Armas de la Jurisdicción del Sur, tendría la responsabilidad de defender la región ante un inesperado giro de los acontecimientos.

De la Toba había sido asignado a comandar las defensas de los poblados estratégicos de Todos Santos, San Antonio y San José del Cabo, donde las aguas cristalinas del Mar de Cortés se entrelazan con la tierra desértica. Sin embargo, lo que empezó como una rutina de vigilancia y protección de la región pronto se transformó en una confrontación directa con la armada chilena, encabezada por el comandante Thomas Cochrane. Este líder de renombre había convertido a su flota en un símbolo de emancipación en el Pacífico, aunque sus métodos distaban de ser pacíficos o justos.

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El 17 de febrero de 1822, Fernando de la Toba recibió noticias alarmantes: dos barcos de la temida flota de Cochrane, con tripulación chilena, habían atracado en el puerto de San José del Cabo. Aunque su propósito declarado era emancipar a estos territorios del dominio de la Corona Española, sus acciones eran muy diferentes. La tripulación rápidamente comenzó a cometer actos de pillaje y saqueo, sembrando el caos y la incertidumbre entre los habitantes locales. Esta expedición chilena, que presumía de llevar la bandera de la libertad, no era más que una banda de saqueadores, al menos, en los ojos de los californianos.

Resistencia en Todos Santos: un pueblo se defiende

No conformes con la toma del puerto, los invasores dirigieron su atención hacia el poblado de Todos Santos, donde intentaron hundir un Galeón de Manila que estaba fondeado frente al puerto. Este galeón, cargado con mercancías valiosas, se convirtió en el objetivo de los chilenos. Sin embargo, la determinación de los habitantes de Todos Santos pronto los detuvo. Enfrentándose a los invasores con armas rudimentarias y el coraje de quien defiende su hogar, los residentes lograron repeler a las tropas chilenas, causando numerosas bajas entre los atacantes. Fue una muestra de valentía que reflejó el carácter indomable de los californianos.

Mientras tanto, Fernando de la Toba se apresuró a llegar a San José del Cabo, consciente de que la situación era crítica. Pero al llegar, se encontró con una situación inesperada. Fue interceptado por el comandante del barco chileno, William Wilkinson, quien le informó del supuesto propósito de su expedición y lo instó a jurar de inmediato la adhesión al Acta de Independencia Nacional. Aunque el propósito oficial de los chilenos era la liberación de estas tierras, el trasfondo real parecía más complejo. Algunos, como el escritor y antropólogo Fernando Jordán Juárez, han especulado que la verdadera intención de los invasores era anexar la península californiana al recientemente independiente Chile, aunque esta teoría nunca ha sido confirmada.

El juramento de adhesión: un acto de valentía política

Pese a la ambigüedad de las intenciones chilenas, el 25 de febrero de 1822, Fernando de la Toba tomó una decisión crucial: declaró la libertad de la península en San Antonio y juró la adhesión al nuevo gobierno independiente de México. Este acto no sólo marcó la primera declaración oficial de independencia en Baja California, sino que también consolidó a De la Toba como una figura clave en la historia de la independencia de la región. Su decisión fue recibida con entusiasmo y esperanza por muchos, aunque también suscitó preocupaciones sobre las represalias de los invasores.

Los acontecimientos, sin embargo, no se detuvieron ahí. Días después de la declaración de De la Toba, otro barco de la escuadra chilena, El Araucano, se dirigió hacia el norte, rumbo a Loreto, el centro administrativo de la región. Aparentemente, su objetivo era reabastecer sus bodegas con carne y harina, pero al llegar a puerto, la tripulación comenzó nuevamente con acciones de pillaje. Esta vez, el gobernador de la región, Argüello, optó por huir hacia el poblado de San José de Comondú, dejando a Loreto vulnerable y bajo el mando del joven alférez José María Mata.

La defensa de Loreto: un acto de heroísmo inesperado

Con muy pocos soldados a su mando, Mata se vio forzado a improvisar. A pesar de contar con escasos recursos y de estar en clara desventaja numérica, decidió enfrentar a los invasores con audacia. Los californianos, liderados por Mata, se defendieron valientemente, logrando capturar a varios de los atacantes y recuperar los bienes robados a los habitantes locales. Este triunfo inesperado demostró que la determinación y la unión podían superar incluso a fuerzas más grandes y mejor armadas.

Tras haber repelido a los invasores, José María Mata proclamó la Independencia de California el 7 de marzo de 1822, en un acto de gran simbolismo y coraje. Este pronunciamiento, aunque limitado geográficamente a Loreto, reflejaba el creciente fervor independentista que se extendía por la península. Inspirado por este acto, Fernando de la Toba ratificó la adhesión a la independencia en el puerto de San José del Cabo el 18 de marzo del mismo año, consolidando así la voluntad de la región de unirse a la causa del nuevo México independiente.

Un legado de libertad y resistencia

La jura de adhesión de Baja California a la Independencia Nacional no fue simplemente un acto político; fue una declaración de identidad, autonomía y valentía de sus habitantes. Enfrentando desafíos externos e internos, desde invasores extranjeros hasta incertidumbres políticas, la región demostró que, a pesar de su aislamiento geográfico, compartía el mismo espíritu de libertad y autodeterminación que recorría todo el continente.

La historia de este capítulo en Baja California no se limita a las acciones de unos pocos hombres; es, ante todo, una historia de resistencia comunitaria, de ciudadanos ordinarios que se convirtieron en héroes, y de un pueblo que, a pesar de las adversidades, eligió ser dueño de su propio destino. A través de estos eventos, Baja California no sólo se unió al México independiente, sino que también dejó claro que la libertad, una vez anhelada, no puede ser contenida por las olas del mar ni las armas de los invasores.

Referencias bibliográficas

Fernando Jordán – El otro México. Biografía de Baja California.

Marco Antonio Samaniego – Breve historia de Baja California.

Ulises Urbano Lassépas  – Historia de la colonización de la Baja California y decreto del 10 de marzo.

Marco Antonio Samaniego López (coordinador) – Breve historia de Baja California.

Fernando Jordán – El Mar Roxo de Cortés: Biografía de un golfo.

Francisco Holmos Montaño – Apuntes Cronológicos de Baja California Sur y Los Cabos.

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La noche en que las láminas volaron. Crónica del huracán Jimena

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Colaboración Especial

Karla Malibé Amaya Bravo

Ciudad Constitución, Baja California Sur (BCS). Las láminas azotaban contra la barda a medida que se desprendían. Las ventanas temblaban. Toda la familia reunida en una habitación, permanecíamos juntos, en la oscuridad. Este 2024, se cumplen 15 años del devastador huracán Jimena que arrasó con los municipios de Comondú, Loreto y Mulegé en Baja California Sur; y Guaymas en Sonora del 2 al 4 de septiembre del 2009. A su paso dejó cinco fallecimientos, miles de damnificados y cientos de millones de pesos en daños materiales según las autoridades.

En Baja California Sur, es normal, cada año escuchar sobre ciclones y huracanes. Creces familiarizado con eso, pero no todos se quedan grabados en la memoria. En 2003 recuerdo los huracanes Ignacio y Marty, en 2006 fue el huracán Jhon, por lo que conoces el protocolo: 1) comprar mandado, 2) tener agua purificada, 3) comprar lámparas o veladoras y 4) tener gas suficiente. En mi casa, estábamos listos.

Láminas voladoras, vidrios temblorosos

En la madrugada del 2 de septiembre del 2009 —por ese entonces yo sólo tenía 12 años— me despierta el ruido de las láminas de un techo exterior chocando contra la barda, a medida que la intensidad del viento las levantaba provocando un estruendo constante. “¡Taz, taz, taz!”, una lámina voló. “¡Taz, taz, taz!”, otra lámina está por irse. Para este punto de la madrugada, toda la familia estábamos despiertos, reunidos en una habitación acompañados con la oscuridad de la noche, con un radio que a veces permitía escuchar reportes y un profundo olor a humedad.

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Aviso No. 20 del Archivo Histórico del National Hurricane Center. 2 de septiembre a las 7:00 am, el centro de Jimena esta sobre tierra en la desembocadura del Río Comondú al SW de Puerto San Andresito, BCS. vientos máximos sostenidos de 160 km/hr. Avanzando a 20.9 km/hr.

Transcurrieron las horas, la incertidumbre aumentaba a medida que el viento continuaba rugiendo con ferocidad y el vidrio de la ventana temblaba al mismo tiempo que las láminas desaparecían. De pronto, el vidrio fue el que continuó en la lucha, temblando, pero valiente, porque las láminas se habían volado. No recuerdo la hora, aún no amanecía completamente y el viento había disminuido. Ahora entiendo que, quizá, en ese momento, el centro del huracán estaba sobre nosotros.

La puerta principal de casa de mis papás está orientada hacia el Este y está protegida por una barda lateral, ésto y la dirección de los vientos de Jimena, no permitían que las ráfagas impactaran la casa de frente. Por lo que, en ese momento de aparente tranquilidad, nos acercamos a la ventana frontal, y por pocos minutos pudimos apreciar cómo pasaban grandes pedazos blancos, como de hielo seco, por la calle, en dirección al Norte, siendo arrastrados por el viento, al igual que tapas de tinacos, entre otros objetos. También, alcanzamos a ver como el árbol de pirul que estaba frente a mi casa había sido derribado. Más tarde sabríamos que esos pedazos blancos eran de la tienda Súper Ley, porque con Jimena, hubo un antes y después.

Mis recuerdos posteriores son pocos, lo más probable es que una vez que el viento disminuyó, decidiéramos dormir. Por la tarde del mismo 2 de septiembre fuimos de las primeras colonias en recuperar la energía eléctrica, al vivir cerca de un hospital. Una vez que ya era seguro salir, una calle enlodada, un olor a tierra mojada, un aire fresco, un cielo grisáceo, un árbol caído y una banqueta levantada, adornaban la escena. En ese entonces, solía jugar, con una vecina, a balancearnos de una de las ramas del árbol que ahora se encontraba en el suelo. Era uno de nuestros juegos preferidos, brincar del carro hasta el árbol, balancearnos y soltarnos. Ese día terminó el juego.

Una ciudad sin Ley

Las láminas del techo exterior no estaban en su sitio, pero, al menos sí en el patio trasero, junto a otra lámina de domicilio desconocido. “Busco la tapa de mi Rotoplas” decía un vecino, “en mi casa está una lámina azul”, aseguraba la vecina; “ya vieron la Ley, quedó destruida, creo que va a cerrar”, murmuraban las personas. Súper Ley estaba irreconocible, y al ver su devastación repartió sus productos perecederos a las personas. Aquí no hubo rapiña. Los pedazos blancos que veíamos pasar: eran pedazos de la tienda Ley.

Dos o tres días más tarde, con reparaciones improvisadas con madera y mucha voluntad, esa tienda reabrió sus puertas —y nosotros pensando en que iban a cerrarlo. Años mas tarde, en 2015, Juan Manuel Ley López, presidente del Consejo de Casa Ley para el NOROESTE mencionaría que conel huracán Jimena la tienda ley de Ciudad Constitución afrontaría la devastación y se reconstruiría. Desde ese día, apenas hay amenaza de ciclón y en este negocio, inmediatamente, se observan maderas cubriendo los vidrios de la entrada.

FOTO: Enrique Borbón.

FOTO: Enrique Borbón.

Recorrer las calles fue toda una experiencia, puesto que la avenida principal, el Boulevard Agustín Olachea Avilés se convirtió en la zona de los cuatro altos adornados por semáforos. Jimena, molesta de tanto semáforo en la carretera —ese boulevard es parte de la carretera transpeninsular— decidió jubilarlos haciendo que esta principal vía de la ciudad estuviera con semáforos descompuestos por casi 15 años. Hasta este año, 2024, el semáforo de la calle Francisco I. Madero comenzó a funcionar. Aún hay muchos semáforos “adornando” nuestro boulevard.

Hubo bardas caídas, árboles, casas, postes, y hasta el estadio Vázquez Rubio tuvo grandes daños estructurales y se cayó gran parte de la barda. En la zona agrícola, hubo transformadores que cayeron al suelo y postería derribada. Algunas personas comentaban que, por la cantidad de estructuras caídas y daños materiales, quizás había ocurrido un temblor al mismo tiempo que el huracán, sin embargo, nunca se confirmó. Otros creen que Jimena, al impactar, era de categoría 3, debido a la fuerza de sus vientos; no obstante, los registros señalan que el centro de Jimena cuando toco tierra firme era categoría I, pero los vientos se comenzaron a sentir en Comondú cuando este huracán era categoría II.

La presencia del “Sur” en el nombre de nuestro Estado, no nos quita lo norteños, y al igual que con otros sucesos relevantes, Jimena pasa a formar parte de la música con el corrido “Huracán Jimena” interpretado por «El Chacal de la Sierra»: … Dicen que Jimena, no podía avanzar / Porque por el centro de Constitución, por el boulevard le dio por pasar / De tantos semáforos que se encontró, pues todos en rojo se vino a topar… Por otra parte, «Reflejo Norteño» tiene otra canción con el mismo título “Huracán Jimena” donde menciona la devastación de Múgele tras su paso …Mulegé se encuentra en ruinas, lo tenemos que aceptar…

Lo que el viento se llevó

CONAGUA informó que a las 7:30 horas del 2 de septiembre del 2009 el centro del huracán Jimena tocó tierra desembocadura del Río San Gregorio, siendo huracán de categoría I en escala Saffir-Simpson, con vientos máximos sostenidos de 140 km/hr y rachas de 165 km/hr. Tras su paso, Jimena dejó cinco pérdidas humanas (cuatro en Sonora, una en Baja California Sur). WRadio publicó que el entonces secretario general de gobierno, Luis Armando Díaz, mencionaba que Jimena ocasionó daños materiales por 301 millones de pesos, sólo en BCS. El periódico La Jornada menciona que en Guaymas las cifras de daños ascendieron a 200 mil damnificados, 8 mil desplazamientos y 10 mil hogares dañados, además de las vidas humanas.

En cuanto a lluvias, CONAGUA informa que en Ciudad Constitución, entre el 2 y 3 de septiembre de ese 2009, se registraron 345.6 mm de precipitación, casi el doble de lo que se registra en promedio al año. Por otro lado, en Guaymas, Sonora, del 3 al 4 de septiembre se acumularon 514.9 mm cifra que rompe el récord de lluvia por efectos de un huracán en tierra firme en 24 horas impuesto por Gilbert en 1988.

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Enfermedades traídas por colonos que diezmaron a los indígenas de la Antigua California

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En el transcurso del primer siglo de contacto entre los colonos europeos y los habitantes originarios de la Antigua California, la península fue testigo de un devastador capítulo en su historia. La llegada de los europeos no solo marcó el inicio de un periodo de colonización y cambio cultural, sino que también desató una serie de epidemias que tuvieron consecuencias catastróficas para las comunidades indígenas.

Entre las enfermedades introducidas por los europeos se encontraban la gripe, la fiebre tifoidea, la viruela, la tisis y el mal gálico. Estas enfermedades, desconocidas hasta entonces para los indígenas, encontraron una población sin defensas inmunológicas y provocaron grandes epidemias que se extendieron rápidamente por toda la península.

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El padre Baegert, el cual estuvo por 17 años en la Misión de San Luis Gonzaga, apoya lo anterior con este escrito: “Poco están expuestos a las enfermedades que se conocen en Europa y en donde sí hacen grandes estragos, con excepción de la tisis y de aquella enfermedad que fué transmitida de América a Nápoles y de allí a otros países. No se ve, ni se oye nada de gota, apoplejía, hidropesía, escalofríos, tifo, etc. No tienen en su idioma la palabra «enfermedad», ni otras con las que podrían señalar ciertas enfermedades en concreto. Pero «estar enfermo» no lo llaman de otra manera que atembatie, que es «echarse o estar acostado en el suelo», y esto, a pesar de que todos los californios sanos, cuando no están efectivamente ocupados en comer o buscar su comida, también se acuestan o descansan en el suelo. Al preguntársele a un enfermo ¿Qué te pasa?, comúnmente se recibe la contestación; me duele el pecho; y esto es todo”.

La viruela, en particular, se destacó por su agresividad y alta mortalidad. Documentos de la época describen cómo la enfermedad se propagaba con una velocidad implacable, causando fiebre alta, erupciones cutáneas y, en muchos casos, la muerte. Las comunidades indígenas, desprovistas de tratamientos efectivos y sin inmunidad previa, sucumbieron en grandes números. Las descripciones de las misiones y de los colonos narran escenas de aldeas enteras diezmadas, con cuerpos sin vida amontonados y familias enteras desapareciendo en cuestión de semanas.

El jesuita Juan Jacobo Baegert narra un episodio que ejemplifica lo anterior: “Igual que sucede con todos los otros americanos, los californios deben la viruela negra a los europeos. Entre ellos, esta enfermedad resulta tan contagiosa como la más terrible peste. Un español que apenas se había aliviado de la viruela, regaló un pedazo de paño a un californio, y este jirón costó, en una pequeña misión y en sólo tres meses del año de 1763, la vida de más de 100 indios, sin contar los que se curaron gracias al infatigable empeño y los cuidados del misionero. Nadie se hubiera escapado del contagio, si el principal núcleo de ellos, al darse cuenta del contagio, no hubiera puesto pies en polvorosa, alejándose del hospital hasta una distancia más que suficientemente grande”.

La gripe y la tifoidea no fueron menos letales. Estas enfermedades respiratorias y gastrointestinales, respectivamente, encontraban en las condiciones de vida comunitarias de los indígenas un caldo de cultivo perfecto para su propagación. Las fiebres, las diarreas severas y las complicaciones respiratorias contribuyeron a un incremento alarmante en las tasas de mortalidad.

El mal gálico, conocido hoy como sífilis, también se diseminó con rapidez. La falta de conocimiento sobre su transmisión y la ausencia de tratamientos efectivos hicieron que esta enfermedad se convirtiera en una epidemia que afectaba a múltiples generaciones. La tisis, o tuberculosis, con sus síntomas debilitantes y su curso prolongado, contribuyó aún más al sufrimiento y la muerte de los habitantes originarios.

Las consecuencias de estas epidemias fueron devastadoras. No solo diezmaron la población indígena, sino que también desestructuraron sus sociedades. Las pérdidas humanas significaron la desaparición de líderes, sabios y custodios de las tradiciones culturales, llevando a un colapso en la transmisión del conocimiento y las prácticas ancestrales. Además, la constante amenaza de nuevas epidemias generaba un clima de miedo y desesperanza que afectaba profundamente la vida cotidiana.

La respuesta de los colonos europeos ante estas epidemias fue insuficiente y, en muchos casos, insensible. Las misiones, aunque intentaban brindar atención médica, carecían de los recursos y el conocimiento necesario para enfrentar tales brotes. Además, las políticas coloniales a menudo priorizaban la explotación y el control, sobre la salud y el bienestar de las comunidades indígenas.

Hoy, la historia de las epidemias en la Antigua California sirve como un sombrío recordatorio del impacto devastador que las enfermedades pueden tener cuando se introducen en poblaciones sin inmunidad. También subraya la importancia de la salud pública y la necesidad de una respuesta compasiva y efectiva ante las crisis sanitarias.

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Entre Máscaras y Alegría: El Legado Festivo de los Carnavales Paceños (II)

 

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  A partir de la década de los sesenta, los Carnavales, experimentaron una transformación notable con la incorporación de los bailes de fantasía en los salones locales, marcando un giro significativo en la tradición festiva. Estos eventos adquirieron un esplendor particular gracias a los concursos de disfraces realizados en lugares cerrados, destacándose especialmente los martes de carnaval como el día cumbre de estas celebraciones. En esta nueva dimensión, diseñadores de renombre como Jaime Carrillo, Alejandro Balarezo, Nicolás Carrillo y Rodolfo de la Peña se convirtieron en maestros de la creatividad, elevando la festividad a través de sus habilidades en la confección de vestuarios. Los detalles meticulosos, desde bordados hasta arreglos de lentejuelas y plumas, todos realizados a mano, transformaban los salones en escenarios de gran colorido, encanto y magia. Los concursos de disfraces, presentados con solemnidad, se convertían en el distintivo de estos carnavales, deslumbrando a los asistentes con la maestría artística de los participantes. Mientras tanto, en los espacios abiertos de la festividad popular, los martes de carnaval presenciaban el desfile de carros alegóricos y comparsas, añadiendo un toque de diversión y esplendor al evento.

 

Con meses de anticipación, la maquinaria de los Carnavales, cobraba vida al registrar a las candidatas a reina del carnaval ante el meticuloso escrutinio del Comité de Carnaval. Este proceso no solo se limitaba a la mera elección, sino que se convertía en un espectáculo en sí mismo, desplegando campañas que incluían bailes, rifas, convivios y diversas funciones de diversión popular. El tejido social se entrelazaba con la tradición, mientras las ánforas de cooperación circulaban, recaudando fondos en apoyo a las aspirantes a reina. Con la acumulación de recursos, se llevaban a cabo recuentos públicos, donde la comunidad participaba con entusiasmo, aplaudiendo y celebrando a las candidatas que lideraban en las votaciones. Este proceso efervescente se repetía en dos o tres ceremonias de cómputos hasta llegar al término de la campaña, momento culminante en el que se declaraba a la triunfadora a través de un cómputo decisivo. Las demás concursantes, lejos de quedar en el olvido, eran honradas con el título de princesas de la Corte Real, subrayando la importancia de cada participante en esta vibrante tradición que fusiona la competencia con la camaradería, dejando un legado de alegría y unión comunitaria.

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La coronación de la reina, al inicio del festejo, emergía como el acto más solemne, inicialmente llevado a cabo frente al antiguo Palacio de Gobierno, donde se entrelazaban los bailes populares con la tradición arraigada en casas particulares. Con el tiempo, esta ceremonia evolucionó hacia los bailes de salón o bailes de gala, consolidándose como el epicentro de concursos de fachas y fantasía. La presencia de la reina y su corte real se convertían en el foco de atención y deleite de la sociedad en cada evento. En 1967, la Corte Real se enriqueció con la adición de la Reina de los Juegos Florales, marcando una expansión de la tradición. Aunque la plaza de armas o Jardín Velasco, posteriormente denominado Plaza de la Constitución, fue durante mucho tiempo el punto neurálgico de las celebraciones, los años sesenta presenciaron un cambio hacia el malecón. Este espacio más amplio permitió la incorporación de una variedad de juegos mecánicos y la introducción de la mercadotecnia moderna, transformando el carnaval en una experiencia más comercial con mayor venta de productos y mayor participación de firmas comerciales. Sin embargo, los años 1977, 1978 y 1979 marcaron tristezas en la historia del pueblo al suspenderse las festividades. A pesar de algunas interrupciones y cambios de sede, la tradición logró persistir y, desde 1997, se mantiene ininterrumpida en el malecón, consolidándose como el único espacio abierto que permite el esplendor de los eventos presididos por la Corte Real, compuesta por diversas figuras que engalanan el carnaval.

 

Una de las singularidades que distinguen las Fiestas del Carnaval es su decidido énfasis en el aspecto cultural, un matiz que se consolidó en 1967 con la instauración de los Juegos Florales y la elección de la Reina de la Poesía. Esta innovación, gestada por los organizadores liderados por Don Alfonso González, no solo enriqueció las festividades con premios a comparsas, bailes y un espectáculo impresionante en el martes de carnaval, sino que también logró atraer la participación de representaciones de instituciones públicas y privadas, embelleciendo el evento con carros alegóricos y comparsas de gran lucimiento. Aunque experimentó una suspensión temporal, en 1980 la celebración fue rescatada bajo la coordinación del Profesor Jesús Murillo Aguilar y la dirección del Comité Central a cargo del Sr. Carlos Ponce Macías, con una contribución destacada de Rubén Jaime Salgado. Esta revitalización trajo consigo una diversificación de las festividades y sentó las bases para las ediciones posteriores. A partir de 1980, se optó por trasladar la celebración al malecón, considerándolo el escenario ideal para estas festividades, y se introdujo un enfoque educativo que fomentaba la creatividad del pueblo, reflejado en los impresionantes vestuarios de la corte real, los carros alegóricos y la promoción general del evento. Además, desde 1980 se destacó el impulso a la calidad de los juegos culturales, liderados por el Profesor Fernando Escopinichi Osuna, dando origen al prestigioso Premio Internacional de Poesía de la Ciudad de La Paz, posteriormente transformado en el Premio Estatal de Poesía.

 

A lo largo de las décadas de los setentas y ochentas, dos destacados artífices contribuyeron de manera significativa al esplendor de los Carnavales en La Paz. En el ámbito de los vestuarios de la corte real, los diseñadores Alejandro Balarezo y Lupita Cosío se erigieron como figuras clave, dotando a la celebración de un despliegue de creatividad y estilo. En paralelo, en el diseño y la realización de los imponentes carros alegóricos, el señor Alfonso Cornejo desempeñó un papel fundamental, infundiendo a la festividad una estética visualmente impactante. En el año 1987, se introdujo la entrega de la Presea Valor Cultural, un reconocimiento que, a pesar de su puntualidad, experimentó breves interrupciones en los años 1994, 1995 y 1996, y más recientemente en los años 2012, 2013 y 2014, debido a la falta de interés de las autoridades municipales. Para consolidar el esplendor de estas festividades, el Ayuntamiento de La Paz creó la Coordinación General del Carnaval en 2002, presidida por el Profesor Marco Antonio Ojeda García hasta el año 2008. Durante su gestión, Ojeda García se esforzó por infundir a los desfiles un mayor colorido, influyendo en la sociedad con mensajes ecológicos, educativos y culturales para estimular la identidad local.

 

A lo largo de un extenso periodo, arraigó en la tradición de los Carnavales el evento conocido como Domingo Chiquito, celebrado el primer domingo después del martes de carnaval y dedicado exclusivamente a los niños pequeños. Con el tiempo, este evento fue renombrado como Carnaval Infantil, transformándose en una jornada lúdica que replicaba la pompa y esplendor de los Carnavales principales, pero enfocada específicamente en el deleite de los más pequeños. En este evento, se recreaban las figuras de la reina, la princesa y el rey feo, mientras que las maestras de jardines de niños y madres entusiastas se convertían en las artífices de la organización, creando un ambiente de juegos infantiles y diversión general.

Algunas de las reinas de los primeros carnavales de nuestro puerto se mencionan a continuación:

 

  • 1890, María González de la Toba
  • 1905, Laura Hidalgo
  • 1906, Lupe Savín
  • 1908, Margarita González Rubio
  • 1923, Tota Moreno
  • 1932, Susy Fernández
  • 1936, Jesusita Manríquez Mendoza
  • 1933, Chelo Nava
  • 1934, Manuelita “Chita” Boucíguez
  • 1935, Pilar Moreno
  • 1937, Flora Angulo
  • 1941, Lilí Torre
  • 1942, Aurora Viamontes
  • 1944, Socorro Lizardi
  • 1946 Chayito Rochín
  • 1947 Tichi Calderón
  • 1948 Arcadia “Nena” Beltrán
  • 1949 Beatriz Muñoz Milhe
  • 1950 Josefina Aragón Balarezo

 

Nuestros Carnavales paceños se revelan como un capítulo vibrante y colorido de la historia local, donde la tradición, la creatividad y la comunidad convergen para celebrar la alegría de vivir. A lo largo de los años, estas festividades han evolucionado, adaptándose a los cambios sociales y culturales, pero siempre preservando su esencia festiva. Desde las primeras celebraciones en la década de 1870 hasta la institución de eventos como los Juegos Florales y el Carnaval Infantil, la rica historia de estos festejos refleja la capacidad de La Paz para reinventarse y mantener viva la llama de la celebración a lo largo del tiempo. A pesar de desafíos y suspensiones temporales, la resiliencia de esta tradición se manifiesta en la energía contagiosa que llena las calles, plazas y malecón cada año. En la actualidad estas festividades continúan siendo un testimonio de la vitalidad cultural y comunitaria de La Paz, proyectando su luz festiva sobre las futuras generaciones que añadirán nuevos capítulos a esta entrañable historia carnavalesca.

 

Referencias

Rosa María Mendoza Salgado. Crónicas de mi puerto La Paz 1830-1959

Gilberto Ibarra Rivera. La Paz, ciudad y puerto mexicano. Origen, proceso histórico y símbolos emblemáticos.

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