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El significado de la muerte entre los californios

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando cesan las funciones vitales en una persona, se disparan una serie de actos por parte de quienes lo rodean que van desde el llanto, sentimientos de dolor y tristeza, hasta complejos rituales en donde lo que se pretende es demostrar a los demás integrantes del grupo que se sigue una “tradición” para homenajear los restos de la persona que los abandonó. Lo antes descrito también se vivió en la California, pero con los sesgos característicos de los diferentes grupos que la habitaron.

Debido a que los naturales de California no lograron desarrollar la escritura, la forma en la que han llegado hasta la actualidad una reseña de sus costumbres y creencias, es a través de los escritos de los sacerdotes misioneros y los exploradores que pasaron largas temporadas entre ellos. Muchos de estos documentos han llegado a convertirse en libros que su lectura se convierte en obligatoria para aquellos que deseamos profundizar en el conocimiento de nuestra tierra ancestral, pero todavía una gran cantidad de manuscritos esperan a ser recuperados de archivos, bibliotecas y demás repositorios en donde esperan impacientes por develar la información que contienen.

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El jesuita Ignacio María Nápoli nos comenta “porque ellos —los guaycuras—, no suponen muerte natural, solamente dicen que se muere de hechizo”. Esta apreciación la pudo hacer cuando se encontraba de visita en el puerto de La Paz y tuvo oportunidad de convivir con los naturales que estaban siendo catequizados en la misión donde el padre Jaime Bravo era su misionero. En este sitio también pudo presenciar la forma en que se realizaban las exequias de los que morían: “lloraron sus parientes y le quemaron la casita de ramada —así hacen cuando muere uno para que no se mezcle en los otros el mal hechizo—, como también el arco, flecha y sus trastecitos. Se les mandó que no los quemen como hacían antes y se dispuso la sepultura, pero ellos no querían que se sepultara derecho, porque es sólo privilegio de los que mueren flechados en pelea, los otros se queman o se entierran retorcidos”.

Como es bien sabido, entre los grupos humanos es común que el conocimiento empírico se vaya sistematizando y transmitiendo de generación en generación, creando una especie de repositorio oral que ayuda a resolver ciertas situaciones cotidianas sin necesidad de recurrir a nuevas estrategias de experimentación en sus soluciones. Tal era el caso de incinerar los objetos personales y la vivienda de una persona que acababa de fallecer, así como enterrar sus despojos mortales. Con lo anterior se evitaba que, en caso de que la causa de fallecimiento fuera una enfermedad contagiosa, se propagara entre los demás integrantes del grupo. El enterrar o cremar el cadáver también era una medida de antisepsia, ya que con ello se evitaba que se esparcieran las bacterias dañinas y malos olores durante el proceso de descomposición del cuerpo.

Como ya mencionamos, los complejos rituales funerarios incluyen prácticas que son más atribuibles a creencias o simbolismos espirituales y no a emerger de una función utilitaria. El hecho de que destinaran el entierro solamente para aquellos que hubieran muerto “flechados en pelea”, y que su cuerpo fuera “retorcido” antes de colocarlo en la tumba, obedecía más a las creencias espirituales que como ya se mencionó, a un fin práctico. En otro artículo publicado en este medio traté ampliamente la forma en la que se realizaban los entierros entre los californios.

Sobra decir que cada uno de los que dejaron asentadas por escrito sus observaciones sobre ellos, lo hizo desde su particular óptica e interpretación, y a pesar de que en algunas de sus frases hacen generalizaciones diciendo que todos los naturales hacían tal o cual cosa, se ha demostrado que no era así. Había diferencias tangibles entre rancherías e incluso entre familias en cuanto a los usos y costumbres.

Otro de los sacerdotes que comenta sobre cómo se apreciaba la muerte por parte de los guaycuras fue el ignaciano Juan Jacobo Baegert el cual nos dice lo siguiente: “es de temerse que entre los que caen enfermos en el campo y no son llevados a la misión, haya algunos que sean enterrados vivos, especialmente, cuando se trata de ancianos o de personas que tienen pocos parientes, pues acostumbran cavar la fosa dos o tres días antes que se aproxime la agonía del enfermo; parece que les es molesto quedarse sentados al lado de un viejo, aguardando su fin, ya que desde hace tiempo ya no sirve para nada o sólo les es un estorbo y que, de todos modos ya no podrá seguir con vida”.

Tal vez sea cierto en algunos casos esta apreciación, sin embargo, sabemos por otros escritos que los enfermos eran cuidados con esmero, se llamaba a los hechiceros para que los curaran, y en caso de fallecimiento se vivía un duelo por varios días en donde los familiares y personas cercanas al difunto demostraban su dolor y tristeza por su muerte. En otro párrafo nos comenta: “a una anciana ciega y enferma, los cargadores le retorcieron el pescuezo para no cargar con ella unas cuantas leguas más, hasta la misión. Otro individuo murió asfixiado, porque, para protegerlo de los mosquitos que nadie quiso ahuyentarle, le cubrieron de tal manera que le cortaron la respiración”.

Es probable que estos hechos narrados hayan ocurrido, aunque en desagravio de quien piense que nuestros guaycuras de la misión de San Luis Gonzaga Chiriyaquí eran unos desalmados, les diré que en muchas culturas nómadas, en donde permanecer por mucho tiempo en un sitio cuidando a un enfermo, les representaba una pesada carga puesto que les impedía seguir consiguiendo el escaso alimento y agua, también ponía en peligro de muerte a todos los integrantes, es común que se abandone a los viejos, heridos y enfermos. Es una cuestión de supervivencia del grupo.

Otro de los rituales que realizaban casi todos los grupos que habitaban la California era el que a continuación describe, con su muy particular estilo burlesco y socarrón, el sacerdote Baegert: “con respecto a su conciencia y a la eternidad, los californios, hasta donde he visto y sabido, se sienten perfectamente tranquilos durante su enfermedad, y mueren, como si el cielo no pudiera faltarles. Tan pronto como despiden el alma, se levanta una terrible gritería entre las mujeres que están presentes y entre todas las que no lo están, tan pronto como les llega la noticia. Pero a nadie se le nota un ojo húmedo, si no es a los parientes más cercanos, y todo resulta pura ceremonia”. Del llanto y gritería que hacían hombres y mujeres al fallecer un familiar o amigo cercano, eso ha quedado escrito en varias descripciones.

Finalmente, Baegert nos narra cómo es que algunos catecúmenos que vivían a los alrededores de su misión visualizaban el ser sepultados bajo el ritual de la iglesia católica: “¿quién, pregunto, se imaginaría que algunos de entre ellos sienten horror y repugnancia ante la idea de ser enterrados conforme a la usanza católico-cristiana? Había yo observado que algunos hombres, todavía bastante fuertes aunque peligrosamente enfermos, no querían dejarse conducir o llevar a la misión, donde hubieran recibido mejor trato para el cuerpo y el alma. Pedí explicaciones y se me dijo que significaría burlarse de los muertos, si se les enterrase con el repique de las campanas, con canciones u otros ritos cristianos católicos”.

Como nos hemos dado cuenta, al igual que en todas partes del mundo, el proceso de aculturación que se vivió en la California fue muy semejante al de otras partes. Hubo una reinterpretación de las enseñanzas religiosas que les mostraban los misioneros, un sincretismo que, paulatinamente, fue desapareciendo conforme los californios más viejos fueron muriendo, aquellos que habían crecido formado con sus prácticas antiguas, que fueron catequizados posteriormente y dieron paso a las nuevas generaciones que ya habían nacido y crecido formadas “a toque de campana”, en donde nada sabían sobre sus antiguas creencias.

Bibliografía:

Noticias de la península americana de California – Juan Jacobo Baegert

Tres documentos sobre el descubrimiento y exploración de Baja California por Francisco María Piccolo, Juan de Ugarte y Guillermo Stratford. Roberto Ramos (comp.).

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