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Sobre la astroconciencia

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

Para Alejandro Segura

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hay una inferencia matemática de que los humanos accedemos al conocimiento de un 4 % del universo de materia común, del cual 3.6 % es de gas o polvo espacial. Según ese modelo, el 74 % restante es energía oscura y el 22 % es materia oscura. “Oscuro”  es un eufemismo para indicar algo totalmente desconocido, dos hipótesis para explicar el aberrante hecho de que los objetos celestes parecen no ralentizarse, e incluso a veces aceleran mientras se alejan unos de otros, y así conservar las leyes de la termodinámica en el marco de un modelo de relatividad.

Según los modelos matemáticos comúnmente conocidos como “Big Bang”, el universo curvo tendría una edad de 13 mil millones de años en una realidad sin tiempo real, con la posibilidad de multiversos de materia y antimateria.

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No quiere decir que la realidad sea así sino que son los modelos más aceptados. También hay un grupo de teorías físicas que pugnan por reemplazarlas como el Big Freeze, la Inteligencia eterna de Dyson o la Desintegración del vacío.

Tales escalas son imposibles de entender para la concepción humana fuera de ecuaciones y metáforas; además, como apunta Carlos Madrid, terminan siendo especulaciones más filosóficas que científicas y  aspiran a explicar el origen, la evolución y el destino del “Cosmos” a partir de  pocas observaciones indirectas.

Estos modelos nos dan la impresión de que nuestro conocimiento es minúsculo respecto a lo desconocido, una realidad enorme, probablemente infinita y arrebatadoramente terrorífica. Y sin embargo, lo paradójico es que nunca hemos sabido tanto como ahora. Por lo menos sabemos que no sabemos.

En el siglo XVIII el ilustrado genial, Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, pretendió compendiar todo el saber humano sobre el mundo natural en 44 libros bajo el título de Histoire naturelle. ¡44 libros! Tan sólo en mi ordenador tengo más de mil. Eso no quiere decir ni por error que yo sepa más de lo que sabía Buffon.

De 1996 a 2019 se publican un promedio anual de 2 210 000 libros (diferentes títulos y re ediciones, sin contar el tiraje) en 128 países. Eso no significa que sean títulos sobre el conocimiento de la realidad, entre ellos hay miles de libros de autoayuda, religiones, arte o literatura de ficción.

No se sabe con certeza el número de artículos científicos que se publican cada año, hay una estimación de entre 30 mil y dos millones (Altbach & de Wit, 2018).

El promedio de artículos científicos anuales sería de 1, 015 000. Supongamos que leemos dos artículos al día por todo un año, no libros, ni otra información, únicamente dos papers diarios. Habremos leído 730 papers, lo que representa el 0.07 % de lo publicado anualmente. En diez años habremos leído 3650 de esos -solo publicados en un año especifico- lo que sería el 0.3 %. Empero, en promedio (si es que no hay un aumento exponencial) ya en ese tiempo se habrán publicado cerca de diez millones más de artículos nuevos lo que habrá reducido nuestro porcentaje a 0.04 %. Eso sin tener en cuenta de que la mayoría de estos contenidos escaparían a nuestra comprensión ya que no poseemos la capacidad técnica para ser sabelotodos.

En la actualidad tenemos conocimientos sobre la naturaleza que nos abruman. La tecnociencia revela imágenes, fases, escalas que nos permiten interpretar audazmente múltiples visiones y perspectivas que terminarán por convertirse en mitos, conocimientos frustrados o teorías anquilosadas y dejarán paso a nuevos e interminables aluviones de ciencia mientras haya algún humano razonable.

Lo interesante es la conciencia que emerge de los nuevos conocimientos respecto a nuestro lugar en el universo conocido. El filósofo mexicano Alejandro Segura utiliza el concepto Astroconciencia para referirse a la percepción de cada humano respecto a los límites de su realidad natural.

Partiendo de esta noción, pienso que nuestra astroconciencia se ensancha conforme nuevos conocimientos emergen.

Pensemos en un humano mirando al cielo hace 500 mil años. ¿Qué pensaba? ¿Qué hordas de ideas sobre espíritus o dioses ya muertos le impelían a sobresaltarse? ¿Qué pensaba del sol o de la luna? Pensemos en un sacerdote despedazando a un niño hace 100 mil años para regar la tierra con su sangre esperando la resurrección de la cosecha.

Pienso que Shakespeare no supo sobre neutrones, bombas nucleares, máquinas de vapor, peces abisales o agujeros negros. Homero no supo álgebra, ni Colón conoció el barómetro. Ni Galeno ni Hipócrates tenían el concepto de células ni supieron jamás de leucocitos. Linneo no conoció los cromosomas, ni Darwin el PC.

Sin embargo, por curiosos fenómenos históricos y azarosos, este aparente progreso no es lineal sino que se da a saltos, entre descubrimientos, redescubrimientos, censuras y vueltas de tuerca bastante complejas. Por ejemplo, un semita de hace cinco mil años conocía la cultura sumeria pero un europeo medieval del siglo X jamás escuchó hablar de ella, y ahora hay cientos de sumeriólogos. El conocimiento se oculta, se destierra y vuelve a emerger, no en círculos sino en vórtices informes. Un estudioso de la Biblia hoy sabe más que el propio San Jerónimo que la tradujo del griego al latín, o un historiador moderno sobre la génesis de la Iglesia, quizá sepa mejor su devenir primitivo que el mentiroso de Eusebio en el siglo III.

Un hindú de la época védica hace unos seis mil años probablemente creía que los cuerpos estaban hechos de pequeñas semillas, un discípulo de Demócrito cuatro mil años después pensaría lo mismo y le llamaría átomos a esas partículas pero un cristiano francés del siglo XIII no tendría la más remota noción de esas herejías.

Un alto mago de Ur en el 3000 a.C grababa logaritmos en arcilla pero Arquímedes, ni siquiera conoció tal concepto hasta que revivió gracias a Napier en 1614.  Hipatia pudo leer, quizá los tratados de Hermes y Tot pero un monje del siglo II ni siquiera sabía de su existencia.

Volviendo a Shakespeare, cientos de personas lo vieron actuar y disfrutaron sus obras pero 200 años después probablemente ningún inglés reconocía su nombre, y ahora un inglés actual quizá sabe más de su poética que los mismos contemporáneos del bardo.

¿Qué fenómenos del pasado y de la naturaleza que desconocemos conocerán nuestros descendientes? ¿Qué técnicas maravillosas y que conceptos dominarán? ¿Cuántos reinos nuevos y formas biológicas invisibles para nosotros serán comunes en el futuro? ¿Qué pensarán de nuestras absurdas hipótesis y nuestra miserable pequeñez?

Pensar en eso remite al concepto de sublime matemático de Kant, qué -por cierto- no conoció la radiación de fondo de microondas.

¿Cuál es el límite, la exposición y el entendimiento de la astroconciencia?

 

 

Referencias:

Altbach, P.G. & de Wit, H. (2018) Too much academic research is being published. University World News.

Madrid Casado, C. M. (2018). Filosofía de la Cosmología. Hombres, teoremas y leyes naturales. Pentalfa.

 

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