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El cuidado de los viejos entre los antiguos californios

 

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los antiguos californios, al igual que todos los demás grupos humanos, desarrollaron costumbres y tradiciones con el transcurrir del tiempo. En el caso del trato hacia los ancianos, estos relatos se deben de interpretar a la luz del proceso de desarrollo histórico en que se encontraban (paleolítico) y propiamente de lo que hacían los grupos cazadores-recolectores.

La información más abundante que nos ha llegado hasta nuestros días sobre la forma en que se trataba a los viejos entre los Californios, ha sido la consignada en informes y relatos elaborados por los misioneros jesuitas que a través de más de 70 años desempeñaron su vocación entre ellos. Es importante hacer la observación que muchos de estos sucesos son narrados desde la perspectiva Europea, y matizados constantemente con la visión de hombres dedicados a la evangelización, por lo que hay que realizar un ejercicio de interpretación sin caer en creer a pie juntillas en lo que se relata.

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Miguel del Barco, misionero que por más de 32 años vivió en la Misión de San Francisco Javier Vigge-Biaundó, menciona que cuando se elaboraba la famosa tatema de mezcales para ser consumido, los restos de estos mezcales, los cuales ya eran desechados por estar casi secos, eran reutilizados de la siguiente manera: Este bagazo no siempre se pierde; porque los viejos y viejas (que aunque les den de comer, siempre tienen hambre), suelen recoger estos tacos que están tirados en el suelo; y estando bien secos, los muelen entre dos piedras y, así, hechos polvo, los comen. También menciona lo siguiente Otros, especialmente los viejos, que son los más hambrientos, no perdonan a las correas muy secas y de muchos años, sacadas de cuero de toro; porque, tostadas y golpeadas con piedras, las hacen accesibles a sus dientes. Lo anterior nos lleva a pensar que en estos grupos nativos, los ancianos hasta una edad muy avanzada buscaban su propio sustento, el cual obtenían por su cuenta, de los desechos de la alimentación, y del vestuario, del resto de los integrantes del grupo.

El sacerdote Juan Jacobo Baegert, que misionó por espacio de 17 años entre los Guaycuras de la misión de San Luis Gonzaga Chiriyaqui, menciona lo que pudo observar sobre el cuidado de los ancianos moribundos, por parte de los Californios de su Misión: Es de temerse que entre los que caen enfermos en el campo y no son llevados a la misión, haya algunos que sean enterrados vivos, especialmente cuando se trata de ancianos o de personas que tienen pocos parientes, pues acostumbran cavar la fosa dos o tres días antes que se aproxime la agonía del enfermo; parece que les es molesto quedarse sentados al lado de un viejo, aguardando su fin, ya que desde hace tiempo ya no sirve para nada o sólo les es un estorbo y que, de todos modos ya no podrá seguir con vida. Conozco a una persona que resucito, con una buena dosis de chocolate, a una muchacha que según la usanza del país, ya estaba envuelta en un cuero de venado amarrada y lista para ser enterrada, y que después sigma viviendo por largos años. A una anciana ciega y enferma, los cargadores le retorcieron el pescuezo para no cargar con ella unas cuantas leguas más, hasta la misión. Otro individuo murió asfixiado, porque, para protegerlo de los mosquitos que nadie quiso ahuyentarle, le cubrieron de tal manera que le cortaron la respiración. A pesar de que este tipo de prácticas nos parecen horrendas, es importante mencionar que todos los grupos sociales del mundo las llevaron a cabo en la etapa paleolítica, incluso en la actualidad aún existen grupos humanos que viven en regiones apartadas, y que llevan a cabo estas prácticas.

Las bateas eran unas cestas y recipientes en los cuales, las mujeres tostaban las semillas. Aquí se menciona quién las elaboraba: Los hombres son los que hacen las bateas y principalmente se aplican a esto los viejos que aún tienen alguna robustez, mas no están ya hábiles para la casa de venados (Miguel del Barco). Aquí podemos darnos cuenta que los Californios sabían aprovechar la experiencia y paciencia adquirida por los ancianos para elaborar este tipo de enseres que eran de gran importancia en su vida diaria.

Finalmente, en los informes de los jesuitas se da cuenta que los ancianos, en los diferentes grupos que habitaron la California, fueron los más difíciles de convencer para acepar la evangelización, así como para abandonar sus antiguas costumbres. Los sacerdotes mencionan que no bien un nativo acababa de recibir el bautismo y de renegar de sus antiguas creencias, que ese mismo día o al día siguiente acudían a su hechicero para que los curara de enfermedades o los aconsejara sobre cómo actuar en determinados sucesos cotidianos. Incluso Miguel del Barco menciona que a pesar de que en las Misiones se construían pequeñas chozas para que habitaran las mujeres, niños y ancianos, estos últimos nunca aceptaron pernoctar en ellas, ya que su costumbre ancestral era dormir al aire libre, en el suelo.

Aún falta mucho por investigar en los Archivos que existen en México y el mundo, donde se encuentran documentos que narran las costumbres y sucesos que acontecieron en el tiempo que aún vivían la mayoría de los Californios, tarea es de los historiadores el acudir a estos sitios y darlas a conocer a todos los interesados.

Bibliografía:

Clavijero, Francisco Xavier. (1731-1787). Historia De La Antigua Ó Baja California. Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2010. Original: Méjico, Imprenta de Juan R. Navarro, editor, 1852.

Barco, Miguel del, Historia natural y crónica de la antigua California. Adiciones y correcciones a la noticia de Miguel Venegas (formato PDF), 2a. ed. corregida, estudio preliminar, notas y apéndices por Miguel León-Portilla, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1988, 482 p., dibujos y mapas (Serie Historiadores y Cronistas de las Indias 3)

Baegert, J. (1942). Noticias de la Península americana de California/por el Rev. Padre Juan Jacobo Baegert. Introducción P. Kirchhoff; traducción P. R. Hendrichs. México, Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos.

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