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Auschwitz y la raíz del mal; crímenes del Holocausto, ¿un asunto burocrático?

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Auschwitz. Fotos: Internet.

Érase una vez

Por Pablo Reynosa

 

 

“Vamos a colocar aquí el receptor Baby [radio]; un receptor clandestino, en casa de judíos clandestinos que compran en el mercado negro con dinero clandestino. Todo el mundo se esfuerza por conseguir un viejo receptor para entregar a las autoridades en lugar del que ellos reclaman. Cuanto peores son las noticias, más la voz maravillosa de las transmisiones de ultramar significa para todos ese alentador <<¡Ánimo, arriba el corazón, volverán tiempos mejores!>> del cual no podemos prescindir. Tuya, ANA”, fragmento de El Diario de Ana Frank.

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Fue un 27 de enero de 1945 cuando las tropas soviéticas liberaron Auschwitz, el campo de exterminio y concentración de judíos más grande de la Alemania nazi.

Nueve días antes de que los soviéticos llegaran al campo de la muerte en mención, las “escuadras de protección” del Estado nazi (SS, por sus siglas en alemán) ordenaron que 60 mil prisioneros marcharan desde Auschwitz hacia Lostau, a 55 kilómetros de distancia, donde fueron subidos a trenes de mercancías que los conducirían a otros campos de detención (en el trayecto alrededor de 15 mil judíos murieron).

Debido a ello cuando las tropas soviéticas ingresaron al campo de concentración encontraron vivos solamente a algunos miles de prisioneros hambrientos. Había abundante evidencia del exterminio masivo en Auschwitz. Los nazis habían destrozado la mayoría de los depósitos en el campo, pero en los que quedaban los soviéticos encontraron las pertenencias de las víctimas, entre éstas se pudieron contabilizar miles de trajes de hombre, más de 800 mil vestidos de mujer y más de 6 mil 350 kilogramos de cabello humano.

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¿Quiénes eran los integrantes de las “escuadras de protección” de la Alemania nazi?, ¿cómo eran capaces los hombres y las mujeres pertenecientes a la SS de cometer tales atrocidades? Quizás la respuesta más equilibrada la encontremos en la pluma de Hannah Arendt, filósofa judía de origen alemán, quien tras haber sido la encargada de cubrir para el semanario estadounidense The New Yorker, el juicio contra Adolf Eichmann, un funcionario del régimen nazi a cargo de los campos de exterminio, celebrado en la ciudad de Jerusalén en 1961, compiló y complementó sus reportes en el libro Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal.

En él, Arendt describe a quien considera merecedor del castigo mortal al que fue condenado, no como un monstruo desequilibrado que se regocijaba del dolor ajeno, sino como un burócrata que buscaba ser ejemplar a ojos de los demás y por ello cuidaba con celo el cumplimiento de las órdenes de sus superiores, pero sobre todo de quien consideraba el origen de todas las ordenes legítimas: Adolf Hitler.

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Hannah Arendt

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Adolf Eichmann en el juicio oral en Jerusalén, en 1961.

72 años han pasado desde que las tropas soviéticas liberaran el campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau, y como cada año, desde 2006, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés) “rinde tributo a las víctimas del Holocausto y ratifica su compromiso de luchar contra el antisemitismo, el racismo y toda otra forma de intolerancia que pueda conducir a actos violentos contra determinados grupos humanos”.

Con todo, la banalidad del mal persiste, recreándose cada vez que dóciles preferimos seguir la línea de mando, eludiendo todo juicio crítico, aún si lo hacemos en nombre de la libertad, la igualdad o la justicia, conceptos que pueden ser trastocados. Nos queda la compasión de unos para con otros.

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