Del niño inquieto de Santa Rosalía al astrónomo más importante de México (I)

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FOTO: Fernando Guerrero.

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Omar López Cruz es considerado uno de los astrónomos más importantes de México y del mundo, representando un orgullo para Baja California Sur; en su trayectoria, destaca el haber encabezado una investigación que encontró el agujero negro supermasivo más grande del universo. Te compartimos la entrevista exclusiva que concedió a CULCO BCS, en esta primera parte, centrada en su historia de vida: cómo pasó de ser un niño juguetón y curioso en un pueblito que hasta la fecha no creció, hasta estudiar en el extranjero y convertirse en el respetado científico que es hoy en día.

Nació en La Paz, BCS, el 20 de noviembre de 1964, aunque no le desagrada la idea de decir que “es” de San Lucas, un pueblo pequeño costero a escasos kilómetros de Santa Rosalía, donde pasó su infancia y que recuerda de forma tan vívida. Es astrónomo por el Department of Astronomy and Astrophysics, de la University of Toronto en Canadá, donde realizó su Maestría en 1991, y su Doctorado en 1997. Con 53 años de edad, actualmente es investigador titular del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE) en Puebla, Puebla.

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Por el trabajo de su padre —subteniente Leonardo López Toral— , quien era mecánico de la Fuerza Aérea Mexicana, nació en La Paz, pero la familia se trasladó a San Lucas en 1965, un poblado que a su madre —Austrebertha Cruz de López— le parecía “más que un lugar alejado de Dios”, sin embargo, su papá quiso quedarse. “Debido a que en San Lucas había una pista de aterrizaje, mi padre fue comisionado allí para reabastecer a los aviones de Ensenada a La Paz. El comandante era el capitán César Atilio Abente —conocido como el Che Abente, por ser originario de Uruguay. Había tres militares que iban a San Lucas, pasaban cuatro meses y regresaban a La Paz. Era muy tardado ir y venir, el viaje tomaba más de una semana en un camión que llevaba el correo desde Santa Rosalía a La Paz. Mi papá solicitó al Che Abente que lo dejara en San Lucas permanentemente. Todos pensaron que estaba loco. ¿Qué iba a hacer en ese lugar tan solo?”.

Los caminos de la vida —y el hambre de conocimiento—, llevarían a Omar López Cruz a estudiar en la Escuela Superior de Física y Matemáticas del Instituto Politécnico Nacional en la Ciudad de México, en 1987 y dos años después fue becado por Conacyt para estudiar astronomía en Canadá, regresando a México en 1996. Pese a ese enorme salto, sigue recordando su infancia contemplando el cielo nocturno y el mar, en un tiempo en que no había ni siquiera electricidad.

“En ese tiempo era el lugar más cercano al paraíso, era un lugar virgen, donde los peces se daban en abundancia; el fondo del mar que no era tan profundo, estaba sembrado de callos de hacha; escarbando un poquito entre la arena salían las almejas. No podías caminar por la playa sin encontrarte con las jaibas y las mantarrayas. Los esteros de San Lucas además de ser criaderos de peces y camarones también eran excelentes criaderos de zancudos. En mis años en San Lucas, siempre traía la piel pinta de los piquetes de zancudos. Así crecí, sin electricidad, sin agua potable, sin televisión. La radio era nuestra única conexión con el mundo. Recuerdo que oímos por la noche algunos programas de la XEW. No recuerdo haber conocido el aburrimiento, me pasaba todo el día en la playa, era el terror de las jaibas, no se me escapaban. Mi papá me había mandado a hacer una fisga para atrapar a las jaibas, lisas, lopones, pulpos y calamares. Armado con un cuchillo que traía en una funda que ceñía con un cinturón a la cintura y mi fisga me creía Chanoc. Sólo salía del agua cuando mi mamá me llamaba a comer. Comía lo más rápido posible y me regresaba a la playa”.

FOTOS: Cortesía.

Fue al jardín de niños en Santa Rosalía, y a la primaria en la escuela rural “Emiliano Zapata” en San Bruno; su profesora fue la Tati Ahumada. “Era muy cariñosa, recuerdo que salíamos a los arenales de San Bruno de excursión. Los niños nos peleábamos por encontrar florecitas silvestres, por cada flor que le llevábamos nos dada un beso. Fue un tiempo muy feliz, pero no aprendí mucho (…) Recuerdo el famoso Libro mágico, mi padre me trató de enseñar a leer con ese libro, pero eran más duros los reglazos que lo que yo aprendía. El método con el que mi papá había aprendido, no funcionaba para mí. Y lo que es peor, el famoso Libro mágico me traumatizó. Es el único libro que quemaría”.

A muy temprana edad —aseguró—, soñó que ya leía: “Dicen que uno no se da cuenta cuando aprende a leer, yo recuerdo haber soñado que ya sabía leer, que todos esas sílabas que no podía conectar, de repente se hacían claras y que las reconocía en todas las palabras, largas o cortas. Cuando desperté ya sabía leer”. Y en esa etapa, comenzó a crear su biblioteca: “Mi padre me había regalado el primer libro con el que fundé mi biblioteca personal, un diccionario enciclopédico Pequeño Larousse. Los demás los comencé a comprar por correo al Readers Digest. Era un placer recibir aquellos libros de historia, del mar, de la naturaleza, del uso del lenguaje, etcétera. Me compré mi primera enciclopedia, la cual leía todos los días. Al regresar de la escuela, después de comer, tomaba uno de los tomos y lo abría al azar, y comenzaba a a leer”.

Aún recuerda, también, el restaurante “Playa San Lucas” que su madre había abierto en ese lugar, improvisando una hornilla donde preparaban mojarras fritas y cócteles de almeja y ostión. “La gente comenzó venir los fines de semana desde Santa Rosalía, San Bruno, Mulegé y hasta San Ignacio a las mojarras de doña Bertha, mi madre. Llevamos más tiempo fuera de San Lucas, que lo que duró en restaurante, pero la gente sigue recordando a Toral (mi padre), a doña Bertha y las mojarras de San Lucas. La última vez, cuando estuve en el Archivo Histórico “Pablo L. Martínez”, en La Paz, salió una persona que vino a saludarme que dijo que me conoció en San Lucas, en el restaurante de mi mamá”.

De vuelta a La Paz

En 1972 regresaron a su padre a esta ciudad. Con cariño, dijo que aún graba en su memoria a algunos de sus profesores, desde que estuvo en la Escuela “Miguel Hidalgo”, hasta la “Torres Quintero” con la profe Lupita; en tercero, en la “Ignacio Zaragoza”, la profe María de los Ángeles Domínguez; y en cuarto año la profe Olga Silva Lara que “no fue muy grato. No me había dado cuenta que era diferente a mis compañeros”, confensando la discriminación que sintió: “Mis padres son de Oaxaca. Yo me creía tan sudcaliforniano como los chuniques, pero mi profe Olga me hacía ver que era diferente y me enfrentaba. Mis compañeros a veces me llamaban tahualila, pero no entendía por qué, yo había nacido en La Paz, creía que los tahualilas eran de otros lados. En quinto, con los profesores Nelson Arnaud y Raúl de Borja Alvarado Ruíz, recobré la confianza y me lancé de lleno a aprender todo lo que podía. Todo cristalizó en sexto año, con el profe Raúl Acevedo García”.

“Ese tiempo marcó mi vida, nunca me ha causado tanto placer aprender, como en ese tiempo. Me hice el especialista en el Ciencias Sociales; aún recuerdo en contenido de algunas páginas, incluyendo el texto y las ilustraciones. Gregorio Chávez Montiel era el experto en Matemáticas. Teníamos pique, siempre estábamos tratando de mostrar quién sabía más. Creo que eso, ha de haber enfadado a nuestro compañeros. Goyo y yo éramos unos presumidos odiosos, pero más bien lo que hacíamos era poner una máscara de sabelotodo para cubrir nuestra timidez”.

“Descubre” el cielo

En el verano de 1977 regresaron a San Lucas, siendo ya cinco hermanos —Nereida, Rosa Elia, Zoraida y Javier—, y fue este el momento en que decidió ser astrónomo. “Hasta entonces creía que no era bueno para las matemáticas. Pero conocí a la profe María de Jesús Hernández Real, quien me enseñó que las matemáticas no sólo era hacer sumas, restas, multiplicaciones y divisiones —creo que aun sigo siendo malo para hacer cuentas—, pero la profe Mary me enseñó que las matemáticas también eran crear e imaginar, y para eso creo que sí soy bueno. Entonces, convencido de que sería abogado apenas un año atrás, me dediqué a aprender matemáticas.  Fue una noche de verano cuando sentado a la orilla del mar en San Lucas, tenía una radio de baterías sobre mis piernas y escuchaba Oxígeno de Jean Michel Jarre. Miraba hacía Guaymas donde se veían mucho relámpagos, de repente el cielo se despejó y el cielo se lleno de estrellas. No teníamos el servicio de electricidad, lo que hacía una noche pura.  En ese momento supe que quería ser astrónomo“.

Al regresar a La Paz, quiso ingresar a la Escuela Secundaria “María Morelos y Pavón”, pero no fue admitido en el turno de la mañana, “años más tarde me enteré que algunos de mis “amigos” comenzaron una campaña para que no ingresara a la Morelos, pues decían que yo era igual de sangrón que mi amigo Goyo Chávez, quién era el mejor estudiante de toda la secundaria”, pero a los pocos días entró a la Secundaria 3 que el maestro Ernesto Romero Lucero abrió cerca de la Zona Militar. “Allí la recepción fue muy diferente (…) La Secundaria 3 necesitaba alumnos, admitió alumnos rechazados de otras secundarias (…) Por azares del destino la profe Mary volvió a ser mi maestra de matemáticas, quien también se había mudado a La Paz. Cada determinado tiempo, le hablaba para visitarla en su casa para resolver dudas. La relación educativa se fue transformando en una relación de amistad que perdura hasta la fechas, ahora es la ‘comadre Mary’, madrina de 15 años de mi hermana Nereida”.

“La preparatoria la hice en el Instituto Tecnológico de La Paz, el mejor bachillerato de Noroeste del país. La prueba de fuego era que todos los egresados del Tec que hacíamos examen de admisión en la UNAM, IPN, UAM y en otras universidades, lo pasábamos sin problemas. Quién más influyo en mi carrera en ese tiempo fue la licenciada Silvia Moreno Bravo, maestra de cálculo diferencial e integral. Cuando le dije que quería estudiar astronomía, me dijo que tenía que ir la Ciudad de México a estudia física o matemáticas”.

De La Paz, se fue al entonces Distrito Federal, a la Escuela Superior de Física y Matemáticas del IPN. “La Ciudad de México me comió y me escupió. Fueron cuatro años muy duros, por lo contaminado y sobrepoblado de la ciudad”, donde le tocó vivir de cerca la explosión de gas de San Juanico en 1984 y el sismo de 1985. Dos años más tarde se mudó al INAOE en Puebla, “fue hasta entonces que me pude dedicar a la astronomía de lleno. Terminé mi tesis en diciembre de 1987. El 8 de enero de 1988 el INAOE me brindó el primer contrato como investigador. En 1989 me fui a la Universidad de Toronto a hacer la maestría y el doctorado. Antes de regresar a México, hice una estancia en la Universad de Harvard en 1995. Regresé a INAOE en 1997″. Es así que antier se cumplieron exactamente 30 años en que entró a laborar en la INAOE.

Fue en las últimas semanas del año pasado, que el astrónomo Omar López Cruz vino a La Paz, a dar una conferencia en el Archivo Histórico “Pablo L. Martínez”, donde ante un nutrido público abundó sobre el tema de los agujeros negros y otros de divulgación científica. Al día siguiente pudimos charlar con él, y además de abrir su cajón de recuerdos, también comentó sobre un ambicioso proyecto para Baja California Sur, mismo que, de continuar la violencia, puede verse afectado. No te pierdas la segunda parte de esta entrevista que aborda éste y otros temas de divulgación científica.

 

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Escritor y periodista. Nació en Ciudad Constitución, BCS, el 26 de febrero de 1978. Licenciado en Cs. de la Comunicación, por la UABC, en Mexicali, BC, en 2002. Autor de “Prólogos a la muerte”, Premio Estatal de Cuento “Ciudad de La Paz” en 2013, y de “Caperucita Roja, muy roja”, Estatal de Dramaturgia en 2015. Fue reportero web y editor de medios digitales. Es director y fundador de CULCO BCS. Premio Estatal de Periodismo 2017 en la categoría de “Entrevista”.

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