Mauricio Castro Cota: el héroe sudcaliforniano entre las sombras y la memoria

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la historia de Baja California Sur existen nombres que resuenan con fuerza, y otros que han quedado opacados por el olvido. Entre estos últimos se encuentra Mauricio Castro Cota (1806–1879), un hombre que, sin formación militar y con recursos limitados, encabezó una de las resistencias más significativas contra la invasión extranjera en la península. Hoy, su nombre se rescata como símbolo de dignidad y patriotismo.

Castro Cota nació el 22 de septiembre de 1806 en San José del Cabo, una comunidad agrícola y pesquera que entonces pertenecía al Territorio de las Californias. Creció en un entorno donde la tierra y el mar eran sustento, pero también vínculo identitario. En su juventud, comenzó a destacar como figura pública en la vida de su comunidad, hasta ocupar el cargo de Primer Vocal de la Diputación Territorial de Baja California, lo que le dio experiencia en asuntos cívicos y le ganó la confianza de los habitantes del Sur peninsular.

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En 1847, mientras México enfrentaba la invasión estadounidense, Baja California parecía un punto aislado, ajeno al interés central. Sin embargo, la península pronto se convirtió en objetivo militar. Fue en ese contexto cuando, el 15 de febrero de 1847, en una reunión clandestina en Santa Anita, los líderes locales designaron a Mauricio Castro Cota como jefe de la resistencia. Ese día pronunció una frase que aún se recuerda como emblema de su compromiso: “Estos pueblos han decidido unirse a sus ruinas, antes de aceptar el yugo extranjero”.

A partir de entonces, se transformó en líder de un ejército improvisado: rancheros, pescadores y jornaleros que, armados con viejas escopetas y machetes, hostigaron sin descanso a los invasores. Junto con el capitán Manuel Pineda Muñoz, Castro Cota organizó ofensivas que lograron victorias simbólicas en Mulegé, en el ataque a La Paz el 16 y 17 de noviembre de 1847 y en el sitio de San José del Cabo, librado entre el 18 y 20 de ese mismo mes. En esta última acción cayó el teniente José Antonio Mijares, convertido en mártir de la resistencia sudcaliforniana. Castro Cota, aunque sin la gloria épica de Mijares, fue el cerebro organizador de la lucha.

El esfuerzo fue heroico pero insuficiente. A finales de 1847, las tropas mexicanas fueron dispersadas y los líderes capturados. Castro Cota fue apresado junto con Pineda Muñoz. Poco después, en 1848, el Tratado de Guadalupe Hidalgo selló la paz y confirmó la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano, aunque la península permaneció en manos nacionales. En libertad, Mauricio volvió a su rancho San Vicente, cerca de San José del Cabo, donde retomó la vida campesina. Sin embargo, no se retiró por completo de la política: continuó participando como representante en asuntos regionales.

Años más tarde, entre 1865 y 1866, cuando la península temió la llegada de fuerzas francesas, Castro Cota era diputado en la Asamblea Legislativa local. En medio del desconcierto provocado por el Imperio de Maximiliano, algunos funcionarios firmaron acuerdos que sugerían una adhesión temporal a la monarquía. Aunque esta decisión generó polémica, historiadores locales señalan que Castro Cota no actuó por simpatía hacia el Imperio, sino por el deseo de evitar un derramamiento de sangre innecesario. La amenaza finalmente se disipó sin mayores consecuencias, y la región mantuvo su lealtad a la República.

Mauricio Castro Cota falleció el 11 de junio de 1879, lejos de los reflectores nacionales. Su legado quedó opacado por figuras de mayor proyección, pero en la memoria sudcaliforniana se le reconoce como el hombre que, sin ejército formal ni apoyo del centro del país, defendió con tenacidad la soberanía en la esquina más remota del territorio. Con el paso de los años, el nombre de Castro Cota fue recuperado en efemérides locales. En San José del Cabo una escuela primaria lleva su nombre, y cada aniversario luctuoso se realizan ceremonias en su honor.

En 2011 se conmemoró el CXXXII aniversario de su fallecimiento, y en 2022 se presentó en el Congreso del Estado una iniciativa para declararlo “Sudcaliforniano Ilustre” y trasladar sus restos a la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres. En 2023, al cumplirse 217 años de su natalicio, se organizaron homenajes en plazas públicas, donde cronistas y autoridades recordaron su papel como “alma de la resistencia sudcaliforniana”. Mauricio Castro Cota encarna a los héroes discretos de la historia nacional. No fue un general con formación castrense ni tuvo acceso a recursos militares significativos. Su fuerza radicó en la convicción y en la organización de su gente.

Al evocarlo, no solo se rescata la memoria de un hombre, sino también la resistencia colectiva de comunidades que, en el siglo XIX, decidieron no claudicar ante la adversidad. Hoy, su historia es un recordatorio de que la soberanía también se defiende desde los márgenes, con la firmeza de quienes, aunque lejos de la capital, entienden que su tierra y su identidad no se negocian.

Referencias

  • CULCO BCS. Mauricio Castro Cota, un héroe entre las sombras y el olvido. Disponible en: [culcobcs.com](https://www.culcobcs.com/cultura-entretenimiento/mauricio-castro-cota-un-heroe-entre-las-sombras-y-el-olvido/)
  • Sudcalifornios: Personajes célebres sudcalifornios: Mauricio Castro Cota. Disponible en: [sudcalifornios.com](http://www.sudcalifornios.com/item/personajes-celebres-sudcalifornios-mauricio-castro-cota)
  • OEM El Sudcaliforniano. Mauricio Castro Cota, héroe sudcaliforniano. Disponible en: [oem.com.mx](https://oem.com.mx/elsudcaliforniano/gossip/mauricio-castro-cota-heroe-sudcaliforniano-19824071)
  • POSTA Noticias. Mauricio Castro Cota, el héroe sudcaliforniano que se levantó contra la invasión de EUA. Disponible en: [posta.com.mx](https://www.posta.com.mx/bcs/mauricio-castro-cota-el-heroe-sudcaliforniano-que-se-levanto-contra-la-invasion-de-eua/vl2083208)
  • Peninsular Digital. Recuerdan el CXXXII aniversario luctuoso de Mauricio Castro Cota. Disponible en: [peninsulardigital.com](https://peninsulardigital.com/2011/11/14/recuerdan-el-cxxxii-aniversario-luctuoso-de-mauricio-castro-cota/)
  • CaboVisión. Se conmemora el CCXII aniversario del natalicio de Mauricio Castro Cota. Disponible en: [cabovision.tv](https://cabovision.tv/articulo/36063-se-conmemora-el-ccxii-aniversario-del-natalicio-de-mauricio-castro-cota)
  • Spanish in Cabo (Blog). Baja California y su gente: Mauricio Castro Cota. Disponible en: [spanishincabo.blogspot.com](https://spanishincabo.blogspot.com/2019/09/baja-california-y-su-gente-mauricio.html)

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César Atilio «Ché» Abente Benítez, pionero de la aviación sudcaliforniana

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nacido en Asunción, Paraguay, el 8 de abril de 1910, César Atilio Abente Benítez —conocido afectuosamente como “el Ché” por su origen rioplatense— fue uno de los constructores silenciosos de la aviación civil y militar en Baja California Sur. Hijo del capitán de fragata Carlos Abente Ahedo y de Dolores Benítez, creció en una familia vinculada al servicio público, cursó estudios en el Colegio Nacional de su ciudad natal y se formó desde joven como cadete del ejército paraguayo. Esa base castrense y disciplinaria marcaría toda su vida profesional.

La coyuntura internacional le abrió pronto un destino distinto. A comienzos de los 30 del siglo XX, cuando se avizoraba el conflicto por el Chaco Boreal entre Paraguay y Bolivia, Abente conoció al piloto mexicano Pablo L. Sidar y recibió la invitación —y la beca— para formarse en la Escuela Militar de Aviación en México. Llegó como alumno extranjero y, con 24 años, obtuvo su grado de piloto aviador: había nacido ya el apodo de “Chée”, que lo acompañaría siempre. Concluida su instrucción, fue llamado de inmediato por su país para entrar en la Guerra del Chaco (1932–1935), donde voló aeronaves de enlace y reconocimiento, se adiestró en aparatos de combate y obtuvo condecoraciones mayores como la “Cruz del Defensor de la Patria” y la “Cruz del Chaco”.

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Acabada la guerra, Abente regresó a México con la mira puesta en integrarse a la Fuerza Aérea Mexicana (FAM). Mientras se resolvía su solicitud de naturalización, viajó a Nicaragua como instructor de vuelo y piloto particular del entonces jefe militar Anastasio Somoza; aquella comisión le valió el grado de capitán piloto aviador y lo curtió en operaciones de montaña y selva. De vuelta en México, logró la nacionalidad y, ya como oficial mexicano, solicitó al Congreso permiso para aceptar y portar la condecoración paraguaya “Cruz del Defensor” (6 de marzo de 1940), un símbolo tangible de su doble pertenencia: al país que lo vio nacer y al que lo adoptó.

Cuando México ingresó a la Segunda Guerra Mundial en 1942, la FAM reorganizó sus escuadrones. Abente fue asignado primero al Escuadrón 201, con tareas de patrulla en el Golfo de México para proteger el tráfico marítimo; posteriormente fue comisionado al territorio de Quintana Roo y, en enero de 1945, transferido al Escuadrón 203 con base en La Paz, capital de Baja California Sur, como segundo comandante. Ese traslado selló la vocación peninsular de su vida. En esta ciudad encontró una aviación incipiente y una pista corta de tierra, suficiente para entrenadores y T-6, pero insuficiente para aeronaves de mayor porte. Gestionó entonces, con apoyo del gobernador Francisco J. Múgica, la ampliación de la pista, que permitió el arribo del DC-3 y cambió para siempre la conectividad regional. Ese mismo 1945 fue ascendido a comandante del 203.

La década siguiente lo consolidó como un referente local. El 18 de marzo de 1947 contrajo matrimonio con la paceña Gloria Arámburo Barrera; de su familia sudcaliforniana y paraguaya provienen una estirpe de recuerdos: su hijo Marco Antonio (†) y sus nietos Chiara, Bárbara y Norvell, además de otros descendientes de un matrimonio previo. La vida personal de Abente se entrelazó con la pública: hacia 1948 recibió la comandancia del aeropuerto civil de La Paz —ubicado en los terrenos donde hoy están el Palacio de Gobierno y el fraccionamiento La Perla— y, pocos años después, la del nuevo Aeropuerto Internacional inaugurado en 1953. Además de administrar pistas, fue constructor de infraestructura, de procedimientos y cultura aeronáutica en un territorio entonces aislado por desiertos y montañas.

Su vocación por la enseñanza quedaría registrada para la historia local: con aeronaves de su propiedad montó la primera escuela de vuelo en Baja California Sur, de la que egresó “buena cantidad de pilotos”, como recuerdan sus contemporáneos. Esa escuela fue además de un negocio, una cantera de capacidades para una región que comenzaba a integrarse al resto del país por aire. Paralelamente, tuvo una comisión en Sonora al mando de una escuadrilla en operaciones contra cultivos ilícitos: otra muestra de la multiplicidad de frentes donde la aviación —y su liderazgo— resultaban decisivos.

Abente también fue protagonista de la etapa pionera de la carretera transpeninsular. Hacia 1950 voló para Tycsa (Talleres y Construcciones, S.A.) y ayudó a abrir pistas intermedias —como las de Santa Rita, el kilómetro 28 y la colonia María Auxiliadora— que facilitaban la logística de obra y el relevo de personal y materiales. En una península con extensiones áridas y poblaciones dispersas, esos “aeródromos de campaña” bridaban una red de puntos de apoyo sin la cual la carretera habría sido mucho más lenta y costosa.

La Paz no sólo fue su base de operaciones: fue su casa. Amigo del periodista y escritor Fernando Jordán, el “Ché” Abente lo transportó por mar y aire en los recorridos que dieron origen al clásico El otro México; en su hogar paceño le ofreció hospitalidad generosa. El propio recuerdo de colegas y discípulos lo sitúa como un hombre de oficio austero, de trato franco y lealtad sin dobleces, capaz de aterrizar en pistas mínimas para recoger rollos fotográficos o entregar víveres —una aviación de cercanía que hoy es casi leyenda. Los testimonios de época subrayan además que, ya en los años cuarenta, era uno de los pilotos predilectos del gobernador Múgica, lo que da medida de la confianza que inspiraba.

A inicios de los setenta se abrió para él un último frente de servicio público. En 1972, un año antes de su retiro de la FAM como teniente coronel, recibió la encomienda de dirigir el Aeropuerto Internacional de Loreto. Allí replicó el modelo de La Paz: acompañó trabajos de ampliación, instauró procedimientos y, con el mismo empeño pedagógico de siempre, fundó la primera escuela de vuelo de la ciudad. Permaneció en Loreto hasta 1977; al jubilarse era el decano de la Asociación de la Escuela Militar de Aviación, A.C., y ostentaba, además de sus preseas paraguayas, las condecoraciones mexicanas de Perseverancia, Mérito Militar, el Collar del Cuerpo de Defensores de la República y la pertenencia a la Legión de Honor de la Secretaría de la Defensa Nacional.

Su trayectoria se explica por los cargos y medallas, pero además por un carácter formado a la vez por la guerra y por el aula. En la Guerra del Chaco aprendió la dureza, la improvisación y la lectura del terreno; en México, como instructor y líder de escuadrones, cultivó el método, la seguridad operativa y el sentido de responsabilidad. Esa combinación de temple y sistema lo convirtió en un gestor eficaz de infraestructura aeronáutica en un territorio donde la aviación no era un lujo, sino una necesidad vital: para evacuar enfermos, llevar maestros, trasladar piezas, acercar comunidades y sostener el tejido económico.

El “Ché” Abente dejó también un legado intangible: el de una cultura de aviación pública al servicio de la comunidad. En los actos cívicos que, décadas después, recordó el Ayuntamiento de La Paz, se subrayó que la historia del desarrollo de las comunicaciones aéreas en Baja California Sur no puede comprenderse sin los pioneros que, como él, enfrentaron un medio adverso y arriesgaron cotidianamente la vida. En los años 40 y 50, volar en la península implicaba pistas de tierra, meteorología cambiante, cartas incompletas y navegación a “ojo” complementada con reglas y brújulas. Abente fue, en ese contexto, un estandarte de profesionalismo.

Falleció en La Paz el 9 de septiembre de 1997. La noticia quedó registrada en las efemérides locales como la partida de “una figura sobresaliente en la historia de las comunicaciones aéreas” de la Baja California. Para entonces, su nombre ya estaba ligado a pistas ampliadas, escuelas fundadas, aeropuertos bajo su mando y generaciones de pilotos a quienes dejó algo más que destrezas: una ética.

Cronología sintética

1910— Nace en Asunción, Paraguay (8 de abril).

1932–1934 — Beca del Gobierno Mexicano; cadete en la Escuela Militar de Aviación; se gradúa como piloto aviador.

1932–1935 — Sirve en la Guerra del Chaco; recibe las condecoraciones “Cruz del Defensor de la Patria” y “Cruz del Chaco”.

1936–1937 — En Nicaragua, instructor de vuelo y piloto de Anastasio Somoza; vuelve a México y se naturaliza.

1942–1945 — FAM: patrullaje con el Escuadrón 201; traslado a Quintana Roo; en enero de 1945 es segundo comandante del Escuadrón 203 en La Paz.

1945— Gestiona la ampliación de la pista en La Paz; asciende a comandante del 203.

194 — Se casa con Gloria Arámburo Barrera; forma familia paceña.

1948–1953 — Comandante del aeropuerto civil de La Paz; después, del aeropuerto internacional inaugurado en 1953.

Años 50— Vuela para Tycsa en la construcción de la carretera transpeninsular; abre pistas logísticas (Santa Rita, km 28, María Auxiliadora).

1950s— Funda la primera escuela de vuelo en Baja California Sur.

1972–1977 — Comandante del aeropuerto internacional de Loreto; funda la primera escuela de vuelo en esa ciudad.

1997— Fallece en La Paz (9 de septiembre).

Rasgos profesionales y legado

En el plano técnico, Abente fue, ante todo, un aviador integral. Su experiencia de combate y enlace durante la Guerra del Chaco lo familiarizó con operaciones de baja altura, navegación visual y vuelos en entornos de infraestructura mínima. Esa pericia se volvió crucial en la península sudcaliforniana, donde la aviación ligera y los entrenadores como el AT-6 eran la espina dorsal del transporte aéreo local a mediados de los 40. En su etapa de mando —primero de escuadrón y luego de aeropuertos— supo traducir esa intuición de piloto en criterios de seguridad, planeación y servicio.

Como gestor público de la aviación, operó en tres frentes: infraestructura (ampliación de pistas, habilitación de aeródromos, recepción de equipos como el DC-3), formación de capital humano (escuelas de vuelo en La Paz y Loreto) y construcción institucional (procedimientos, coordinación civil–militar, cultura de seguridad). La suma de esos frentes hizo de La Paz un punto confiable de entrada y salida, y permitió a Loreto —hoy un polo turístico y logístico— despegar con reglas claras.

En el plano humano y comunitario, quienes lo conocieron subrayan su cercanía: el piloto que llevaba víveres a colonias como María Auxiliadora; el comandante que apoyaba a quienes necesitaban traslado médico; el amigo que hospedó a un escritor fundamental para la memoria de la península. Esa mezcla de rigor y camaradería explica por qué, a más de un siglo de su nacimiento, se siguen organizando homenajes cívicos en su tumba de Los San Juanes y por qué su nombre aparece una y otra vez cuando se habla de los “pioneros” de las comunicaciones aéreas sudcalifornianas.

Fuentes consultadas y notas

[1]: https://colectivopericu.com.mx/2013/04/12/recordaron-al-celebre-aviador-che-abente/ «Recordaron al célebre aviador Che Abente – Colectivo Pericú»

[2]: https://www.radarpolitico.com.mx/2014/04/10/conmemoran-aniversario-luctuoso-de-cesar-a-abente-benitez/ «Conmemoran aniversario luctuoso de César A. Abente Benítez – Radar Político»

[3]: https://francisco-lavin.blogspot.com/2009/05/del-chaco-la-paz.html «Con las alas en mi pecho: DEL CHACO A LA PAZ»

[4]: https://cronicassudcalifornianas.blogspot.com/2012/09/historia_8.html «Crónicas sudcalifornianas: HISTORIA»

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Sembrador de futuro: La huella indeleble de Domingo Carballo Félix

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Domingo Carballo Félix fue un educador emblemático de Baja California Sur, considerado uno de los «maestros de maestros» en la historia de la educación sudcaliforniana. Su trayectoria abarcó más de seis décadas de labor docente ininterrumpida, dejando una profunda huella en la formación de generaciones de maestros y alumnos de la región. Nacido a finales del siglo XIX cuando esta región aún era Territorio federal, le tocó vivir tiempos de transformación social y educativa: desde la turbulencia de La Revolución Mexicana hasta la consolidación del sistema educativo local a mediados del siglo XX.

Domingo Carballo Félix nació el 20 de agosto de 1897 en el rancho Los Inocentes, una localidad rural situada en las cercanías de la ciudad de La Paz, Baja California Sur. Sus padres fueron Domingo Carballo Martínez y Felipa Félix York, una familia de orígenes modestos pero valores arraigados. Desde temprana edad, Domingo absorbió de sus padres el amor por el trabajo y una peculiar afición por los refranes populares. Se dice que aprendió el valor del trabajo y cultivó el gusto por expresar sentencias mediante refranes, algo que caracterizaría su personalidad en la vida adulta. Este rasgo reflejaba no solo su inteligencia y creatividad verbal, sino también su capacidad pedagógica innata: a través de dichos y frases proverbiales transmitía enseñanzas morales y prácticas, dejando una impresión duradera en quienes lo rodeaban.

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Siendo aún niño, Carballo Félix se trasladó a La Paz para cursar su educación básica. Allí completó la escuela primaria en 1911, con un desempeño destacado. Su pasión por el aprendizaje pronto se transformó en vocación docente. Con apenas 14 años de edad, en el mismo 1911 solicitó incorporarse como ayudante de profesor en la Escuela Primaria Elemental de la cual egresó. Tras presentar un examen ante las autoridades educativas, obtuvo la aprobación unánime para ejercer como auxiliar docente, marcando así el inicio formal de su carrera magisterial.

Los primeros pasos de Domingo Carballo en las aulas coincidieron con un periodo difícil en México: La Revolución Mexicana. Durante 1912 y 1913, mientras la inestabilidad política y el conflicto armado sacudían al país, muchas actividades civiles se vieron interrumpidas. Baja California Sur no fue la excepción. Las labores escolares tuvieron que suspenderse temporalmente debido a la situación nacional. En esos años, el joven maestro trabajó en el pueblo de Todos Santos y en la propia ciudad de La Paz, pero las circunstancias adversas limitaron sus esfuerzos. No obstante, lejos de apartarse de su vocación, Carballo Félix aguardó el momento propicio para retomarla. Ese momento llegó en 1917, cuando restablecida cierta normalidad tras la revolución, se reanudaron las clases en la entidad. Domingo volvió a las aulas en La Paz, continuando su incipiente labor educativa con renovada determinación.

Inicios de la carrera docente y búsqueda de superación

Tras la Revolución, Domingo Carballo Félix se consolidó como un joven maestro comprometido. Durante los años finales de la década de 1910 impartió clases en escuelas locales de La Paz, ganándose la reputación de educador capaz y entusiasta. Su dedicación llamó la atención de las autoridades del entonces Territorio de Baja California Sur. En 1920, con tan solo 23 años, su excelente desempeño y anhelo de mejorar profesionalmente llegaron a oídos del gobernador territorial Agustín Arriola Martínez. En aquel tiempo, Baja California Sur carecía de instituciones de formación docente de nivel avanzado; los maestros talentosos a menudo debían buscar oportunidades de desarrollo en el centro del país. Así fue que el gobernador Arriola seleccionó a Domingo Carballo para integrar un grupo de jóvenes sudcalifornianos becados que viajarían a la Ciudad de México a proseguir sus estudios.

Domingo Carballo partió entonces hacia la capital como parte de este contingente de futuros docentes destacados. Allí se instaló en la Casa del Estudiante Sudcaliforniano, una residencia destinada a los estudiantes de la península que cursaban estudios en la metrópoli. Debido a su madurez y liderazgo, Carballo Félix fue nombrado responsable de la Casa del Estudiante, quedando al frente de su administración y de la coordinación del grupo desde muy temprano en su llegada. Este encargo adicional, lejos de ser un obstáculo, demostró su carácter inquieto y sus dotes organizativas.

Decidido a aprovechar al máximo la estancia en la capital, Carballo Félix ingresó a la Escuela Normal de México (también conocida como la Escuela Nacional de Maestros) para formarse profesionalmente como educador. Su paso por la Normal fue ejemplar. A pesar de las obligaciones de dirigir la Casa del Estudiante, encontró tiempo para realizar diversos cursos y talleres que enriquecieron su formación. Destacó en programas como las Misiones Culturales, la Cruz Roja Estudiantil y cursos de comercio, e incluso llegó a trabajar como profesor suplente en algunas escuelas de la capital durante sus años de estudiante. Esta intensa actividad demuestra una sed de conocimiento y un compromiso con la enseñanza que iban más allá del currículo formal.

En 1926, Domingo Carballo Félix concluyó sus estudios profesionales en la Escuela Normal, graduándose como profesor de educación primaria. Por sus méritos académicos y experiencia adquirida, se le ofreció de inmediato una plaza como maestro en la Escuela Anexa a la Nacional de Maestros. Este nombramiento en la capital representaba un honor y reconocimiento a su capacidad. Sin embargo, a pesar de las oportunidades en México, el corazón y la vocación de Carballo estaban ligados a su tierra natal.

Regreso a Baja California Sur y liderazgo educativo

En 1927, apenas un año después de graduarse, Domingo Carballo Félix decidió regresar al Territorio de Baja California Sur para aplicar en su comunidad los conocimientos adquiridos. Su retorno coincidió con un momento en que el sistema educativo local requería cuadros formados y con visión innovadora. Inicialmente fue asignado como inspector de zona escolar en el municipio de Los Cabos, concretamente en San José del Cabo, donde sirvió por aproximadamente un año. Esta función implicaba supervisar y asesorar a los maestros de la región, asegurando la calidad de la enseñanza en varias escuelas. La experiencia en San José del Cabo le permitió conocer de primera mano las necesidades educativas en comunidades rurales y alejadas de la capital.

Al cabo de un año, Carballo Félix fue trasladado nuevamente a la ciudad de La Paz, centro educativo del territorio, donde sus habilidades serían de mayor impacto. Gracias a su sólida preparación y experiencia, recibió nombramientos cada vez más importantes. Primero se incorporó como docente en la Escuela Normal Regional de La Paz, institución dedicada a la formación de maestros para la entidad. Apenas dos años después, en 1929, fue designado director de esta Escuela Normal Regional. Con solo 32 años de edad, Domingo asumía la dirección de un centro formador de docentes, prueba de la confianza que las autoridades depositaban en él y de su capacidad de liderazgo académico.

A inicios de la década de 1930, su carrera continuó progresando. En 1931 tomó el cargo de director de la Escuela Secundaria Número 14 de La Paz. Esta secundaria había sido fundada por el ilustre profesor e historiador Pablo L. Martínez Márquez, figura destacada de la educación sudcaliforniana, lo que añadía prestigio y responsabilidad al puesto. Durante esos años, además de sus roles administrativos, Carballo Félix seguía siendo maestro en el aula, interactuando directamente con alumnos. De hecho, décadas más tarde, autoridades educativas recordarían que el profesor Domingo Carballo, a la par de impartir conocimientos, inculcaba valores en cada clase. Su estilo cercano y formativo dejaba una impresión profunda en sus estudiantes, quienes lo veían como mentor y ejemplo a seguir.

En el ámbito personal, poco se ha difundido sobre su vida privada, pero se conoce que en 1932 contrajo matrimonio con la señorita Francisca Josefina Ruiz Cazessús. La pareja compartió 14 años de vida en común hasta que, lamentablemente, Francisca falleció en 1946, dejando viudo al profesor. No se tiene registro público de que tuvieran hijos, o al menos este dato no ha trascendido en las biografías disponibles, lo cual sugiere que Domingo Carballo enfocó gran parte de su energía vital en su vocación educativa y en sus alumnos, a quienes llamaba simbólicamente “mis niños” o “mis jóvenes” según testimonios de la época.

El espíritu inquieto de Carballo Félix lo llevó a buscar constantemente nuevos horizontes. En 1936 emprendió nuevamente el viaje a la Ciudad de México, esta vez para enriquecer su experiencia docente a través de la práctica en otros entornos. Durante un período trabajó como profesor en las Escuelas Secundarias Número 5 y Número 13 de la capital del país. Este intercambio le permitió familiarizarse con metodologías educativas de otras regiones y traer de vuelta ideas frescas para aplicarlas en Baja California Sur. Sin embargo, a pesar de sus logros fuera, su valor era mayor en su tierra. Por ello, en 1938 el Jefe Político, General Rafael Pedrajo, solicitó su retorno para que se hiciera cargo nuevamente de la dirección de la Secundaria No. 14 en La Paz. Carballo Félix aceptó el llamado, demostrando una vez más su compromiso con el progreso educativo sudcaliforniano.

Fundador de la Escuela Normal Urbana de La Paz

A inicios de la década de 1940, surgió un proyecto fundamental: la creación de una Escuela Normal Urbana en La Paz. El 5 de febrero de 1944 se fundó formalmente la Escuela Normal Urbana de La Paz, destinada a la formación de profesores de educación básica para toda la entidad. Domingo Carballo Félix, por su experiencia y prestigio, formó parte del claustro fundador de esta institución; inicialmente se integró como docente de asignatura en sus primeros cursos.

Pocos años después, en 1946, Carballo Félix fue nombrado director de la Escuela Normal Urbana de La Paz, posición desde la cual impulsaría decisivamente la consolidación de la Normal. Bajo su liderazgo, la Normal Urbana creció en calidad académica y en número de egresados, convirtiéndose en la principal fuente de maestros para las escuelas sudcalifornianas en las décadas subsiguientes. Sus exalumnos llevarían la impronta de su formación a todos los rincones del territorio, elevando el nivel educativo general. La institución, con el tiempo, llegó a ser tan emblemática que posteriormente fue honrada con el nombre de su director pionero: hoy es conocida como la Benemérita Escuela Normal Urbana «Profesor Domingo Carballo Félix», un tributo permanente a su legado.

Durante los años como director, Domingo Carballo continuó actualizándose y conectando la educación sudcaliforniana con las corrientes nacionales e internacionales. Por ejemplo, en 1964 su trayectoria al frente de la Normal fue reconocida por las autoridades federales, que le invitaron a viajar a Nueva York, Estados Unidos para asistir a un curso de actualización para administradores y directores de escuelas normales rurales. Este curso, impartido por la Universidad de Albany, tenía por objetivo introducir a educadores latinoamericanos en técnicas de gestión educativa modernas. Carballo Félix aprovechó la estancia de un mes para intercambiar experiencias con colegas de otros países, enriqueciéndose así de nuevas perspectivas que seguramente compartió a su regreso con la comunidad educativa local.

Reconocimientos, últimos años y fallecimiento

La larga y dedicada carrera de Domingo Carballo Félix le valió múltiples reconocimientos en vida. Su nombre se volvió sinónimo de magisterio ejemplar en Baja California Sur. En 1966, tras cumplir lo que oficialmente eran 30 años de servicio (aunque en la práctica llevaba más de 50 años enseñando), recibió la Medalla Rosaura Zapata Cano. Esta presea, otorgada por el gobierno del Territorio de Baja California Sur, llevaba el nombre de otra gran educadora sudcaliforniana, Rosaura Zapata, pionera de la educación preescolar en México. Que Carballo Félix fuera galardonado con la medalla que honraba a Zapata Cano subrayaba la continuidad de una tradición de educadores ilustres nacidos en esa tierra.

En 1971, la comunidad educativa le rindió un homenaje por sus 60 años de servicio magisterial ininterrumpido. Es difícil dimensionar el alcance de seis décadas enseñando: significa que Don Domingo había educado posiblemente a varias generaciones de una misma familia, viendo pasar por sus aulas a hijos, y quizá hasta nietos, de antiguos alumnos. Su constancia y amor por la docencia hicieron posible esta trayectoria longeva. Muchos en Baja California Sur lo llamaban ya “el maestro de maestros”, reconociendo que formó no solo a niños y jóvenes, sino también a los propios profesores que después continuarían su labor.

Culminando sus reconocimientos, en mayo de 1972 el gobierno federal de México le concedió la Medalla Ignacio Manuel Altamirano, máxima presea nacional para maestros por más de 40 años de servicio docente. Para Domingo Carballo, recibir la Altamirano era un sueño largamente acariciado; de hecho, había expresado que ese galardón sería la culminación perfecta de su carrera. Sin embargo, a sus 74 años, su salud ya estaba seriamente deteriorada y le fue imposible viajar a la capital para la ceremonia oficial. En un gesto excepcional, el entonces presidente de la república, Luis Echeverría Álvarez, hizo entrega personal de la medalla en La Paz, acudiendo hasta el lecho del profesor. Este hecho sin precedentes muestra la enorme estima y respeto que Domingo Carballo Félix se había ganado a nivel nacional; pocas veces un Presidente se desplaza para condecorar a alguien en persona, lo que da cuenta de la estatura moral de este educador.

Lamentablemente, la vida de Domingo Carballo Félix llegaba a su ocaso. Apenas unos meses después, el 17 de agosto de 1972, falleció en la ciudad de La Paz, tres días antes de cumplir 75 años de edad. Con su muerte, Baja California Sur perdió a uno de sus más grandes maestros, cuya “fructífera existencia” —como la describieron los cronistas— estuvo “signada por la vocación magisterial, la enseñanza y el ejemplo de servicio docente”. Sus restos fueron sepultados inicialmente en el panteón de Los San Juanes, en La Paz. A manera de homenaje póstumo, años después el gobierno estatal decidió trasladar sus cenizas a la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres (espacio dedicado a las figuras más destacadas del Estado). La reinhumación ocurrió el 15 de mayo de 1986, fecha desde la cual Domingo Carballo Félix reposa en ese recinto de honor, junto a otros prohombres y promujeres de la historia sudcaliforniana.


Legado y vigencia de su influencia

El legado de Domingo Carballo Félix perdura de múltiples formas en la sociedad sudcaliforniana. Ante todo, permanece vivo en la Benemérita Escuela Normal Urbana «Profr. Domingo Carballo Félix» de La Paz, institución que lleva orgullosamente su nombre y que continúa formando docentes para todo el Estado. Generación tras generación de maestros normalistas se gradúan inspirados por el ejemplo de don Domingo. Muchos de ellos conocen su historia y sus aportes, y encuentran en su figura un modelo de vocación y servicio. No es casualidad que una de las preseas académicas locales sea la Medalla al Mérito en la Investigación “Maestro Domingo Carballo Félix”, instaurada por la propia Escuela Normal para incentivar la investigación educativa en honor a su antiguo director. De esta manera, su nombre sigue asociado al impulso de la calidad educativa y la búsqueda de conocimiento.

Asimismo, Domingo Carballo es recordado cada año en fechas significativas. El 17 de agosto, día de su aniversario luctuoso, suele haber actos conmemorativos en la Rotonda de los Ilustres y en la comunidad educativa. Por ejemplo, en 2023, al cumplirse 51 años de su partida, autoridades de los tres niveles de gobierno montaron guardia de honor en su tumba y resaltaron su figura en discursos públicos. En esos homenajes se le evoca como “el maestro de maestros en Baja California Sur”, reconociendo que con su ejemplo “enseñó que el verdadero maestro promueve en sus alumnos aprendizajes para ser mejores personas y transformar su entorno”. Testimonios de exalumnos ilustres, como la propia Secretaria de Educación estatal (quien fue discípula de Carballo Félix en la materia de español), dan fe de cómo “en cada una de sus clases, además de impartir conocimientos, fomentaba valores en sus estudiantes”. Este énfasis en la formación integral del alumno –conocimientos y valores– es quizás una de las huellas más profundas que dejó su práctica docente.

La influencia de Domingo Carballo Félix trasciende incluso el ámbito educativo para impregnar la identidad regional. Se le considera un prócer sudcaliforniano, al punto de que en 2022 el Congreso del Estado de Baja California Sur decretó nombrar ese año oficial como “2022, Año del Profesor Domingo Carballo Félix”. Esta declaratoria, aprobada por unanimidad legislativa, coincidió con el cincuentenario de su fallecimiento y con el “Mes de la Sudcalifornidad”, exaltando los valores que él defendió. Gracias a ese acuerdo, la documentación oficial de las dependencias públicas llevó durante todo el año la leyenda con su nombre, asegurando que la ciudadanía en general recordara su figura y su legado al menos con una nota al pie de cada oficio. Este acto simbólico demuestra el amplio consenso en torno a la importancia histórica de Carballo Félix para la comunidad.

En el plano historiográfico y cultural, la vida de Domingo Carballo Félix ha sido objeto de estudios, libros y crónicas regionales. Historiadores y escritores locales han documentado su trayectoria en obras biográficas y en el contexto de la evolución de la educación en Baja California Sur. Por ejemplo, el investigador Gilberto Ibarra Rivera publicó en 1983 “Vida y obras de Domingo Carballo Félix”, un texto que explora detalladamente su biografía y contribuciones. Asimismo, Carballo Félix aparece referido en diccionarios históricos y compilaciones de sudcalifornianos ilustres, asegurando que las nuevas generaciones tengan acceso a la memoria de su obra. Todo este acervo bibliográfico, junto con los relatos orales de sus antiguos alumnos, configura un retrato vívido de un maestro ejemplar que supo “defender los valores de la Sudcalifornidad” formando ciudadanos comprometidos.

Conclusión

La trayectoria de Domingo Carballo Félix nos muestra cómo un educador con visión, entrega y amor por su tierra puede impactar profundamente en el desarrollo de su comunidad. A lo largo de sus 75 años de vida –y más de 60 de servicio docente–, Carballo Félix participó en la profesionalización de la enseñanza en Baja California Sur, desde la creación de instituciones clave como la Escuela Normal Urbana de La Paz hasta la formación directa de decenas de maestros y miles de estudiantes. Fue testigo y actor en un periodo crucial: vio la transición de un territorio aislado con escasos recursos educativos, a una entidad con un sistema formador de docentes propio y con un creciente sentido de identidad cultural. Su legado perdura en las instituciones que fundó o dirigió, en las medallas y reconocimientos que llevan su nombre, y sobre todo en el recuerdo de sus enseñanzas.

Para el público general latinoamericano, la historia de Domingo Carballo Félix es inspiradora y aleccionadora. Nos recuerda el valor de los educadores como agentes de cambio social. En tiempos donde la calidad educativa sigue siendo un desafío en muchas regiones, el ejemplo de Carballo Félix –quien inculcó conocimiento y valores a la vez– cobra relevancia. Su vida demuestra que la educación no se trata solo de impartir materias, sino de formar seres humanos íntegros, orgullosos de su cultura y capaces de mejorar su sociedad.

En perspectiva futura, el modelo que legó Domingo Carballo sigue vigente: la apuesta por la educación con identidad y sentido comunitario. Sus sucesores en las aulas de Baja California Sur y de toda Latinoamérica pueden mirar su ejemplo para reafirmar la noble misión del magisterio. Como solía hacer él, tal vez debamos recurrir a la sabiduría de un refrán para cerrar esta biografía: “Educar es sembrar en el presente para cosechar en el futuro”. Sin duda, Domingo Carballo Félix sembró en su presente las semillas del futuro educativo de Sudcalifornia. Hoy esas semillas son árboles frondosos: profesionales de la enseñanza, instituciones sólidas y generaciones de sudcalifornianos con valores, todos frutos del trabajo incansable de un maestro ejemplar.

Referencias

Vida y obras de Domingo Carballo Félix – Gilberto Ibarra Rivera (Ed. Gobierno de BCS, 1983).

Maestros Domingo Carballo Félix y Jesús Castro Agúndez, sudcalifornianos ilustres – Francisco J. Carballo Lucero et al. (Gobierno de BCS, 1986).

Sudcalifornianos ilustres de la rotonda: Vida y obra de Manuel M. de León, Rosaura Zapata, Domingo Carballo F., etc. – Instituto Sudcaliforniano de Cultura (ISC, 2016).

Historia de la educación en Baja California Sur, siglo XX – Gilberto Ibarra Rivera (ISC, 1994).

Diccionario Sudcaliforniano: Historia, Geografía y Biografías de BCS – Gilberto Ibarra Rivera (ISC, 2016).

CONMEMORAN ANIVERSARIO LUCTUOSO DEL MAESTRO DOMINGO CARBALLO FÉLIX – Gobierno de Baja California Sur.

Aprueba Congreso declarar el año 2022 como: “2022, año del profesor Domingo Carballo Félix” y “2022, año de los Pueblos Indígenas y Afromexicanos”.

Domingo Carballo Félix, de aquellos maestros que hicieron historia – CULCO BCS.

Crónicas sudcalifornianas.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Ignacio Tirsch, el jesuita que dibujó la Antigua California

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Desde las misiones remotas del Sur de la península hasta los archivos de Praga, el legado del padre Ignaz Tirsch revela un testimonio visual inédito sobre los pueblos originarios, la naturaleza y la vida misionera en Baja California durante el siglo XVIII.

En un rincón olvidado de la Biblioteca Nacional de Praga, entre códices polvorientos y manuscritos latinos, reposa un cuaderno de acuarelas firmado por un misionero bohemio del siglo XVIII. En sus páginas, indígenas pericúes cargan a sus hijos, cazadores apuntan flechas a venados cimarrones, mujeres recolectan plantas, un «pez mujer» flota como en un sueño. El autor de estas imágenes es Ignacio Tirsch, también conocido como Ignaz Tirsch, un jesuita cuya biografía se entrelaza con el destino de las misiones de Baja California y cuyo arte —preciso, sensible, etnográfico— constituye un testimonio invaluable del mundo antes de su desaparición.

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Ignacio Tirsch nació el 2 de julio de 1733 en Chomutov, Bohemia, en el seno del Imperio Habsburgo. Se unió a la Compañía de Jesús el 18 de mayo de 1754, en el colegio jesuita de Brno. Con vocación religiosa y talento artístico, fue destinado al Nuevo Mundo como parte del ambicioso proyecto evangelizador de los jesuitas

Llegó a la Nueva España en marzo de 1756, tras completar su formación en Cádiz y en los centros jesuitas de Tepotzotlán, Puebla y Ciudad de México. Su perfil destacaba por una combinación de obediencia misionera, interés científico y capacidad artística. El contexto era tenso: las misiones jesuitas enfrentaban resistencia indígena, dificultades logísticas y crecientes tensiones políticas con la Corona Española, que pronto derivarían en la expulsión de la orden en 1767.

Misión: Santiago de los Coras Aiñiní

En 1761, Tirsch fue destinado a la Misión de Santiago de los Coras Aiñiní, en el Sur de la península de Baja California, una región ya golpeada por las rebeliones indígenas y las enfermedades. Allí permaneció al menos hasta 1767, año en que recibió personalmente al gobernador Gaspar de Portolá, encargado de comunicar la expulsión de los jesuitas.

Durante su estancia, Tirsch fue evangelizador, y también reconstruyó la misión, convivió con los pocos pericúes sobrevivientes, exploró la región y, sobre todo, observó. Su labor combinaba pastoral, logística y documentación, en un momento en que el modelo misional jesuita entraba en crisis. En sus ratos libres, tomaba papel, pigmento y pincel, y comenzaba a trazar un mundo que estaba a punto de desaparecer.

El arte como memoria: sus dibujos y pinturas

El resultado fue una colección de al menos 46 acuarelas, hoy conservadas en Praga bajo el códice Mss. XVI.B.18. Estas obras muestran un conocimiento profundo del entorno: retratos de indígenas en escenas familiares, cazadores en movimiento, músicos tocando instrumentos tradicionales, arquitecturas misionales y representaciones minuciosas de flora y fauna, como peces, jaguares, aves y plantas.

Su técnica se basaba en la acuarela sobre papel, con colores sobrios, delineado fino y composición naturalista. El historiador Doyce B. Nunis Jr., en su edición crítica de 1972 (The Drawings of Ignacio Tirsch), destaca el equilibrio entre la precisión científica y la sensibilidad humana de las imágenes.

Comparado con otros jesuitas artistas como Florian Paucke (activo en el Chaco), Tirsch muestra menos dramatismo barroco y más interés por lo cotidiano, lo real, lo que se ve. Como explica Simona Binková, estudiosa de arte jesuítico, su obra no busca exaltar el martirio o la fe, sino registrar la vida tal como era en los márgenes del imperio.

Un legado etnográfico y cultural

La obra de Tirsch tiene un valor etnográfico incalculable. En un tiempo donde la mayoría de los pueblos indígenas de la región estaban desapareciendo —víctimas de enfermedades, mestizaje forzado y desestructuración social—, sus acuarelas se convirtieron en los únicos retratos visuales detallados de los pericúes, su vestimenta, sus costumbres y su entorno natural.

Además, su documentación de paisajes, arquitectura, especies animales y vegetación ha servido a historiadores, biólogos y geógrafos para reconstruir el ecosistema del siglo XVIII en la península. Como señala Angélica Morales Sarabia, su obra también revela cómo los jesuitas creaban “relaciones visuales” entre el mundo europeo y el indígena: Tirsch no solo pintaba lo que veía, sino también lo que entendía.

Fuentes, estudios y debates

Entre las fuentes primarias figuran las propias ilustraciones, así como algunas cartas jesuitas y relatos misionales. El códice fue redescubierto y publicado en el siglo XX por Nunis Jr., quien facilitó su reproducción e interpretación. En años recientes, estudios como los de Morales Sarabia han revalorado el conjunto, interrogando su contexto de producción.

Una de las principales controversias historiográficas es si Tirsch realizó los dibujos in situ o si algunos fueron hechos en Europa a partir de notas y recuerdos. Morales plantea la posibilidad de colaboraciones con otros jesuitas o el uso de técnicas de ekphrasis (descripción verbal convertida en imagen). El debate no resta valor a la obra; al contrario, enriquece su lectura crítica como construcción cultural.

Actualmente, los dibujos se encuentran resguardados en la Biblioteca Nacional de Praga, aunque varias de sus imágenes han sido reproducidas en estudios académicos, museos y catálogos especializados.

El trazo de un mundo perdido

Ignacio Tirsch murió en 1781 en su ciudad natal, sin saber que sus dibujos serían, siglos después, objeto de fascinación. Sin saber que, más allá de su vocación religiosa, había logrado capturar con acuarela y devoción el último suspiro de una California indígena, antes de que fuera borrada por la historia oficial.

Su legado, más que artístico o científico, es profundamente humano: una invitación a mirar con detalle, a escuchar con los ojos, a recordar que todo lo que desaparece merece ser dibujado antes.

Referencias

Nunis, Doyce B. Jr., The Drawings of Ignacio Tirsch: A Jesuit Missionary in Baja California. Dawson’s Book Shop, 1972.

Morales Sarabia, Angélica. Los dibujos de Ignacio Tirsch (1733‑1781): Tres cartas y una curiosa relación. Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2019.

Binková, Simona. Representations of Baja California Indians as Ethnographic Art. Academia.edu, 2021.

Biblioteca Nacional de Praga, Manuscrito Mss. XVI.B.18.

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Eusebio Francisco Kino: La fe y la ciencia en las fronteras de la Nueva España

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Eusebio Kino nació el 10 de agosto de 1645 en Segno, un pequeño pueblo alpino del Tirol, entonces parte del principado de Trento en el Sacro Imperio Romano Germánico (actual Italia). Su nombre de pila era Eusebio Chini (o en italiano Eusebio Francesco Chini), y provenía de una familia de raíces italianas y alemanas, de allí que en algunas fuentes se le denomine Eusebius Franz Kühn. Desde joven mostró gran inteligencia y una profunda fe religiosa. Sus padres lo enviaron a colegios de la Compañía de Jesús (orden jesuita) en Trento y posteriormente en Hall, cerca de Innsbruck, Austria, donde recibió una sólida educación en letras, ciencias y matemáticas. Esta formación académica temprana, especialmente en astronomía y cartografía, sería fundamental para sus futuras exploraciones en América.

Con aproximadamente 20 años de edad, Kino ingresó formalmente al noviciado jesuita, iniciando el largo camino de formación espiritual e intelectual propio de la orden. Además de filosofía y teología, dominó disciplinas científicas, lo que luego le valdría el título de cosmógrafo real en Nueva España. Hacia el final de sus estudios teológicos, su prestigio intelectual era tal que el Duque de Baviera le ofreció una cátedra de ciencias en la Universidad de Ingolstadt. Sin embargo, Kino sentía la vocación misionera y había manifestado su deseo de evangelizar en tierras lejanas. Originalmente, pidió ser enviado a misiones en Asia (China), pero cuando llegó el momento, solo había dos destinos disponibles: Filipinas y México. Un sorteo decidió su rumbo, y a Kino le correspondió la misión en el Virreinato de Nueva España (América). Así, renunció a la vida académica en Europa y se preparó para llevar el cristianismo a las remotas fronteras del Imperio Español.

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La travesía de Kino hacia América estuvo llena de obstáculos y retrasos. En junio de 1678, partió de Italia con un grupo de 18 misioneros jesuitas, embarcándose en el puerto de Génova con destino a España. El objetivo era unirse en Cádiz a la flota que zarpaba anualmente rumbo a Nueva España, pero durante la navegación inicial sufrieron contratiempos: una densa niebla y fuertes corrientes desorientaron al piloto cerca de Gibraltar, llevándolos hacia la costa de África (Ceuta) y haciendo que perdieran tiempo precioso. Cuando finalmente llegaron a Cádiz a mediados de julio, la flota ya había partido sin ellos. Este contratiempo obligó a Kino a esperar en España dos años enteros hasta la siguiente oportunidad de cruce.

Durante aquella larga espera forzada en Cádiz, Kino no permaneció ocioso: perfeccionó su dominio del idioma español y aprovechó para continuar sus estudios científicos. En 1680 obtuvo finalmente pasaje en un galeón llamado El Nazareno. Sin embargo, de nuevo la mala fortuna lo acechó: el barco encalló a la salida del puerto de Cádiz (en un banco de arena conocido como el Gran Diamante), y acabó destrozado por una tormenta. Kino perdió todas sus pertenencias en el naufragio y debió pasar otros 6 meses en España antes de poder embarcarse de nuevo. Durante este periodo, observó atentamente el Gran Cometa de 1680 que surcó los cielos ese año y redactó un ensayo científico al respecto (Exposición astronómica del cometa), en el cual refutaba supersticiones populares sobre estos fenómenos. Esta publicación temprana evidenció su formación científica y le ganó reconocimiento intelectual incluso antes de arribar al Nuevo Mundo.

Finalmente, a finales de 1680, Eusebio Kino logró cruzar el Atlántico. Después de casi 3 años de vicisitudes, llegó a la Nueva España a principios de 1681 (su arribo oficial se registra en enero de 1681). Los superiores jesuitas, conociendo su preparación, lo destinaron a participar en una ambiciosa expedición a las entonces prácticamente inexploradas tierras de California, un proyecto que combinaba colonización y evangelización.

Primeras misiones en las Californias

La península de las Californias fue el primer campo misionero de Kino en América. Desde hacía tiempo, el Imperio Español buscaba colonizar esas tierras alNnoroeste de México (incluso Hernán Cortés había intentado un asentamientos sin éxito). En enero de 1683, Kino zarpó desde el puerto de Chacala (Nayarit) como parte de la expedición liderada por el almirante Isidro de Atondo y Antillón, acompañado por otro misionero, Matías Goñi. Desembarcaron en la bahía de La Paz, al Sur de la península de California, y fundaron un efímero asentamiento así como la primera misión de la península la cual llevó por nombre Nuestra Señora de Guadalupe de las Californias. Sin embargo, las condiciones resultaron muy adversas: la hostilidad de algunos grupos nativos —exacerbada en parte por la conducta imprudente de los soldados coloniales— y la escasez de suministros llevaron a que la colonia en La Paz se abandonara al poco tiempo. Kino se sintió profundamente decepcionado por esta retirada, pues veía en California un vasto campo para la evangelización.

Decididos a no rendirse, Kino y Atondo intentaron una segunda misión en las Californias más al norte ese mismo año, en el otoño de 1683. Establecieron la Misión de San Bruno cerca del sitio de Loreto, lo que marcó la fundación de la segunda misión en la península. Durante un año aproximadamente, los misioneros trabajaron intensamente: aprendieron las lenguas de los indígenas californios, bautizaron niños y moribundos, e incluso lograron cultivar la tierra en aquel entorno árido. Parecía que el proyecto finalmente prosperaría. No obstante, una severa sequía en 1685 arruinó las cosechas en San Bruno, dejando a la comunidad sin alimento suficiente. Ante la hambruna, Atondo y el resto de la expedición votaron por abandonar la empresa. Con gran tristeza, Kino tuvo que evacuar la misión en 1685, viendo desvanecerse su sueño de crear en California un rosario de misiones a lo largo de la península.

Aunque el propio Padre Kino no logró consolidar las misiones en las Californias, su trabajo pionero sentó las bases para esfuerzos posteriores. A finales de 1685, tras el abandono de San Bruno, Kino regresó al territorio continental en Sinaloa. Ahora era un misionero sin misión fija, pero no por mucho tiempo. Sus superiores jesuitas valoraron su dedicación y experiencia, y consideraron que aún podía ser sumamente útil en otro rincón de la frontera: la vasta Pimería Alta, en el desierto de Sonora, donde urgía la presencia evangelizadora.

Evangelización en la Pimería Alta

En 1687, Eusebio Kino fue asignado a las misiones de Sonora, en la región llamada Pimería Alta (zona habitada por la nación indígena pima y otros grupos). Este territorio abarcaba el Norte del actual Estado de Sonora y el Sur de Arizona, en ese entonces una frontera remota de la Nueva España. Kino llegó primero a una ranchería llamada Cosari donde fundó, en marzo de 1687, la misión de Nuestra Señora de los Dolores. Según la tradición, la fecha de su llegada coincidió con un Viernes de Dolores, lo cual inspiró el nombre de la misión. Los Dolores se convirtió en la base de operaciones de Kino y residencia principal durante el resto de su vida. Desde allí, emprendió una incesante labor misionera, viajando a caballo por miles de kilómetros para fundar comunidades cristianas y explorar la región.

Entre 1687 y 1711, fundó o impulsó más de una veintena de misiones y visitas a lo largo del río Magdalena, el río Altar y otros valles fértiles en medio del desierto sonorense. Algunas de las misiones establecidas por Kino y sus compañeros jesuitas incluyen: San Ignacio de Cabórica, Santa María Magdalena, San José de Ímuris, San Pedro y San Pablo de Tubutama, Nuestra Señora de la Concepción de Caborca, San Xavier del Bac, San Gabriel de Guevavi, San Cayetano de Tumacácori, entre otras. Varias de estas fundaciones ocurrieron en territorios que hoy pertenecen a Arizona (por ejemplo, San Xavier del Bac y Guevavi fueron las primeras misiones en la actual Arizona, fundadas hacia 1691–1692). Debido a esta prolífica actividad, Kino es recordado como el “Padre de la Pimería Alta”, el principal artífice de la colonización espiritual y pacífica de esa región.

Kino aplicó un método misionero considerado ejemplar para su época. Prefería la persuasión y el ejemplo antes que la fuerza: enviaba mensajeros indígenas aliados para contactar a tribus distantes, luego visitaba personalmente sus aldeas, y finalmente los invitaba a conocer las misiones establecidas para ver los beneficios de la vida comunitaria cristiana. Enseñó a los nativos técnicas de agricultura y ganadería; de hecho, introdujo en la Pimería Alta los primeros rebaños de ganado bovino, equino y caprino, fomentando la creación de ranchos productivos en torno a las misiones. Este modelo atraía a muchos grupos pimas, que veían mejoras materiales en alimento y seguridad. Una vez ganada su confianza y amistad, Kino los instruía en la fe católica y administraba bautismos. Gracias a este enfoque, llegó a congregar pacíficamente a miles de indígenas bajo la protección de la Corona española: en informes al virrey, Kino afirmaba que unas 30,000 almas de diversas naciones (pimas, sobaipuris, yumas, cocomaricopas, ópatas, etc.) se habían aliado o al menos entablado amistad con los españoles a través de sus esfuerzos evangelizadores.

No todo fue idílico en la Pimería Alta. La región era escenario de tensiones constantes: algunas tribus nómadas, como apaches, janos y jocomes, hostigaban tanto a otros indígenas como a los colonos españoles, rehusándose a someterse. En 1695, estalló una revuelta en la que un misionero jesuita, el Padre Francisco Javier Saeta, fue asesinado en la misión de Caborca. Inicialmente se culpó a los pimas de la rebelión, pero Kino investigó y señaló que incursiones de apaches podrían haber instigado la violencia. Con paciencia, Kino logró apaciguar la situación evitando una represalia militar masiva, y continuó abogando ante las autoridades por un trato más justo hacia los indígenas convertidos. También enfrentó incomprensión por parte de algunos colonos españoles y funcionarios, que dudaban de la posibilidad de «civilizar» a los nativos. Sin embargo, Kino contó con apoyos influyentes: su amigo y colega jesuita Juan María Salvatierra respaldó sus iniciativas y colaboró en la visión de continuar la evangelización de California. De hecho, Salvatierra partió a la capital de Nueva España para gestionar recursos, mientras Kino se comprometía a buscar rutas para llegar a California por mar o tierra.

En reconocimiento a su labor, en 1695 la Compañía de Jesús reorganizó las misiones del Noroeste: la Pimería Alta fue erigida en un distrito misional autónomo, separado de las misiones del Sur de Sonora, con Nuestra Señora de los Dolores como cabecera. Kino asumió la dirección de este nuevo distrito, lo que le permitió administrar con mayor eficacia los recursos y el personal en la frontera. A pesar de las dificultades, su presencia durante casi 24 años en la región dejó una huella profunda: además de las comunidades cristianas establecidas, introdujo la ganadería extensiva, nuevos cultivos y conocimientos geográficos que integraron al noroeste mexicano dentro del mundo colonial.

Exploraciones geográficas y contribuciones científicas

Paralelamente a su obra evangelizadora, el Padre Kino realizó importantes exploraciones geográficas. Con un afán incansable, recorrió desiertos, montañas y ríos, generalmente a caballo y a veces acompañado solo de unos cuantos hombres. Su motivación principal era doble: por un lado, encontrar una ruta terrestre hacia las Californias (para retomar la evangelización allá), y por otro, fortalecer la presencia española en la frontera norte ante potenciales incursiones de otras potencias coloniales (ingleses, franceses o incluso rusos en la costa del Pacífico). Estas expediciones ampliaron enormemente el conocimiento cartográfico de la región. Se le atribuye la elaboración de al menos 30 mapas detallados de las Californias, Sonora y sus alrededores, algunos de los cuales circularon en Europa a comienzos del siglo XVIII.

Uno de los logros geográficos más notables de Kino fue haber demostrado la conexión terrestre de las Californias con el continente. Durante siglos, muchos mapas europeos representaban California como una isla separada. Kino sospechaba que esto era un error y estaba decidido a comprobarlo. Realizó varias expediciones hacia el Noroeste de Sonora, llegando hasta las orillas del río Colorado y el desierto que rodea su delta. En una de esas travesías, en 1702, Kino y sus acompañantes escalaron una alta colina (identificada como el cerro del Nazareno) desde la cual divisaron la confluencia del río Colorado con el río Gila y las llanuras hacia el poniente. Desde esa altura, utilizando un anteojo de larga vista, Kino pudo observar más de 30 leguas de terreno contínuo hacia el sur y oeste sin rastro de mar alguno, confirmando así que las tierras de California se unían con las de Sonora. Este descubrimiento fue plasmado en sus mapas: en cartografías posteriores dibujó la Península de California correctamente unida al resto de Nueva España, refutando la antigua leyenda de la «isla de California». Sus informes geográficos, enviados a la Ciudad de México, persuadieron a las autoridades virreinales y eclesiásticas de que era factible viajar por tierra hasta la Alta California.

Además de California, Kino exploró hacia el Noreste, buscando vías de comunicación con Nuevo México (la provincia del Moqui, donde los españoles ya tenían asentamientos desde hacía un siglo). En sus recorridos contactó numerosas etnias y registró cuidadosamente sus asentamientos, costumbres y las rutas entre ellos. También identificó recursos naturales valiosos, como fértiles valles para agricultura y yacimientos minerales, viendo en ello oportunidades para el avance colonial. Por ejemplo, navegó partes del río Gila y describió el río Colorado como el más caudaloso de toda Nueva España, imaginando que por sus riberas se podría llegar fácilmente hasta los pueblos Hopi (los “moqui”) en lo que hoy es Arizona y Nuevo México.

Kino aplicó sus conocimientos astronómicos a la exploración: determinaba latitudes con astrolabio, lo que le ayudó a ubicar regiones en sus mapas con bastante precisión para la época. También promovió la construcción de una pequeña embarcación en la misión de Caborca, con la idea de botarla en el Golfo de California y explorar la costa por mar. Si bien este barco nunca llegó a concretar un viaje a California (en parte por falta de apoyo y la muerte de Kino antes de lograrlo), el proyecto demuestra su creatividad en buscar soluciones logísticas.

En el ámbito científico, Kino dejó escritos significativos. Su exposición astronómica del cometa de 1680 ya mencionada fue un primer aporte. Su obra más importante es la Crónica de la Pimería Alta: Favores Celestiales, un extenso manuscrito donde narró las aventuras y desventuras de su vida misionera entre 1687 y 1706. En Favores Celestiales, Kino relata la fundación de las misiones, las costumbres indígenas, sus viajes, e incluye observaciones sobre fauna, flora y geografía, constituyéndose en una fuente histórica invaluable. Este texto no fue publicado durante su vida; permaneció en archivos jesuitas y fue redescubierto y editado por primera vez en el siglo XX. Asimismo, Kino escribió cartas e informes sobre la Vida del P. Saeta (su compañero mártir en 1695) y otros documentos, difundiendo las noticias de la frontera misional novohispana. Gracias a todo este legado documental, se pudo reconstruir con detalle su labor en Sonora y Arizona.

Muerte y legado

El Padre Kino continuó cabalgando y sirviendo activamente hasta el final de sus días. En marzo de 1711, con 65 años de edad, viajó al pueblo de Santa María Magdalena (Sonora) para asistir a la dedicación de una nueva capilla en honor a San Francisco Javier, construida por su amigo, el misionero Agustín de Campos. Durante aquella celebración, Kino se sintió mal de salud; esa misma noche, el 15 de marzo de 1711, falleció tranquilamente, asistido por el Padre Campos. Sus restos fueron sepultados en el piso de la capilla de Magdalena según la costumbre de la época. Con su muerte, las misiones de la Pimería Alta perdieron a su principal guía, pero muchas de ellas continuaron activas bajo otros jesuitas en las décadas siguientes.

Por casi 250 años, el paradero exacto de la tumba de Kino se perdió en la memoria colectiva. Fue recién en el siglo XX que historiadores y pobladores se dieron a la tarea de buscar sus restos. Finalmente, el 19 de mayo de 1966, un grupo de investigadores patrocinados por el gobierno de Sonora logró descubrir los restos del Padre Kino bajo la plaza central de Magdalena de Kino (la antigua Santa María Magdalena). El hallazgo ocurrió en las ruinas del antiguo templo y cabecera misional, frente a lo que había sido el palacio municipal. Para honrarlo, se construyó en ese sitio un mausoleo que preserva sus huesos, abierto al público. Toda la plaza fue remodelada en torno a este mausoleo, con jardines y portales, y actualmente Magdalena de Kino es un popular destino histórico y Pueblo Mágico en honor a su legado.

El legado de Eusebio Francisco Kino se manifiesta de muchas formas, tanto en México como en Estados Unidos. En Sonora, la Bahía Kino (cerca de Hermosillo, donde él desembarcó en alguna expedición costera) lleva su nombre, al igual que la propia ciudad de Magdalena de Kino donde murió. En Arizona, su memoria es muy estimada: en 1961 el estado de Arizona donó una estatua de bronce de Padre Kino a la National Statuary Hall del Capitolio de los Estados Unidos, en Washington D.C.. Esta estatua representa a Arizona junto a otra figura ilustre, lo que subraya la importancia histórica transfronteriza de Kino (aunque Kino no era angloamericano, su trabajo en territorio que hoy es Arizona lo hace parte de la historia temprana de ese Estado). Asimismo, numerosas iglesias, escuelas, bibliotecas y organizaciones llevan el nombre de Padre Kino a ambos lados de la frontera, reflejando su papel como puente cultural y espiritual. Por ejemplo, la biblioteca de la Provincia Jesuita Mexicana en la Ciudad de México lleva su nombre.

Canonización del Padre Kino

Dentro de la iglesia católica, Eusebio Kino es recordado como un modelo de misionero. Su causa formal de beatificación fue abierta en 2006, lo que le otorgó el título de Siervo de Dios. Más recientemente, el Papa Francisco reconoció la santidad de la vida de Kino: el 11 de julio de 2020 el Papa firmó el decreto que reconoce las virtudes heroicas del Padre Kino, con lo cual este fue declarado Venerable. Este es un paso clave hacia una posible futura canonización (para la cual se requeriría la aprobación de un milagro atribuido a su intercesión). La declaración de venerabilidad confirma la relevancia de su ejemplo cristiano y ha renovado el interés por su figura tanto en México como internacionalmente.

Eusebio Francisco Kino dejó una huella indeleble en la historia de Sonora, Arizona y las  Californias. A lo largo de casi un cuarto de siglo, combinó de manera excepcional las facetas de evangelizador, explorador y científico. Fundó comunidades que con el tiempo se convirtieron en pueblos y ciudades, introdujo la ganadería y nuevos cultivos que transformaron la economía regional, y cartografió territorios vastos que hasta entonces figuraban en blanco en los mapas de Nueva España. Su respeto y empatía hacia los pueblos indígenas le permitieron forjar alianzas y difundir el cristianismo mayormente de forma pacífica, en contraste con otros episodios violentos de la colonización. Los conocimientos que aportó —desde mapas hasta crónicas detalladas— ampliaron las fronteras del saber geográfico en su época, corrigiendo conceptos erróneos (como la geografía de California) y sirviendo de base para expediciones posteriores.

Referencias bibliográficas

Herbert Eugene Bolton, Los confines de la cristiandad: una biografía de Eusebio Francisco Kino, misionero y explorador de Baja California y la Pimería Alta (trad. Felipe Garrido; ed. Gabriel Gómez Padilla), UCOL, 2001. Biografía extensa (781 pp.)

Charles W. Polzer, S.J., Eusebio Kino, S.J. padre de la Pimería Alta: biografía de Eusebio Francisco Kino, civilizador de Sonora, explorador de Arizona, misionero en la Pimería Alta, y una guía a sus misiones y monumentos (trad. José J. Romero y J. Olvera), Gobierno del Estado de Sonora / Southwestern Mission Research Center, 1981-1984 (distintas eds.).

Felipe Garrido (comp.), Aventuras y desventuras del Padre Kino en la Pimería, Secretaría de Educación Pública / Asociación Nacional de Libreros, 1986.

Alfonso Trueba, El Padre Kino: misionero itinerante y ecuestre, Editorial Jus, 1960.

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