Aníbal Angulo, el Hacedor de cosas

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FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Dar con Aníbal Angulo por señas físicas es muy fácil: trae un bigote espeso y canoso —como un pedazo de nube en el rostro—; usa gafas de pasta; y frecuentemente, un sombrero cubre su cabello cano. Yo sabía quién era; claro, se trata de uno de los artistas plásticos más importantes del Estado, pero nunca lo había tratado. No sería hasta entrevistarlo en el verano del 2018, y leer después Bajo la piel del tiempo, que habría de constarme lo prolífico y variopinto de su obra, y lo sencillo de su trato. Su producción la estima en más de 3 mil trabajos de dibujo, grabado, fotografía, pintura, escultura y, en general, arte visual. Su obra ha sido exhibida en el Museo Nacional de la Estampa, en el Museo de Arte Carrillo Gil y en el Museo de Arte Moderno de México.

Me recibió en su oficina, la Dirección de la Galería de Arte “Carlos Olachea”. Ese día, editaba un video para el concierto de aniversario de la Rondalla Azul; y eran los días previos a dejar instalado su cuarto mural en la UABCS. Mientras me contaba cómo por olvido y por fortuna se salvó de estar en la masacre de Tlatelolco en 1968, mi vista se perdía en los rincones de su oficina a medio arreglar: sí, había un par de bolsas y cajas regadas por allí, pero en el cuarto de un artista, los objetos comunes adquieren un valor especial al incrustarse en piezas de arte: conchas o cacharros cobran dignidad al estar erguidas en alambre o madera. Así, admito que ni sé por qué —un experto en artes plástico no soy— llamó poderosamente mi atención una escultura ¿cubista? hecha con partes de un piano: un piano que pudo ir a la basura, pero pudo convertirse en una caprichosa forma artística en manos de este hacedor de cosas —como se autodefine.

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Aníbal Angulo nació en La Paz, BCS, el 24 de agosto de 1943. “En esos años, mi padre era maestro de la Normal Rural de San Ignacio, pero al no existir servicios médicos confiables, mi madre vino a La Paz para que yo naciera; después me llevó de regreso a San Ignacio, sin embargo, al poco tiempo la Normal Rural se transformó en Normal Urbana, por lo que nos vinimos a La Paz. Vivíamos en la calle Independencia, cruzando el Jardín Velasco, frente al antiguo Palacio de Gobierno (…) Recuerdo que mi padre todas las noches iba a una banca del Jardín Velasco a platicar con sus amigos, pero alrededor de las diez de la noche, mi madre me mandaba hablar; entonces salía y dejaba de jugar. En esa época podías andar a cualquier hora de la noche en la calle y no había ningún problema”.

Los 50’s… Y el 68

La Paz de los años 50’s fue el marco de su infancia: el naciente puerto, apacible, que bien podríamos imaginar en color sepia traicionado por el azul de las olas. Siendo niño, recorrió varias escuelas, y aunque sabía que quería estudiar Arte, su padre lo convenció de entrar a la Escuela Normal: “Primero estudia para que tengas algo de que vivir y después te vas —le dijo su padre. No le faltaba razón, después comprobé que eran palabras muy sabias. Suplí mi deseo de estudiar Arte yendo a la Normal Superior, y definitivamente, en 1968, me fui a vivir a México”. Una de sus inspiraciones para echar lejos el vuelo fue Carlos Olachea, a quien conoció cuando éste trabajaba en Gobierno y se había ganado una beca para salir a estudiar fuera del Estado. Le contaba todo lo que estaba haciendo, y esa pequeña envidia se transformó en un ejemplo que lo llevó a buscar su destino en el Distrito Federal, yendo de la apacible arena a la gran mole que significaría esa ciudad convulsa de fines de los años 60’s.

Según, iría sólo por un año, con sus ahorros, para estudiar en la Escuela de Teatro con la guía de su amigo Manuel Ojeda —reconocido actor de televisión, cine y teatro, de origen paceño—, con quien vivió en su departamento. Con él, con Nacho del Río y Juan Melgar, le había tocado hacer teatro en La Paz, y esa fue la inspiración que lo llevó a la gran ciudad, sin sospechar que su camino no estaba tanto en su expresión corporal, sino en su mirada, esa que sabía robarle la mejor luz a los objetos. “En la Ciudad de México pasé el 2 de octubre del 68, pero no me mataron porque se me olvidó”, recordó. Justo ese día iba a ir a tomar fotos a Tlatelolco, pero un amigo, que tenía un laboratorio en la Colonia Juárez, le pidió ayuda para el revelado de unas fotos, que salían con manchas y ahí se les fueron las horas… Por el radio escuchó lo que ocurría en la Plaza de las Tres Culturas, “empecé a escuchar la narración y sentí miedo, ¡De la que me salvé!, pensé. Yo no estaba ligado a nada, sólo quería tomar fotos (…) Pero se me olvidó por completo y cuando el radio sonó, fue cuando escuchamos la noticia”.

Del escenario al laboratorio

En la Ciudad de México, ensayaba una obra de teatro en la que participaban José Alonso y Héctor Bonilla, entre otros, y un día el primero le comentó que necesitaba una serie de fotos para un casting, “yo le propuse que le tomaba de diez a quince fotografías por quinientos pesos. Hice las fotografías y a todo mundo le gustó el trabajo. Y así empezó mi carrera de fotógrafo”. Confesó que nunca había soñado, ni estudiado, la fotografía —en la Normal de La Paz, si acaso, Ignacio Vargas le enseñó lo básico y aprendieron a revelar las películas en el baño de Domingo Carballo, director de la Normal. Pero luego de esas tomas a Pepe Alonso —como él le dice, cariñosamente—, un agente de artistas le pidió que le hiciera fotos a Elena Rojo, quien empezaba como actriz y quien ayudó al joven a proyectarse en los medios impresos, haciendo gráficas para revistas como Cinelandia y Caballero. E inició en la fotografía de desnudos artísticos de revistas para adultos como Eclipse, Eros y Él. “Eran los primeros desnudos de ese tipo que se publicaban en México y ese fue el gancho para que me buscaran como fotógrafo. Después me llamaron para hacer publicidad; estuve diez años haciendo fotografía publicitaria hasta que me cansé y regresé a lo mío, a la pintura”.

Dentro de esta experiencia con la lente, se satisface de haber iniciado en México —en los años 70’s— lo que él denominó fotografía manipulada, lo que le valió el reconocimiento de fotógrafos de la talla de Nacho López, quien en una Bienal en 1980 expresó que En el terreno de la estética y auténtica innovación están los desnudos de Aníbal Angulo, imaginería cargada de significaciones sexuales y sensuales, dicho con alarde de técnica, originalidad nunca vista en otro lado. Esto se puede constatar en Bajo la piel del tiempo, donde algunos de esos desnudos fragmentados nos proyectan imágenes oníricas, algunas dulces y eróticas y otras como sacadas de un mal sueño —como en Salobre Hendidura. Imagen IV y la imagen V. Cabe aclarar que muchos de estos trabajos fueron experimentos en laboratorios en los años 80’s, ni cuándo imaginarse lo que el mundo digital depararía a creadores más modernos. Dicho libro, publicado en 2018 para conmemorar su trayectoria de medio siglo, obligó a un par de curadores a elegir alrededor de 400 de mil 500 fotos seleccionadas por el propio artista.

Haciendo cosas

A 50 años de trayectoria, Aníbal Angulo confesó, divertido, que Picasso le parecía el pintor más horrible del mundo, “y hoy pienso que es el mejor artista que ha dado el arte moderno”; y en su camino autodidacta, aprendió a profundizar en la obra de los impresionistas, aunque finalmente fue decantando su arte en lo abstracto. “No me gusta el realismo; si puedo hacer una fotografía, ¿para qué quiero pintarlo? Lo figurativo no me gusta, me gusta más la abstracción, también con la escultura. Mis esculturas no son figuras naturales, son representaciones abstractas”. ¿Qué tipo de artistas se considera más? Le pregunté al hombre —quien, además, tiene papeles sin publicar y a quien no le interesó el cine por no ser tan personal como la fotografía— “esa pregunta siempre me la han hecho. Yo no me considero un pintor, un escultor o un fotógrafo; yo me considero un hacedor de cosas”.

¿Cómo surge la idea y el proceso de una obra? Pregunto, como niño curioso, y él contesta, contento, emocionado, como niño también, mostrándome fotos, libros, objetos… “Yo voy a caminar todos los días al malecón, y observando días tras días esas piedras me digo ¿Qué se puede hacer con eso? Y empiezo a maquinar. Lo hago y una vez que lo hago, lo dejo. Este es un piano que me regalo la Quichu, un piano viejo… Nunca me pregunto qué es lo que va a resultar, lo que me interesa es el proceso, la búsqueda. A veces terminas haciendo otra cosa que no imaginabas o pensabas hacer, pero al final la pieza está completa y te satisface. Si algo no me gusta, lo dejo. Muchas veces por estar buscando tanto la solución, te embrollas. Lo mejor es olvidarlo, si no salió bien o no fluyó, o si te atoras, déjalo (…) Es difícil porque a mí me pasa, al igual que otros creadores, que cuando estás creando o dibujando algo, lo estás haciendo de una manera manual, pero el subconsciente está trabajando de otra manera. Tú no eres consciente de lo que realmente estás haciendo (…) Es porque tu cerebro, tu subconsciente está trabajando a otro ritmo; y a veces batallamos para encontrar la solución, porque forzamos algo que tu interior no está dando pero que va a salir después. Ese es mi camino, cada quien tiene su proceso creativo”.

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*Esta es una serie de cinco entrevistas realizadas para el Centro de Artes, Tradiciones y Culturas Populares de Baja California Sur, institución que posee el derecho de autor de estas publicaciones.

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