‘Barco de piedra’ o la patria dura, el nuevo libro de Rubén Rivera

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FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). De no ser por la poesía no habría entendido el sentido de la vida y la muerte. Y de no ser por López Velarde jamás me hubiera detenido en la significación de la patria. No el menoscabado sentido institucional, sino en el del poeta que cree en la integración de los individuos como un manto protector de su evolución cultural. Todas las civilizaciones están marcadas por su asentamiento, florecimiento y caída. México, pienso, continúa instalado en los pormenores de su fundación, y a la que se le ha llamado historia mexicana, pero que sigue regenteada, como un burdel, por políticos corruptos, y habitada por una idiosincrasia ciudadana que posee múltiples variantes. No obstante, aquí el asunto es la patria y su decantación poética.

Hace muchos años que no leía un poema de largo aliento que me dejara ahíto, interrogativo, sobre todo entusiasmado de que la poesía puede ser el rompimiento de los paradigmas modernos si el poeta encuentra la voz exacta que le dé cauce. Ese poema se llama Barco de piedra, el más reciente libro de Rubén Manuel Rivera Calderón (Cuadernos de la Serpiente, número 15, 2017), quien ha desatado la furia cotidiana para poner en entredicho nuestros valores y nuestra identidad no sólo local sino nacional. Armado con los versos de la experiencia, Rivera Calderón nos va conduciendo verso a verso por los senderos del cuestionamiento, de la patria y de la poesía como ente capaz de decirlo todo y al mismo tiempo de guardar silencio.

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La obra poética de Rubén Rivera ya abarca más de dos décadas y a lo largo de ese periodo hemos leído y aprendido que la pasión, las imágenes, los versos, las palabras tienen el don de la mutación, que poco a poco el poeta fue revelándose a sí mismo, pero también ofreciéndonos alternativas para leer la cotidianidad. Es un poeta de la vida diaria, en cada uno de sus versos desnuda y desgarra la condición humana, nos coloca en las incógnitas no resueltas de nuestras manías. He admirado la poesía de Rubén durante años, he seguido sus libros, algunos han alcanzado el paroxismo de la confesión interior y nos muestran a un poeta vivo, descarnado y honesto, consciente de su propia fragilidad y consciente de su estado estético, ambas cosas conectadas cada que escribe un poemario nuevo.

Debo decir que por momentos su poesía pareció dar vueltas en círculos, que ahondó una y otra vez en las paradojas que lo llevaron a convertirse en poeta. Creo que ni él mismo se dio cuenta hasta dónde lo llevaría. Sin embargo, de pronto, Rubén Rivera Calderón ha escrito un largo poema donde se ha reinventado, un largo río convertido en un barco de piedra, que es a la par madre, patria, ciudad y una casa vacía, todos elementos conjuntos que nos muestran las inquietantes maneras en que nuestra realidad se ha transmutado. Y también Rubén ha sufrido una metamorfosis al lanzarse al vacío de lo desconocido, tal como lo hiciera Huidobro en Altazor, aunque con distintos propósitos. Al final, el arquetipo viene a caer en lo mismo: el tocamiento y retocamiento de la realidad.

Así, provisto de sus certezas e incertidumbres, Rubén Rivera se lanza a la mar oscura con su barco de piedra, que no es otra cosa que la patria desusada, una casa que dejó de ser solariega y protectora. Una madre sin senos, una madre que ya murió y no nos hemos dado cuenta. Barco de piedra nos lleva por senderos conocidos y también por los callejones más inhóspitos, tratando de recordar por qué somos los que somos, descubriendo en ello la simulación tan bien elaborada a lo largo de dos siglos. Es decir, se inventó una patria que fue monolítica desde su instauración y nos convirtió en ciudadanos también monolíticos; pero, desde la mirada del poeta Rivera Calderón es posible transitar por las aguas de una vida cotidiana que no está edificada con paradigmas salvadores.

Una lectura directa, sin detenernos, nos ofrece la oportunidad de concebir con sentido crítico que la sociedad no es la patria, sino un algo multicultural, a veces racista, a veces clasista y siempre dividida por la política rapaz de los individuos más tenebrosos que tienen rostros, guayaberas, trajes elegantes y corbatas para aparentar ser los perfectos conductores del barco de piedra que por momentos parece de papel entre sus manos. Por ello, quizá Rubén Rivera nos propone retomar el ahora desde todos los flancos, en especial el de la ciudad y sus instantes asombrosos que nada tienen que ver con su historia, sino con su vivaz modo de encarnar la verdad de sus habitantes, quienes la mayor parte de las circunstancias no saben qué hacer con sus vidas. En este caso la poesía de Rubén es un canto a la casa de sus adentros, pero también la de todos, y la literatura puede ser un buen pretexto para reinventarnos y desdecirnos de tantas pendejadas. La patria ya no es una madre salvadora ni nadie se aventará al abismo con una bandera enrollada al cuerpo para dignificarla.

Uno va recorriendo los versos y se van hilando los sentidos, las diferentes formas en que podemos aprehender la poesía. Cada verso es insólito en sí mismo, a ratos mezclados con un profundo surrealismo, donde cada palabra detona no una respuesta sino una nueva manera de interpretar el mundo, o de simplemente inquietarlo nomás por que sí. La totalidad del poema nos asalta con varias visiones, y una de ellas es que funciona como un Aleph, sí, el borgeano, porque desde todos los ángulos podemos ver el universo infinito que somos y a la par el signo de ver que nada ha cambiado por más retoques que se le den. Por eso la patria sigue estando en estado de fundación porque no ha acabado de hacerse, una ciudad que “es un retablo de piedras/ y almas secas a punto de incendiarse”, nos dice Rubén. En Barco de piedra como en el Aleph somos infinitos porque estamos enlazados con todos los rincones del pensamiento, que es uno solo, tan variado y tan cambiante.

Lo que sucede en el barco debe importarnos porque se trata de nosotros. Vamos incluidos en él. Desprovistos tal vez de la mexicanidad cercenada por los movimientos del poder político y económico local y global, hemos aprendido a transitar por un falso nacionalismo, exacerbado únicamente en el fútbol o cuando nos hieren el orgullo; fuera de ahí la identidad se ha perdido, se ha hundido en la indiferencia. Y cómo no, si el punto de quiebre lo estamos viviendo desde hace décadas y la patria dejó de ser el manto protector prometido desde la primera constitución política. Y este barco de Rubén no es más que señal de que hace falta revisarnos, pero también traer a la escena la poesía, en especial este poema prodigioso que hace hincapié en las propias incapacidades del poeta para comprender. Es una fantasía, un producto del ideal más que del de la necesidad humana de convivir. El poeta debe decirlo de este modo y no de otro, o quizá otro, pero con la certidumbre de la poesía que se sumerge en sus miasmas y en su silencio para significar.

Cada estrofa nos enlaza, nos apunta para que sintamos el vacío de ya no sabernos, de estar perdidos en una casa solitaria, la patria, y que ya no podemos cambiarnos porque no hay a dónde ir, con el peligro de que un día nos embarguen y nos echen a patadas. Dentro de la casa, la patria, cada rincón se asoma a través de las ventanas para que veamos la realidad, además de los rostros de nadie y de todos, con imágenes y fantasmas. Con ello, Rubén Rivera se aventura a decirnos que los poetas requieren de autocrítica, pegarles o pegarnos una poetiza para que se dejen de mamadas y de pensar en sus arrogancias y sufrimientos para que se percaten de sus fragilidades. Sabe que la poesía es un canto, no una solución, pero también denuncia el acribillamiento de la patria, con esa violencia instalada desde los escritorios y los discursos burocráticos, dando como resultado que la ciudad, la casa, la patria, ya no nos protege, porque la vida cotidiana es una puta rentable que han construido como hoteles a lo largo de las playas.

Con esa realidad secuestrada, Barco de piedra desnuda palmo a palmo el territorio delimitado por bardas de piedras simbólicas concentradas en la violencia para que nadie escape. En ese sentido la patria ha enloquecido y es cada vez más amenazante. Madre y más mentadas. Con ello hemos perdido la endeble identidad, pero también, por otro lado, desde la perspectiva del poeta Rivera Calderón, hemos ganado una nueva forma de solucionar nuestras miserias. Con todo eso podemos navegar por las incertidumbres, seguros de nada y de todo. Y a pesar de que hemos perdido la seguridad, el manto protector de la patria-casa-ciudad-madre, aún existe la luz que todo lo descubre y habilita la esperanza de una renovación total. La poesía estará ahí y el poeta Rubén Rivera con su barco de piedra.

*Rubén Manuel Rivera Calderón, Barco de piedra, México, Ediciones Cascabel Literatura, Cuadernos de la Serpiente N° 15, Poesía, La Paz, B.C.S., 2017.

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Ramón Cuéllar Márquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña como productor y guionista en Radio UABCS, donde dirige el programa “Letras Vivas, la voz de los escritores sudcalifornianos”. Ha publicado los libros de poesía: “La prohibición del santo”, “Los cadáveres siguen allí”, “Observaciones y apuntes para desnudar la materia” y “Los poemas son para jugar”; las novelas “Volverá el silencio”, “Los cuerpos” e “Indagación a los cocodrilos”; de cuentos “Los círculos”; y de ensayos: “De varia estirpe”.

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