¿Los animales sienten dolor? ¿La almeja chocolata también? (I)

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Por Marián Camacho

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Querido Lector, ya que usted ha sido atraído a este texto para conocer acerca del dolor en bivalvos sudcalifornianos, quisiera pedirle que inicie la lectura pensando en algún animal –otro, además de la almeja chocolata. Ahora, le solicito que analice si el animal en el que ha pensado tiene huesos (cráneo, columna vertebral) o no. Si la criatura que usted tiene en mente presenta huesos, pertenece al grupo de los llamados vertebrados, si no, probablemente usted está pensado en un animal invertebrado. En caso de tener dudas, puede dar clic aquí y aquí para ver guías básicas para distinguir ambos tipos de animales.

Ahora bien, es muy común pensar que únicamente los vertebrados sienten dolor. No es raro pensar en el sufrimiento que puede experimentar un perro, un oso, un delfín, un conejo, un pingüino, un pollito, una tortuga —recordemos aquella con el popote en la nariz— e incluso alguna rana o iguana. No obstante, la duda sobre la presencia del dolor comienza a aparecer si reflexionamos acerca de la vida de los peces, arañas, moscas, almejas, hormigas o gusanos; es en estos últimos, todos ellos invertebrados, donde las características que asociamos al dolor no se presentan como “normalmente” las conocemos.

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Confusiones de conceptos dolorosos

Todos los animales son susceptibles a una variedad de peligros naturales que pueden causar daños en sus cuerpos, sin embargo, los animales tienen mecanismos biológicos que mejoran su capacidad para mantener la integridad de los tejidos mediante la detección de estímulos nocivos y la acción para alejarse de ellos y/o minimizar sus efectos perjudiciales.

Los sistemas sensoriales que responden a estímulos nocivos e intervienen en los reflejos protectores se denominan nociceptores. La nocicepción se define como “los procesos neuronales de codificación y procesamiento de estímulos nocivos” o “la detección y reacción a estímulos que pueden comprometer la integridad de un animal”. Así, la nocicepción es el mecanismo de percepción unido a la organización de respuestas que, por lo general, alejan al animal del estímulo o al menos son eficaces para acabar con la percepción. Por ejemplo, las larvas de la mosca Drosophila atacadas por una avispa parasitoide que quiere colocar sus huevos en el interior de éstas, responden rodando hacia el estímulo (la avispa), lo que ocasiona que el atacante se vaya.

En contraste, la definición de dolor en los seres humanos es “una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada con el daño corporal real o potencial”. Con respecto a los animales, se han utilizado varias definiciones, por ejemplo, “una experiencia sensorial aversiva causada por una lesión real o potencial que provoca reacciones motoras y protectoras que da como resultado una evitación aprendida y puede modificar comportamientos específicos de la especie, incluido el comportamiento social”. Una definición más corta que excluye los criterios de evaluación del dolor es “una sensación de aversión y un sentimiento asociado con daño corporal real o potencial”.

Está claro que la nocicepción es fundamental para el concepto de dolor, ya que sin ella es improbable la experiencia de éste. Sin embargo, la simple observación de una habilidad nociceptiva no demuestra dolor; la nocicepción per se es una respuesta refleja rápida e involuntaria y carece de la respuesta emocional negativa o la sensación asociada con el dolor. De hecho, en los humanos, la respuesta del reflejo al tocar algo caliente precede a la experiencia del dolor.

Aunque la diferencia entre nocicepción y dolor es ampliamente aceptada, hay problemas semánticos (significado, sentido o interpretación de las palabras) que pueden nublar el problema. El término “percepción del dolor” se usa con frecuencia en diversos estudios  y se dice que las fibras nerviosas “transmiten el dolor”.

Incluso en investigaciones que se refieren abiertamente a la nocicepción —y no al dolor—, la nocicepción se describe como “detección de dolor” y se dice que los tractos ascendentes en la médula espinal vertebrada contienen “información sensorial dolorosa” o “información sobre el dolor”. El uso de estos términos hace difícil distinguir críticamente entre la nocicepción y el dolor.

Por lo tanto, es preferible utilizar términos como “experiencia dolorosa” para denotar una conciencia interna, unida a un estado emocional negativo, que resulta de la percepción de real o potencial de daño corporal; es el daño que se percibe. No se advierte ningún “dolor” y la información que se transmite al cerebro en los vertebrados no es en sí misma “dolorosa“.

El dolor se debe a una emoción poderosa y desagradable que forma parte, o está asociada, con una fuerte motivación para terminar con la experiencia que resulta de las señales neuronales sobre el daño corporal. La claridad acerca de las definiciones y diferencias entre la nocicepción y el dolor son esenciales para determinar si el segundo se produce en grupos particulares de animales. En pocas palabras, la nocicepción se refiere a los reflejos automáticos para alejarse del estímulo nocivo y, por otro lado, el dolor implica una respuesta emocional.

¿Cómo identificar el dolor?

El interés por el potencial de los invertebrados para experimentar el dolor, radica en la búsqueda de comprender y mejorar el bienestar, como generalmente hacemos los humanos buscando evitar causar sufrimiento en los animales. De esta forma, si un animal responde a un estímulo nocivo a través de un reflejo nociceptivo sin ninguna experiencia desagradable, entonces las preocupaciones por su bienestar disminuyen.

De acuerdo a Richard Dawkins —en su publicación “A través de los ojos de los animales: lo que nos dice el comportamiento”— inferir sentimientos o estados mentales en los animales está lleno de dificultades. Un enfoque común es utilizar el argumento por analogía: si un animal responde a un estímulo potencialmente nocivo de una manera similar a la observada para el mismo estímulo en humanos, es razonable argumentar que el animal ha tenido una experiencia análoga.

Sin embargo, algunos investigadores señalan diferencias en la aceptación de este argumento dependiendo de la especie y no del comportamiento: personas que observan a un perro o primate (mono, simio) que se retuerce en respuesta a una descarga eléctrica, aceptan que el animal está experimentando sufrimiento; mientras que prácticamente la misma respuesta en un invertebrado —por ejemplo, una cucaracha retorciéndose al electrocutada— es a menudo rechazada como irrelevante para la cuestión del dolor.

Por lo que se sugiere un enfoque más simétrico cuando se comparen a los vertebrados con los invertebrados, con aceptación o rechazo por igual a los argumentos por analogía. No obstante, la empatía por los invertebrados suele ser baja y algunos investigadores creen que sería “inconveniente” si se creyera que estos animales sienten dolor. Junto al argumento por analogía, se han propuesto varios criterios que, colectivamente, tienen el potencial de demostrar dolor en los mamíferos y se han aplicado en el caso de los anfibios, peces y varios invertebrados:

1.  Un sistema nervioso central y receptores adecuados

2. Capacidad de respuesta a los opioides, analgésicos y anestésicos

3. Cambios fisiológicos

4. Aprendizaje de evitación

5. Reacciones motoras protectoras

6. Compensaciones entre la evitación de estímulos y otras actividades

7. Capacidad cognitiva y sensibilidad.

Con dichos criterios, finalizamos la primera parte de este artículo que pretende examinar y reflexionar, junto a usted Querido Lector, la evidencia de que algunos invertebrados pueden o no experimentar dolor. En la siguiente entrega, analizaremos cada uno de los criterios con potencial de demostrar dolor en animales invertebrados, incluidas nuestras codiciadas y deliciosas almejas chocolatas.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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Marián Camacho

Bióloga marina y comunicadora pública de la ciencia. Nació en la Ciudad de México, el 23 de noviembre de 1984, pero desde los tres años de edad radica en Baja California Sur, por lo que se autodenomina “choyera”. Licenciada en Biología Marina por la UABCS en 2006, Maestra y Doctora en Ciencias por el CICIMAR-IPN en 2009 y 2014. Es considerada persona muy preguntona y que siempre muestra interés por el mundo que le rodea. Su pasión es la investigación científica y su debilidad es compartir los resultados de la misma.

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