“Luz de luna” en La Paz

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“Luz de luna” (Moonlight). Imágenes: Internet.

ClosetEros

Por Rubén Olachea

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hay algo fascinante en la gente que abandona una sala de cine en actitud indignada, como ocurrió en la proyección de Luz de luna (Moonlight) que se proyectó en La Paz. Me dan ganas de seguirla y meterme hasta sus casas, ser testigos de cómo rumian la vida, con su chongo y su molote la doña, con su suetercito y sus pantalones con valenciana el doño. Registrar en una grabadora sus acentos, sus tonos de voz: ‘nosotros no íbamos a permitir ver cómo dos muchachos se besan en sus bocas suyas de ellos ahí entre el gentío que lo van a ver a uno’, ‘no, señor, no hemos pagado un boleto para venir a ver porquerías de gente sin vergüenza, sin recato alguno, sin pudor ni sentido de las buenas costumbres’. Hay algo en ese gesto, toda una declaración de principios y costumbres, encantador. Es como salir a la calle a protestar porque el presidente del país vecino criminaliza algo que acá es un negociazo de mafias políticas. Aquí sacan dinero de los pobres, allá les paga(ba)n hasta más de diez veces lo que aquí les pagarían de mala, muy mala gana.

Estas noches frescas de marzo han saludado a La Paz con un tono azulado que ilumina los rostros más morenos. Eso me remite a una estampa poética: un niño travieso corre al lado de una viejita y la anciana, sabia, toma ventaja de la belleza lírica de la escena y enuncia: tanta luz de luna hace que los negros se vean azules y por eso te nombro Blue. No Blue Demon, sólo Blue.

Hay un nuevo sistema de castas en México. Se es macuarro, se es malandro, se es de la perrada: buchón, cholo. Te falta box, te sobra barrio. Ayer saltapatrás por mezclar sangre indígena con mulata, ahora estigma por llevar la pobreza en el rostro, la cara del hambre, langusiento, la explosión inminente del rencor social. Sí soportamos al impune, en cambio, no soportamos el chantaje del orgullo mísero.

Sonaré burgués como Visconti aunque no lo soy, pero amo el rostro de la pobreza sudcaliforniana. Esos rostros que parecen no decir nada ni querer decir nada y sin embargo, gritan de tan sólo verlos. Cuando sonríen, es una sonrisa maliciosa, adelantada, ladina y pícara. Si maldicen, lo hacen con una sabrosura que da envidia, el goce de espetar en el tiempo su opinión de que la vida aquí cada vez vale menos, José Alfredo, así en el último suspiro de una sicario caído sin haber comprendido bien a bien de qué se trata esta vida, de qué se trata todo esto, este baile de máscaras que se cruza en los Bulevares Colosio y Forjadores, como perro lampiño que escudriña con ojos de angustia las estrategias para no morir atropellado de noche y sin haber cenado ni un bocado por días.

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Así esos rostros de las colonias y sus colonos con sus nombres memorables, como el Sobaco del Diablo, Royal Road (Camino Real), La Probrezo (en vez de progreso), la pasión, la Roma, la Márquez, Agua Escondida, Sólo-hilaridad, la ladrillera, el panteón, ciudad del cielo, la laguna azul, y tantas otras donde algunos progresan (¡y qué bueno que así sea!) y otros se hunden hasta cavar: hasta acabar. Así la historia de flacos que surten y hacen circular el efectivo de lo ilícito. Así jóvenes que también tienen su corazoncito, y ese órgano que no necesariamente resulta ser heterosexual invariablemente, para dolor de mis distinguidos que se retiraron con gesto adusto a su Guanajuato del siglo XIX, como momias que son. Como si la sodomía fuera novedad, hágame Usted el grandísimo favor. No es moda aunque parezca.

Más prietos que morenos, nuestros protagonistas no son perfectos, uno tiene a su madre drogadicta y a su mentor capo, pero qué le vamos a hacer, en el fondo son buenas personas, y ya que tocan fondo, también tocan el fondo de tu corazón, pese a las capas de sebo por tantos jates. “Ya-te-no-jates”? Chairón acaricia la mejilla de su madre, ya reclusa en un anexo-asilo con jardín, quien llora por el tiempo ido y todo el amor que le negó a su pequeño por haber estado atada al chucky-foco. Chairón perdona a todos, incluso al Judas que un día lo besa y al otro lo noquea. Años más tarde, Chairón, cual patito feo, se convierte si no en un cisne, en un portento de musculatura armónica y corazón fiel a su único amor. De Óscar.

Luz de luna (Moonlight) resultó ser una cinta romántica, llena de estilo, pausada, quien traiga prisa que vaya al psiquiatra. Quien haya tenido la dicha de aprender a nadar con una buena persona, de confianza, recordará esa parte crucial de la infancia que es confiar en alguien, más allá de los rumores y díceres pues cada quien habla como le va en la feria. Música acorde a la moda, a los peinados, al volante y llantas que giran con holgura. Colores de la mano del clima, de miradas y toques sensuales. Una joya disponible, pero como pocos leen la sinopsis pues son divas, pronto se esfumará.

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Rubén Olachea

Nace en La Paz, BCS, un domingo 22 de junio de 1969, justo cuando empieza el verano. Cursó su educación siempre en escuelas públicas paceñas. Egresado de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación (UABC-Mexicali), con Maestría en Ciencias de la Comunicación (UNAM) y Doctorado en Film and Television Studies (Inglaterra). Es profesor investigador de tiempo completo en la UABCS. Autor de “Hombría sombría. Representación mediática de la masculinidad” (2008, UABCS-Praxis).

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