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Don Francisco de Ortega, el primer explorador submarino de las Californias

Campana de Domínguez. FOTO: Oficina Española de Patentes y Marcas.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hace unos días, leyendo el libro Obras de Miguel León-Portilla. Tomo VII La California Mexicana, encontré una referencia interesantísima sobre un explorador español que en los tres viajes que realizó a esta tierra californiana trajo consigo uno de los inventos más revolucionarios en la inmersión dentro del mar, “una campana de madera y plomo, artificio nuevo y traza del dicho capitán Francisco de Ortega, para que puedan ir una o dos personas dentro della a cualquier cantidad de fondo sin riesgo de ahogarse, aunque se esté debajo del agua diez o doce días…”.

Pero antes de pasar a describir este invento tan interesante hablaremos de la vida tan azarosa y fructífera, por lo menos para la California original, de este insigne español. Francisco de Ortega era natural de Villa de Cedillo, España. Probablemente nació a finales del siglo XVI, y a una edad muy temprana se trasladó de su tierra natal hacia la Nueva España, con el fin de hacer fama y fortuna. Muy pronto adquirió el oficio de “experto en construcción de navíos” y viajó a las costas de Nueva Galicia al mando de Melchor de Lezama para construir un barco con el que pretendía viajar hacia la California. Sin embargo la empresa se malogró quedando abandonado a su suerte en aquel lugar.

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Pero como siempre dicen, para un hombre ingenioso y con voluntad de salir adelante, no hay imposibles. Convenció a un grupo de amigos y durante 4 años se dedicó a construir el barco que había quedado en sus inicios con su antiguo empleador. Ya finalizada la empresa urdió una estratagema para poder viajar a la California, donde estaba seguro que encontraría una fortuna en perlas y oro y al fin vería recompensados sus afanes. Consiguió el permiso para partir hacia su aventura de manos del virrey Marqués de Cerralvo en el año de 1632. En este viaje y en los dos más que le siguieron siempre llevó consigo su singular invención, y a pesar de que no hay registro escritos de que la haya empleado, se desprende que sí lo realizó, ya que de otra manera no se explica el que la haya llevado en cada uno de sus viajes y dado el mantenimiento necesario.

El barco que construyó era una fragata y llevaba por nombre Madre Luisa de la Ascensión, navegando en ella recorrió las costas de la California bañadas por el Mar Bermejo. Desembarcó en una isla a la cual nombró Cerralvo. Tuvo contacto con los pericúes y guaycuras, con los cuales intercambió alimento, agua, pieles, perlas y a los que les entregó algunos cuchillos. En el segundo viaje que realizó visitó y nombró a las islas: la que hoy conocemos como San Francisco la bautizan con el nombre de San Simón y Judas. Más al norte descubre luego la isla de San José, de las Ánimas, y otras que bautizan con nombres que hasta hoy se conservan. Son éstas las de San Diego, Santa Cruz, Monserrate, del Carmen, Danzantes y San Ildefonso. Durante este segundo viaje que duró casi siete meses tuvo oportunidad de conocer y dejar escritos los rituales funerarios y demás costumbres de los grupos guaycuras, de sus guerras contra otras rancherías, las plantas de las que se alimentaban. Incluso llegó a enseñar a hablar español a un buen número de indígenas y él mismo aprendió el idioma de los guaycuras el cual consideraba como “fácil de aprender”.

IMAGEN: Museo Naval de Madrid “Colección Navarrete”, Tomo XIX.

Mapa de Islas nombradas por De Ortega. IMAGEN: Navegante Californio.

Es probable que en este viaje, que duró mucho tiempo, De Ortega tuvo la oportunidad de emplear su famosa “campana de madera y plomo”. Esta “máquina” consistía precisamente en un estructura de madera, perfectamente calafateada, para evitar que entrara agua y se fugara el aire que se inyectaba, la cual contaba con herrajes de plomo con el propósito de hacerla pesada y que se pudiera sumergir, llevando en su interior hasta a dos personas, las cuales podían durar varias horas bajo el agua sin peligro de muerte. Mientras esto pasaba, las personas sumergidas podían explorar el fondo marino y recuperar las ansiadas “madreperlas” con su valioso producto, las perlas.

Es muy probable que Francisco de Ortega haya oído hablar de este invento a través de la siguiente historia ocurrida en los primeros años de su llegada a la Nueva España: en 1622 se hundieron en la península de la Florida dos galeones con un importante cargamento de oro y plata. Tras infructuosos intentos de rescate, Francisco Núñez Melián dice tener un invento secreto con el que puede sacar del fondo de las aguas tesoros con gran facilidad. Este ingenio consistía en una campana de bronce de unos 300 kg., fundida en La Habana, provista de un asiento y una ventana para proporcionar iluminación. Con ayuda de este invento se pudo rescatar una parte importante del cargamento. Gracias al ingenio de Ortega no le fue tan complicado inventar su propia versión de “campana” con los materiales de que disponía.

Tonel. FOTO: Biblioteca Nacional de España.

El último viaje que realizó De Ortega fue en el año de 1636. Al arribar a la isla Cerralvo, su acostumbrado punto de llegada a la California, fue recibido por un violento e inesperado temporal que arrojó su fragata contra las rocas y la hizo pedazos. Afortunadamente no hubo pérdidas de vida, pero sí de alimentos y casi todo lo que llevaba para realizar su ansiado viaje. Sin embargo, esta situación que podría haber destrozado el ánimo a cualquier hombre, no lo logró con don Francisco de Ortega, era un hombre de gran temple y sobre todo vasto ingenio. De inmediato puso a su tripulación a recoger la madera que se salvó del naufragio y con ella, en un tiempo récord de 46 días, logró construir un modesto y funcional barco “mastelero” que le permitió trasladarse a tierra firme, al lugar que hoy conocemos como La Paz. Una vez repuestos de la tragedia decide embarcarse con algunos de sus hombre y continuar el recorrido por la costa de la California llegando en esta ocasión a la isla de San Sebastián, conocida hoy como de San Lorenzo, cercana al “canal de Salsipuedes” a unos 28.5 grados norte.

Sin armas, alimento suficiente y con un barco que si bien era funcional, no ofrecía la seguridad de una fragata, decide regresar a Sinaloa para dar los informes requeridos a la Corona. Durante varios años intentó conseguir autorización y capital para viajar a la California pero nunca se le concedió.

Y es así como finaliza una de las hazañas más interesantes de los primeros 100 años de la posesión de estas tierras por Hernán Cortés. La vida y obra de Fernando de Ortega son poco conocidas, pero no por ellos menos importantes. Con su ingenio y perseverancia contribuyó a que se conociera la forma en que vivían los indígenas en esta parte tan alejada del Virreinato de la Nueva España, que se supiera de sus inigualables playas y costas, y de las riquezas que encerraba. Así fue como se dibujó la leyenda de la tierra de Calafia.