Juan José Arreola, a un siglo de su nacimiento

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FOTOS: Internet.

Colaboración Especial

José Leónidas Alfaro Bedolla

San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). Y aquí estamos Patroncita del Tepeyac, igual que el año antepasado y el pasado, vinimos a darte gracias por estar vivos, porque lo que es con las aguas que nos has mandado, nos ha ido del carajo. Han arremangado con todo, siembra, animalitos y la troje… pero ahora este año, Patroncita, de al tiro nos fue pior, ora también se llevó el chinami y ai dentro estaba mi tata, todo tullido el pobrecito, no se pudo defender, y nosotros batallando con los chilpayates, ni cuenta nos dimos, cuando voltiamos a ver, el camastro con todo y tata se nos perdió entre el remolino de las aguas. Por eso te vinimos a pedir, que nos perdones, y que intercedas con nuestro señor todopoderoso, pa´que mi tata sea bien recebido allá en el santo sagrado del Siñor. …Sí Patroncita, he oído lo que me aconsejas, ya se lo he dicho al Remigio, pero el Patrón hacendado nomás nos ha estado engañando, nos dio ese pedazo de parcela en mero centro del arroyo, y lo poquito que logramos cosechar no alcanza pa pagarle, y como es compadre del Síndico, pues ni al caso de reclamar… sí Patroncita, ya le dije al Remigio que mejor nos regresemos pal´ cerro, al menos allá no tenemos peligro de que nos lleve la… corriente”.

Con este breve relato, intentando emular el estilo del grande de la narrativa que fue don Juan José Arreola (1918-2001), pretendo hacerle un homenaje con motivo del centenario de su nacimiento. De La Jornada Semanal, suplemento cultural del 23 de septiembre pasado, aparté algunos comentarios muy interesantes. Por ejemplo, Javier Perucho refiere lo siguiente: La Feria (1963), de Juan José Arreola, y Pueblo en vilo (1968), de Luis González y González; una micronovela y una microhistoria: los autores, uno de Zapotlán el Grande, Jalisco, y el otro de San José de Gracia, Michoacán: aquí se invita a la exploración de “las semejanzas, la confluencias y los caminos paralelos entre estos libros capitales de la literatura y la historia mexicana del siglo XX”. Asimismo, Perucho afirma: “El legado prosístico de Juan José Arreola se percibe en el cultivo del regionalismo de La feria, la brevedad a ultranza, el fragmentarismo, la novela como rompecabezas cuyas piezas se encuentran diseminadas a lo largo del relato, aunque enlazadas por una misma figura”.

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Xavier F. Coronado se refirió a lo que se puede definir como literatura: “Resulta difícil ponerse de acuerdo lo que define la literatura y entender por qué una serie de palabras con sentido individual y de conjunto, armonizadas en estructuras, llegan a ser consideradas como tal […] Por su parte Juan José Arreola descubre el genio del lenguaje que poseemos, aunque se haya o se halle dormido entre nosotros”.

Enrique Héctor González, opina: “Con acierto y calidez de lector todavía entusiasmado, aquí se recuerda y se celebra a uno de los dos grandes Juanes de nuestras letras, consagrado sin duda en la novela La feria, las semblanzas de Bestiario y las narraciones de Confabulario, unido a nombres clave como Antonio Alatorre, Jorge Luis Borges, Carlos Onetti y Lezama Lima, entre otros grandes del gran boom que fueron y son”. Y sigue diciendo González: “Juan José es –fue siempre— una suerte de Juan Rulfo tan opuesto al autor de Pedro Páramo como convergente en un idéntico espacio, tiempo y singularidad creativa; la otra cara de la moneda”.

Juan Domingo Argüelles, expone: “La buena poesía no está solamente en verso. En este texto se repasa con atención la vena altamente poética de un prosista consumado, que también fue un memorista de versos y poemas, y traductor inigualable de poesía. Bestiario (1959) y Palíndroma (1971) dan muy bien cuenta de ello. Por la libertad de su imaginación y por su inteligencia, rasgos de la gran poesía, este mexicano, a decir de Borges, “pudo haber nacido en cualquier lugar y en cualquier siglo”.

Argüelles también menciona: “Juan José Arreola, amó la poesía, la sintió y la comprendió, la intentó en verso, pero únicamente la consumó en prosa, lo mismo en sus ceñidos textos que escribió, deliberadamente con un propósito poético, que dentro de sus cuentos, narraciones breves y en La feria, esa novela atípica donde el protagonista es todo un pueblo. Sus poemas de circunstancias u ocasión, reunidos en 1996 en el brevísimo tomo Antiguas primicias, revelan a un buen hacedor de versos, pero no a un gran poeta. En esas pocas páginas hay, si acaso, dos o tres composiciones que poseen algo más que decoro, pero que no alcanzan jamás el nivel de calidad de su prosa narrativa y poética”.

“Tradujo magistralmente a Claudel, a Nerval y a otros poetas y sabía que le era imposible vivir sin poesía, aprendida de memoria y expresada en voz alta con maestría. Justamente al referirse a Claudel, escribió: “Hago mías sus palabras restándoles grandeza al repetirlas en mi pobre lenguaje de ciudadano común y corriente, porque no soy como él, un gran poeta”.

Sin embargo, muchos reconocemos a Juan José Arreola, como un gran poeta, lo fue –y lo sigue siendo-, porque interpretando lo leído, sintió la poesía hasta el fondo de su alma. Les recomiendo lean La Feria y El guardagujas, dos de sus mejores creaciones.

Entramos ya, a 17 meses de la terrible muerte de nuestro amigo y  compañero Javier Valdés Cárdenas, y los representantes del gobierno y la autoridad, siguen mostrando su ineptitud, es hora que no se sabe quienes ordenaron su muerte. Exigimos: ¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!

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Colaboración Especial

José Leónidas Alfaro Bedolla

Nació en Culiacán, Sinaloa en octubre de 1945. Actor experimental de teatro, vendedor, aventurero trotamundos y escritor por necesidad existencial. Autor de la novela “Las amapolas se tiñen de rojo” y “La agonía del caimán”. Vive en San José del Cabo. 
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