Juegos que siempre perdemos, ¡pero a los que siempre regresamos! Carnaval La Paz

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FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). A 25 pesos el tiro. Avientas las canicas del vasito y caen en hoyitos con números del 1 al 6, y se trata de que vayas sumando 100 puntos para que te lleves una televisión de plasma, ¡por lo menos! Suena tentador, ¿no? Ingenuamente, uno considera que con unos 100 pesos —cuatro tiros— los completas. Peeero, resulta que en un tiro te pueden salir ciertos números que te van a restar puntos; peeeero también te pueden salir ¡tiros gratis! para que te se te meta el gusanito de sí llevarte una TV grandota a casa. Como Serpientes y escaleras, piensas que en un juego, obviamente, puedes perder, subir y bajar. El caso es que las televisiones sigue allí. Todas o casi todas. Es evidente que los que ofertan juegos son como los casinos y los bancos: nunca pierden. Lógico, si no, ¿qué harían instalados allí cada año? Entonces, ¿qué nos hace regresar a jugar los mismos juegos que nunca ganamos?

A mi acompañante, los de negocio ya dicho le picharon dos tiros “para calar tu suerte”, y en los dos sumó 50 puntos. ¿Por qué no siguió si la tenía “cerquita”? Me contó que el año pasado terminó jugando 250 pesos y no se llevó nada —¡y lo contuvieron, pues se hubiera gastado mil pesos! La emoción del momento te hace ver que “ya merito” te llevas los premios, pero era capaz de seguirse toda la noche y ese “ya merito” nunca llegaría. En esta ocasión, le tembló el bolsillo, pero se retiró. Por supuesto, no es un negocio ilegal —¿acaso los exitosos casinos lo son?— y forman parte de esa diversión que nos ofrece el Carnaval La Paz. Lo que queremos contar aquí son esas emociones que nos llevan a regresar, sí, a pesar de tanto que nos quejamos después, pero que también forman parte de la tradición. Sin ilusión, no habría carnaval.

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Tierra de Encanto y Fantasía es un slogan perfecto. El malecón paceño se convierte en la fantasía de un momento. Pagamos para que se nos revuelva la panza del mareo; compramos lo que será la basura del siguiente día; jugamos, perdemos, y ahí, vamos, ¡regresamos! Esta crónica no es necesariamente una crítica; de hecho, nosotros también nos divertimos y aportamos a la economía familiar de los negocios de la fantasía. Por supuesto, no clamamos por la Tierra del Pensamiento y la Razón, sería la fiesta más ñoña y aburrida del mundo. Y tampoco nos la damos de psicólogo o sociólogo. No. Simplemente, compartimos una crónica sobre lo evidente, pero que frecuentemente pasa desapercibido y que forma parte de nuestra cultura: el pedacito de irrealidad que esperamos cada año.

Entre 40 y 30 pesos oscilan los precios de los diferentes juegos que siempre perdemos. Ganarlos parecería una rebelión contra la física o un acto de milagrería o magia. Cuando lancé los aros de madera sobre el bote de cerveza con 50 pesos, dije, ¡le di, me lo gané! Pero no: había que meter el aro hasta abajo, en la base de madera. Y el joven la colocó. ¡Madre santa, ¿quién puede atinarle?! ¿Y cómo le hacen los que sí? Debe llevar años de práctica el hombre que levanta la botella de cerveza en una base de madera inclinada, con un aro sostenido de una especie de caña de pescar, porque en los momentos que pasamos, nadie lo hizo. Los 500 pesos prometidos allí esperan.

Igual eso de meter una pelotita en una cubeta, que parece lo más fácil del mundo, pero por un acto de magia, las pelotitas siempre se salen y los morritos lo más que se llevan en una sonrisa del famoso “ya merito”. Hay otros que no parecen ocupar tanta destreza, como aventar monedas de peso y que ésta quede al centro de unos rombitos con el número que, en caso de atinarle, te lo regresan; por ejemplo, tiras a la mesa una moneda de un peso y cae dentro de un rombo —exactamente, si cae en raya, pierdes— de 10 pesos, te regresan diez pesos; y el taimado los invierte otra vez hasta quedarse sin nada. Habría que comparar que con ese mismo ánimo, pero con miles de pesos, algunas personas en los casinos se quedan hasta sin carro y sin casas. O pagar para sacar un pescadito de una laguna de juguete, y que debajo trae un número con premio: ves varios premios, pero casualmente, casi siempre sales con el mismo juguetito que quién sabe para qué sirve, pero bueno, hablaron de que “todos ganan”. Y sí, aunque sea un artefacto de dudosa utilidad, te lo llevas. A propósito, yo aún tengo un lapizote y un cuadro de colores y dos resortes multicolores a los que ni mi gato les saca provecho.

Y hablando de esas “cosas” que se venden, en este Carnaval La Paz no fue la excepción que pulularan puestos con objetos de plásticos que sabrá Dios para qué servirán, o bien, uno se pregunta si hay alguien que los ande buscando: desde cerotes de plástico hasta luces de colores… quién sabe para qué. A propósito, desde el año pasado venimos viendo cuernitos de chiva y metralletitas de juguete para los niños, ¿de verdad, se nos olvida cómo la violencia se ha infiltrado en nuestra ciudad? ¿Hay algún padre que sienta necesario regalarle a su hijo un arma de juguete? Y a propósito de armas, este año el juego de Gotcha fue muy popular: desde niños hasta adultos, hombres y mujeres, pagaban 40 pesos por no ganar nada, el chiste sólo era disfrutar la sensación de dar en el blanco entre botes y botellas.

Intentamos buscar esos otros fraudes que son las casas con fenómenos. Mi acompañante dijo que extrañaba “esos adefesios que vienen cada año”, y se refería a la mujer que se portó mal y le salió cuerpo de víbora; o la casita del terror; o la casita de los espejos… Y así, cada año atrás que uno retrocedíamos en nuestros recuerdos, como cuando mis papás me llevaban a subirme a ese juego de El Cohete que te hacía sentir dentro de una nave espacial, se me vienen a la mente en blanco y negro. Y al ver que aún siguen los Carros chocones, me dio nostalgia. Los juegos mecánicos siguen siendo el alma de las ferias y los carnavales. En fin, estas fiestas populares nos dan la oportunidad de resetear la alegría y la fantasía que la vida real nos depara en el día. Aunque haya mentiras, agradecemos al Carnaval vivirlas. Han sido tiempos crudos, violentos, y se acercan otros políticos, electoreros, pero esos ferias y fantasías serán tema de otro artículo…

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Escritor y periodista. Nació en Ciudad Constitución, BCS, el 26 de febrero de 1978. Licenciado en Cs. de la Comunicación, por la UABC, en Mexicali, BC, en 2002. Autor de “Prólogos a la muerte”, Premio Estatal de Cuento “Ciudad de La Paz” en 2013, y de “Caperucita Roja, muy roja”, Estatal de Dramaturgia en 2015. Fue reportero web y editor de medios digitales. Es director y fundador de CULCO BCS. Premio Estatal de Periodismo 2017 en la categoría de “Entrevista”.

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