¿Qué hacer para que a los choyeros les guste la ciencia?

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FOTOS: Marián Camacho

SudcaliCiencia

Por Marián Camacho

La Paz, Baja California Sur (BCS). Gracias, Querido Público Lector, por seguir las entregas de Sudcaliciencia durante este 2018. Ha sido un placer compartirle las delicadas confesiones de una almeja que decidió cambiar de sexo; describirle en qué consiste el nuevo súper poder de los zancudos choyeros; hacerlo partícipe de lo que callan las ciruelas del monte; aportarle argumentos para considerar cuando alguien le diga Meeeh, si lo leí en Wikipedia; y responderle dos grandes dudas: ¿Cómo saber si un choyero ha muerto? y ¿Qué es la vida?

Este momento del año siempre es una excelente oportunidad para hacer recuentos, reflexiones y de proponer nuevos caminos por andar. Así, no desaprovecharé esta última entrega del año de Sudcaliciencia para poner de manifiesto ciertas ideas de meditaciones que realizo, no sólo desde este año, sino desde que comencé a querer maravillar con la ciencia a la gente de mi bello puerto de ilusión.

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Ahí estaba yo, parada enfrente de mi grupo de 1A de la Secundaria Técnica #1, “la ETI”, en un salón con bancas de metal y paredes medio sucias, sosteniendo una revista española de naturaleza; había pasado toda la noche estudiando para hacer la mejor exposición sobre un animal, así como lo indicó la profesora. Durante varios días divagué entre las múltiples opciones de animales sobre los que podría maravillar a mis compañeros, pensando en datos curiosos, raros e impactantes. No quería hablar sobre perros, gatos, elefantes o delfines. Quería un animal del que nadie supiera.

Así, llegué a las revistas que me enviaba mi tía de la Ciudad de México. Ella es médico veterinario, y desde que yo era pequeña me leía revistas científicas y me mostraba las imágenes que ahí aparecían —esto de acuerdo a sus relatos, porque yo no lo recuerdo. De la pila de revistas, hojeé varias hasta encontrar a ese animal con nombre nunca pronunciado por mis labios: la gineta. Era perfecto. Nadie sabría nada de ella, podría encantar a mis compañeros con mis nuevas averiguaciones y, quién sabe, tal vez incluso alguno quisiera ver más de cerca mi revista. Estaba todo preparado. Nada podía fallar.

Quisiera poder decir que las buenas intenciones, la emoción que uno irradia, el trabajo de investigación, o la claridad del discurso oral o escrito, son los ingredientes del éxito de la comunicación pública de la ciencia. Quisiera poder decir que con lo antes mencionado es posible cautivar y motivar al público en general hacia los temas científicos, sin embargo, la pequeña Marián, parada frente a un grupo de 41 estudiantes de una conocida secundaria pública en La Paz de los años noventa, comprobó que aquello no es suficiente.

En esa ocasión nadie hizo preguntas, algunos dormitaban esperando el timbre y la profesora se limitó a decir “el que sigue”; ese fue el primer momento en el que percibí que esto no sería un camino sencillo y que debería seguir explorando tácticas que me permitieran emocionar a la gente con la ciencia. No sólo quería sorprenderlos con datos, quería que se enteraran que la ciencia permitía conocer mejor el mundo.

A lo largo de mis años en educación formal, y no formal, sobre ciencia me he dado cuenta de que existen muchos obstáculos para que la gente quiera acercarse a ella. La mayoría de estas limitaciones son infundadas y se basan en ideas preconcebidas o clichés. Las más comunes se resumen en frases como “la ciencia es difícil y aburrida”, y en diversos contextos políticos y religiosos pueden alcanzar aseveraciones tales como “la ciencia es peligrosa”. Además, la imagen de los científicos, caricaturizada en diversos personajes que rayan en lo gracioso y ridículo, no ayuda mucho a que la gente aspire a dedicarse a la ciencia. Frecuentemente, escucho frases como “los científicos están locos”, “no se peinan” —esto en ocasiones es cierto, pero no es exclusivo de los científicos—, “son hombres viejos”, “siempre están en su mundo”.

Ahora bien, la intención no es desglosar en esta reflexión de fin de año los obstáculos que frenan el interés de la sociedad en temas científicos y en sus intenciones de convertirse en investigadores formales. Más bien, el objetivo de estas líneas es comentarles mi opinión sobre algunas tácticas que me han funcionado para hacer que a los choyeros les guste la ciencia.

Empezar desde pequeños

Sin duda alguna, los mejores resultados los he observado en los más pequeños. Atraer y maravillar con temas científicos a los niños es sin duda más fácil, rápido y con duración más prolongada que si se intenta con jóvenes y personas adultas. Aquí es importante que el esfuerzo radica en preparar muy bien el medio de comunicación para que sea interesante, divertido y dinámico; una vez logrado esto, el resto es consecuencia de esa hermosa capacidad de sorpresa y absorción de nueva información que poseen los infantes.

Les comparto algunos de los resultados que obtuvimos con un pequeño grupo de niños en el popular barrio del Pedregal del Cortés; ellos nombraron nuestras citas sabatinas como el Club Hei Hei y fueron atentos asistentes en las visitas de diversos científicos que compartieron su conocimiento de una forma que estoy segura nunca olvidarán. Para ver lo que sucedió puedes dar click aquí, aquí y aquí.

Usar ejemplos regionales

Los sudcalifornianos, cariñosamente choyeros, somos una sociedad que amamos, defendemos y nos enorgullecemos de vivir en nuestra casi isla. Desconfiamos y, en ocasiones tendemos a rechazar lo que viene “de afuera”. Esta situación se extiende a los temas de ciencia, por lo tanto, el antídoto es, más o menos, sencillo: comenzar la comunicación científica con temas que asocien, identifiquen y realcen lo que los choyeros conocemos.

Esto lo he comprobado a lo largo de la oportunidad que me brinda mi columna de Sudcaliciencia. Cierto es que, aún falta mucho por recorrer, y que los artículos de política y sociedad siguen llamando más la atención que los temas científicos. Sin embargo, me siento muy satisfecha que, a lo largo de mis columnas, se han alcanzado cientos de visitas al sitio web CULCO BCS, así como una gran cantidad de contenido compartido, lo cual me indica que vamos por la brecha correcta.

Ser una persona “normal”

Mi asistencia a fiestas y a acampadas en la playa y al monte, donde converso con mis amigos mientras bebo unas cervezas, acerca del papel de la ciencia en la sociedad y, casi al mismo tiempo, del último capítulo de Club de cuervos, me ubica a ojos de cualquier persona como una joven adulta “normal”. Poder platicar con los estudiantes, a quienes ayudo a dirigir sus tesis de licenciatura y posgrado, sobre sus últimos resultados del laboratorio y después preguntarles por los mejores hates de la ciudad para incluirlos en mi página de reseñas de comida (Come Come) es algo que sucede a menudo.

Tranquilizar a mi sobrinita al explicarle por qué no se le pueden “salir las tripas” por la pequeña cortada de su dedo y cantar Baby shark mientras le lavo la mano, me permite hacerla entender que existen muchas fuentes de información para corroborar algo que le dicen (fiabilidad de las fuentes). De esta forma, he comprobado que entre más cercana y “normal” me percibe el resto de los miembros de mi sociedad, mayor es la posibilidad que se acerquen a mi para preguntar, platicar o simplemente darse el tiempo de escuchar algún tema científico.

 No desistir

Así como aquella niña que quería maravillar a sus compañeros de secundaria con la biología de la ginetaaquí hay algo de ella, por si estaban con el pendiente—, así continuamos todos aquellos que buscamos transmitir la ciencia a nuestra sociedad. No nos rendimos antes ojos torcidos de “ya vas a empezar”, bostezos o excusas. Continuamos buscando alternativas que permitan que nuestra sociedad choyera disfrute los beneficios de conocer a través de la ciencia.

Finalmente, le deseo a usted, Querido Público Lector, unas felices fiestas llenas de amor y paz. Y recuerden, si en alguno de estos incontables encuentros de fin de año con familiares y amigos, se encuentra con un científico ansioso de compartir algo con usted, permítale una empática escucha y brinde por ello, ya que usted goza de dos grandes tesoros que no cualquiera puede presumir: una familia y amigos que lo aprecian y una oportunidad de aprender.

¡Nos vemos en el 2019!

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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Marián Camacho

Bióloga marina y comunicadora pública de la ciencia. Nació en la Ciudad de México, el 23 de noviembre de 1984, pero desde los tres años de edad radica en Baja California Sur, por lo que se autodenomina “choyera”. Licenciada en Biología Marina por la UABCS en 2006, Maestra y Doctora en Ciencias por el CICIMAR-IPN en 2009 y 2014. Es considerada persona muy preguntona y que siempre muestra interés por el mundo que le rodea. Su pasión es la investigación científica y su debilidad es compartir los resultados de la misma.

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