Dialéctica de la California: Rousseau frente a Baegert (II)

image_pdf
FOTOS. Internet

Colaboración Especial

Por Francisco Draco Lizárraga Hernández

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Sin lugar a dudas, estas posturas de Jean-Jacques Rousseau enervaron a los jesuitas ya que hacían que sus conquistas apostólicas y empresas civilizatorias fueran consideradas como perniciosas, por lo cual no faltaron duras objeciones a estas ideas por parte de la Compañía de Jesús y de la Iglesia católica en general. Ante esto, los antiguos misioneros de la California, al poco tiempo de haber iniciado su exilio en el Viejo Continente luego de su deportación de los imperios borbónicos, se lanzaron a la palestra intelectual de la época; la finalidad era refutar la ilusoria idea del buen salvaje predicada por Rousseau y desmentir los falsos rumores sobre las riquezas que estos religiosos amasaron en la península de Baja California durante sus siete décadas de apostolado.

Dentro de la Historia de la Antigua o Baja California, el padre Clavijero no hesita en evidenciar la barbarie y condiciones tan precarias en las que vivían los antiguos californios cada vez que tiene la oportunidad; razón por la cual dedicó un capítulo entero en hacer un elogio a la labor del padre Juan de Ugarte como el pionero de la educación en la Baja California al haber fundado una escuela para enseñar a los neófitos no sólo la doctrina católica; sino que también este misionero se empeñó arduamente en que sus feligreses, “tan acostumbrados a una perpetua ociosidad y una libertad desenfrenada”, aprendiesen a labrar la tierra y a realizar oficios; esto con el fin de civilizarlos para que eventualmente fuesen autosuficientes. Tanta era la admiración de Francisco Xavier Clavijero por el padre Ugarte  —ya que él nunca pisó la California—, que no dudó en decir que sus 30 años en la península equivalieron a un siglo en la evangelización de los Californios, sintiéndose muy conmovido por las tres décadas que este misionero de ingenio sublime tuvo que, voluntariamente y por la gracia de Dios, conversar con “estúpidos salvajes”; ello pese a haberse criado en una casa opulenta, y de haber sido educado en las mejores escuelas de la Nueva España de su época.

También te podría interesar: Dialéctica de la California: Rousseau frente a Baegert (I)

En el caso del padre Johann Jacob Baegert, él no sólo se conformó con calificar a los indígenas de la península de la Baja California como salvajes, como lo hizo Clavijero, sino que, a lo largo de toda su obra sobre la California, realiza una diatriba amarga y feroz contra los Californios al decir: “Por regla general puede decirse de los californios que son tontos, torpes, toscos, sucios, insolentes, ingratos, mentirosos, pillos, perezosos en extremo, grandes habladores […] son gente desorientada, desprevenida, irreflexiva e irresponsable; gente que para nada puede dominarse y que en todo siguen sus instintos naturales, igual a las bestias”. Con esto, el padre Baegert no sólo quiere reforzar la idea de lo difícil que fue la evangelización en la Antigua California a causa de la bestialidad de sus pobladores; sino que también pareciera que, con base en su experiencia misional, busca destruir los argumentos de Rousseau sobre la bondad y virtud innata de los pueblos incivilizados de América, mostrando con ello la supuesta necesidad que se tenía por llevar a los californios el Evangelio para iluminar sus almas y en enseñarles a vivir de manera civilizada para que saliesen de su perenne ociosidad y libertinaje; siendo esto último absolutamente opuesto a la tesis del filósofo ginebrino de que los vicios son engendrados por los lujos y la pereza propia del Hombre culto y versado en las artes y ciencias.

Al utilizar a los californios como el más claro ejemplo de cómo un pueblo totalmente desposeído de cultura y buenas maneras no necesariamente es virtuoso por naturaleza, y que incluso puede ser tendiente a los vicios y bajas pasiones a causa de la concupiscencia intrínseca del ser humano; Baegert en cierto modo logra desmitificar la idea del buen salvaje americano y refuta la tesis esgrimida por Rousseau sobre el carácter pernicioso de la civilización en la bondad natural del Hombre, haciendo todo esto de una manera mucho más contundente y fehaciente que las objeciones presentadas por Voltaire contra las ideas del filósofo ginebrino. Estos argumentos se basan en la erudición libresca del escritor francés y son magistralmente presentadas en su obra Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, al elogiar el progreso de las grandes civilizaciones históricas a través del uso de la razón y del fomento a las artes y ciencias, pero carecen de la más mínima aproximación empírica a los usos y costumbres de los pueblos nativos del continente americano.

No conforme con lo anterior, el padre Baegert se atreve a decir que, pese a la incivilización de los californios, estos son verdaderos hijos de Adán y poseen el raciocinio que el Creador le concede a todos los seres humanos, afirmando que estos indígenas no llegarían a niveles tan lamentables de bestialidad si se les mandara en su infancia a Europa para que se les instruyese en modales, artes y ciencias; sólo así serían iguales a los europeos y desarrollarían todos sus talentos.

De esta manera, mientras que Baegert y los demás misioneros de la California laboraban incansablemente por evangelizar y civilizar a los nativos de esta península; en Francia, en 1755, el ahora afamado y controversial Jean-Jacques Rousseau presentaba su segunda obra filosófica -actualmente considerada como central en el pensamiento de este autor, junto con El contrato social-, el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Dentro de este ensayo, el filósofo suizo hace una profunda reflexión sobre los fundamentos antropológicos y morales de la civilización occidental al proponer un pasado hipotético en el cual los primeros seres humanos vivían solitariamente en idílicos bosques y selvas, donde satisfacían sus necesidades más esenciales y coexistían en armonía con la flora y fauna. Existían pocas diferencias entre el Hombre y los demás animales en plano físico; sin embargo, el pensador ginebrino considera que existen dos características distintivas del ser humano frente a los otros animales: la perfectibilidad, es decir, la capacidad de evolucionar gracias al aprendizaje obtenido mediante la observación; esto con la finalidad de adaptarse a los cambios de su entorno al modificar la Naturaleza dentro y fuera de él; y la idea de su propia libertad, la cual se fundamenta metafísicamente en la perfectibilidad al ser esta última la que da origen al raciocinio.

Para Rousseau, la bondad natural del Hombre comenzó a perderse cuando éste empezó a suprimir sus prístinos instintos para entregarse a la reflexión y al pensamiento, lo cual generó que dejara estar totalmente consagrado al sentimiento de su existencia actual y a su autopreservación más inmediata. En consecuencia, las preocupaciones derivadas por la incertidumbre de su bienestar futuro lo convirtieron en un ser egoísta y alienado de la Naturaleza y el prójimo, perdiendo de esta manera la virtud humana más esencial y primigenia: la piedad. En palabras del autor, el estado de reflexión es contrario a la Naturaleza, y por ello el hombre pensante es un animal depravado y tendiente al vicio; por ende, para el filósofo ginebrino la mayoría de los males de la Humanidad pudiesen haber sido evitados si los primeros seres humanos hubieran conservado su estilo de vida natural, sencillo, solitario y uniforme. Aunado a lo anterior, Rousseau no duda en afirmar que el surgimiento de la propiedad privada, como consecuencia del asentamiento de los primeros grupos humanos en sitios favorables para practicar la agricultura y ganadería, es el principio de todas las injusticias y vicios que han aquejado a la humanidad a lo largo de su historia ya que esto representa el comienzo de la sociedad civil y las leyes.

En su estado natural, el Hombre es virtuoso e inocente al considerar que su principal instinto es el deseo de preservar su propia vida –la autoconservación, que Rousseau la denominó “amor a sí mismo”—; esto produce un sentimiento de compasión ya que existe un rechazo natural al sufrimiento del prójimo al recordar este último las malas experiencias que uno mismo padece, siendo ésta la razón por la cual el hombre salvaje sólo busca conservar su vida pero sin causar o desear perjuicios a sus semejantes. Sin embargo, la sociedad civil genera que esta sana autopreservación y empatía natural se perviertan en ambición, indolencia y el deseo de ser exaltado por los demás ya que el individuo, al vivir en la civilización, está constantemente comparándose y siendo comparado con sus semejantes; esto hace que desee superar a su prójimo en todos los aspectos posibles y con ello construirse una buena reputación, con lo cual se privilegian las riquezas materiales y la astucia frente a la fuerza física y la piedad.

Toda esta alienación del Hombre de su estado natural como consecuencia del raciocinio y el establecimiento de sociedades civiles generan una perenne desigualdad entre todos los individuos, la cual es legitimada por las leyes, disfrazada por las buenas maneras y refinada por el progreso de las artes y ciencias. En consecuencia, la quimera más ardiente de Rousseau era recuperar en lo máximo posible aquella piedad perdida del hombre primitivo y restaurar los valores más elevados de las civilizaciones antiguas, aunque él bien sabía que esto era imposible para los países europeos y que eventualmente los pueblos incivilizados restantes sucumbirían a la civilización occidental.

Evidentemente, esta segunda obra de Rousseau fue atacada por los detractores de su pensamiento, quienes recrudecieron su aversión por él, siendo acusado de pelagianismo por parte de la iglesia católica y abiertamente rechazado por la mayoría de ilustrados al considerar que esta obra buscaba generar una guerra contra la razón, el progreso y la modernidad. Con gran sorna y mordacidad, Voltaire respondió a este ensayo del ginebrino con una cáustica carta en la que afirmó: “Jamás se había empleado tanto entendimiento en querer hacernos bestias. Uno siente el deseo de andar a cuatro patas cuando se lee su obra”. Más adelante dentro de la misma epístola, el filósofo francés arguye contra la idea de la bondad natural de los salvajes al mencionar las guerras tribales de los indígenas del Canadá, quienes gustosos se aliaron con franceses o ingleses según su conveniencia a fin de derrotar a sus naciones enemigas.

Por su parte, a los antiguos misioneros de la California les resultó providencialmente provechoso que los Californios habitasen en un “paleolítico fosilizado” para invalidar las ideas sobre el verdadero estado natural del ser humano durante sus orígenes más remotos. Posiblemente la prueba más contundente con la que contaron los jesuitas para sustentar las ideas de la concupiscencia y la culpa original sostenidas por la Iglesia católica fue el capítulo más cruento y agrio de la ocupación ignaciana de la península: la rebelión de los pericúes en 1734. Si bien pudiera aducirse que dicho alzamiento contra los misioneros no nació de la supuesta perfidia de los pericúes, sino que fue ocasionada por las vejaciones que recibían por parte de soldados y peones que acompañaban a los jesuitas, al igual que por la prohibición y condena explícita de la poligamia -practicada muy ampliamente en este grupo indígena- por parte de estos religiosos.

Francisco Xavier Clavijero, dentro de su enciclopédica obra sobre la Antigua California, retoma la experiencia personal que le testificó el padre Miguel del Barco —antiguo párroco de la Misión de San Francisco Javier y compañero de exilio de Clavijero— junto con la correspondencia de Clemente Guillén y Jaime Bravo y el crudísimo testimonio escrito por Segismundo Taraval, quien hubiera muerto a manos de los pericúes de no haber huido a la isla del Espíritu Santo luego de enterarse del cruento asesinato de sus colegas Lorenzo Carranco y Nicolás Tamaral, encargados de las misiones de Santiago de los Coras y San José del Cabo, respectivamente. Con todo esto, Clavijero, a lo largo de diez capítulos, describe con gran lujo de detalles y precisión los sucesos previos al estallido de esta rebelión, así como su desarrollo y final luego de tres años de lucha entre los Pericúes sublevados y los soldados traídos desde Sonora y Sinaloa para sofocar el alzamiento.

A lo largo de la narración, Clavijero remarca constantemente la frialdad de las maquinaciones de los conjurados y la brutalidad con la que asesinaron a los misioneros antes mencionados y a los indígenas que se mantuvieron fieles a la fe católica; no obstante, el iracundo y mordaz padre Baegert, en tan sólo un capítulo de seis páginas, logra describir de manera muy sintetizada y clara los acontecimientos de la rebelión de los pericúes pese a no haber sido testigo de ninguno de ellos, reforzando su visión pesimista sobre los californios, de quienes dice en dicho capítulo: “A todos sus defectos, los Californios aún agregan su sed de venganza y su crueldad. Poco les importa la vida y por una fruslería matan a un hombre”. Con esto, Baegert reafirma sus argumentos contra las tesis de Rousseau sobre la bondad natural del Hombre salvaje y la corrupción intrínseca de la civilización occidental, mostrando con ello que los seres humanos siempre tienden al mal por causa de pecado original; de esta manera, el jesuita alsaciano pretende justificar las conquistas apostólicas ignacianas frente a los ilustrados y protestantes.

Noticias de la península americana de la California pudiera considerarse como un amargo lamento sobre el fracaso de los jesuitas en la península de Baja California, una taciturna queja sobre la desolación y ruina a la que se enfrentaron los misioneros al evangelizar a los Californios y un esfuerzo testimonial e intelectual por restaurar el honor de la Compañía de Jesús; sin embargo, el padre Baegert, inconscientemente, coincidió con Rousseau en un aspecto: la sublimidad de la soledad y de la contemplación de la Naturaleza. Johann Jacob Baegert, pese a su inagotable ironía y pesimismo sobre su labor, encontró un solaz a su soledad en la contemplación del tórrido y desolado paisaje de la península, haciendo delirantes descripciones sobre la California que parecieran anticiparse al romanticismo engendrado por Rousseau en su última obra; como se atestigua en su capítulo dedicado a las espinas y matorrales de la península donde Baegert, en un acto de curiosidad y tal vez de hastío, afirma haber contado las espinas de una cactácea, una por una hasta llegar a las 1680, con lo cual afirma: “Parece que la maldición que Dios fulminó sobre la tierra después del pecado del primer hombre ha recaído de una manera especial sobre la California; hasta pudiera dudarse que en dos terceras partes de Europa haya tantas púas y espinas como en California sola”. Al final, al misionero y al filósofo los unió el sentimiento de lo sublime terrorífico de Kant ante la profunda soledad del Hombre en medio de una Naturaleza imponente y silenciosa.

Bibliografía

Baegert, J.J. (2013). Noticias de la península americana de la California. La Paz: Archivo Histórico Pablo L. Martínez.

Clavijero, F.X. (2007). Historia de la Antigua o Baja California. Ciudad de México: Editorial Porrúa.

Gómez-Lomelí, L.F. (2018). La estética de la penuria: El colapso de la civilización occidental entre los guaycuras. Cuernavaca: Fondo Editorial del Estado de Morelos.

Kant, I. (2013). ¿Qué es la Ilustración? Madrid: Alianza Editorial.

Kant, I. (2018). Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime. Ciudad de México: Grupo Editorial Tomo.

Martínez-Morón, N. (2018). La California de Baegert. La Paz: Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

Rousseau, J.J. (2001). Rêveries du promeneur solitaire. París: Le Livre de Poche.

Rousseau, J.J. (2011). Discours sur les Sciences et les Arts. Québec: Université Laval

Rousseau, J.J. (2011). Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes. Québec: Université Laval.

Voltaire (2016). La princesse de Babylone. París: Éditions Gallimard.

Taraval, S. (2017). La rebelión de los californios 1734-1737. La Paz: Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

Compartir en
Descargar
   Veces compartida: 12

Colaboración Especial

Francisco Draco Lizárraga Hernández 

Estudiante de octavo semestre de biología marina en la UABCS. Nacido el 14 de diciembre de 1998, originario y criado en Mazatlán, Sinaloa. De vocación científica, pero con inclinaciones humanísticas, se considera un bibliófilo empedernido, así como un devoto del laboratorio

Compartir
Compartir