Un libro muy perro de Juan Pablo Rochín

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FOTOS: Cortesía.

Colaboración Especial

Por Rubén Manuel Rivera Calderón

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Siempre que presento un libro me pregunto por qué motivo alguien debe tomarse la molestia de conseguirlo. Abrir un libro y leerlo implica tomar una decisión, una acción relacionada con nuestra voluntad y nuestra libertad. A todos aquellos a los que obligaron a leer El Quijote de niños, tal vez quedaron invitados a alejarse de la literatura, al menos por un tiempo. A pesar de todas las bondades que implica la lectura, que adquieren un “extra” especial cuando se trata de obras literarias, por diferentes motivos leemos poca literatura, y para colmo de males, lo último o lo que menos leemos es poesía.

Yo como buen hado padrino de El perro es ahora el señor de la casa, con mi pluma mágica le deseo que tenga muchos e intrépidos lectores. Pero no te quiero dejar a solas en tu audaz acto, amable lector: el trampolín de la solapa puede catapultarte a negruras abisales desconocidas en esas diabólicas letras de Juan Pablo Rochín, no el papá, sino el poeta.

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Por lo tanto, me tomaré la licencia de compartir mi lectura contigo, a través de una especie de guía sobre lo que puedes encontrar o esperar de este libro, desde mi muy retorcido punto de vista. El orden es más o menos arbitrario. Hallarás…

  1. La construcción de una voz poética o un personaje lírico. Por favor, no te vayas con la finta. Aunque en poesía es más fácil identificar a la voz lírica con la voz del autor, son dos cosas diferentes. No digo que Juan Pablo, el hombre, no haya vivido con más o menos intensidad muchas de las cosas dichas en el libro; el poeta Juan Pablo construye una voz (polifónica, o sea que por momentos también asume a otras voces), crea una máscara que le permite llevar algunos accidentes (incluso la muerte), encuentros y desencuentros, reales o imaginarios, hasta sus últimas consecuencias; o al menos hacia terrenos desconocidos o arenas movedizas que sólo la poesía puede construir y la lectura conocer y recorrer.
  2. El libro no está desprovisto de una que otra palabra dominguera, o de esas que por sí mismas ya tienen una cierta carga poética (las menos, por cierto, pues la poesía de Juan Pablo Rochín no se caracteriza por estas pedanterías librescas). Lo que sí hallarás, lector, particularmente al inicio, es un uso más intensivo y sistemático de las mal llamadas palabras altisonantes, que todos usamos muchas veces al día, pero que algunos se resisten a verlas impresas en un libro: pendejo, puñetas, caca, chaquetas, coger, culo, nalgas, encabronado, puta… No son tantas, pero como están en los primeros textos, a lo mejor algunos lectores puritanos y pendejos pueden desanimarse y abandonar el libro (lo cual es su irrenunciable derecho); pero yo los invito a que lo tomen como un recurso creativo, como una vacuna, una provocación o una declaración de principios; es decir, una manera de infundirle vida al poema, de que irrumpa la voz de lo cotidiano en estos artefactos literarios, cuyo lenguaje a veces es tan elaborado, fino o rebuscado, que los lectores los miran con el mismo respeto que a una estatua de un personaje ilustre, o un pedazo de excremento, sin entender o saber una jota de por qué es ilustre y para qué diablos se le hizo un monumento o una oda.
  3. El lector también hallará poemas dedicados a la palomilla literata o intelectual. A veces con humor, muchas más con sarcasmo, ironía y críticas directas o indirectas. Juan Pablo apunta sus flechas envenenadas a las corazas de papel de creadores y críticos literarios, de la creación poética, la lectura y la poesía misma. Todos seres del lenguaje, por cierto, que viven, aprenden, medran, disfrutan o fueron hechos del lenguaje o por él. Bueno, a quien le guste el mitote, que busque a Juan Pablo para que le pregunte a quién le tira tanta mierda. Yo, aunque me gusta el chisme, les puedo decir que muchos poetas rescriben su arte poética en cada libro, vociferan contra colegas conocidos y lejanos, se deslindan de lo ya escrito; y los mejores, como Juan Pablo, convierten la violencia de esas críticas, en última instancia, en una suerte de autocrítica que inicia por el otro, y termina siempre en uno mismo, mirándose al espejo.
  4. El lector encontrará humor, que a veces extraño mucho en la poesía, pero también encontrará a la muerte, como tema de largo aliento en el poemario que da nombre al libro, y que requiere de una lectura más atenta, que otros apartados más desenfadados, críticos, sensuales o sentimentales.
  5. Por supuesto, la obra no está exenta de alusiones a escritores como Sabines, Paz, Chumacero, a poemas o frases de Neruda, o que me recuerdan a Elizalde, Lorca… Epígrafes de Machado o Los Tigres del Norte; notas al pie, dedicatorias, guiños para amigos, digresiones líricas, citas no convencionales, pequeños homenajes… Es un libro muy trabajado, pero no aburrido.
  6. Y hablando de los trabajos del poeta, uno de ellos ha sido y es des-automatizar el lugar común (Efraín Huerta: Del dicho al lecho hay un gran trecho). Juan Pablo lo hace en su libro, utilizando frases que juegan con el lugar común, como y la sábana en luna hiena ( en vez de llena); poniendo el dedo en la vulvar imagen (en vez de vulgar); esa larva agonía (en lugar de larga agonía). También a los poetas les da por acuñar sus propias palabras, lo cual no es algo extraño, sino parte del oficio (desde el modernismo). Un ejemplo lo tenemos en la página 80: Alguien, desde arriba, apedreaba con gaviotas / ese cielo nuberoso que desmira.
  7. Aunque estoy de acuerdo, en lo general, con Antonio Cienfuegos, sobre el libro de Juan Pablo (liminar y contraportada) no voy a repetir lo que dice… Pero Juan Pablo no sólo es descontento, desarraigo y antipoesía. También se permite giros románticos, que coquetean con lo cursi, pero que sólo coquetean, sin entregarse o naufragar, por ejemplo: Cómo no desear su talle / si usted me mira solicitando un mar de besos / desde el cuarto menguante de la luna (p. 75). ¿Quién que es, no es romántico, decía mi abuelo.
  8. En la poesía del colega Rochín, atento lector, encontrarás una suerte de bipolaridad, no en el sentido psiquiátrico del término, sino más como un armazón de extremos unidos por un tono claro y definido. Me explico. Alguien me dijo “no vas a encontrar unidad en el libro”. Y es cierto, tiene al menos cinco apartados o capítulos al interior de los cuales se abordan temas o asuntos diversos (misceláneos), pero eso no es necesariamente un defecto ni implica una falta total de sentido de composición o ausencia de unidad temática. Las obsesiones de un escritor y sus fantasmas lo acompañan durante todas sus obras, como al sibarita los placeres de la carne, la bebida y la comida. La unidad del libro está en la voz, en los recursos literarios, en la manera en que construye una estructura poética sobre la base de metáforas logradas (unas más sencillas, otras más deslumbrantes; una menos predecibles que otras), engarzadas a frases llanas o coloquiales que introducen giros del habla cotidiana, sin excederse con el uso de frases demasiado chabacanas, hechas o comunes.
  9. Algunos lectores se quedarán con lo que entienden a la primera. Con la complejidad de lo sencillo que muestran algunos versos (por cierto nada improvisados, aunque el tono sea espontáneo, hay mucho trabajo detrás, a lo Sabines). Otros más exigentes o audaces aceptarán la provocación de Juan Pablo Rochín: adentrarse en los caminos bifurcados, difuminados, en la imagen que se dispara semánticamente en el pie y lanza sus perdigones por caminos que no ha recorrido; inefables, incluso, para el creador del poema. Quiero decir que la obra de Rochín permite una lectura creativa; provoca al lector activo, o proactivo; lo invita a “ponerle de su cosecha”, a añadir a lo que está presente, lo que está escondido en el mismo lector, eso que las metáforas de Juan Pablo sacuden, despiertan, espabilan. Estás imágenes no se atienen a la lógica aristotélica, a la mera consistencia convencional; no se traducen como si fueran parábolas; no tiene un referente inmediato, una idea definida, una interpretación racional… Hay que tomarlas como vienen, como olas o bestias que embisten al lector, y que adquieren sentido según la capacidad para la danza y el capote de cada quien.

Para proporcionarte una llave de entrada al libro, “amigo” lector (si llegaste hasta aquí, ya te puedo decir “amigo”), te invito a que leas esto, a continuación, de la página 8 (te recomiendo ampliamente los poemas de las páginas 28 y 30). Si no hubiera escrito más, este poema vale la pena muchos poemarios.

Soy como un niño paseándome en bicicleta

tengo caracteres tatuados en los brazos

y una declaración al alba

extendida

al paso lento y sostenido por el parque,

alguien murmura, con dulcísimo sentido:

“No mires a ese hombre, es agua sucia”.

 

No me distraigo,

voy triunfal dando conferencias

a estudiantes invisibles

y a las mujeres fugaces,

voy suspirando una balada tribal que,

lejana,

en un auto rojo en medio de la calle,

alberga gritos e insultos y estropicios.

 

Voy por las celdas del parque

soñando

que no pasan los días

que el viento en vano

interroga a fantasmas hostiles en movimiento:

 

Agotaré el esfuerzo de pedalear desnudo

hacia tu abismo.

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Rubén Manuel Rivera Calderón

Licenciado en Letras Hispánicas por la UAM-I y Medalla al Mérito Académico (1997). Obtuvo en tres ocasiones el Premio Peninsular de Poesía “José Alán Gorosave” (1988, 1997 y 1998); recibió el Premio Estatal de Poesía Joven “La Paz, 1992”; ganó los Juegos Florales “Margarito Sández Villarino, San José, 2000”; el Premio Estatal de Poesía “Ciudad de La Paz” en 2004; y en 2017, recibió el Premio Nacional de los Juegos Florales, Carnaval La Paz. Ha publicado “Torera de las aguas”; “Marina”; “Viaje por un cuerpo en ocho cantos”; “La Casa de Cortés”; “Poemas sueltos”; “Tal vez un Himno”; “La casa que desea ser barco” y “Barco de piedra”.

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