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Uber sube sus tarifas 7%. Cada peso cuenta en Baja California Sur

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Vientos de Pueblo

José Luis Cortés M.

 

San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). El viento en Baja California Sur es otra cosa. Aquí, en la península donde el desierto se asoma al mar y las olas compiten en tenacidad con la gente, hasta las noticias viajan al ritmo de la brisa: a veces con furia, a veces como un suspiro que se cuela por las rendijas de la vida diaria. Hoy, “Vientos de Pueblo” llega cargado de una sacudida: Uber sube sus tarifas un 7%. Parece un número menor, una de esas cifras que no asustan a nadie en los despachos de Ciudad de México. Pero aquí, en el extremo Sur, cada punto porcentual se siente distinto. Porque aquí, cualquier viaje es cuesta arriba.

El anuncio salió del cuartel general de Uber el 1 de julio de 2025, con ese tono impersonal de quien no tiene que cruzar empedrados al mediodía. Alegan, sin rodeos, que los costos de operar subieron: gasolina, refacciones, rentas. Es verdad; basta ver una factura de combustible en La Paz o Los Cabos para comprobar que la vida, como el mar, sube y baja, pero casi nunca baja de verdad. Según datos de El Financiero (1/julio/2025), con el ajuste, cada trayecto en Uber costará de 3 a 12 pesos más. No parece mucho. Hasta que toca abrir la cartera al final del día y sumar los “no parece mucho” de toda una semana.

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La tarifa pesa distinto según las manos que la sostienen. Clara Ramírez, empleada doméstica en San José del Cabo, lo dijo sin vueltas bajo una sombra esquiva: “No es lo mismo pagar siete pesos más cuando ganas bien, que cuando cuentas las monedas para el pan y el uniforme del niño.” Con voz de quien ha aprendido a sobrevivir en la economía del estirón, Clara confiesa que ahora piensa dos veces antes de pedir el servicio; muchos, como ella, regresan al camión —cuando hay— o al “raite” generoso del vecino. Son historias que suelen callarse entre esperar y caminar.

Pero el otro lado del volante también duele. Guillermo Ponce, conductor con tres años recorriendo la ciudad, explica lo que no se ve: “El público se queja, pero a nosotros ya no nos alcanzaba. Gasolina, filtros, Uber cobra su comisión antes de que tú veas el primer billete. El aumento ayuda, pero también te asusta al cliente. Y si no hay pasajeros, no hay ganancia, aunque la tarifa suba.” La estadística es clara: según el INEGI, más del 30% de los hogares sudcalifornianos dependen regularmente de servicios de transporte privado o compartido; aquí, el coche no es lujo, sino necesidad dictada por distancias y un transporte público insuficiente.

El incremento es más que un dato: es una batalla silenciosa por el derecho a moverse. No es la épica de antiguos combates en el desierto, pero sí la lucha diaria de llegar lejos y regresar, de sostener a la familia sin renunciar a la dignidad. Juan Rivera, universitario y usuario constante, encarna esa tensión: “Yo también manejo Uber a ratos para juntar para la escuela. Pago más cuando viajo y gano apenas un poco más cuando conduzco. ¿Cómo le hace uno? Nos prestamos el teléfono, compartimos el viaje y a veces hasta el destino; aquí la comunidad enseña que nadie avanza solo.”

Las autoridades callan y la solución no asoma todavía. En plazas y mercados, la gente intercambia ideas: cooperar más, exigir mejores opciones de transporte, pedir a la autoridad que esté a la altura de los tiempos. Una líder vecinal, durante una asamblea improvisada, resume el reclamo: “Sube el viento, sube la tarifa, pero aquí no queremos quedarnos los mismos de siempre en la banqueta.”

Baja California Sur sabe de resistencias. Aquí, en este territorio modelado por el sol y el viento, la gente tiene el arte de convertir la adversidad en comunidad. Se improvisan redes, se multiplican las manos. Porque el viento, cuando sopla fuerte, puede separar, pero también puede unir los sueños de quienes saben caminar juntos.

Quizá por eso, cuando caiga la noche y alguien dude si alcanza para llegar, sabrá que la batalla no se libra solo entre usuario y empresa; es la pelea —antigua y constante— por el derecho a avanzar, por no dejar a nadie atrás de la polvareda del progreso.

En la Sudcalifornia del viento largo y la dignidad terca, la tarifa más alta siempre será la de la indiferencia. Porque aquí el camino se construye, peso a peso y paso a paso, con la certeza de que avanzar sólo vale si nadie se queda atrás.

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