CULCO BCS

Francisco María Píccolo, el misionero que forjó el camino de la fe en Baja California

IMÁGENES: IA.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En los albores del siglo XVIII, cuando la península de Baja California era un territorio inhóspito y desconocido para los europeos, un jesuita italiano de nombre Francisco María Píccolo se convirtió en uno de los pilares de la evangelización y exploración de esta región. Nacido en Palermo, Italia, el 25 de marzo de 1654, Píccolo llegó a Nueva España en 1684 y dedicó más de tres décadas de su vida a llevar la fe católica a los confines más remotos de la Nueva España. Su labor no solo dejó una huella imborrable en la historia de Baja California, sino que también sentó las bases para la consolidación de las misiones jesuitas en la región.

Píccolo llegó a la península de Baja California el 23 de noviembre de 1697, convirtiéndose en el segundo misionero jesuita en la región, sólo precedido por el venerable Juan María de Salvatierra. Desde su llegada, se enfrentó a un territorio hostil y desconocido, pero su determinación y profunda fe lo impulsaron a explorar y establecer misiones en lugares donde nadie más se había atrevido a llegar.

También te puede interesar: Pablo L. Martínez Márquez: Maestro, historiador y cronista de Baja California

Uno de sus primeros logros fue la fundación de la misión de San Francisco Javier en 1699, en un paraje llamado Viggé por los indígenas cochimíes. Esta misión, ubicada en lo alto de la sierra, se convirtió en un punto clave para la evangelización y el contacto con las comunidades nativas. Píccolo no sólo bautizó a numerosos niños, sino que también inició la instrucción religiosa de los adultos, ganándose la confianza de los indígenas gracias a su respeto por sus costumbres y su habilidad para comunicarse en sus lenguas.

Explorador y respetuoso de la cultura nativa

Píccolo no se limitó a la labor evangelizadora; también fue un incansable explorador. En 1699, emprendió una expedición hacia la costa occidental de la península, acompañado por el capitán del presidio de Loreto y un grupo de soldados e indígenas. Este viaje, aunque lleno de dificultades, le permitió establecer relaciones amistosas con las comunidades nativas y recopilar información valiosa sobre la geografía y los recursos de la región.

Durante sus exploraciones, Píccolo demostró una actitud de respeto y comprensión hacia los indígenas, algo poco común en su época. En una ocasión, al encontrarse con mujeres que pedían bautizar a sus hijos, pero necesitaban la autorización de sus maridos, el sacerdote no se disgustó, sino que elogió su actitud y les regaló maíz y carne. Este trato humanitario facilitó la aceptación de las prédicas religiosas entre los nativos y sentó las bases para una relación de confianza entre europeos e indígenas.

Además de su labor evangelizadora y de exploración, Píccolo desempeñó un papel crucial como gestor de recursos para las misiones. En 1701, viajó a la Ciudad de México para solicitar apoyo económico y provisiones, ya que las misiones enfrentaban una grave escasez de alimentos debido a una sequía que afectó a toda la Nueva España. Gracias a su gestión, se enviaron provisiones a Baja California, aunque estas resultaron insuficientes para cubrir las necesidades de la región.

También fue un defensor de los derechos de los indígenas. En 1707, se negó a obedecer una orden del Virrey que exigía enseñar a los nativos sólo en español, argumentando que era necesario respetar sus lenguas y culturas. Esta postura, avanzada para su época, refleja su compromiso con las comunidades que servía.

A lo largo de su vida, Píccolo participó directa o indirectamente en la fundación de numerosas misiones, entre ellas San Juan Bautista Londó y La Purísima Concepción. Su labor no se limitó a la evangelización; también contribuyó al conocimiento de la geografía, flora y fauna de Baja California, como lo demuestra su informe de 1702, en el que describe por primera vez al borrego cimarrón de la región.

En sus últimos años, Píccolo continuó trabajando incansablemente, a pesar de su avanzada edad y problemas de salud. El 22 de febrero de 1729, a los 79 años, falleció en Loreto, convirtiéndose en el primer jesuita en morir en California. Su legado perdura no sólo en las misiones que fundó, sino también en el espíritu de respeto y comprensión que imprimió en su labor misionera.

A pesar de su enorme contribución, la figura de Francisco María Píccolo ha sido poco reconocida en la historia de Baja California. Su labor como explorador, evangelizador y defensor de los derechos indígenas merece ser rescatada del olvido. Píccolo no sólo fue un misionero; fue un hombre que, con fe y determinación, abrió caminos en un territorio desconocido y forjó relaciones de respeto y confianza con las comunidades nativas. Su vida es un testimonio de cómo la fe y el humanismo pueden transformar el mundo, incluso en los lugares más remotos y desafiantes.

Referencia bibliográfica:

Ponce Aguilar, Antonio (2016). Misioneros jesuitas en Baja California, 1683-1768.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

Salir de la versión móvil