2 de Octubre: ni perdón ni olvido. Castigo a los asesinos

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FOTOS: Roberto E. Galindo Domínguez.

La Última Trinchera

Roberto E. Galindo Domínguez

La Paz, Baja California Sur (BCS). ¡2 de octubre no se olvida!, retumba el grito bajo la tierra. Se detiene el convoy. Se abren las puertas del vagón. Con pequeños pasos nos metemos en el tumulto de la estación. Despacio somos llevados por la marea manifestante, río humano navegado por banderas de la UNAM, del IPN y de la UAM. Se propaga un ¡Goya! ¡Goya! ¡Cachún, cachún, ra, ra! ¡Cachún, cachún, ra, ra! ¡Goya! ¡Universidad! Surge un ¡Huelum! ¡Huelum! ¡Gloria! ¡A la cachi, cachi, porra! ¡A la cachi, cachi, porra! ¡Pim, pom, porra! ¡Pim, pom, porra! ¡Politécnico! ¡Politécnico! ¡Gloria! Andamos estudiantes que fuimos y que somos. Cabezas blancas esparcidas entre los que suben las escaleras, algunos de esos vienen de la batalla del 68, como mi padre que anda delante mío gritando las consignas con los estudiantes.

Cientos desembocamos a la Unidad Nonoalco Tlatelolco a un costado del Eje 2 Norte. Son las 16:29 horas, la marcha fue convocada para las 16:00 horas. Llego tarde cinco decenios. ¡Y pensar que estuve aquí hace 50 años! dice mi papá, y su voz se ahoga ante el imponente ¡C-C-CCH! ¡C-C-CCH! ¡Oriente! ¡Oriente!... Los cecehaceros se reagrupan una vez más tras la brutal represión del 3 de septiembre pasado en Ciudad Universitaria. Los porros, igual que el sistema político que los generó, están vigentes medio siglo después de la peor masacre cometida por el Estado mexicano contra los estudiantes. Buscamos el camino entre edificios y parques hacia la Plaza de las Tres Culturas. Caminamos por los pasillos, atravesamos la calle de Lerdo y nos internamos de nuevo en este laberinto.

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Trasponiendo los edificios, sobre la avenida Ricardo Flores Magón están los contingentes, miles de personas enfilando al corazón de México. Con la memoria en la mano y con la mano en el alma nos mezclamos entre los manifestantes que buscan, que llaman por teléfono celular para avisar que han llegado y están bien. Muchos de ellos, los más jóvenes, no han vivido una protesta sin celular. En 1999 aún llamabas por el teléfono de monedas para avisar en tu casa que estabas bien, que ibas a llegar tarde. Caminamos por un costado de la avenida. Los reporteros desde las casetas de vigilancia disparan sus cámaras sobre los estudiantes. En la esquina, hacia el norte, otra larga columna de contingentes inunda el Eje Central. Subimos el puente peatonal. Somos miles de personas listas para marchar con cincuenta años de dolor y memoria. ¡Si tú pasas por mi casa y tú ves a mi mamá… se me anudada la garganta …tú le dices que hoy no me espere que este movimiento no da un paso atrás…! Muchos aquel día no pudieron avisar que estaban aquí y sus familias siguen sin saber de ellos. Hoy borrar el nombre de Díaz Ordaz del Metro no le devuelve los hijos a los padres.

Bajamos el puente, bordeamos la zona arqueológica. Drones nos sobrevuelan. Nos enfilamos por el Eje Central hasta el pasillo que media entre las ruinas y el edificio que hace cincuenta años albergaba a la Vocacional No 7, que el 29 de agosto de 1968 fue tiroteada, incluso con ráfagas de ametralladora, por agentes encubiertos de civil. Vendedores de tortas, paletas y playeras con la imagen del Che Guevara nos flanquean el paso. Tras las rejas está el Convento de Santiago Tlateloco erigido hace siglos sobre el orgullo de la resistencia azteca; y sobre nosotros el rotor de un helicóptero resuena, hoy no vienen a matarnos, nos están contando, nos vigilan como cada 2 de octubre desde el 68. Ofrendas en el memorial de la masacre, flores y lamentos por los caídos. El edificio Chihuahua, mudo testigo de los oradores y aquella audiencia bajo las bengalas de la muerte, es concreto con balas incrustadas. Ese edificio y los otros, los parques y los andadores, cada piedra de esta plaza son vehículos de la memoria, la de ellos, la nuestra, la de los que aún no se nos unen. Tlatelolco es nuestro patrimonio, es tangible símbolo de una lucha que no culmina.

Trasponemos la plaza y por Flores Magón regresamos al Eje Central. Varios contingentes van ya rumbo al Zócalo, muchos más están alineados esperando iniciar la marcha que a cincuenta años sigue siendo una denuncia de las ilegalidades y las vejaciones, de la muerte injusta. Avanzamos por la izquierda de la infinita columna. Las pancartas anuncian a la ESIME Culhuacán del IPN, a la Facultad de Ingeniería de la UNAM a la UACM, la UAM Xochimilco, la Preparatoria 6, y a muchas escuelas más.  Los gritos claman por los muertos del 68 y los de ayer. No hay asesinos condenados y se acumulan los estudiantes desaparecidos. Avanzamos a paso veloz por el costado. El torrente humano es devorado por el paso a desnivel que libra avenida Reforma, del otro lado resurgen los contingentes. Al fondo domina la Torre Latinoamericana. El legendario cabaret Bombay tiene las cortinas abajo. La Plaza de Garibaldi está en silencio. Desde los balcones de las vecindades algunos ondean banderas de México. De la ventana de un cuarto de hotel, una pareja de jóvenes, moneando, efusivos apoyan, ¿sabrán por qué? Y se eleva el grito de nuevo ¡2 de octubre no se olvida!

Pasamos un contingente del Comité Nacional de Huelga (CNH) del 68, son sobrevivientes de aquel punto de quiebre en la vida nacional. Adelante de ellos un grupo de ex miembros del Consejo General de Huelga (CGH) de 1999, reconozco a uno de los que sostienen la bandera rojinegra que emplazamos ese año, nos saludamos en un abrazo. Nuestra lucha fue contra las cuotas de admisión, entre otras demandas que se fueron adicionando en esa prolongada huelga que fue rota por la entrada de la Policía a Ciudad Universitaria. La lucha sigue 19 años después de nosotros y más allá, porque vienen otros, de viejas y nuevas gestas que son hijas y nietas de la fecha madre de todas las protestas y las represiones del México moderno. Hay ex miembros del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) de la huelga de la UNAM de 1987, esos bravos echaron abajo las lesivas reformas administrativas y educativas del rector Jorge Carpizo MacGregor. Los del 87 quebraron el miedo a la muerte del 68.

Llegamos al Palacio de Bellas Artes y doblamos por 5 de Mayo. En la bocacalle un grupo bajo la bandera del arcoiris grita fuerte. Seguimos por la banqueta cuando un estallido hace un grueso eco, corre la gente hacia adelante y para atrás, a media calle unos cuantos embozados lanzan piedras contra las vidrieras de los edificios, otra detonación. Tras el repliegue queda una decena de encapuchados a la vista, los fotógrafos se lanzan sobre ellos. Va emergiendo el grito desde las voces más añejas: ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Váyanse! ¡Váyanse!, y los jóvenes retoman la voz y los encapsulan. Un embozado cae al suelo y los manifestantes comienzan a patearlo, pero la intervención de los mayores lo salva de la golpiza. Los obligan a irse hacia Bellas Artes.

Se vislumbra La Catedral Metropolitana. Un nutrido contingente de normalistas cuentan hasta el 43. Hombres y mujeres muy jóvenes, con los rasgos del campo y de la sierra, con la pobreza y la injusticia claman por sus 43, por nuestros 43 desaparecidos en el acto más reciente y terrible que el Estado mexicano ha cometido contra sus estudiantes. Enrique Peña Nieto será recordado junto a Díaz Ordaz, porque borrar nombres no es olvidar asesinos y escribir en el Senado con letras de oro: 2 de octubre del 68, nunca será suficiente.

Entramos a una plaza pletórica. Adelante de Palacio Nacional, en el estrado, Félix Hernández Gamudi del Comité 68 nos habla. Y se suman las voces de los padres y las madres de los 43 normalistas de Ayotzinapa. A lo lejos se escuchan más detonaciones. El flujo de manifestantes por 5 de Mayo se detiene tras el arribo de los contingentes del CLETA y la ENAH. En el estrado hablan integrantes del Frente de los Pueblos en Defensa de la Tierra y llega el reclamo contra la Nueva Terminal Áerea. Siguen los discursos de integrantes de la Federación Estudiantes Campesinos y Socialistas de México. Ahora los manifestantes ingresan por la calle de Francisco I. Madero. Son más de las siete de la noche y siguen arribando cientos de personas. Los últimos oradores son miembros del movimiento estudiantil que hoy exige el fin de la violencia contra alumnos en la UNAM, en todas las universidades y bachilleratos del país: “Somos los nietos del 68 y los hijos del 99” dice la muchacha. Suena el Himno Nacional. Me quito el sombrero y levanto la V de la victoria desde mi brazo izquierdo. Mi padre entona tan fuerte como yo. La última consigna: “Ni perdón ni olvido, castigo a los asesinos”.

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La Última Trinchera

Roberto E. Galindo Domínguez

Sudcaliforniano por decisión. Escritor. Maestro en Apreciación y Creación Literaria (Casa Lamm) y en Ciencias en Exploración y Geofísica Marina (Instituto de Geofísica-UNAM). Licenciado en Diseño Gráfico (Facultad de Artes Plásticas-UNAM), en Arqueología (ENAH) y en Letras Hispánicas (UAM). Investigó barcos hundidos y restos culturales sumergidos (INAH). Fue profesor en la ENAH y la UnADM. Tiene un libro y ensayos científicos en publicaciones nacionales e internacionales. Escribe en “Contralínea” y “El Organismo”. Ha colaborado en “Gatopardo”, “M Magazine” y otras revistas. Red Voltaire Internacional (París) seleccionó y publicó 29 de sus textos. Doctorante en Investigación y Creación de Novela (Casa Lamm). Miembro del Taller de la Serpiente y Mar Libre.

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