Silencio que duele: el acoso escolar que la educación no ve

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Vientos de Pueblo
José Luis Cortés M.
San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). La Paz, Baja California Sur. En un aula cualquiera de una secundaria en una colonia cualquiera de esta ciudad que vive entre el calor del mar y la sombra de las promesas incumplidas, un estudiante camina encorvado, con la mirada baja y los cuadernos apretados contra el pecho como si fueran escudo. Sus compañeros lo llaman “raro”, “gordo”, “flojo”. Algunos le empujan al pasar, otros se ríen sin motivo claro. Él no dice nada. Nadie lo protege. Y nadie parece verlo.
Este es el rostro invisible de la violencia escolar en BCS: silenciosa, constante, cruel. No aparece en los partes policiales ni en los titulares de los noticieros, pero está ahí, todos los días, en cada risa burlona, en cada empujón disimulado, en cada mensaje humillante compartido en redes sociales. Y detrás de ella, hay un sistema educativo que, aunque no la cree, tampoco la combate.
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Según estudios realizados por la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS), uno de cada tres adolescentes ha sido víctima de acoso escolar o bullying , en algún momento de su trayectoria académica. De ellos, menos del 20% denunció el hecho a docentes o directivos. Las razones son claras: vergüenza, miedo a represalias, y la certeza de que, incluso si hablan, poco cambiará.
El fenómeno no es nuevo, pero sí ha evolucionado. Lo que antes era una agresión física en el recreo ahora también ocurre en las redes sociales. El ciberacoso ha ampliado el campo de batalla: ya no hay refugio. Ni en casa. Ni en la cama. Ni en la mente. Un mensaje hiriente puede perseguir a un adolescente durante horas, días, semanas. Y en algunos casos, lo hace para siempre.
Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) señalan que, en el periodo 2021-2023, el número de llamadas a líneas de ayuda por acoso escolar aumentó un 42% en el Estado. Sólo el 15% de estas situaciones derivó en intervención formal por parte de autoridades educativas.
No queremos alarmar, pero sí alertar. Hemos visto casos donde los alumnos han llegado a autolesionarse. Otros simplemente dejan de asistir. ¿Cómo culparlos? Y es que el abandono escolar tiene muchas caras. Una de ellas es la que se ve en los bancos vacíos. Otra, más silenciosa, es la del alumno presente en cuerpo, pero ausente en alma.
En comunidades pequeñas, donde la cercanía entre maestros y alumnos es mayor, aún hay intentos por contener el daño. Pero en las ciudades, especialmente en zonas marginadas como Ampliación San Isidro o El Pedregal, la situación es distinta. Allí, las escuelas están sobrepobladas, los profesores saturados, y los protocolos de seguridad escolar, cuando existen, sólo se guardan en carpetas polvorientas.
De acuerdo con la Secretaría de Educación Pública del Estado (SEP BCS), desde 2020 se implementa un “Protocolo Integral de Prevención y Atención al Acoso Escolar” en todas las instituciones públicas. Sin embargo, consultas realizadas al portal de transparencia muestran que no existe registro público de evaluaciones ni informes sobre su impacto real.
Además, en el padrón estatal de psicólogos escolares, menos del 30% de las escuelas cuentan con personal especializado en salud mental, lo que limita cualquier respuesta efectiva ante el acoso.
Frente a este panorama, organizaciones civiles como Jóvenes Unidos por la Dignidad y Red de Apoyo Psicosocial Escolar insisten en la necesidad de políticas públicas que vayan más allá del papel. Proponen la integración de comités escolares de convivencia, talleres permanentes de habilidades socioemocionales, y formación continua para docentes en temas de resiliencia y manejo de conflictos.
La violencia escolar no es un problema de niños. Es un problema sistémico. Y mientras sigamos viendo a los jóvenes como culpables o víctimas pasivas, seguiremos fallándoles.
También se requiere una revisión urgente de la cultura escolar actual. En un mundo donde el éxito se mide en calificaciones y redes sociales, pocos espacios quedan para la empatía, la tolerancia o el respeto genuino. Estamos educando en competencia, no en comunidad.
BCS no necesita más discursos vacíos ni campañas publicitarias que vendan soluciones falsas. Lo que necesita es acción decidida, con visión de largo plazo. Porque detrás de cada estadística hay nombres, familias, emociones rotas, talentos truncados.
Es hora de recuperar la escuela como espacio seguro. No solo de aprendizaje, sino de sanación. No sólo de enseñanza, sino de esperanza.
Porque si no invertimos ahora en la dignidad de nuestros estudiantes, mañana tendremos que pagar un precio mucho más alto.
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