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Las violentas feministas: odas, pétalos de rosa y diamantina festiva

FOTOS: Internet.

La Última Trinchera

Por Roberto E. Galindo Domínguez

 

Ciudad de México (CdMx). Se equivocan las mujeres encapuchadas al destruir las instalaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pero lograrán su propósito; pues de acuerdo al nombre de la protesta Cacerolazo Separatista, que realizaron el pasado jueves 7 de noviembre en Ciudad Universitaria (CU), serán capaces de estigmatizar su movimiento, logrando separarse del grueso del movimiento feminista incluyente y de aquellas mujeres que no participan en éste.

Sus reclamos no son inválidos y no deben ser sobreseídos, pero de seguir el camino de la violencia, además de conseguir el rechazo social, van a encontrar una respuesta proporcional de aquellas personas (mujeres y hombres) a las que agredan en sus manifestaciones.

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No es la primera vez que las embozadas feministas causan destrozos a inmuebles públicos y privados, pero esta vez atentaron contra La Máxima Casa de Estudios y por ello contra toda la comunidad universitaria, además de que agredieron físicamente a varios estudiantes. Iniciaron su manifestación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales; pasaron a la Facultad de Filosofía y Letras y en cuanto tomaron el Circuito Universitario empezaron a realizar pintas en banquetas y muros; en la Facultad de Contabilidad y Administración les cerraron las puertas, por lo que incrementaron el nivel de la protesta; al llegar a la sede de Trabajo Social rompieron los cristales de una caseta de vigilancia; más adelante, frente a la Facultad de Medicina cruzaron por las canchas deportivas y derribaron una portería, ¡gol para las feministas!, festejaron su triunfo con gran algarabía. Más enardecidas entraron a la Facultad de Ingeniería, en donde desbordaron la violencia: rompieron ventanales, mamparas, pizarrones, vitrinas, letreros, quemaron objetos, saquearon y destrozaron máquinas expendedoras y amenazaron a los estudiantes que las conminaron a no destrozar la biblioteca.

Pero aquí pasó lo que era previsible desde sus primeras manifestaciones violentas en la Ciudad de México: hubo quienes a pesar de las amenazas de las encapuchadas decidieron hacerles frente; pocos estudiantes se interpusieron entre las agresoras y las vidrieras; ellas armadas con palos, tubos y extintores los agredieron, a algunos los agarraron entre varias y los jalaron hacia el colectivo, donde les propinaron una cascada de golpes al mejor estilo pandillero, lo que indica que están bien preparadas para la confrontación y a eso van, pues no sales a protestar embozada y armada con un tubo o un palo, si no es porque vas a generar violencia y a agredir a quien se interponga en tu camino. El valor de los primeros para enfrentar a la marabunta, como les gusta hacerse llamar a las violentas, infundió valor a otros y otras que se fueron sumando, hasta que una multitud de estudiantes logró echar de la facultad a las transgresoras.

No discuto sus motivaciones, ni minimizo la violencia de género que las mujeres padecen, ni el acoso de que han sido objeto en la UNAM, ni las violaciones que algunas mujeres han sufrido en La Máxima Casa de Estudios; esa es una realidad y debemos erradicarla. Son ellas las que minimizan sus demandas enarbolando la generación de violencia, que para su desgracia es lo que mediáticamente va a permear más en las audiencias opacando sus demandas. Marchan de manera estruendosa, golpeando el piso con palos y tubos y haciendo sonar los tambores, justo como hacen las tribus y las pandillas cuando van a guerrear y es que a eso salen a las calles y a eso fueron a la UNAM. Con su sartén y su cuchara, utensilios que en manos de una guerrera se convierten en armas, se lanzaron a atacar a quien se les interpuso en su camino. Era de esperarse que en alguna de sus violentas manifestaciones alguien les hiciera frente, y eso hicieron muchos estudiantes de ingeniería, mujeres y hombres, y fueron ellos los golpeados pues no estaban preparados ni armados para repeler el ataque de las feministas del vandalismo, pero ya hubo un grupo que se les interpuso y logró detenerlas.

Es seguro que en adelante los colectivos feministas violentos encontrarán una respuesta a sus ataques, y es muy probable que cada vez la réplica de los agredidos sea más fuerte. En la Facultad de Ingeniería los estudiantes se interpusieron entre las agresoras y las instalaciones, y haciendo un frente común y con los gritos de “¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!” las echaron.

Pero ya hubo connatos de bronca generalizada, ya les arrojaron objetos en respuesta; aducen las embozadas que hasta vidrios les lanzaron los estudiantes, ¿qué esperaban, que les declamaran odas y les arrojaran a su paso pétalos de rosas y diamantina festiva, cuando entran a su casa lo rompen todo, lo incendian y además los golpean?

Se equivocan las mujeres al generalizar el machismo a todos los hombres, pero yerran burdamente al salir embozadas y armadas a destruir cosas y golpear gente, pues no falta mucho para que encuentren, en el campo de batalla que generan, una resistencia más allá de los gritos y las cadenas humanas, van a encontrar puñetazos, patadas y palos, pues no todos van a estar dispuestos a tolerar ser agredidos físicamente sin responder. Y eso va a ser lo más desafortunado porque de seguir enarbolando la violencia de esa manera, en alguna de sus protestas va a suceder una desgracia o ¿será acaso que están buscando esa desgracia con cada lance contra los hombres que encuentran a su paso, buscando convertirse en mártires, para justificar aún más violencia?; puede ser también que sean tan torpes como para idear otro tipo de protestas más efectivas que vinculen el amplio espectro del feminismo y a aquellas mujeres que siendo víctimas del patriarcado no son activistas. A la larga van a conseguir el repudio de la sociedad, minimizando su causa y segmentando la lucha feminista.

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