Huachicol y muerte en el Viernes Rojo de Tlahuelilpan

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FOTO: Noticieros Televisa / Interior: Internet

La Última Trinchera

Por Roberto E. Galindo Domínguez

 

Ciudad de México. Entre todas las medidas de la presente administración para transformar al país, la de mayor alcance e impacto en lo económico y lo político para los años venideros es sin duda el combate al robo de combustibles. Ha puesto en la palestra pública el alto grado de corrupción al interior de Petróleos Mexicanos (Pemex), la participación de empresarios gasolineros en la compra y venta del producto robado y el huachicoleo en los ductos, ilícito en el que intervienen grupos criminales que realizan la perforación, la ordeña, el almacenamiento, la redistribución del producto y su venta. Pero además, el combate al huachicol ha evidenciado la participación en actos peligrosos e ilegales de ciudadanos que no necesariamente operan dentro de grupos criminales organizados.

Estos ciudadanos, “huachicoleros de ocasión”, son los que cuando se da una fuga en un ducto, por las razones que sea, acuden para tomar combustible; gente como la que el viernes 18 de enero en la comunidad de San Primitivo en el municipio de Tlahuelilpan, Hidalgo, al saber que el combustible manaba de una perforación del ducto Tuxpan-Tula en el kilómetro 226, decidieron no acatar los llamados que ha hecho el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a los mexicanos “a no ensuciarse las manos” en el robo de combustibles, a no involucrase en acciones ilícitas y peligrosas. Algunos de ellos incluso agrandaron la abertura del ducto para que fluyera más producto.

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Las imágenes y vídeos de cientos de personas —se calcula que llegó a haber en el sitio entre 800 y 1000— caminando hacia la fuga de hidrocarburo, cargando bidones y cubetas, nos hablan de una población que no estuvo en el lugar incorrecto en el momento equivocado, pues decidieron acudir al lugar por unos cuantos litros de combustible, a pesar de correr un enorme riesgo. La gente reunida en torno a la fuga festejaba que la gasolina brotaba en un chorro que se elevaba por metros para luego inundar la tierra.

Durante la tarde varios individuos embozados se empaparon con la gasolina que salía a gran presión del ducto con tal de llenar un contenedor; otros se humedecieron con la peligrosa brisa, que llegaba más lejos, mientras recogían el líquido del suelo para después arrastrar bidones llenos de combustible hasta sus autos. Algunos más débiles vomitaron y otros cayeron semiconscientes por respirar los gases emanados de la gasolina, mientras elementos de la Policía y del Ejército los conminaban para que evacuaran la zona de riesgo; desgraciadamente las autoridades fueron ignoradas e incluso confrontadas por los pobladores.

Después vino la ignición, la explosión que calcinó a decenas de personas al momento; el feroz incendio que se desató sobre la tierra y alcanzó a los que estaban más alejados. Entre gritos y alaridos de dolor siluetas humanas envueltas en llamas corrieron y se revolcaron en la tierra intentando extinguir sus cuerpos; el fuego cundió por el aire y quemó a personas que en shock y semidesnudas deambularon con pedazos de piel colgando.

Esos “huachicoleros de ocasión” desoyeron los llamados a evacuar el área y como consecuencia de sus descabelladas pero razonadas acciones, muchos de ellos pagaron ya con sus vidas –hasta el jueves 24 de enero se contabilizaron 100 decesos– y dejarán tras su muerte una estela de dolor, agravios y miseria a sus familias. Otros más de los 46 hospitalizados, si sobreviven a las quemaduras, quedarán marcados para siempre.

La tragedia de Tlahuelilpan contradice una de las máximas de AMLO: “el pueblo es bueno y sabio”. ¿Verdad a medias o una mentira que encubre la parte criminal y/o estúpida de muchos ciudadanos? La respuesta a esta pregunta la da cada quien con las acciones que realiza. El proceder de los pobladores de Tlahuelilpan es, por desgracia, una muestra de lo que hacen miles, quizá millones de mexicanos: cometer actos ilícitos y riesgosos. Las turbas de “ladrones de ocasión” de camiones accidentados, de tiendas departamentales y viviendas durante desastres naturales son una constante en el territorio nacional; y en el caso del huachicol representan una conducta social que se repite desde hace décadas en varias partes del país.

La pobreza y la marginación social son en muchas ocasiones factores que impulsan a la gente a cometer actos ilegales, a convertirse durante algún evento inesperado en “ladrones de ocasión”, pero de ninguna manera las carencias económicas justifican las acciones de un turba que se puso en riesgo de muerte, de adultos que hasta el lugar llevaron a niños que sólo reproducen las acciones de sus mayores. Tampoco podemos sobreseer que esos adultos al huachicolear en los ductos reproducen a pequeña escala los atracos que diversas autoridades han cometido desde sus asientos ejecutivos, desde sus puestos en Pemex y desde sus sillas presidenciales.

Las explosiones e incendios en ductos pinchados y en lugares clandestinos de almacenamiento de hidrocarburos no son algo nuevo, y menos en el estado de Hidalgo, pero nunca habían alcanzado las proporciones de la desgracia de Tlahuelilpan; un siniestro en el que se entreveran la corrupción, la ineficacia de las autoridades de todos los niveles y órdenes, el crimen organizado y la insensatez de la gente.

En este trágico suceso es indispensable establecer si la fuga en el ducto fue producto del deterioro de una vieja toma clandestina o de la reparación que realizó Pemex de ésta, o si el ducto fue pinchado para ordeñarlo o como parte de la respuesta criminal contra el combate al robo de combustibles; aunque también se tiene la línea de investigación que apunta a acciones derivadas de la rivalidad entre cárteles de la droga en su división huachicol y bandas huachicoleras locales.

Hay testimonios de sobrevivientes y otros pobladores que mencionan que por las calles de la comunidad “pasaron personas gritando que estaban regalando gasolina”; lo que apunta hacia un posible sabotaje con una maléfica intención de involucrar a la población en un acto de altísimo riesgo, cuyas nefastas consecuencias pondrían en entredicho al gobierno. Así mismo, es de la mayor relevancia analizar las acciones que tomaron las autoridades civiles, policíacas y militares desde que se tuvo conocimiento de la fuga y hasta que se controló el incendio; y en todos los casos deslindar o fincar responsabilidades por actos criminales, de omisión o de impericia.

Mientras tanto México se viste de luto y se divide entre la conmiseración por las víctimas y su criminalización; entre los elogios y las críticas a la estrategia del combate al robo de combustibles; pero sin duda el desastre de Tlahuelilpan pone de manifiesto la podredumbre social en la que estamos inmersos desde hace décadas como consecuencia de la corrupción, el crimen y la desatención social de los mexicanos más desprotegidos; pero sobre todo evidencia que la incompetencia y la estupidez humana a veces no conoce límites, pues todo mundo sabe que la gasolina es altamente inflamable. Del Viernes Rojo de Tlahuelilpan las únicas víctimas inocentes son los infantes.

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La Última Trinchera

Roberto E. Galindo Domínguez

Sudcaliforniano por decisión. Escritor. Maestro en Apreciación y Creación Literaria (Casa Lamm) y en Ciencias en Exploración y Geofísica Marina (Instituto de Geofísica-UNAM). Licenciado en Diseño Gráfico (Facultad de Artes Plásticas-UNAM), en Arqueología (ENAH) y en Letras Hispánicas (UAM). Investigó barcos hundidos y restos culturales sumergidos (INAH). Fue profesor en la ENAH y la UnADM. Tiene un libro y ensayos científicos en publicaciones nacionales e internacionales. Escribe en “Contralínea” y “El Organismo”. Ha colaborado en “Gatopardo”, “M Magazine” y otras revistas. Red Voltaire Internacional (París) seleccionó y publicó 29 de sus textos. Doctorante en Investigación y Creación de Novela (Casa Lamm). Miembro del Taller de la Serpiente y Mar Libre.

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