Justos por pecadores: los vidrios polarizados y el carro motel

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El retiro de polarizados en los autos en La Paz, ¿de verdad es la solución contra la narcoguerra? Fotos: Internet.

ClosetEros

Por Rubén Olachea

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). “No es justo, ¡carajo!” dicen los chilangos cuando no pueden más, hartos. Y lo dicen con un cantadito que a nosotros los paceños, los norteños del sur y los sureños del norte, porque somos costeños, desérticos, fronterizos, güeros de rancho y de todo, nos mata de risa. ¿”Carajo”? ¿qué rayos, qué coño, significa “carajo”? Lo mismo que “verga”. Así como la ves. Son gritos de batalla cuando la situación es, francamente, insostenible e insustentable.

¿Hablo así por lo de Trump, su muro, y Peña Nieto instalado en muñequito de sololoy, de esos que se quedan moviendo nada más la cabecita? No: hablo así por los vidrios polarizados del carro y sus retenes. Ese carro tan sudcaliforniano que por décadas fuimos la entidad federativa que más carros tuvo por habitante, per cápita. Antes qué esperanzas, decía tu nana. Tras el gasolinazo, puras tristes historias, pero la rueda del tiempo y la fortuna no se detienen. Ahora el termómetro, además de registrar fuertes vientos y bajas temperaturas, detecta tensión fronteriza.

Resulta que nuestras sacrosantas autoridades decidieron, con un razonamiento y una lógica impecables dignas de Scotland Yard e Interpol, que si no hay polarizados en los vidrios del “coche” (perdón, ¿en qué delegación vives? ¿en Iztapalapa o la Magdalena Contreras?), entonces sí podrán ver con sus ojos de águila si el conductor en cuestión es un asaltante secuestrador extorsionador criminal rastrero sicario del Sicariato de La Paz y municipios colindantes…

¡Hágame Usted el grandísimo favor! Con voz de Chabelo, de ternura e ingenuidad infinitas, me nace preguntar: ¿y los criminales de cuello blanco, apá? Esos no, hijo mío. Esos jamás serán reconocidos. O mejor dicho, serán reconocidos y se les permitirá continuar con su saqueo infame.

Hace mucho sol. Hace mucho calor, en verano, obviamente. Y hasta en días de invierno puede hacer mucho calor en nuestra entidad y ciudad. El polaroid sirve de protección contra los rayos ultravioletas para evitar el cáncer de piel. Pero eso, como dice la chaviza momiza, no es a lo que voy. A lo que voy es al erotismo sudca.

¡Pero cómo! Si eso no existe, dirá más de uno. Aquí es un orgullo ser acedo, no bailar en los bailes, no sonreír en el carnaval, ir con cara de amargado aunque manejes un carro bonito, de lujo, del año. Aquí es un orgullo ser amargado, espinosito, “muy especial”, ¡fastidioso! Esa es la palabra que (ejem… nos) define a los sudcalifornianos. “Y a mucha honra, que para eso comemos sólo mayonesa Best Foods y salchichas Longmont” (bueno, y también Whisley, y también Búfer, Chinex, MácOrnix y tantas otras marcas chafas nivel Dog).

Pues bien, el “erotismo sudca” sí existe, palabra´e Dios. Consiste básicamente en jóvenes y uno que otro adolescente que le pide permiso al padre para que le preste el carro el fin de semana para vagar con los amigos, la novia o el novio. No quiero entrar en sutilezas de que si el dueño del carro es la madre, si sólo son amigo-novios o si son parejas del mismo sexo porque ese no es el punto en discusión. El punto es que la vida dizque moderna nos ha llevado —o nos quiere llevar— a ignorar esa dimensión clave de la vida y del mundo que es la sexualidad.

Porque los jóvenes, queridos lectores, se inician en la vida sensual. No se van a casar a la primera. Tampoco tienen dinero para irse a un motel y volverse estadística en el uso del jabón Rosa Venus (cuyo olor lastima y genera culpabilidad culposa, ¡juar juar!).

Esos jóvenes tampoco quiere decir que a la primera van a cometer coito circuito. Saldrían chispas. No. Se trata de acercamientos, tocamientos, escarceos, caricias iniciales e iniciatorias, propicias al viejo arte amatorio, que no culinario, pero se asemejan, pues tan delicioso es comer como… tejer chambritas. You know, tú me entiendes.

Esos jóvenes se iban al rincón más oscuro, “Manzanero dixit”. En sus carros polarizados, celebraban el arte de haber limpiado el carro y que oliera a vainillino, llantas shinoleadas y que tras una cerveza, la conversación girara en torno a lo bien que me caes, la mano aquí, esa rola me flipa (que viva España), te quiero besar, y en menos que canta un gallo, luces de torreta, qué andan haciendo jóvenes, su identificación por favor. O sea, la frustración al arte amatorio en esta ciudad no da para más y lleva a sus jóvenes a refugiarse en Manuela Callo Yunpelo de tanto tallar, a vivir en la tacha, dopados hasta el hartazgo por la frustración malsana e inhumana. No es de sorprender el alto índice de suicidio si en tu casa no tienes privacidad ni siquiera en un lugar alejado para intimar con tu amante.

Yo sé que nadie quiere hablar del asunto, porque lo consideran risible, como risible se vuelve el vaho en los vidrios por tanto calor humano dentro y ese movimiento cadencioso tipo hamaca que se genera en ciertos autos de amantes todo terreno tropical. “Disculpe, oficial ¿por qué hay tantos condones usados en los manglares?”

PD: Agradezco a la artista Edelmira Rodríguez su gentil permiso para usar su autorretrato, en el cual lanza perfumes de colores. Muestra del enorme talento de la juventud sudcaliforniana.

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Rubén Olachea

Nace en La Paz, BCS, un domingo 22 de junio de 1969, justo cuando empieza el verano. Cursó su educación siempre en escuelas públicas paceñas. Egresado de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación (UABC-Mexicali), con Maestría en Ciencias de la Comunicación (UNAM) y Doctorado en Film and Television Studies (Inglaterra). Es profesor investigador de tiempo completo en la UABCS. Autor de “Hombría sombría. Representación mediática de la masculinidad” (2008, UABCS-Praxis).

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