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Una carrera intestinal

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

 

Que no hay que llegar primero,

si no hay que saber llegar.

José Alfredo Jiménez

 

Visitemos el intestino de un gran pez. Una cherna, digamos. Vertebrado que nada en las aguas bajas soportando el peso de sus escamas. En el interior de sus vísceras viven miles de gusanitos. Son parásitos llamados AcantocéfalosDelgados fideos blancos que poseen espinas coronando su cabeza. Liban enzimas y otras sustancias químicas disueltas en los ácidos del pez. Verdaderos grumetes de la digestión ajena. Ese es su mundo oscuro, enterrados vivos entre los músculos y el aroma a corrupción.

Parásitos de todo tipo han coevolucionado con sus hospederos a lo largo del tiempo. Gusanos, moluscos, artrópodos, hasta vertebrados se han convertido en peligrosos inquilinos de otros seres. ¿Por qué? ¡Vaya pregunta! ¡Es tan cómodo vivir a expensas de otro! Robar sus energías y adquirir una casa a un precio bajo. Economía. En la vida no hay moral, sólo oportunidades. El que sabe colarse gana, aprovecha oportunidades. Todo individuo es un hábitat disponible. Todo espacio un probable hogar. La casa se adapta a su medio externo y el inquilino se adapta a su vez a la adaptación. ¡Qué hermoso es el mecanismo de los parásitos! Son unos magos de la evolución.

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Lástima que terminen desgastando hasta la enfermedad a sus hogares. Otra maravilla de los dioses cromosómicos. Su entendimiento es ilimitado y los parásitos serán exitosos por evos enteros. Quizá este dentro de cada célula convertirse en parásito de otra a la menor oportunidad ¿Quién sabe? Ecosistemas dentro de individuos. El microcosmos copia al macrocosmos y se yergue como infinito cíclico. El parásito tiene los suyos, y estos a su vez otros parásitos, nadie se salva. Quizá la tierra sea un parásito de un sistema y ese un parásito de un Dios terrible, que resultase ser un gusano intestinal.

Hoy, es un día inolvidable para los acantocéfalos, pues ha llegado el momento de la reproducción. Su memoria genética les impele al celo y asistiremos a una curiosa carrera, digna de un surrealismo cuántico. La hembra se encuentra en la base del estómago del pez, los machos muy al sur, cerca del ano. Ella es una gran señorita color rosa que espera con ansia al vencedor. Hermosa de cuerpo ahusado, piel plástica con reflejos de aurora interior. El cuello modelado para engarzar la cabeza augusta que corona con un ramo de estiletes y espinas. Una gusana soberbia. Ha secretado feromonas toda la noche, perfume que ha bajado entre los desechos digestivos y los machos se encuentran frenéticos, retorciéndose, aspirando el candor lejano y preparando motores. En la línea de salida hay un caos. Cientos de participantes se agolpan en trémulos pelotones. Los machos son curiosos, en su boca tienen glándulas de cemento. Su aliento pegajoso saborea una victoria. El premio para el vencedor será el privilegio de fijar sus genes en tan honorable dama y ser padre de miles de huevecillos que establecerán su residencia en otros vertebrados.

La carrera da inicio.

Pocas veces se ha visto una salida tan accidentada. Decenas de gusanos han quedado hechos nudo por el congestionamiento. Los más ágiles se arrastran por encima, en busca de ser los primeros en tomar la ventaja. Es un maratón a campo traviesa. Los competidores nadan en contra del flujo intestinal. Sortean pedazos de comida que caen como peñascos, se cuelan entre las paredes viscosas y los ácidos, dan vuelta sobre sí mismos para ganar terreno. La pista es una marejada de recovecos, curvas y vueltas. Pero allá van, en busca de la hembra trofeo.

Ya se destacan los líderes. Son tres fuertes gusanos que con sus mandíbulas y sus músculos han dejado rezagados al tropel. Mordidas y estocadas. En el camino hay heridos que curan sus pellejos con su propio cemento. Ni en el circo romano se verá competencia tan agresiva. Los líderes han entrado en los senderos que dejan atrás el intestino grueso. Tragan en su frenesí millones de bacterias y protozoarios, dan bandazos en busca del paso por un desfiladero esponjoso. La masa viene detrás, respirando gases, sufriendo calambres, pero con la voluntad como bandera. Su ventaja radica en que los apuntaladores les abren el camino.

Pasan debajo de cascadas de ácido clorhídrico pero su piel plástica resiste el chorro ardiente. Chocan con los pedruscos suaves del tejido que provocan reflujos gastroesofágicos, o sea agruras, en el pobre serránido. Si hubiera luz se observaría un paisaje indómito de charcos, géiseres color pastel y salientes tan grotescos como repollos gigantes. Pero no hay luz y los acantocéfalos no tienen ojos, ni los necesitan. El aroma es su carta esférica. En último lugar nada un pequeño acantocéfalo gris. Apenas y puede ondular su cuerpo. Magullado y aplastado por la turba sigue con la necedad del mártir o del héroe.

A la mitad de la ruta corren los tres comandantes. Se deslizan como relámpagos encabritados, dan respingos y giran en torbellino. Si existiera un público más entusiasta que las amebas, de seguro estallaría de emoción, pero las pobres deben hacerse a un lado para que los enormes gusanos pasen y no sean tragadas en forma involuntaria. Un apéndice estrecho obliga a que pasen los más afortunados, otros se estrellan acumulándose en la abertura. Los demás competidores se confunden, nadan hacia el otro lado hasta que las cabezas chocan y vuelven al rumbo correcto. ¡Esto es un manicomio! Pero un manicomio que vale la pena.

¿Cómo se sentirá el placodermo con todo ese enjambre bulléndole dentro? El pobrecillo detecta locura en su barriga. Es el precio de ser un mundo en sí.

La recta final. Los tres veloces se acercan a su amada.

Un acantocéfalo albo y delgado se adelanta hacia la doncella que espera al final del túnel. El éxtasis llega. El galán se enrosca veloz en la hembra. La parte final de su ahusado cuerpo palpa a la princesa. Las cloacas se juntan. El esperma pasa a la vagina. Pronto el macho se separa e, impelido por un egoísmo insuperable, comienza a tapiar la cloaca de la hembra. Con sus glándulas de cemento en la boca, forma una pasta que endurece en el acto. La abertura femenina queda sellada para impedir que otro macho copule con su propiedad. De esa manera intenta asegurar la paternidad porque: Los hijos de mis hijas mis nietos serán. Los hijos de mis hijos, ¿Quién lo sabrá?

Exhausto, el fatuo se desploma creyendo en su victoria. Pero la carrera no ha terminado aún.

¿Cómo, no ha terminado? No, pues el segundo macho alcanza a la hembra y percibiendo su felicidad cerrada, no se rinde, lanza su cabeza a la vagina. Por algo tiene espinas que rascan, muelen y abren otra vez la entrada. Con sus mandíbulas extrae el esperma del primero y lo arroja al olvido. Luego, él mismo inocula el suyo. ¡Qué maniobra! Ahora se siente seguro. Entonces comete el mismo error de su predecesor y mediante sus bolsas de pegamento empareda su simiente. Rendido se retira. Pero, señores, el tercer competidor hace su entrada triunfal. Ruge al descubrir la flor de su trofeo sellada con un tapón. ¡Ah, no hay problema! La evolución le regaló espinas. Arremete y excava con ira. Los bloques ceden y dan paso a las mandíbulas que sacan el esperma del usurpador. El ufano introduce el suyo y vuelve a taponar. Cae agotado.

¡Sorpresa! ¡Llega el grueso del comité! ¡Se arma la trifulca! Y así se repite una y otra vez la rutina. Uno mete y tapona, otro rompe, saca, mete y sella. Diez, treinta, ochenta, cien, ¡doscientas veces! Los paquetes de espermatozoides salen y entran, nada se queda.

La hembra soporta estoica cada embestida. Los que ya pasaron mueren, creyéndose triunfantes. Los más lentos y los rezagados tienen esperanzas. Curiosa orgía de turnos, egoísmo y de paciencia.  Más de 490 gusanos han probado suerte y copulado con la protagonista. La doncella no hace gran cosa por detener el frenesí. Ni modo, es el destino y hay que aguantar tanta manipulación, jaloneo y excavación. Los caballeros no son tan gentiles.

¿Qué ninfómana, cortesana, actriz, reina o hetera humana podrá competir con una gusanita en mudar tantos amantes durante una sola noche?

Al fin llega el último. Desorientado se arrastra con lentitud. A su alrededor yacen los escombros del tumulto. El pequeño acantócefalo, por el que ningún apostador habría jugado ni un talego, hace su trabajo. Escarba la vagina y saca los pedazos de cemento reseco. Luego extrae el paquete de esperma. Acto seguido se anuda a la hermosa que ya tiene hambre y untan sus cloacas. Al terminar cierra pacientemente. Albañil sabio. Al fin se retira humilde. La hembra queda preñada.

¡He aquí al triunfador! ¡Loor al vencedor de tan tremendo periplo!

La gusana descansa. La jornada fue agotadora. Ahora a cuidar su gestación y luego a desovar miles de crías. El padre se retira con honores. Al final ganó el último, el más lento. El más apto fue el más paciente, el más paciente fue el más sabio y el más sabio cosecha los laureles. La vida se ríe de las leyes que para ella nunca existirán y se eleva mientras deleita el fluir que pernoctará hasta donde alcance el sueño exacerbado de lo maravilloso.

 

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