A un año del asesinato de Javier Valdez Cárdenas

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FOTO: Aristegui Noticias.

Colaboración Especial

Por Leónidas Alfaro Bedolla

 

San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). La ausencia de nuestro entrañable amigo y compañero periodista es sensiblemente dolorosa, también lo es para miles, tal vez millones de seres que cifraron en su quehacer periodístico una esperanza. Su trabajo estaba inspirado en su alma, y en la fuerza de todo su ser; buscaba con profundo sentido humanista la verdad. La verdad para exigir justicia; la verdad para encarar la vida con un pretexto valioso que le diera sentido a la existencia; la verdad para intentar descifrar los porqué de la barbarie; la verdad para encontrar la razón de tanta desigualdad; la verdad para saber por qué tanta corrupción; la verdad para entender por qué tantos muertos, tanta soledad y tanta insensibilidad. Todo se pierde en el oscuro socavón de la injusticia.

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Analizando el contenido de sus obras, intentamos encontrar las respuestas, sobre todo una muy importante, Javier Valdez murió por una causa, tenía fe en su trabajo de periodista, y se aferró como si fuera la única forma de atacar al monstruo, su objetivo: encontrar sus motivos y denunciarlo.

Javier tenía muy claro que la verdad era lo único con lo que podía atacar y liquidar, de una vez por todas, la barbarie que se ensaña contra un pueblo desvalido, un pueblo que no tiene un gobierno que le favorezca con la aplicación de la justicia, esto por causa de que los que representan  la Ley, que en su mayoría se venden al mejor postor. Desdeñan lo sanamente político, único camino para lograr un honesto equilibrio social.

Javier Valdez fue un hombre en toda la extensión de la palabra. Un hombre bueno, honesto, con valores profundamente bien sustentados. Su origen humilde lo reconfortó con el ejemplo de sus padres, y supo extenderlo a sus hijos en compañía de Griselda, su esposa. Su preparación académica le dio sentido a  su profesión, la abrazó con decisión. ¿En qué momento decidió convertirse en férreo defensor de los marginados? Exactamente quizá no lo sepamos nunca, pero sí queda claro, que al caminar por esos senderos del asfalto, al visitar esas colonias olvidadas, esas crujías atestadas de miseria, esos lupanares y antros sórdidos, al andar por esos caminos de terracería, escuetos y tenebrosamente desiertos; al ver los sembradíos de las grandes extensiones agrícolas llenas de niños trabajando, y las parcelas entre las montañas, sembradas, donde  hombres, mujeres y niños trabajan, por necesidad y por miedo, la maléfica yerba. Al visitar los hospitales de asistencia social,  las cárceles y las calles, donde  los niños huérfanos del narco, huérfanos de la madre prostituta, huérfano del sicario, huérfano del policía, huérfanos de afectos maternales, huérfanos con mirada sin brillo, sin esperanzas, sin futuro, sin mañana.

Javier amó profundamente a su familia, ese amor lo extendió a la gente sin nada, en especial a las madres con hijos desaparecidos; a ellas les manifestó su profundo dolor, y las apoyó solidarizándose en la difícil tarea de buscarlos, inmerso en ese mundo de desolación, de cuando en cuando, salía a respirar, recobrar sus fuerzas. Se alimentaba con el amor de su amada Griselda y sus hijos, pero también se daba un tiempo para conversar con sus amigos.

FOTO: Hilo Directo.

Lo conocí siendo él muy joven, fue cuando trabajaba para el Canal 3 de la televisión local (en Sinaloa), me hizo una entrevista. Un día del año 2006 lo busqué para que me firmara su primer libro: De azoteas y olvidos –Crónicas del asfalto—.

–¿De veras, Vato, te gusto? —Sí, le dije, es algo distinto. –Me gustaría escribir una novela—, me dijo. –Tal vez algún día la escribas, pero esto del periodismo es lo tuyo, y le das tinte novelesco. Y quiero que sepas, yo admiro mucho a los periodistas. –¿Por qué, Vato? —Porque ustedes son los que escriben las verdaderas novelas de la vida, y se arriesgan para hacerlo. La cara se le iluminó. Desde entonces, nos vimos muchas veces, él me invitó a participar en un semanario en Sinaloa, por eso, pero mucho más por su amistad, siempre le guardé y le seguiré guardando mi admiración y respeto.

En una de aquellas muchas ocasiones, en las que a veces brindamos con ambarinas, me dijo: –Vato, ¿no te has dado cuenta de una cosa? –¿Qué cosa, Compa? –Que nuestra ciudad está convertida en un panteón. Se refirió a los cenotafios que tenemos por todas partes, y en la periferia muchos cadáveres enterrados clandestinamente. -¿Vato, tienes idea cuantos morros duermen en las calles? -¿Serán unos cien? –Me refiero en el país. –¡Uta Compa! Ni idea.- -Millones Vato, millones, los pobres son enganchados por los mafiosos, los explotan como: limosneros, vendedores de droga, sicarios y hasta les extraen sus órganos para venderlos. —¡Que salvajes! –Por eso como periodista, no me hago pendejo. –Te arriesgas mucho, Compa. –No hay de otra, Vato. —¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo? –Sabes Vato, ¿qué es lo que más me apasiona? –No, Compa, ¿qué es? —Escuchar la soledad. –Explícame. –¿Nunca has visitado un cementerio cuando está totalmente solo? Si no lo has hecho, hazlo, Vato. Escucharás cosas increíbles. —¿Las voces de los muertos? –¡Eso cabrón!, y muchas cosas más, pero también verás que es un lugar lleno de vida, allí están las historias más interesantes: en los nombres, en los epitafios, en las formas de las tumbas, mausoleos y las cosas que contienen… Algunas provocan risa, neta.

¿Quién mató a Javier Valdez? Ya se sabe de los que jalaron el gatillo. Los familiares, amigos y miles de seguidores de su verdad, esperamos detengan también a los más importantes: los que ordenaron su muerte. Su entrega fue total, por eso, los que idearon su muerte, también se quedaron huérfanos de él. Ya no sabrán de las verdades que dejó pendientes. Sus libros nos ponen a pensar, imaginar;  ¡Carajos! ¿Qué diría Javier de todo esto?

*Leónidas Alfaro Bedolla. Escritor. Busque sus novelas en librerías: Educal, México y Gonvill.

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Leónidas Alfaro Bedolla

Nació en Culiacán, Sinaloa en octubre de 1945. Actor experimental de teatro, vendedor, aventurero trotamundos y escritor por necesidad existencial. Autor de la novela “Las amapolas se tiñen de rojo” y “La agonía del caimán”. Vive en San José del Cabo. 
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