El intervencionismo estadounidense, Steven Spielberg y la delincuencia

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El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Todos conocemos sobre el tema del intervencionismo estadounidense y más en México, que lo ha padecido trágicamente, en especial durante 1846 y 1848, cuando perdimos más de la mitad del territorio nacional. Y justamente se le llama así a ese periodo de la historia de México: La intervención estadounidense (o norteamericana). Los gobiernos posteriores a esa etapa fueron bastante permisivos, unos más menos que otros.

Luego vino el cine, de cuya meca, Hollywood, han salido millones de filmes donde retratan a México como sumisos, obedientes, gobiernos entreguistas y vendepatrias que dejan que EEUU entre al país como Pedro por su casa; incluso al ejército mexicano lo han retratado como leal a las fuerzas militares gringas: no cuestionan la injerencia extranjera del país del Norte. En series, películas y documentales México es retratado como atrasado, que somos un territorio estadounidense, que en México ellos pueden hacer lo que se les pegue la gana. Ya durante la última parte del siglo XX, específicamente el periodo neoliberal de 1982 a 2018, las agencias policíacas tenían hasta su changarro con el completo permiso de los gobiernos priístas y luego prianistas. ¿Y la soberanía?, pues, bien, gracias, esa nomás estaba en el papel y se omitía su mención o su ejecución para no incomodar a ningún funcionario de EEUU.

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Pero a partir de 2018, se sacó a esas agencias del territorio nacional por órdenes del presidente Andrés Manuel López Obrador y situación ratificada por la actual presidenta Claudia Sheinbaum Pardo y, claro, eso no le gustó al gobierno estadounidense, ni a sus políticas intervencionistas. Hay cientos de películas y series que introyectan la idea de que México es su patio trasero: caricaturizan a la policía, a las autoridades, los servicios turísticos y públicos; desprecian la lengua española, son clasirracistas con quienes tienen contacto con ellos; en resumen: la burla es el tono general, donde la obediencia sutil o abierta es la característica principal.

De esas películas, hay una que siempre me ha parecido de las mejores de Steven Spielberg, Encuentro cercanos del tercer tipo (Close Encounters Of The Third Kind, 1977), pero que tiene la marcada narrativa de que EEUU puede entrar a donde sea, como ya mencionamos. Al principio de la película la toma es un lugar perdido de Sonora, polvoriento (hay un ventarrón), con gente pobre, con un ejército mexicano que no cuestiona que estén ahí, sino que le dan plenos poderes para que intervengan; no se da a entender, ni por error, que hubiera un trámite previo, un permiso, nada: ellos están ahí por su soberana voluntad.

Los minutos siguientes es la consumación de la narrativa: como es un asunto de extraterrestres, sólo EEUU puede tener esa información y debe tenerla bajo su control. ¿Y México? Pues, nada, ¿cómo un país jodido va a saber de eso?, los gringos son los que saben. Ni por asomo se nos ocurre que México pudiera tener un interés así. Digo, la película es una fantasía, una recreación de algo que los gringos alucinan desde 1947 con lo de Roswell, pero Spielberg establece que se trata de algo real, le da verosimilitud a su relato, deja claro que ahí el poder narrativo lo tiene EEUU, es quien decide si aquello debe saberse o no: son propietarios de cualquier tecnología que pudiera ser extraterrestre, ¿México qué?, son aborígenes que no tienen idea con lo que están tratando. Ahí, la soberanía, ni por pudor aparece, no pinta.

Teníamos tan metida esa narración, que se nos hacía “normal” que sucediera, EEUU era el avanzado, con las leyes más justas, un país limpio y con harta lana que había que envidiar, no cuestionar ni ponerle un alto a su injerencismo ni a su intervencionismo: no, a EEUU había que darle todas las concesiones, había que aplaudirle, no criticarlo, EEUU debía ser un ejemplo de vida para nosotros, por lo que debíamos despreciar nuestro origen mexicano, indígena y aceptar el retraso cultural: debíamos avergonzarnos de nosotros mismos. Debía ser la norma, no la excepción.

Sin embargo, hoy, debido al secuestro en suelo mexicano de un delincuente presuntamente realizado por agentes estadounidenses, a sabiendas de que esas agencias no tienen ninguna autoridad legal ni moral, que se fortaleció con nuevas leyes para que EEUU no se vaya por la libre, aún así, ejecutaron un operativo para llevarse a ese delincuente del crimen organizado sin permiso de las autoridades de México, ni del gobierno federal ni de nadie: una clara violación a la soberanía nacional, al territorio y a los tratados internacionales de extradición.

Hoy que se cuestiona una incursión a territorio nacional sin previo aviso al Gobierno Mexicano, un sector mediático e ideológico – político alega entusiasmado que la presidenta está protegiendo al delincuente, con el claro propósito de golpear a su gobierno. Y no hay nada que los haga cambiar de esa idea porque así conviene a sus intereses, aun sabiendo de las evidentes faltas y violaciones de EEUU. Entre el cine, Spielberg y la delincuencia, la soberanía es la más afectada, lo cual dificulta aún más recuperar la dignidad, el respeto a nuestras leyes y a nuestro país, aunque unos cuantos vendepatrias no lo entiendan o tal vez lo entiendan, pero es más benéfico venderse al mejor postor.

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La expulsión de los Jesuitas: Adiós a una Era en Loreto y la Antigua California

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El 17 de diciembre de 1767 marcó un parteaguas en la historia de la península de California. El gobernador Gaspar de Portolá llegó a Loreto con la misión de ejecutar la orden real de expulsar a los jesuitas, quienes durante 70 años habían establecido y administrado un sistema misional que transformó profundamente la región. Este suceso representó no sólo el fin de una era religiosa, sino también el inicio de una nueva etapa política y social influenciada por las Reformas Borbónicas de la Corona Española.

La historia de la presencia jesuita en California comenzó en 1697, con la fundación del Real Presidio de Loreto por Juan María de Salvatierra. Este fue el primer asentamiento permanente en la región y se convirtió en el epicentro de las actividades misioneras y colonizadoras. Enfrentándose a enormes desafíos, desde un entorno hostil hasta la escasez de recursos, los jesuitas lograron fundar 17 misiones que sentaron las bases para la evangelización de los indígenas y el aprovechamiento de los recursos naturales.

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Durante su estancia, los jesuitas introdujeron prácticas agrícolas, ganaderas y artesanales, como la elaboración de vino, el curtido de pieles y la cestería. Estas enseñanzas no sólo enriquecieron la dieta y las actividades económicas de los pueblos originarios, sino que también dejaron un legado que, siglos después, aún puede observarse en las tradiciones y prácticas de los descendientes de esas comunidades.

Sin embargo, la misión jesuita no estuvo exenta de críticas. La implementación de reducciones misionales trajo consigo la aculturación de los indígenas y la propagación de enfermedades europeas, como la sífilis, el sarampión y la viruela, que diezmaron a la población nativa. A pesar de estos efectos negativos, los jesuitas desempeñaron un papel central en la integración de la península al dominio español y, posteriormente, al desarrollo de lo que hoy conocemos como Baja California.

El contexto de la expulsión

La expulsión de los jesuitas fue consecuencia directa de los cambios políticos y económicos que se vivían en Europa a mediados del siglo XVIII. España, bajo el reinado de Carlos III, se encontraba en una crisis financiera debido a las guerras y al sostenimiento de una corte extravagante. En este contexto, la doctrina del regalismo cobró fuerza, promoviendo el control estatal sobre los bienes eclesiásticos y justificando la intervención del Estado en las iglesias nacionales.

Para Carlos III, la expulsión de los jesuitas representaba una oportunidad para consolidar su poder y obtener recursos económicos a través de la desamortización de los bienes de la orden. En 1767, el visitador José de Gálvez fue comisionado para implementar las Reformas Borbónicas en la Nueva España, que incluían la expulsión de los jesuitas de todos los territorios bajo dominio español. Mientras la orden se ejecutó rápidamente en el centro y sur del virreinato, la lejanía de las misiones californianas retrasó su implementación hasta finales de ese año.

La llegada de Gaspar de Portolá

Gaspar de Portolá, recién nombrado gobernador, desembarcó en el puerto de San Bernabé el 30 de noviembre de 1767, acompañado de un contingente de soldados. Aunque existía la preocupación de que los jesuitas pudieran resistirse a abandonar sus misiones, esto no ocurrió. De manera discreta, Portolá se dirigió a Loreto, llegando el 17 de diciembre, donde comunicó la orden real al sacerdote encargado de las misiones jesuitas en California.

El proceso de expulsión de los jesuitas se llevó a cabo con orden y respeto. Los misioneros de las 14 misiones diseminadas por la península fueron convocados al Real Presidio de Loreto. El 3 de febrero de 1768, los jesuitas se despidieron de la comunidad que habían servido durante décadas. Por la mañana, el padre Retz celebró una misa solemne en la que comulgó toda la población. Más tarde, el padre Hostel, conmovido tras 33 años de servicio en la región, organizó una emotiva ceremonia en honor a la Virgen de los Dolores, pidiendo su protección para los misioneros y los habitantes que quedaban atrás.

Esa misma noche, los jesuitas abordaron el navío La Concepción. Aunque el embarque se planeó en la oscuridad para evitar tumultos, la playa de Loreto se llenó de personas que acudieron a despedirlos. El gobernador Portolá, conmovido por las muestras de cariño hacia los religiosos, no pudo contener las lágrimas. Finalmente, al amanecer del 4 de febrero, el barco zarpó, marcando el fin de la era jesuita en California.

La partida de los jesuitas no significó el abandono de las misiones californianas. Apenas un mes después, el 14 de marzo de 1768, un grupo de 15 franciscanos, liderado por Junípero Serra, salió de San Blas, Nayarit, con destino a Loreto. Esta nueva orden religiosa de los franciscanos asumió la responsabilidad de las misiones ex jesuíticas, garantizando la continuidad del proyecto evangelizador y cultural en la región.

Reflexiones sobre el fin de una Era

La expulsión de los jesuitas marcó el cierre de un capítulo significativo en la historia de California. Durante siete décadas, estos religiosos habían enfrentado desafíos extremos para establecer un sistema misional que transformó la vida en la península. Su legado incluye la introducción de nuevas prácticas agrícolas y artesanales, así como la creación de comunidades que sirvieron de base para el desarrollo posterior de la región.

Sin embargo, la partida de los jesuitas también simbolizó las tensiones entre los intereses políticos y religiosos de la época. Mientras Carlos III consolidaba su poder a expensas de la orden religiosa, las misiones californianas pasaron a manos de los franciscanos, quienes continuarían el trabajo iniciado por sus predecesores.

Hoy, más de 250 años después, este episodio sigue siendo un recordatorio de cómo las decisiones políticas y económicas en Europa tuvieron un impacto profundo en las vidas de quienes habitaban tierras lejanas como California. Loreto, el corazón de la Antigua California, atestiguó un momento que cambió el curso de su historia y dejó un legado que aún resuena en las tradiciones y la identidad de la región.

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Huracanes: ¿Estamos listos en BCS?

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Vientos de Pueblo

José Luis Cortés M.

 

San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). BCS, un paraíso donde el desierto se encuentra con el mar, enfrenta un dilema crucial. En plena temporada de huracanes, surge una pregunta inquietante entre sus habitantes: ¿estamos realmente preparados para enfrentar un fenómeno natural de la magnitud de Odile? Este huracán, que en septiembre de 2014 tocó tierra como categoría 3, dejó tras de sí una estela de destrucción. Más de 25,000 viviendas afectadas, daños en la infraestructura turística que superaron los mil millones de dólares y un impacto psicológico que aún persiste en la memoria colectiva.

La historia de los huracanes en esta región es rica, aunque trágica. En 1997, Javier, aunque menos intenso que Odile, provocó inundaciones y deslizamientos de tierra. Un mes después, Paulina dejó un saldo de 20 muertes y daños considerables. Sin embargo, la narración de desastres comienza mucho antes. La Michoacana, que en 1905 golpeó La Paz, fue devastador, causando miles de muertes. En 1974, Celia también dejó su huella, evidenciando la vulnerabilidad de la infraestructura local ante fenómenos de tal magnitud.

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En octubre de 1976, el huracán Elisa fue un evento meteorológico significativo que impactó BCS. Se formó en el océano Pacífico y tocó tierra en la península, afectando principalmente a La Paz. Alcanzó la categoría 1 en la escala Saffir-Simpson y causó inundaciones significativas debido a las intensas lluvias y los vientos fuertes. La infraestructura de la ciudad sufrió daños considerables, incluyendo viviendas y servicios públicos. Para controlar el nivel del agua en la presa de La Paz, se tomó la decisión de abrirla, lo que, aunque era necesario, contribuyó a las inundaciones en áreas cercanas. Elisa dejó una huella en la memoria de los habitantes, resaltando la vulnerabilidad de la región ante fenómenos meteorológicos y la necesidad de mejorar las medidas de preparación y respuesta ante desastres.

Zona de huracanes

Como puede verse, la geografía de BCS, con su costa expuesta al océano Pacífico y al Mar de Cortés, la convierte en un blanco fácil para los huracanes. A pesar de las mejoras en la infraestructura desde Odile, más del 40% de las viviendas en áreas costeras no están diseñadas para resistir aquellos intensos. Esta realidad plantea un riesgo inminente para sus habitantes. La falta de planificación urbana y la expansión desenfrenada del turismo han aumentado la vulnerabilidad de la región. La urbanización en zonas de riesgo y la deforestación limitan la capacidad del suelo para absorber agua, lo que puede resultar en inundaciones catastróficas.

Con la reciente cancelación del Fondo de Desastres Naturales (FONDEN), la incertidumbre se ha apoderado de gran parte de la población. Este fondo era vital para la reconstrucción y la atención de emergencias, y su ausencia compromete la capacidad de respuesta ante futuros huracanes, alimentando la sensación de desprotección. Las lecciones de los huracanes pasados son claras. La falta de comunicación entre autoridades y población fue evidente durante la crisis de Odile.

Vientos de cambio

La necesidad de un sistema de alerta temprana más eficiente y la importancia de la educación sobre la preparación ante desastres se han vuelto cruciales. Las comunidades que implementaron medidas preventivas, como refugios temporales y planes de evacuación, lograron mitigar el impacto del huracán.

Ante la inminencia de un nuevo huracán, BCS debe reforzar sus medidas de preparación. Es fundamental invertir en la construcción de viviendas resistentes y mejorar los sistemas de drenaje. La implementación de programas educativos que enseñen a la población a prepararse, incluyendo la creación de kits de emergencia, es esencial. Además, establecer un sistema de alertas accesible y realizar simulacros de evacuación ayudará a preparar a la población y a las autoridades locales.

La historia nos recuerda que la naturaleza puede ser implacable. No se trata de si un huracán volverá a golpear BCS, sino de cuándo lo hará. La preparación y la resiliencia son claves para enfrentar lo inevitable. La comunidad debe unirse, aprender de los errores del pasado y construir un futuro más seguro. La voluntad de sanar y reconstruir es lo que permitirá a Sudcalifornia resistir el embate de la tormenta, y quizás, salir más fuerte que antes. Sin embargo, la incertidumbre que rodea la cancelación del FONDEN añade un reto adicional que debe ser atendido con urgencia por las autoridades y la colaboración de todos los sectores de la sociedad.

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El suicidio en BCS. Alarma de un problema que va a la alza

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Vientos de Pueblo

José Luis Cortés M.

 

San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). En las tranquilas tierras de Baja California Sur, donde el sol brilla intensamente sobre el mar, se oculta una realidad sombría: el suicidio. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), la tasa de suicidio en BCS ha aumentado un 30% en los últimos cinco años, alcanzando cifras alarmantes de 8.4 por cada 100,000 habitantes, una de las más altas del país. Este fenómeno, a menudo silenciado, exige atención urgente y un enfoque comunitario.

El suicidio no es sólo un problema individua: refleja la salud mental de toda una comunidad. La psicóloga Laura Mendoza, quien ha trabajado en el área de salud mental en La Paz, explica que “la falta de recursos, el estigma y el aislamiento son factores que contribuyen a este aumento. Muchas personas no buscan ayuda por miedo al juicio”. Este estigma se agudiza en comunidades pequeñas, donde todos se conocen y las dificultades emocionales se convierten en un tema tabú.

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Mariana, una joven de 25 años, comparte su desgarradora historia tras perder a su hermano por suicidio.“Nunca pensamos que estaba sufriendo. Era el alma de la fiesta, pero detrás de esa sonrisa había un dolor profundo. Después de su muerte, comprendí que debemos hablar más sobre salud mental”, relata. Su experiencia resuena con muchas familias en BCS, donde la pérdida se siente de manera colectiva.

El impacto del suicidio va más allá de la persona que toma esta decisión; deja una huella imborrable en amigos y familiares. La pérdida de un ser querido puede resultar devastadora, y la comunidad debe lidiar con el duelo y la culpa. Según un estudio del Consejo Estatal de Salud Mental, cada suicidio afecta a aproximadamente seis personas cercanas, multiplicando el impacto emocional en la comunidad.

Las tasas de suicidio en BCS son especialmente preocupantes entre los jóvenes. La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición revela que el 40% de los adolescentes en la región ha considerado el suicidio en algún momento. Este dato plantea preguntas inquietantes sobre el bienestar emocional de las nuevas generaciones y la necesidad de estrategias de prevención efectivas.

La salud mental debe ser una prioridad en BCS. Es vital que la comunidad tenga un espacio seguro para hablar abiertamente sobre las luchas emocionales. Grupos de apoyo y talleres de concientización son pasos importantes hacia la creación de un entorno más comprensivo y solidario.

Campañas de sensibilización, como “Hablemos de Sentimientos”, están comenzando a resonar en la región. Iniciativas como estas buscan educar a la población sobre la importancia de buscar ayuda y ofrecer recursos para quienes lo necesitan. “Necesitamos desestigmatizar la salud mental y hacer que la gente sepa que no están solos”, enfatiza el psiquiatra Javier Ruiz.

¿Qué hacer?

El camino hacia la prevención del suicidio en BCS no es sencillo, pero hay pasos que se pueden tomar. Aumentar la disponibilidad de servicios de salud mental, capacitar a profesionales y crear redes de apoyo son esenciales. Las escuelas pueden desempeñar un papel crucial al implementar programas de educación emocional y prevención del suicidio.

Los ciudadanos también tienen un papel que desempeñar. Fomentar una cultura de apoyo y empatía puede ayudar a crear un entorno donde las personas se sientan cómodas al expresar sus luchas. “A veces, simplemente escuchar a alguien puede marcar la diferencia”, comenta Mariana, quien ahora se involucra en actividades comunitarias para aumentar la conciencia sobre la salud mental. La situación del suicidio en BCS es un llamado urgente a la acción. La comunidad debe unirse para romper el silencio que rodea este tema y ofrecer apoyo a quienes lo necesitan. Hablar sobre salud mental no debe ser un tabú; es una cuestión de vida o muerte.

El camino hacia el cambio comienza con la conversación. Es momento de que BCS se convierta en un ejemplo de cómo la empatía, la educación y el apoyo pueden transformar vidas, salvando a muchos y creando un futuro más esperanzador para todos.

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327 Aniversario de la Misión de Nuestra Señora de Loreto. Un viaje de fe y perseverancia

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En los últimos años del siglo XVII, la región de California, con su vasto y desolado paisaje, se convirtió en el escenario de una de las empresas más ambiciosas de la Corona Española: la fundación de misiones. Estos proyectos no sólo pretendían evangelizar a los pueblos indígenas, sino también establecer una presencia permanente en una zona poco explorada y de difícil acceso. La historia de las misiones en Baja California es un testimonio de la perseverancia, la fe y los desafíos enfrentados por un grupo de hombres que, liderados por el padre Juan María de Salvatierra, se embarcaron en una travesía espiritual y territorial.

Entre los años 1683 y 1685, el padre Eusebio Francisco Kino, reconocido por su labor evangelizadora en las regiones de Sonora y Sinaloa, acompañó al almirante Isidro Atondo y Antillón en una expedición a la California. El objetivo era claro: fundar misiones permanentes que sirvieran como bases para la evangelización de los pueblos indígenas y la consolidación de la presencia española en la región. Sin embargo, la empresa se encontró con dificultades insalvables. La escasez de recursos, el terreno inhóspito y la resistencia local llevaron al abandono del proyecto. Las misiones soñadas en la California se desvanecieron, al menos temporalmente.

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A pesar de los fracasos iniciales, la llama de la evangelización no se apagó. En 1686, el padre Juan María de Salvatierra, un ferviente jesuita que había sido designado visitador de las misiones de Sinaloa y Sonora, se encontró con Kino. Fue en ese encuentro donde Salvatierra se vio profundamente inspirado por la labor que Kino había comenzado y, convencido de la importancia de continuar la obra en la California, decidió embarcarse en esta misión. Salvatierra no estaba solo en su convicción. El legado espiritual del padre Juan Bautista Zappa, fallecido en 1694, también influyó en la decisión de Salvatierra. Zappa, antes de morir, había alentado a Salvatierra a continuar con la misión y a enfrentar los desafíos con la esperanza de la recompensa celestial.

Para emprender una empresa de tal magnitud, era necesario contar con el respaldo tanto de la Iglesia como de la Corona. El padre Salvatierra, consciente de ello, buscó la autorización del general de los jesuitas, el padre Tirso González de Santa-Ella. Aunque la licencia no fue inmediata, finalmente, el 5 de febrero de 1697, el excelentísimo señor don Joseph de Sarmiento y Valladares, Conde de Moctezuma, concedió el permiso oficial para fundar la misión en California. Este apoyo no sólo validaba la labor espiritual de los jesuitas, sino que también garantizaba cierto respaldo material y logístico por parte del virreinato de la Nueva España.

Viaje hacia lo desconocido

Con la licencia en mano, Salvatierra partió desde el puerto del Yaqui el 10 de octubre de 1697. Lo acompañaba una tripulación compuesta por hombres de diversas partes del mundo, cada uno con su propia historia y motivaciones, pero todos unidos por un mismo objetivo. Entre ellos se encontraban don Esteban Rodríguez Lorenzo, un portugués que posteriormente serviría como capitán durante muchos años, Bartolomé de Robles Figueroa, un criollo originario de la provincia de Guadalajara, y Juan Carabaña, un marinero maltés. También formaban parte de la expedición Nicolás Márquez, un marinero siciliano, y Juan Mulato, un hombre del Perú. A este grupo se unieron tres indígenas: Francisco de Tepahui, Alonso de Guayavas y Sebastián de Guadalajara, quienes servirían como guías y colaboradores en la misión.

El viaje no estuvo exento de desafíos. El trayecto marítimo desde el Yaqui hasta las costas de la Baja California fue largo y peligroso. Finalmente, el 13 de octubre de 1697, la expedición llegó a la Bahía de la Concepción, donde desembarcaron para iniciar su travesía hacia el Norte. Sin embargo, la calidad del agua en esa región resultó ser deficiente, lo que obligó a la tripulación a buscar un lugar más adecuado para establecerse.

La expedición continuó su búsqueda, liderada por el capitán Juan Antonio Romero de la Sierpe, quien recordaba un sitio más prometedor al que había llegado durante una expedición anterior con el almirante Atondo. Fue así como la expedición se dirigió hacia la Ensenada de San Dionisio, conocida como Conchó por los indígenas cochimíes. Este lugar, ubicado en una zona estratégica y con acceso a mejores recursos, parecía el sitio ideal para fundar la primera misión jesuita en Baja California.

Encuentro con los indígenas

El 19 de octubre de 1697, la expedición llegó a Conchó, donde fueron recibidos por más de cincuenta indígenas de la vecina ranchería, así como por otros provenientes de San Bruno. Los indígenas, curiosos y respetuosos, se acercaron a la tripulación, muchos de ellos hincándose de rodillas y besando las imágenes del crucifijo y de la Virgen María. Este encuentro pacífico marcó el inicio de una relación que, aunque no exenta de dificultades, permitió a los jesuitas comenzar su labor evangelizadora en la región.

El acto más simbólico de la jornada fue la procesión en la que se trajo desde la embarcación la imagen de Nuestra Señora de Loreto, patrona de la conquista. Con solemnidad y devoción, los misioneros colocaron la imagen en el centro de lo que sería la primera misión en California. El 25 de octubre de 1697, se tomó posesión oficial de la tierra en nombre del rey de España, marcando el inicio formal de la Misión de Nuestra Señora de Loreto, el primer bastión jesuita en la península.

Un legado que perdura

La fundación de la Misión de Loreto no sólo fue el inicio de la evangelización de Baja California, sino también el comienzo de un proceso de transformación cultural y social que moldearía el futuro de la región. A pesar de los desafíos geográficos, la escasez de recursos y la resistencia ocasional de los pueblos indígenas, los jesuitas, liderados por hombres como Salvatierra, lograron establecer una red de misiones que perduraría durante décadas.

Hoy, la Misión de Loreto es un testimonio vivo de la perseverancia de aquellos hombres que, impulsados por su fe y dedicación, se embarcaron en una de las empresas más audaces de su tiempo. La historia de la misión no solo es parte del patrimonio cultural de Baja California, sino también un recordatorio de los sacrificios y logros de quienes, con esperanza y devoción, buscaron expandir las fronteras de su mundo.

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