El siglo de “Demian” y la necesidad del retorno a Hermann Hesse

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Leí el Demian a principios de los 80 gracias a la insistencia neurótica de un tío devorador de libros, con quien tuve una relación familiar disímbola, pero que me dejó una de las más grandes enseñanzas: leer aquello que deja huella. Siempre compartíamos lecturas y aunque a veces las mías no le cuadraban del todo, terminaba diciéndome que le habían gustado.

Demian fue mi primer libro de Hermann Hesse, luego le siguieron varios más, despertando en mí una necesidad no sólo de leer, sino de adentrarme en sus historias, por la precisión con que describía mis emociones adolescentes como por el hambre de expandir la inteligencia y las capacidades del espíritu. Todos aquellos libros me dejaron un hálito sustancial que determinó parte de mi decisión de dedicarme a las letras: yo quería escribir como Hesse o al menos tener la capacidad de reflejar mi realidad inmediata. Y fue la poesía la que me dio una porción de ese influjo, que me atrapó durante años e hizo que abandonara mi interés principal que fue la narrativa.

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Hoy que escribo esto, conmemorando los 100 años de su publicación —aparecida en marzo de 1919 como Demian: Historia de la juventud de Emil Sinclair—, que releo la novela, y recuerdo todo lo que me produjo e impactó cuando la leí: de algún modo el adolescente que fui renace y toca aquellas dudas y miedos, aquellos dolores e impulsos de ser un participante activo del arte, como en una memoria fotográfica, un álbum de emociones que se va abriendo página por página que me es familiar. Yo no quería ser Emil Sinclair sino Demian, actuar y sentirme tan contundente con la vida como él; pero la realidad se imponía para decirme que para pasar a ese otro mundo me hacía falta vivir el instante y todas las épocas, todas las amistades y todos los amores.

El joven Demian era una metáfora del crecimiento, de la dualidad, de la inteligencia, del conocimiento, de la crítica a la realidad, ¿quién no querría ser como él? En cambio Emil era un opuesto que requería salir de su burbuja infantil y su educación religiosa, romper con sus cotidianidades para que la vida fuera menos amenazante y menos injusta. Un Demian provocador. Así, Demian me llevó de la mano a otros hermanos suyos en los demás libros de Hesse, porque de alguna manera era una continuación de la búsqueda que ya se había lanzado al abismo, como Altazor, en su caída libre en paracaídas.

La historia de la vida de Hermann Hesse está en sus libros, y no es un cliché decirlo porque hablan de su propia evolución humana; por ello no es gratuito que la primera edición en 1919 llevara como seudónimo precisamente el del personaje que narra en primera persona: Emil Sinclair, una especie de máscara para hablar libremente de un tiempo de su vida adolescente. Y el fruto final es una novela honesta, que nos guía con una lámpara de palabras para caminar a tientas pero también con luz dentro de la narración y cuyo sentido profundo impulsara a leer a miles de jóvenes alemanes de la posguerra de principios del siglo XX para comprender su contexto y lo que podían hacer después de la devastación.

No está de más que regresemos a Hesse y a sus libros para que los hallazgos del adulto sean de trasladados a los jóvenes, tan necesario en estos días en que la imagen y la fácil retórica del meme inundan nuestras mentes frágiles y necesitadas de certidumbre.

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Ramón Cuéllar Márquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña como locutor, productor y guionista en Radio UABCS, en programas como “En Consulta” y “Libreta Cultural”. Ha publicado los libros de poesía: “La prohibición del santo”, “Los cadáveres siguen allí”, “Observaciones y apuntes para desnudar la materia” y “Los poemas son para jugar”; las novelas “Volverá el silencio”, “Los cuerpos” e “Indagación a los cocodrilos”; de cuentos “Los círculos”; y de ensayos: “De varia estirpe”.

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