La epidemia en La Revolución Mexicana

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FOTOS: Internet.

Colaboración Especial

Por Jorge Peredo

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). ¿Cómo interpretar esas miradas que parecen a punto de apagarse tras una última chispa? ¿Puede ser desesperación y dolor lo que se transluce en ese retrato de cuatro hombres y un cadáver? Uno de ellos mira hacia el cielo, otro observa de manera oblicua a un alguien que bien puede ser el mismo espectador al otro lado del tiempo; es una mirada que eternamente pregunta ¿por qué? Los otros dos se ven como quienes ha perdido algo sin saber exactamente qué; ellos mismos se pierden, así se ven: extraviados.

El quinto, el que ya no es hombre sino su despojo, yace entre ellos, carne salpicada de sangre; carne profanada por las balas. Parece que los otros lo abrazan, que no quieren dejar ir esos restos. Rostros oscuros, del color de la tierra. La tierra por la que el luchó y en la que terminarán sus huesos. La tierra fue la que lo recuperó a él. Cuando estuvo vivo sobre la cabeza pesaban los nombres, Atila del Sur, Caudillo, General, Héroe, Calpulelque de Anenecuilco, Miliano, Zapata, Emiliano.

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El que luchó hasta la muerte por quienes siempre estuvieron en la oscuridad, seres orillados por el poder a una zona limítrofe entre lo humano y lo animal, aquellos cuya vida podía ser dispuesta sin que esto fuera crimen o sacrificio; quién buscó reivindicarlos, devolverles su dignidad, obligando a los otros a reconocerlos como seres pensantes, sociales y políticos con derecho a ser más que peones, a ser los dueños de su tierra y de su trabajo, finalmente, había caído bajo las balas de sus enemigos.

Miedo y compasión

La Revolución Mexicana que inicia el 20 de noviembre de 1910 puede verse desde la perspectiva de un romanticismo tropical; el pueblo que se levanta en armas para luchar contra la tiranía opresora y triunfar sobre ellos; el sentido perfecto que se encuentra a sí mismo en la metáfora nacional: el águila devorando a la serpiente.

Esa es la mitología que da lugar a las historias que nos han contado; mitología en el sentido que le da Roland Barthes al término; discursos narrativos construidos desde la ideología. Podemos pensar que esa misma Revolución tuvo un principio y un fin y que ese fin es el que siempre persiguió. Podemos pensarlo y decirlo porque desde morros nos educaron así, nos dejaron pensar que todos esos sombrerudos eran compas y que fueron copartícipes dentro de una misma historia teleológica; de un proyecto, de un destino. Creemos —o eso lo que parece que quieren que creamos— que el sistema político actual, que la libertad y la democracia son una realidad resultado directo de ese mismo acontecimiento; cosa que puede ser puesta en duda. También podemos pensarla como una guerra entre facciones que tenían proyectos distintos para el país; no era sólo cosa de quitar de la silla al dictador sino de tener el poder para proteger los propios intereses.

A menos de un año de iniciada la guerra, Porfirio Díaz, el dictador, aceptó la voluntad del pueblo y  Francisco Madero subió al poder, las cosas debieron terminar en ese punto, pero no lo hicieron. Su gobierno comenzó a tomar decisiones que a ojos de algunos de los caudillos que lo apoyaron resultaron ser traiciones. Si bien, Madero en un principio contó con el apoyo de Zapata, luego empezó a darle las largas con la ansiada repartición de las tierras; lo que es más, le pidió el desarme y licencia de sus hombres. El Atila del Sur puso como condición principal que se cumpliera con el Plan de Ayala; esto no pasó, Madero atacó e intentó desintegrar a su ejército.

Sin congraciarse con ninguna fuerza, tomando decisiones tibias. Sin decidir exterminar a la resistencia de una vez por todas, molestó a unos y a otros; a Villa, a Zapata, a los hacendados, a los estadunidenses; a sus allegados les dio un pretexto para traicionarlo. Victoriano Huerta se asoció con Félix Díaz —sobrino de don Porfirio— quién ya se había enfrentado, junto a Bernardo Reyes, al gobierno Maderista. El conflicto no daba señales de acercarse al fin, la ansiada estabilidad parecía una quimera y a los ojos de muchos: esto era culpa de Madero.

Francisco no le creyó a su hermano Gustavo cuando le dijo que se preparaba un golpe en su contra; le ordenó que liberará al general Victoriano y que tuviera mucho cuidado con las acusaciones sin fundamento. Gustavo fue el primer Madero en ser asesinado; se burlaron de él cuando pidió que se respetara su fuero;  le escupieron, le sacaron el único ojo que le quedaba, lo agarraron a bayonetazos instándole a tragarse sus lamentaciones y ser hombre. El presidente terminaría por renunciar con la esperanza de poder huir del país; algún chofer-matón lo llevaría en un paseo hacia esa libertad eterna y le daría un tiro en la nuca. Madero tenía que morir para que volviera el orden.

Epidemia de violencia

El crítico y antropólogo René Girard en su obra, La violencia y lo sagrado, plantea que la violencia se contagia y se extiende de persona a persona hasta abarcar a cientos o miles de personas que sienten el impulso, el deseo y la necesidad de dañar a otros. Se trataría de una especie de  infección que si no es controlada, puede dar lugar a la gangrena y  hacer necesaria la amputación o si no, el cuerpo entero se descompone. La violencia elimina las diferencias; en ella y para ella, todos son iguales, cuerpos que destruir, vidas que dañar; no hay distinciones entre el campesino y el mandatario.

Surge porque uno quiere lo que el otro tiene, porque uno imita al otro; se trata de lo que el autor francés entiende como mimesis, la violencia también se imita. ¿Será que en La Revolución Mexicana, las facciones luchan por tener el poder?  El que está en la silla no ha logrado separarse de los que están abajo, sigue estando dentro de la violencia, es igual a ellos, no ha podido mantener su distancia, no se ha convertido en un soberano cuyo poder pueda separarlo de los otros; diferenciarlo, como propone el filósofo Giorgio Agamben.

De acuerdo a la teoría de Girard, la cura fue encontrada en una época que desaparece en las nieblas del tiempo, y es el acto de violencia que funda todo ritual y todo mito. Según entiendo, hubo entonces una comunidad en la que los individuos empezaron a hacer desmadre y a matarse unos a otros de manera descontrolada, pero no era posible encontrar al culpable o tal vez ya no había culpable, quizás ya habían sido víctimas. Se desató un hambre insaciable de retribución y  se abrió un ciclo que se anunciaba interminable. Hasta que… se encontró al verdadero causante o más bien ¿se construyó? Hubo un ser humano que se convirtió en depositario de la culpa y a la vez en su metáfora; de común acuerdo era él quién debía caer: se trata de la primera víctima propiciatoria o en otros términos el pharmakos de los griegos; el famoso chivo expiatorio. Se le da muerte, se le sacrifica y así se le pone fin a ese ciclo de destrucción. La propuesta es que la violencia detiene a la violencia; un agente patógeno que se utiliza para poner fin a la infección: pharmakon significa tanto veneno como medicina; es decir que el veneno es el antídoto.

Muchas cabezas cayeron en México, allá por principios del Siglo XX cuando todo era caos y se quería traer de vuelta el orden. Ningún sacrificio era suficiente. La barbarie y la brutalidad continuaban, los pueblos eran arrasados, los humildes pisoteados, desterrados, y sin embargo no existían diferencias. El poder no lograba separarse del peligro de ser desmembrado para que llegara otro falso poder a reemplazarlo.

Aunque Zapata no fue el último pharmakos; el ciclo final de su vida fue un martirologio que significó el inicio del final, comienza con su muerte el proceso de curación parcial, momentánea, temporal. No creo que uno de los mejores estrategas de la revolución haya caído en el engaño de Jesús Guajardo, el carrancista que dijo cambiarse de bando y que para ser convincente fusiló a decenas de soldados constitucionalistas. Morelos estabamde nuevo en las garras de los enemigos del campesinado; el plan de Ayala parecía una utopía. Zapata no peleaba por el poder como los otros; quería justicia y ley para los suyos, pero lo único que había obtenido era traición, muerte; destrucción. Quizás, voluntariamente abrió los brazos a su Judas y emprendió el camino a la muerte con la esperanza de poner fin a la violencia.

No fue así.

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Colaboración Especial

Jorge Peredo

Jorge Peredo nació en Ensenada en 1982, nació, creció, reproduzco y seguramente morirá.

 

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